Dos hombres se encargan de subir la montaña de maletas al avión, mientras los veo hacerlo, me acomodo la bufanda en el cuello, tapando mis mejillas que se están congelando. Tirito gracias a una corriente de aire tan helado como el hielo que se cala hasta los huesos como filosas dagas. Luego, volteo en dirección a mi zorro, que habla con el piloto, el copiloto y la sobrecargo del avión, dándoles instrucciones y dejándoles muy en claro que soy su novia y que deben tratarme como es debido. Los hombres terminan de subir mis maletas y Hunter de darle indicaciones al personal de vuelo, así que regresa su atención a mí. —Quiero que me llames apenas llegues —dice. Su voz es firme y autoritaria, tal y como siempre, no dejando lugar a réplica. Su semblante y su postura entre intimidante y disconfo

