ZORRO PLATEADO

3341 Words
—Por una mierda, Ree, ¿puedes dejar de acaparar el espejo? —Gillian me empuja suavemente con su cadera, para quitarme de enfrente y poder mirarse—. ¡Estás extraordinariamente sexy! Ahora deja que me vea y me maquille de una puta vez. Volteando los ojos, me paso los dedos por el cabello para ahuecarlo un poco sin ponerme fijador. —Estás en mi cuarto de baño. Usa el tuyo —protesto. Gillian suspira y frunce el ceño. —Pero me gusta más el tuyo. Venga, quítate ya —dice volviendo a empujarme con la cadera, pero un poquito más fuerte—. Además, tú ya estás lista y no necesitas más nada y Ada está esperando en el salón, así que no seas grosera y ve a atenderla. Termino en un segundo, ¡y luego vamos a hacer de esta noche inolvidable! Riendo, me doy un último vistazo en el espejo y salgo del cuarto de baño. Cojo el modelito que he dejado sobre la cama. Después de ponerme una falda corta negra y una blusa roja de manga corta con botones, me calzo unos zapatos negros de tacón y llamo a Gillian para que le dé el visto bueno a mi conjunto. Doy una vuelta con gracia para enseñarle bien el atuendo. —Pareces una gatita en celo —comenta, mostrándome los dientes como un gato. Negando, me río y salgo al salón. Ada se levanta del sofá de un brinco y con los ojos azules bien abiertos me mira. —Mierda, Ree, estás de muerte —manifiesta. Cruzando los brazos sobre el pecho, le sonrío. —Me lo tomaré como un cumplido. —Pues claro que es un cumplido, tonta. —Se aparta la melena oscura con mechones rojos de los hombros—. Mira que ya estoy harta de verte con ese horrendo uniforme n***o y blanco que nos hacen llevar. —Bueno, pues gracias, Ada. —Me echo a reír—. Para otra camarera de uniforme horrendo, tú tampoco estás nada mal. A mí no me quedan tan bien esas medias de rejilla como a ti. Ada esboza una sonrisa traviesa al tiempo que apoya la pierna en la mesa de café. —¿Esto tan viejo? Mira, si pudiera vivir con un body de rejilla, lo haría. Pero por mucho que me importe un p**o lo que la gente piense, no creo que la sociedad lo considere muy apropiado, ¿verdad? Niego con la cabeza y otra vez me echo a reír. —Me da que tienes razón —declaro. Ada ha sido mi compañera de trabajo en el Antonio's, un restaurante de comida italiana en el que he trabajado a medio tiempo como camarera para poder mantener mis gastos durante mis años de estudio en la Universidad de Nueva York, donde he estudiado la carrera de diseño de modas, carrera por la cual mi padre puso el grito en el cielo, cuando se enteró de lo que iba a estudiar, pues en su cabeza no concibe que su hija, su única hija, no siga sus pasos y me forme para tener una carrera en la política, tal y como él ha forjado la suya. Pero yo he sabido desde mi infancia que nunca he querido ser como él. Porque él nunca está presente. Siempre está ocupado con sus campañas, elecciones y reuniones con sus amigos políticos. Ellos lo aman. Pero su entorno privado... Ese no lo ama. Mi mamá no aguantó mucho tiempo con él y desapareció al extranjero poco después de mi nacimiento. Mi papá solicitó la custodia exclusiva de mí, lo que solo significó que pagó a una niñera para que me criara. Mientras tanto, él forjó su esplendorosa carrera en la política, hasta que se convirtió en Gobernador, cargo que actualmente desempeña en Pensilvania. Y para terminar de hacer las cosas peor, mi padre pertenece a los conservadores, o sea que tiene bien arraigadas sus creencias arcaicas, mientras que su hija, su rebelde hija, la oveja negra de la familia, tiene creencias más liberales, o sea, apoyo todo aquello que él desaprueba, y por ende siempre estamos en desacuerdo y no nos llevamos muy bien que digamos, cosa que nos mantiene un tanto alejados desde que yo empecé a tener conciencia de mi alrededor y a forjarme un criterio propio. Gillian, que ha sido mi compañera de piso y compañera de clases desde que entré a la universidad, sale de la habitación con un vestido rojo y zapatos de tacón a juego. Lleva el pelo recogido y el vestido se le ciñe al cuerpo tipo reloj de arena como un guante. Después de dar una vuelta ante Ada y ante mí, se va a la cocina, saca tres vasitos de chupito del armario y los llena hasta arriba de tequila. —¡Venga, señoritas! —grita—. Vamos a tomarnos un par de chupitos antes de salir. Las tres mujeres nos bebemos nuestro chupito, emocionadas por salir de marcha por la ciudad. Tras apurar el segundo, una notificación de mi teléfono me avisa que nuestro Uber ya ha llegado y nos está esperando, así que tomamos todo lo que necesitamos, nuestros bolsos, monederos, teléfonos y abrigos, y salimos. En el coche, Ada saca una petaca del bolso, la desenrosca y se bebe un trago. Luego, me pasa la petaca a mí. —Toma, es mi especialidad —dice. La cojo y huelo su contenido. —¿Qué es? —indago. —Échale un trago y ya, Ree—interviene Gillian—. Te estás preocupando demasiado por lo que bebes. —Ya voy un poco tocada entre los chupitos de tequila y el vino que he bebido mientras me preparaba. —Ambas me fulminan con la mirada, esperando que beba—. De acuerdo, está bien. —Olfateo el líquido una última vez y bebo un poco. Empiezo a toser y trato de contener las lágrimas que me ponen los ojos a arder—. ¿Qué mierda es esta? A Ada le brillan los ojos como si riera para sus adentros. —Es aguardiente casero, nena. —Genial. —Gillian chilla y coge la petaca—. Lo probé una vez cuando iba al instituto. —Bebe un poco y arruga el rostro al notar el sabor mientras sacude la cabeza de un lado a otro. «Mierda.» Yo solo espero no pasarme con el alcohol, porque al día siguiente debo volar a Pensilvania, ya que mi padre requiere de mi presencia con extrema urgencia, según sus propias palabras, y llegar con una resaca mortal, me traería miles de problemas y la verdad es que por ahora quiero llevar la fiesta en paz. El semestre está a punto de acabar, estoy teniendo excelentes notas y mi graduación está cerca. Todo está saliendo bien y no quiero amargarme con sus cosas. —¡Mierda! Un amigo organiza una fiesta en su casa de Staten Island esta noche. —anuncia Ada, viendo su teléfono móvil y sigue escribiendo frenéticamente—. La casa es increíble y sus fiestas son para morirse. ¡Vayamos! —Yo me apunto a lo que sea —responde Gillian, rebuscando en su bolso. Mira en mi dirección—. ¿Y a ti qué te parece? —¿No vamos demasiado arregladas para una fiesta en una casa? —No, créeme, en esta fiesta vale todo —explica y le pide la petaca a Gillian, quien le da otro trago antes de dársela. Ada bebe y me la pasa otra vez. —Entonces, ¿vamos a la fiesta de mi amigo? —Ada ríe. Me encojo de hombros y le doy un sorbo a la petaca, volviendo a arrugar el rostro, pero esta vez fue más tolerable su intenso sabor. —Venga, vamos —respondo. Indicamos al conductor nuestro nuevo destino y lo convencemos de que nos lleve allá. A los treinta minutos nos detenemos ante una lujosa casa de tres pisos en la zona de Todt Hill de Staten Island. Ada paga al conductor la diferencia y las tres salimos del coche algo tambaleantes por el aguardiente. Desde la calle se escucha la música que retumba en el interior y que hace vibrar el suelo que pisamos. Me entra hipo y me rio mientras subimos las escaleras y entramos en la casa. Hay torres de altavoces en todos los rincones de la planta baja, con lo que el ruido se amplifica hasta el punto que ni siquiera puedo escuchar mis propios pensamientos. Echo un vistazo alrededor y noto que Ada no ha mentido. En esta fiesta hay de todo, desde personas con ropa informal, pasando por otras vestidas como si fueran al baile de graduación, hasta chicas casi desnudas; es un océano de diversidad. Las tres nos cogemos de las manos y nos abrimos paso entre la multitud. Debe de haber unas cien personas allí y probablemente me estoy quedando corta. Encontramos al propietario de la casa, el amigo de Ada, Jacob. Después de abrazarlo, Ada grita por encima de la música: —Jakey, te presento a Ree y a Gillian. Sin decir una palabra, sonríe ampliamente y nos abraza una tras otra levantándonos del suelo con tal efusividad como si nos conociera de toda la vida. Gillian y yo nos morimos de risa. —Bienvenidas a chez moi, señoritas —dice en voz alta sin perder la sonrisa—. Los cócteles los está haciendo un bartender por allá —señala una barra en el fondo—, las cervezas y el otro alcohol están en la cocina, los bailes privados gratis con los strippers más buenorros de Nueva York los van a encontrar en la segunda planta; la mesa de billar está en la parte trasera —señala atrás— y los baños están ubicados estratégicamente en cada planta; y si se les apetece despeinarse la melena con alguien, hay habitaciones con camas de matrimonio en la segunda y tercera planta. —Lo dice todo en un solo golpe de voz. —¡Qué pasada de sitio! —los ojos de Gillian centellean—. ¿Aquí hay strippers? Se pasa una mano por el pelo pelirrojo y sonríe con picardía. —Siempre acuden en masa a mis fiestas —explica Jacob. —Oh, joder. ¡Eso sí que es emocionante! —manifiesta, ampliando la sonrisa. —Bueno pues espero que disfruten y se la pasen de lo mejor —expresa Jacob. Gillian nos coge a las dos de las manos. —Necesito otro trago ahora mismo, chicas. —Se vuelve hacia Jake y le guiña un ojo—. Gracias, amigo. Él asiente y desaparece entre la multitud. Tenemos que esquivar a varias personas que bailan, a un tipo que corre con un sujetador en la cabeza mientras lo persigue una chica con los pechos al aire, y varias parejas que se besan. Por fin llegamos a la cocina, donde nos espera un bar muy bien surtido. Después de bebernos otros dos chupitos de tequila, salimos al patio trasero para jugar a voltear el vaso, que dura alrededor de una hora. Me sirvo una copa de ron con jugo de arándanos y termino con la cabeza algo embotada. Vuelvo al interior de la casa con las chicas y les pido que bailemos, para bajar un poco el alcohol de mi sistema. Lo hacemos. Las tres nos movemos al centro del salón, donde las personas bailan al ritmo de la movida música. Algunos chicos se nos unen, queriendo bailar con nosotras. Ada y Gillian aceptan, yo no. Y no es porque los chicos no estén buenísimos o porque yo sea una aburrida mojigata, sino porque son jóvenes, como de nuestra edad, y yo ya estoy algo aburrida de los chiquillos y me apetece algo con más experiencia. Tratando de ser lo más cordial posible, le niego al chico y me alejo de allí, para ir al bar y pedirle un mojito al bartender, porque ya me dio sed. Espero más de cinco minutos para ser atendida y una vez que me entrega la bebida, le agradezco al bartender y le doy un sorbo a mi mojito. Moviendo mi torso al ritmo de la música y con la boca pegada a la pajilla del mojito, me giro para ver hacia la pista y buscar a mis chicas, justo en el momento en el que alguien choca conmigo, provocando que me derrame la bebida encima. —Oh, mierda —me quejo, viendo el desastre que hay en mi blusa y falda. —Joder, no era mi intención, bonita —dice una voz profunda y viril. Levanto la cabeza hacia el origen de la voz y me encuentro con el hombre más sexy y hermoso que mis malditos ojos han visto. «¿Y este tipo tan bueno y jodidamente follable, de dónde salió?», me pregunto. Con la respiración entrecortada al ver a aquel hombre alto e increíblemente apuesto que me observa un poco preocupado. Me siento algo mareada, como si hubiera perdido el equilibrio. Reparo en su pelo azabache, corto y con algunos cabellos plateados brillando entre aquella negrura, como estrellas en el cielo de noche. El cabello se une con la barba que trae corta y recortada en forma de un perfecto candado alrededor de la prominente mandíbula. Tiene unas facciones cinceladas; parece que un gran escultor hubiera tallado su boca a la perfección. Bajo ligeramente la vista hacia lo que parece ser un cuerpo tonificado bajo esa camiseta blanca, cubierta por una chaqueta de cuero n***o y noto los enormes tatuajes sobresaliendo por su cuello y me pregunto, «¿Dónde más tendrá esos tatuajes?» Tratando de mostrar naturalidad ante este hermoso ejemplar de hombre, me aclaro la garganta con un carraspeo, antes de hablar. —Sí, no te preocupes —le digo y me paso las manos por las zonas mojadas, obligándome a dejar de contemplar su perfecta belleza de dios de la lujuria. —¿Segura? —pregunta. —Sí, segura —respondo sin verlo. —Déjame invitarte un trago, para disculpar mi torpeza —dice. Vuelvo a levantar la vista y lo miro directo a sus ojos de color gris acero. —¿Sí sabes que son gratis, verdad? —¿De verdad? Entonces deja que sean dos —dice, divertido. Ni sus penetrantes ojos, ni el encanto que emana de todos sus poros; es esa sonrisa sexy y varonil la que me convence al instante de que incontables mujeres se han bajado las bragas con solo una petición suya. Y a diario. Y es justo eso lo que me hace aceptar. —De acuerdo —le digo, intentando actuar con normalidad. —¿Qué era? ¿Un mojito? —adivina, viendo lo poco que ha quedado en mi vaso. —Sí. Se pega a la barra y con una voz autoritaria y firme, le hace el pedido al bartender. —Un mojito y un Jack Daniel's —le dice. El bartender asiente y se va. Sus ojos gris acero se clavan en mí y me miran con interés. —Soy Ree —me presento, esperando no perder el aliento, pero el calor que siento que irradia su pecho lo hace difícil. Su aroma (picante, ahumado, varonil) está llenando mis pulmones con tanta naturalidad como lo haría el oxígeno. —Ree. —Él repite mi nombre; le sale gutural y completamente masculino, y hace que mi estómago se revuelva de la manera más extraña. Mis muslos palpitan, disparan un hormigueo caliente a través de mis caderas, y todo lo que quiero hacer es pasar mis dedos por su barba. «¿Me haría cosquillas o picaría?» La idea de que me haga cosquillas sólo con su barba casi me obliga a soltar una risita en la garganta. Tengo que apretar las comisuras de mis labios para evitar sonreír como una tonta. —Oh, tienes la sonrisa más bonita que he visto en mi vida —manifiesta. Sus labios se levantan, pero su sonrisa no es bonita. Es francamente sexy. —Gracias —susurro y alejo mi mirada de él, mientras me muerdo el labio inferior distraídamente. «Joder que este hombre despierta muchas cosas en mí» —¿Y tú eres...? —indago, regresando la vista a él. Sigue viéndome con esa intensidad que me desbarata y que hace que mis hormigueos se intensifiquen más, más calientes y más profundos dentro de mí, enviando un enjambre de mariposas a mi pecho. La lujuria se abre paso a través de mi núcleo y algo cálido aprieta mi corazón. Quiero decir que es sólo la atracción que siento hacia este hombre, pero en el fondo sé que esto va mucho más allá de la atracción, y eso es un hecho aterrador. Coloca un mechón de mi cabello detrás de mi oreja. Mis ojos no pueden elegir un lugar para mirar en su rostro: los diferentes colores que salpican su barba, las líneas que se arrugan alrededor de sus ojos cuando sonríe, sus labios… oh sus labios. Su lengua se extiende para mojarlos y mi respiración se entrecorta. Mi boca se abre y mis pestañas revolotean contra mis mejillas por un breve momento. «¿Me va a besar?» «¿Será un besador suave o hambriento, como si no pudiera tener suficiente?» Si me arrancara la ropa, me gustaría pensar que se lo agradecería. No estaría luchando contra él para mantener mi ropa puesta. —Hunter —dice—. Me llamo Hunter. —Hunter —Exhalo—. Me gusta ese nombre. Hunter. —Quiero decir su nombre una y otra vez como si fuera mi nueva palabra favorita. Estar tan cerca de él me hace sentir mareada y nada tiene que ver el alcohol que hay en mi sistema. —A mí también me gusta el nombre Ree —dice, inclinándose para acercar su rostro al mío, y siento que mis ojos se abren como platos—. Pero, ¿sabes qué me gusta más? —¿El qué? —musito, sintiendo que mi corazón se desboca. —Tú. «Por favor, por favor, por favor, bésame.» Aprieto mis labios con fuerza, o podría ser yo quien me lance a él esta vez. El bartender nos interrumpe para entregarnos los tragos. Hunter cierra los ojos y respira profundamente. Me siento igual. Nunca en mi vida he odiado más que me interrumpan, aunque no conozco a Hunter. Él es mayor que yo, probablemente mucho mayor que yo, pero no me importa. He oído hablar de... zorros plateados antes, y suena emocionante ahora que estoy cara a cara con uno tan atractivo y sexy. Hunter me entrega el mojito y toma su Jack Daniel's. —Salud, preciosa —dice, extendiendo su vaso en mi dirección. —Salud —repito, haciendo chocar mi vaso con el suyo. Ambos bebemos, pero sin dejar de vernos a los ojos. «Joder que me tiene como hechizada con esa intensa mirada grisácea.» —¿Quieres que bailemos? –Sonríe y pasa sus dedos por mi mejilla. Mi piel chisporrotea bajo su toque y tiemblo, pero no porque tenga frío. Sus pupilas brillan, alejando ese gris impresionante. Puedo sentir que comienza a retirar su mano y la cubro con la mía, acariciando mi mejilla con ella. Su mano es áspera, callosa e inconfundiblemente fuerte. Me enderezo, dejo el mojito sobre la barra y doy un paso valiente hacia él. Le quito el Jack Daniel's de la mano y lo coloco al lado del mojito. Sujeto su mano, tiro de ella y lo arrastro hacia el centro del salón. Me paro de espaldas a él y me pego a su cuerpo fuerte y grande. Le tomo la otra mano y lo obligo a estrecharme con ellas mientras me contoneo al ritmo de la música. Libero sus manos y dejo que hagan conmigo lo que a él le plazca y espero que lo que le plazca sea tocarme mucho y quemarme con el calor que emana su cuerpo. Esta noche quiero todo con este desconocido... Con este zorro plateado.
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