—¿Ya has pensado qué vas a usar? —pregunta Clarissa cuando el conductor estaciona el coche frente a la boutique a la que vamos a entrar. Me ajusto el abrigo y y los guantes. —Ni siquiera sé cuál es la etiqueta de la fiesta —manifiesto. Clarissa se da un leve golpe en la frente y sonríe, entre avergonzada y divertida. —Lo siento. Mi error —dice, colgándose el bolso Prada al hombro—. En la fiesta estarán los amigos y colegas políticos de tu padre... —¿Y los tuyos? —También, claro. Los míos. —¿Y de tu hermano? —finjo no tanto interés en la pregunta. —Supongo que habrá más de alguno —responde Clarissa. —¿Y tu familia? ¿No vendrá nadie de tu familia? —Pues, aquí en Pensilvania solamente está Hunter y dos tíos ya mayores a los que estas cosas no les interesan mucho. —Oh, ya. —Sí. Bie

