A través de los parlantes resuena Side to Side de Ariana Grande, es una canción sexy y francamente sucia, porque no puedo evitar recordar el vídeo de la canción; donde salen esas chicas subidas sobre bicicletas, con el culo empinado en pompa, haciendo movimientos bastante sugerentes, subiendo, bajando, contoneando sus culos sobre la montura, cabalgando muy sensualmente, como si estuvieran sobre el regazo de un semental como el que yo tengo detras de mi espalda. No puedo evitar balancear mis caderas al ritmo de la canción y tratar de moverme como ellas lo hacen: contoneándome sensualmente.
Nunca había bailado así antes, pero estoy dejando que el ritmo de la canción y el flujo constante de alcohol en mi sistema controlen mi cuerpo. Mi trasero se restriega contra su pelvis, inclino el dorso hacia el frente, mi cabello cae sobre uno de mis hombros y mi culo se oprime contra algo que promete y mucho. Sus manos grandes y fuertes se aferran a mi cadera, enterrando sus garras en mi carne para oprimirme más contra él. Una de sus manos sube por mi cintura y llega hasta una de mis tetas, con descaro la oprime y luego tira de mí, me endereza y me hace girar para que nuestras miradas se enfrenten.
En sus ojos puedo ver una oscuridad y una ferocidad que me embelesan completamente. Sus manos se pasean por mi espalda, por mi trasero y mis muslos. Lo único que deseo es que no hubiera ropa de por medio, para poder sentir la callosidad de sus palmas raspando la tersura de mi piel; su carne tibia, cálida, caliente, haciendo chisporrotear cada célula de mi carne.
—¿Te gusta bailar muy sucio, verdad dulce bebé? —grazna, sus labios cerca de los míos, su aliento ardiente e impregnado de whisky, colándose por mis fosas nasales y embriagándome—. ¿Es eso algo apropiado para una pequeña bebé?
Sumerjo mi nariz, subiendo por la columna de su cuello, y él sostiene mis caderas con un agarre doloroso. Una sonrisa aparece en mis labios y mil mariposas pululan por mi pecho.
«Puedo hacer esto.»
Respiro profundamente para estabilizarme y sigo el camino hasta la línea de su mandíbula. Saco la lengua para humedecer mis labios y están a menos de un centímetro de los suyos. Puedo sentir su aliento abanicarse contra mí, el calor de sus labios casi tocando mi piel. Antes de que cualquiera de nosotros pueda acortar la distancia, me giro otra vez y presiono mi espalda contra su pecho.
—¿Acaso no te gusta? —siseo, tratando de jugar con su cordura—. ¿Te molesta que te baile sucio?
Hunter gruñe, se inclina rápidamente y me muerde el cuello. Dejo escapar un ruido, entre un chillido y un gemido.
—He estado sobre este mundo muchísimo más tiempo que tú, bebé —grazna—. Si quieres jugar a ser sucia y descarada, yo también puedo jugar.
Lame el lugar que mordió y muy lentamente pasa una mano por mi pecho. Una punzada de anhelo va a dar directo a mi sexo por la forma en que me llama bebé. Nunca me han gustado los motes, menos los ridículos, pero el que él emplea me gusta. No puedo explicar por qué es tan sexy, pero lo es. Hace que mi cabeza dé vueltas, es más embriagador que el mismo alcohol, y estoy desesperada por escucharlo de nuevo; porque me lo susurre con su voz ronca al oído.
Siempre fantaseé con algo así y no puedo creer que esa fantasía se haya vuelto realidad, que él sea real y esté aquí conmigo. Es como algo sacado de un libro.
«Debo haberme quedado dormida mientras leía uno de esos libros sucios, llenos de mucho erotismo, en mi teléfono nuevamente.», pienso, incrédula.
Sus dedos bajan por mi estómago dejando chispas de fuego detrás de su rastro y se sumergen en la cintura de mi mini falda. Jadeo y empujo mi trasero contra su entrepierna, frotando contra el bulto endurecido detrás de mí.
«Oh, sí, el zorro plateado está excitado con mi bailecito»
Mi estómago se contrae con anticipación cuando sus dedos encuentran la línea de mis bragas. Siento que apenas me toca y me deshago al instante. Mi espalda se arquea por voluntad propia, tratando de empujar su mano más dentro de mis bragas. Aparta su mano mucho más rápido que cuando estaba explorando, y dejo escapar un gemido en señal de protesta.
—¿Estás necesitada porque te toquen, dulce bebé? —gime en mi cuello y su barba me hace cosquillas en la piel de la forma más deliciosa posible.
Asiento e inclino la cabeza hacia un lado. Me doy la vuelta, desesperada porque me bese, porque me lama... cualquier cosa. Lo que se le antoje. Solo necesito que lo haga de nuevo.
—Qué bebé tan traviesa, bailando con un hombre viejo y sucio —sisea con una lujuria y una sonrisa lobuna que me calienta más que el sol de verano—. Debería inclinarte sobre mis rodillas y darte unas buenas nalgadas hasta que este culo te arda y esté bien rojo.
Hunter se agacha y agarra un puñado de mi trasero. Gimo y me sacudo contra él. Se ríe profundamente, dejando que la risa retumbe en su pecho.
Su risa me divierte. Pienso en su amenaza: sobre estar inclinada en sus rodillas... como una niña mala, una que se ha portado muy mal y debe ser castigada con muchos azotes. La sola imagen de eso me hace sentir apretada y caliente por todas partes... pero vulnerable de todos modos. Es confuso. Me gusta la idea de que me azote...
«¡Dios mío, suena delicioso!»
Su risa parece un buen indicio de que a él también le gusta esa idea. Hace que mi pecho se caliente y mi vientre se agite. La forma en que se pone su rostro cuando está relajado me dice que no se ríe a menudo. Quiero que se ría, sonría y sea feliz todo el tiempo, pero conmigo.
«Joder, ¿desde cuándo tan interesada en alguien, Ree?»
Mi corazón se estremece por el hecho de que probablemente no lo volveré a ver y tengo que sacudir mentalmente mi cabeza para alejar eso de mí, porque se supone que esa es la gracia de esto: Sexo casual, sin compromiso, con alguien que no tendré que ver nunca jamás. Eso únicamente significa una cosa: que tendré que absorber de él, tanto como pueda esta noche.
«Es solo una aventura de una noche.»
Coloco mis brazos detrás de su cuello, dejando que la música siga marcando nuestro ritmo. Sus ojos están clavados en mí, mirándome profundamente a los ojos, a mis labios, a mi pecho, a todas partes, como si él también estuviera absorbiendo todo lo que pueda. El color plateado intenso de sus ojos no se parece nada a ningún color que haya visto antes. Con tanto dentro de ellos, sus ojos parecen cansados y fríos, pero de alguna manera llenos de lujuria y calor al mismo tiempo. Este zorro plateado parece un enigma y quiero saber todo lo que pueda saber de él esta noche.
Su ceja se levanta y me sonrojo. No me he dado cuenta de que lo he estado mirando más de lo debido, pero ¿quién podría resistirse? Se ve rudo, peligroso y tremendamente sexy.
Él sonríe, pellizcando sus rosados y besables labios hacia un lado, y juro que mis bragas se empapan.
—¿Qué está pasando por esa bonita cabeza tuya, dulce bebé?
—Yo solamente quiero saber todo sobre ti. Quiero que me hagas muchas cosas, a mí y a mi cuerpo, quiero que me enseñes algo de tu experiencia.
«Vaya. Cálmate, Ree.»
No puedo creer que haya sido tan lanzada y tan directa. Como dije, no es que soy una santa, pero tampoco he sido yo la que se lanza contra un chico y mucho menos con un hombre mayor como Hunter.
—¿De verdad, mi dulce bebé? —ronronea, cautivador. No puedo hablar, solamente asiento y Hunter ensancha la sonrisa lobuna de su boca—. ¿Quieres saber qué cosa es la que yo estoy pensando?
—¿El qué estás pensando? —pregunto rápidamente, llena de curiosidad.
—En que quiero llevarte a una de las habitaciones que hay aquí, para que, desnuda, bailes tu delicioso culo sobre mi regazo, como lo estabas haciendo hace un momento. No puedo dejar de pensar en ello.
Mi respiración comienza a entrecortarse y mi piel se siente caliente nuevamente. Paso mis dedos por su nuca; su cabello es demasiado corto para agarrarlo, lo que probablemente sea algo bueno.
No estoy coqueteando, solo estoy enloqueciendo.
Una mano fuerte y callosa cubre un lado de mi cara y Hunter se inclina. Mis ojos se abren como platos y justo antes de que nuestros labios se toquen, los cierro con fuerza. Él planta un suave beso en mis labios y mis entrañas explotan: hay fuegos artificiales, destellos y todo lo que podría pedir. Es apenas una caricia y mi cerebro ya se está volviendo papilla. Gimo contra sus labios y mis uñas seguramente están formando medias lunas oscuras en la parte posterior de su cuello. Su lengua recorre la comisura de mis labios y los separo con desesperación para que esta entre y profane mi boca.
Hunter gruñe en mi boca cuando su lengua caliente y húmeda se encuentra con la mía. Una mano va desde mi cadera hasta la base de mi cabeza, donde envuelve mi largo cabello oscuro, con tinte rosa en las puntas en su puño.
Mi entorno comienza a desvanecerse (la gente, la música) hasta que solo quedamos los dos. Todo lo que puedo sentir, oír, oler y saborear es a ese zorro plateado. Su sabor sangra en mi boca, lleno de humo y whisky de canela y miel, y es innegablemente Hunter. Las advertencias de salud no se equivocan: Los cigarrillos son malos para la salud y el olor no es agradable, pero Hunter logra hacerlos deliciosos. El sabor del whisky ahumado con un toque de menta baila desde su lengua hasta la mía, es para morirse.
Tira de mi cabello hacia atrás y deja sus besos hambrientos en mi mandíbula y en la curva de mi cuello.
—Eso se siente tan bien —jadeo, muerta de deseo, de placer... Hambrienta por él.
Ronronea profundamente contra mi piel y la chupa con su boca. Hace que mis venas ardan, disparan placer directamente hasta mi núcleo y hasta los dedos de mis pies. Sostengo su cabeza contra mí, sin querer que se mueva. Me está marcando. Todos los que me vean con él pensarán que él hizo esto y no se estarán equivocando.
—Por favor, Hunter —gimo, sin saber realmente lo que estoy pidiendo: solo sé que es algo más.
—Mi dulce bebé, nada me encantaría más que recostarte en la barra y tener ese lindo coño moldeado en mi polla. —Se inclina hacia atrás, no sin antes apretar su bulto duro como una roca contra mi estómago−. ¿Dejas que te lleve allá arriba? —susurra, tirando de mi labio inferior con sus dientes.
Sin aliento y estremeciéndome de pies a cabeza, asiento, sin poder pronunciar palabra alguna.
Baja su barbilla lo suficiente como para que estemos a la altura de nuestros ojos, y sus cejas se fruncen, formando una 'V' apretada entre ellas. Eso no ayuda a calmar mis nervios.
Mi pulso está por las nubes, mucho más alto que cuando hago ejercicio, lo que hace que la sangre me palpite con fuerza en los oídos.
—Dímelo con tus palabras. —Frunzo el ceño, un poco confundida—. Quiero que me lo pidas con esa linda y sensual boquita. Quiero que me digas que deseas que te lleve allá arriba.
Respiro profundamente, tratando de calmar el estruendoso alboroto de los latidos de mi corazón y el intenso zumbido entre mis muslos.
Suelto una leve risa y respiro de nuevo, para calmar mis nervios. La sonrisa en mi boca se ensancha, porque una travesura se me ocurre.
—Lo deseo, papi. —El apelativo que he empleado para llamarlo, parece que no le disgusta, sino que le fascina. Si me está llamando su bebé, él tiene que ser mi papi—. Deseo que me lleves allá arriba, me montes sobre tu regazo y me pases esa pecaminosa lengua por todo el cuerpo, mientras gimo por lo alto, porque tu polla está bien enterrada en mi coño.
En su mirada plateada refulgen las llamas de la lujuria, del deseo, del anhelo y de la necesidad. Deja de bailar, me toma de la mano y comienza a caminar hacia las escaleras que llevan a la segunda planta de la casa. Como una niña muy obediente lo sigo, hasta que llegamos a la tercera planta.
Antes de poder recuperar el aliento, después de subir todos esos escalones, él se apodera de mi boca y la devora. Apenas soy consciente de que entramos a una de las habitaciones vacías y él cierra la puerta con el talón y luego, con una mano, le pone el seguro.
Sin dejar de besarme, de embestir mi boca con su ávida lengua, con el peso de su cuerpo me va empujando hacia atrás, hasta que mis pantorrillas chocan contra lo que supongo es una cama.
Con una agilidad que me sorprende, sus manos me quitan el pequeño bolso que cuelga de mi cuerpo a un lado y luego desabrochan los botones de mi camisa y la saca de mi cuerpo, para tirarla al suelo.
―Date la vuelta ―dice, con voz tan baja y firme, que más parece una orden.
Parpadeo, suelto un suspiro tembloroso y hago lo que me dice. Solo doy un pequeño respingo cuando me agarra por la nuca y me empuja, de modo que tengo que apoyarme con las manos en la cama y quedo con el culo empinado para él y puesto a su entera disposición.
Me sube el dobladillo de la falda hasta la cintura. Se toma su tiempo, como si disfrutara de la expectación, y luego me quita los tirantes del sostén de los hombros. La tela se desliza de mis pechos cuando sus dedos lo desabrochan por la parte de atrás y también va a parar al suelo, junto con mi blusa.
«Dios, esto está pasando de verdad.»
―Inclínate un poco más, mi dulce bebé ―me ordena, y cuando le lanzo una mirada por encima del hombro, me dedica una sonrisa
lobuna―. Vamos, bebé. Si quieres hacerlo, lo haremos a mi manera, y quiero verte con ese culo bien elevado.
Tal pareciera que no hay cosas que no haría que este hombre me pidiera. Me inclino más y termino apoyando los antebrazos en el colchón.
«Dios»
Nunca he estado tan expuesta delante de un hombre y él tiene mi culo y mi coño justo como desea, para hacer lo que se le antoje.
Sus nudillos recorren mi columna vertebral y su tacto me pone la piel de gallina. Sus ojos me penetran.
―Me elegiste por una razón ―me dice―, y no es porque pensaras que sería blando y amable. Estoy seguro de que esta noche has estado rodeada de muchos hombres muy agradables que te habrían engatusado con gusto para que te quitaras la ropa y te metieras en una de estas camas, pero tú no los quisiste, ¿verdad? Me quisiste a mí, y eso es porque una parte de ti sabe exactamente cómo va a ir esto. Ya no piensas más, y ahora quieres dejarte llevar y sentir, pero podría estar equivocado. Tal vez lo que realmente quieres son palabras dulces y mimos después. Si ese es el caso, siéntete libre de salir por esa puerta e ir a buscar a otro hombre allá afuera.
—No es eso lo que quiero —asevero con firmeza—. Quiero lo que tú tienes para darme, quiero que tomes el control, hagas lo que se te antoje con mi cuerpo, y lo quiero ahora.
Sus ojos centellean morbo y lujuria mientras se va deshaciendo de su chaqueta y camisa. Apenas puedo verlo por encima de mi hombro, pero lo que veo hace que mi sexo palpite.
«Joder»
Está tan bueno. Mucho más bueno que los chicos de mi edad. Cada músculo de su abdomen como si hubiera sido cincelado con paciencia, parsimonia y delicadeza. Sus antebrazos son gruesos, fuertes y con musculos perfectamente formados. Los tatuajes cubren su pecho, se extienden por sus hombros y bajan por sus abultados brazos. Sus músculos se flexionan y no puedo elegir cuál quiero ver. Se me hace agua la boca... La boca y el coño, que ya ha empapado mis bragas, mientras sigo recorriendo sus bíceps, sus abdominales, sus pectorales, y luego su mandíbula apretada.
No puedo ver lo que hay debajo de su pantalón cuando se lo quita, mi propio trasero tapa mi visibilidad, pero siento la cabeza de su palpitante y gruesa polla rozando la fina tela que cubre mi abertura.
Con solo eso... eso tan poquito que me da a sentir, ya me siento loquita y mis paredes vaginales se contraen de pura necesidad de sentirlo dentro de mí, partiéndome y llenándome.
Cuando parece estar desnudo y listo, apoya sus manos a los lados de mi cadera. Una de ellas se desliza por mi nalga y tantea mis bragas de encaje n***o.
—Estás tan empapada, bebé —gruñe gustoso de saber cómo me tiene.
Jadeo cuando uno de sus dedos se mete dentro de mis bragas y se desliza por mis pliegues, embadurnándose con mis jugos. Luego lo saca y ante mi mirada asombrada, se lleva ese dedo a la boca y lo chupa.
—Qué deliciosa —sisea—. Sí que eres dulce, bebé.
Suelto un gemido solo con aquella imagen tan erótica.
«Oh, Dios»
Vuelve a meter su dedo en mis bragas y un segundo después, su intromisión me llena y me obliga a dejar escapar un gemido ahogado. Rodea mi clítoris con el pulgar, mientras su dedo penetra aún más y siento cómo mi humedad se derrama por toda su mano.
Mi espalda se arquea cuando introduce otro dedo, estirando mis paredes, lo que hace que casi me corra, pero retira bruscamente su mano, dejando la necesidad latiendo en mi interior.
Sus dedos se enroscan en los tirantes de mis bragas, tiran de ellos y lentamente desliza mis bragas por mis muslos y piernas.
—Sube el pie —ordena y levanto el derecho—. Ahora el otro —dice y levanto el izquierdo, hasta que saca completamente las bragas de mi cuerpo.
Si lo del dedo embadurnado con mis jugos me sorprendió, lo que hace con mis bragas me deja boquiabierta. Se las lleva a la nariz y como un degenerado, aspira mi aroma en ellas, cerrando los ojos como si aspirara el aroma del perfume más caro y lujoso.
«Oh, mierda»
Una sonrisa lobuna y jodidamente perversa tira de sus comisuras cuando aleja las bragas de su nariz y me mira.
—Te lo dije. Soy un viejo sucio y muy degenerado, bebé. Y estas —me enseña las bragas—, ahora me pertenecen.
Se agacha y me parece que está guardando mis bragas en el bolsillo de su pantalón, después, manteniéndose agachado, vuelve a sujetar mis caderas y esconde su rostro detrás de mi culo.
No puedo ver absolutamente nada y la expectación hace que todo sea mucho más emocionante.
La punta de su nariz roza esa piel tan sensible. Su barba me hace cosquillas y estoy segura de que me está olisqueando como un perro.
—Tengo que probarte, mi dulce bebé. Hueles tan jodidamente dulce. Necesito beber tu miel húmeda directo del grifo —gruñe y una milésima de segundo después, su pecaminosa lengua me saborea.
El fuego se dispara a través de mi abdomen, hacia todo mi cuerpo, poniéndolo a bullir. Su boca se aferra a mi resbaladizos pliegues y su lengua rodea mi pulsante nudo. Grito, hundiendo mis dedos en el edredón de la cama. Ondulo mis caderas contra su cara, buscando más.
—Mierda —gime contra mi carne—. Nunca había probado algo tan dulce.
Chupa mi clítoris entre sus labios, tira de él con suficiente presión para que me retuerza. Arrastra su lengua por toda mi hendidura, desde mi ano hasta mi clítoris, limpia mis labios vaginales y también lame mis muslos y los mordisquea. Él no deja sobras. Lo devora todo con angurria. Introduce su lengua en mi ano y lo chupa... Joder, lo chupa. Eso es completamente nuevo para mí. Nadie antes lo había hecho. Ningún hombre me había profanado como él, pero estoy bastante segura de que se volverá en mi jodida adicción.
—Vas a ser una buena bebé para mí y te correrás en mi lengua —demanda.
Su boca vibra contra mi sensible piel. Lame, chupa, rasguea mi placer más alto. Iguala el ritmo de mis gemidos sin aliento. Es embriagador y tan, tan placentero, que con un pop húmedo exploto. Convulsiono durante mi orgasmo. Soy un completo desastre y empapo su cara con mi humedad.
No me da tregua. Sigue acariciando mi clítoris palpitante, mientras sumerge su lengua nuevamente para lamer mi néctar. Me fuerza a un segundo y detonante orgasmo y termino hundida en la cama, hecha un completo desastre, boca abajo, con las piernas abiertas y extendidas. Me cuesta respirar. Mi pecho sube y baja, tomando bocanadas de aire. Pero él no ha acabado conmigo y viene a reclamar lo suyo.
Se cierne sobre mi espalda, mete su bajo bajo mi cuello y sus largos y gruesos dedos lo rodean. Me obliga a levantar la cabeza y hunde la suya en el hueco de mi cuello
—¿Qué pasa, bebé? ¿Ya estás cansada? —Muerde mi mandíbula, chupa el lóbulo de mi oreja y mi cuello—. ¿Ya no puedes con este viejo?
Con una agilidad que me sorprende y una poderosa fuerza, me hace girar como si yo fuera una simple hoja de papel. De repente, estoy sentada en su regazo, de espaldas a él. Su fuerte brazo rodea mi vientre y su otra mano sigue cubriendo mi cuello.
—¿Me vas a montar y me vas a mover el culo como lo estabas moviendo allá abajo?
Me sujeto a sus muslos, me acomodo encima de su polla erecta, meto una mano entre mis muslos y agarro su v***a entre mis dedos.
«Joder»
Es tan gruesa, tan dura, tan rugosa. Parece una jodida estaca que me va a empalar y seguramente a desgarrar. No creo que eso me quepa allí adentro.
Respiro profundo. Me puntea. Apenas la cabeza se mete entre mis labios y yo ya estoy temblando desde las puntas de los pies hasta la cabeza.
Sujetándolo fuertemente, dejo caer mis caderas y dejo que me penetre. Abro la boca y gimo de forma ahogada mientras me va llenando, mientras se va introduciendo profundamente en mí. Mis paredes luchan contra la salvaje intromisión. Mis músculos se contraen a su alrededor, atrayéndolo cada vez más profundo. Cuando la cabeza de su longitud golpea muy dentro de mí, algo intacto, y hace que se me hinche el vientre, comienzo a moverme.
Arriba, abajo, ondulo mis caderas, las contoneo, mi vientre serpentea. Grito. Estrellas blancas se astillan en mis ojos cerrados. Y como si todo lo que tengo dentro no fuera suficiente, la yema de su pulgar encuentra mi sensible clítoris y lo pule con movimientos poderosos, girándolo hasta que el calor se enrolla firmemente debajo de su capucha.
—Oh, Dios. Qué rico, papi—jadeo ahogadamente, a punto de estallar.
Los dedos de mis pies se enroscan. Es tan grande, tan grueso. Mi piel se pone de gallina.
—Mierda, bebecita —gruñe en mi oreja—. Estás tan apretada que vas a hacer que me corra pronto.
Sonrío satisfecha, pero la sonrisa rápidamente se borra y se transforma en una mueca de sorpresa cuando vuelve a girarme y me tiene boca abajo en la cama.
Este es su juego. A él le gusta controlar y va a llevarme al infierno.
Sube un pie a la cama y las embestidas se vuelven más bestiales. Golpea sin piedad contra mi tierno coño. Es un dolor tan jodidamente placentero, que en lo único que puedo pensar mientras voy alcanzando mi tercer orgasmo, es que podría hacer esto todos los jodidos días de mi vida.
Sin embargo, debo recordar que después de esta noche, no volveré a verlo jamás.