—¿Qué diablos estás haciendo aquí? —mascullo, hablando lo más bajo posible para que nadie pueda escucharme.
Aunque ni siquiera sé si eso servirá de algo, ya que supongo que deben de haber visto que entró aquí.
«Oh, Dios mío».
—¿Te has vuelto loco, Hunter?
Como si le importaran una mierda mis reclamos, sonríe de modo socarrón, me avanza, me coge por la nuca y me besa de forma posesiva y demandante. Le doy un empujón e intento alejarlo, pero de pronto me encuentro acorralada contra una pared y sus manos quitándome el suéter y desabrochándome los pantalones.
—Pero... ¿Qué carajo? —Lo golpeo en el pecho y el muy imbécil solo se ríe y me lame el cuello—. Hunter, por Dios, nos van a ver.
—Tranquila, cariño —susurra con frescura—. Nadie se va a dar cuenta. La dueña de esta tienda es amiga m
