HUNTER MCKNIGHT

2905 Words
«Oh, mierda. Me he quedado dormida», pienso sin abrir los ojos. Me doy una última vuelta en la cómoda cama antes de abrirlos con cuidado y poco a poco distingo los contornos borrosos de la oscura habitación a la que he subido y donde he pasado la noche más emocionante de mi vida. El solo pensamiento del sexy zorro plateado me hace sonrojar y, como si alguien pudiera verme, me cubro la cara con el edredón y emocionada como una niñita con dulce en mano, chillo. Pero, entonces, oigo un zumbido molesto. Un zumbido que ya había sonado hace unos minutos, pero que en ese momento ignoré hábilmente. Me incorporo lentamente. Estoy un poco confundida y aturdida —los efectos del alcohol haciendo estragos en mi sistema— y miro a mi alrededor, con los ojos estrechados. Hunter ya no está aquí, seguramente se ha marchado mientras yo dormía. Me desanima un poco el hecho de que ni siquiera se haya despedido me haya despertado, pero bien. No sé qué esperaba de un acostón de una noche. Vuelvo a escuchar aquel zumbido y es entonces que caigo en cuenta de qué cosa es la que produce ese sonido. Como si alguien pudiera verme, me envuelvo en las sábanas y gateo sobre la cama para acercarme a la orilla y entre mi ropa, que yace esparcida en el suelo, busco el pequeño bolso de colgar que he traído y que está debajo de mi ropa. Cuando lo encuentro y lo tomo en mi mano, lo abro y saco mi teléfono: la fuente de aquel zumbido. En la pantalla miro el nombre de Gillian. Ella es la que me está llamando. Sin embargo, antes de que pueda desbloquear la llamada, esta se corta. —Mierda —mascullo al ver la hora que marca el teléfono. Ya casi son las 4 de la mañana, y yo sigo aquí, en vez de estar en mi casa, durmiendo, porque tengo que coger un vuelo temprano en la mañana. El teléfono vuelve a zumbar en mi mano y respondo al instante. —¡Qué mierda, Ree! ¿Dónde diablos te has metido? —ruge Gillian del otro lado—. ¡Te hemos estado buscando por toda la casa desde hace un rato y pensamos que te había pasado algo! Mis amigas podrán ser una mala influencia, pero no son el tipo de amigas que abandona a la otra en una fiesta. Si las tres salimos juntas, nos cuidamos y no nos vamos hasta que las tres volvemos a estar juntas y nos vamos como venimos. Así como está la situación, con tanta inseguridad y peligro en la calle, lo único de lo que nos podemos valer es de cuidarnos las unas a las otras. —Pues vaya búsqueda la que han hecho, porque aquí estoy, en la tercera planta. —¡No me jodas! ¡Te hemos buscado allí! ¿Estás con algún hombre, encerrada en alguna habitación? Mordiendo mi labio inferior me río, mientras en mi mente pienso que no ha sido un hombre cualquiera, sino, El Hombre. —¿Dónde están? Voy a bajar en un par de minutos —indico. —Te esperamos en la barra. —De acuerdo. Corto la llamada y, rápidamente, salgo de las sábanas que envuelven mi cuerpo y comienzo a coger mi ropa, para vestirme. —Mierda —mascullo al darme cuenta de que las bragas no están por ningún lado. ¿De verdad se las ha llevado, para ostentar como un trofeo del colágeno que se devoró? Chasqueo la lengua y restándole importancia al hecho de que deberé andar sin bragas, me visto el resto de la ropa. Una vez vestida, salgo de la habitación, sintiéndome desnuda porque la brisa me refresca el coño. Bajo las escaleras hasta la primera planta, sintiendo que ese zorro plateado me dejó molida. No hay un solo músculo del cuerpo que no me duela. En especial las piernas. Me siento como Bambi y solo espero no terminar caminando como él, sobre todo frente a las chicas, porque las burlas durarán de aquí al año 3050. —Hasta que te dignas en aparecer —se queja Gillian al verme, pues ella siempre actúa como la mamá de los pollitos. —Ya, ya. Como si ustedes no hicieran lo mismo —rebato. Ada se ríe y niega. —Es mejor que nos vayamos —dice, levantándose del taburete en el que se encuentra sentada. Miro a mi alrededor y me sorprendo de que la fiesta siga como si nada a estas horas. Es cierto que ya no hay tanta gente como al principio, pero hay la suficiente como para que la fiesta aún no acabe. —Bueno, ¿y esto cuándo se termina? —murmuro. —Ay, amiga —canturrea Ada, colgando su brazo alrededor de mis hombros—. Estas fiestas pueden durar hasta días, aunque no lo creas. Por eso te dije que Jakey hacía unas fiestas de locura. —Ya veo —es lo único que digo y, sin poder evitarlo, miro alrededor, esperando ver por allí al zorro plateado, pero nada. Ha desaparecido, dejándome solamente el recuerdo de la excitante noche que hemos tenido. [...] —Oh, Dios —me quejó suavemente, con la voz ronca por el sueño y el dolor de cabeza, cuando la alarma de mi reloj despertador comienza a resonar y a martillear mi cabeza a las 6 de la mañana. Siento que no he dormido nada y la razón quizá se deba a que, verdaderamente, no he dormido nada. Llegamos a nuestro departamento a las 4:30, ni siquiera me he molestado en desmaquillarme o cepillarme los dientes. Solamente me quité los tacones y me tiré en la cama, donde caí muerta de sueño. «Ya me imagino el desastre que debo lucir» A regañadientes, me levanto de la cama y voy al baño. Debo de apresurarme o perderé el vuelo, y de hacerlo, mi padre me va a matar en la primera oportunidad que tenga. Cuando me paro frente al lavabo, lo primero que hago es ver mi imagen en el reflejo del espejo. —Oh, mierda —gimo aterrorizada, ante el desastre que tengo al frente. Mi cabello es un revoltijo tal, que parece que una bandada de pájaros me atacó con sus patas y sus garras. Mi piel se ve pálida y mi maquillaje está tan corrido, que me parezco a Kayako Saeki, el fantasma de la película La Maldición. No tengo idea de cómo voy a hacer para arreglar este desastre en tan poco tiempo y presentarme decentemente frente a mi padre, pero algún milagro deberé de conseguir. Sin perder más tiempo, unto pasta dental en mi cepillo y comienzo a cepillar mis dientes. Como no lo hice antes de dormir, me cepillo como tres veces y hago varios enjuagues con el enjuague bucal. Cuando termino, me meto en la ducha y me baño, lavando mi cabello y untándole abundante acondicionador, lo más rápido que puedo. Allí mismo aprovecho para lavarme el rostro con el jábon facial. Termino, salgo y me seco en un santiamén. Envuelvo mi cabello en una toalla, me aplicó el desodorante y con una crema desmaquillante me quito el excedente de maquillaje que el jabón no ha podido quitar de mi piel. Allí mismo aprovecho para aplicarme crema humectante en el cuerpo. —Bien —susurro al ver mi cara limpia y me aplico crema humectante, para no parecer un muerte andante. Es sabido que los excesos y el desvelo arruinan la piel, así que me aplico bastante crema hidratante y un protector solar. Aunque tengo algunas ojeras bastante marcadas, ya no luzco tan espantosa y sonrío. Después, desenrollo la toalla de mi cabello y cojo el peine para desenredarlo. Cuando termino, agarro la secadora y comienzo a secar mi pelo a la velocidad de la luz. Mientras lo hago, imagino la cara que pondrá mi padre cuando vea los mechones rosas. «Quizá con eso me deje ir y así no tendré que pasar las vacaciones de invierno atada a él.», pienso. La verdad es que no lo entiendo. Si, según él, yo soy una vergüenza para su carrera y no le gusta que sus amigos y colegas me vean, para que no arruine su perfecta vida, ¿para qué requiere de mi presencia en estas vacaciones? Yo tenía planes con mis amigas. Nos íbamos a ir de viaje a Hawai, íbamos a pasarla bien las tres, divirtiéndonos después de tanto estudio y trabajo, porque sí, es cierto que nos gusta la fiesta, pero somos bastante responsables con la universidad y con el trabajo. Podemos desvelarnos en fiestas, pero jamás hemos faltado un día a clases o a trabajar, ni siquiera cuando hemos estado enfermas. Pero bien, como sea sigue siendo mi padre y para que mire que no soy tan mierda como cree, y porque a pesar de que él si ha sido una mierda como padre y yo si quiero mantener una relación con él, voy a acudir a su demandante y urgente llamado de último momento, porque apenas anteayer me llamó para pedirme que fuera a Harrisburg con urgencia. ¿Qué querrá? Solamente él sabrá. Porque yo dudo que se trate de entablar lazos con su única hija, si a ese hombre lo único que le interesa es su maldita política. Seguramente, quiere que lo acompañe a alguna campaña o reunión y finja ser la hija perfecta. Ruedo los ojos hasta ponerlos en blanco y mejor me dedico a continuar alistándome, porque el tiempo se me acaba y voy a perder ese bendito vuelo. Es verdad que bien podría irme en coche hasta Harrisburg, porque no es tan grande el trayecto hasta allá, pero prefiero evitarme todo el tráfico y ya que mi padre dijo que me quería temprano, me es más conveniente el vuelo en avión, para evitarme cualquier retraso y no tener que escuchar las quejas de mi padre, mientras me recrimina que nunca puedo hacer una cosa bien. Termino con mi cabello. Se ve liso, aunque no tan brilloso, pero no puedo pedir más, después de la noche que he pasado. Miro la hora en el despertador, todavía estoy a tiempo y me doy una manito de gato con un poco de maquillaje: Un primer, corrector para las ojeras, un poco de polvo compacto, rímel, un rubor no tan intenso, sino solo algo que le dé calor a mi rostro pálido, delineador para hacerme el delineado de gato y un poco de brillo. Me visto: unos jeans negros ceñidos al cuerpo, de tiro alto, un jersey holgado, de lana, en color beige y botas sin tacón a media pierna en color café. Me aplico perfume, me pongo el abrigo café encima, me doy la última vista frente al espejo, soltando un suspiro de resignación, porque bien podría estar esperando viajar a Hawai, en lugar de a Pensilvania, tomo la maleta que he dejado lista desde el día anterior y dando la vuelta, salgo de la habitación. Ada duerme en el sofá de la sala. No quisiera despertarla, pero como no la veré en dos semanas y como además me emperra que ellas vayan a disfrutar de las paradisíacas playas de Hawai, mientras yo seguiré congelándome el culo en Harrisburg y soportando a mi padre y sus exigencias tan meticulosas. Sonrío dulcemente al ver lo tierna que se ve durmiendo, pero luego la sonrisa se me transforma en una perversa, saco mi teléfono, pongo el volumen a todo lo que da, lo conecto a los parlantes Bluetooth y ejecuto un sonido de alarma con sirenas y todo aquello que sea estruendoso y las saque de sus dulces sueños. Mi plan funciona de maravilla. Ada da un respingo, asustada, sus ojos bien abiertos como de caricatura cuando se sienta y voltea a ver a todos lados, alarmada, mientras yo me muero de la risa. De la habitación también aparece Gillian, corriendo asustada. —¿Qué mierda es lo que pasa? —exclama. —¿No lo ves? Es esta pendeja que nos está jugando una broma, para despertarnos —señala Ada, molesta, mientras yo sonrío inocentemente. —Lo siento, señoritas, pero no las veré en dos semanas y necesitaba despedirme de ustedes. Además, no me parecía justo que yo me tuviera que despertar temprano para ir al infierno, mientras ustedes siguen durmiendo tan plácidamente. —¿Y quién te manda a andar de puta y dormirte después de coger con el tipo más buenorro de la fiesta? —protesta Gillian, que me mira con mirada asesina. Ruedo los ojos y soltando la maleta, me acerco a Ada, me siento en el sofá y la estrangulo con el fuerte abrazo que le doy. Beso sus mejillas y la suelto, cuando ella también me besa la mejilla. Luego, voy donde Gillian. Esa es más seca que la rama seca de un árbol, así que cuando ve que me le acerco, da un brinco hacia atrás y estira las manos, tratando de formar una barrera, para que no me le acerque. Sin embargo, yo soy insistente y si hay algo que disfruto mucho es sacarle la piedra y molestarla, así que, haciendo caso omiso de sus amenazas de no acercarme, la rodeo con mis brazos y para emperrarla más, le doy besos por todo el rostro. Me parto de la risa al ver lo cabreada que se pone y finalmente la suelto, feliz porque al menos tendré algo de que reírme mientras esté en el infierno. —Cuídense, chicas. Las quiero mucho y espero que se diviertan mucho y beban mucho en mi nombre. —Sí, sí. Ya vete con tu lindo papito de una vez por todas —espeta Gillian y me da un empujón. —Eres tan dulce, que temo que un día me dé un coma diabético por tu culpa. Con los ojos volteados, me hace divertidas muecas de exasperación y luego se cruza de brazos. —Si tu padre se pone muy pesado, recuerda que te estaremos esperando en Hawai, con mucho alcohol y unos tipos bien buenos, para que nos den más de ese calor que necesitamos —dice y le sonrío. —Yo solo sé que ya quiero que te vayas, porque quiero seguir durmiendo un poco más. Tengo una resaca de los mil demonios y siento que voy a morir —habla Ada. —Parece que a ti, se te están pegando las malas mañas de esta insensible —le reprocho a Ada, señalando a Gillian—. Pero, bien. Ya me voy y las dejo para que sean felices en su viaje. —No seas tan dramática —espeta Gillian. Agarro mi maleta y veo la notificación en mi teléfono de la aplicación de Uber. El que reservé el día anterior ya ha llegado. —Bueno, como les dije, pasénla bien en Hawai. Nos vemos en dos semanas. Les lanzo besos con las manos y finalmente salgo del departamento, para ir a buscar mi Uber. [...] Al menos, la hora que ha durado el vuelo desde Nueva York, hasta acá, me sirvió para dormir un poco más. Aunque el viaje habría sido mucho mejor, si al menos mi padre se hubiera dignado en enviar su avión privado por mí o si me hubiera pagado un pasaje en primera clase, siquiera, porque a mí solo me ha alcanzado para pagar la clase económica, y eso porque cambié los boletos de mi viaje a Hawai. Resoplo con desánimo mientras salgo por las puertas principales del aeropuerto y busco un taxi. Le doy la dirección de la casa a la que debo ir. Casa que, por lo que yo sé, no le pertenece a mi padre, así que me intriga saber por qué razón mi padre decidió llamarme en ese lugar. La casa queda al otro lado de la ciudad, por lo que el recorrido es lleva muchos minutos. Es una pena que esté gastando mis ahorros en esto y no en darme unas merecidas vacaciones, como lo había planeado. El taxi finalmente llega a la dirección. Es una zona residencial en la que solamente hay mansiones de millonarios. Se estaciona frente a la enorme mansión en la que se supone que mi padre me espera. El taxista me ayuda a sacar la maleta, le pago y le doy propina, le agradezco y camino hacia la entrada de la casa. Me paro frente a la puerta, toco el timbre y mientras espero que me abran, me remuevo un poco nerviosa y miro alrededor, mientras me pregunto a quién le pertenecerá esa casa. Pasan unos segundos, hasta que la puerta se abre y mi boca casi cae al suelo por la impresión, cuando me giro y mis ojos se encuentran con aquellos ojos grises que me estuvieron cautivando durante toda la noche. —¿Q-Qué haces tú aquí? —le pregunto con la voz vacilante y desconcertada. No le da tiempo a responder, porque detrás de él aparece la figura de mi padre. Se para a su lado, le da un golpecito cordial en el hombro y me sonríe. —Reese, me alegro de que hayas llegado —manifiesta, con ese tono amable que emplea con las personas durante sus campañas políticas—. Y veo que ya conociste a Hunter McKnight —mira al zorro plateado—. Él es mi cuñado, el hermano de mi prometida y tu futuro tío. «Que me lleve la mierda»
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