1 Libertad
POV Edgar
La niñez fue la etapa más feliz de mi vida. Siendo niño, no te preocupas por nada.
La tenía a ella… mi mejor amiga.
Pero como todo en esta vida cambia, no íbamos a ser la excepción.
Me pregunto si aún me recuerda… solamente fueron cinco años.
Me permito esbozar una nostálgica sonrisa por volver a ver las calles dejando atrás las puertas de la cárcel.
Fui arrestado por allanamiento y robo a casa habitación, posesión de arma de fuego y estupefacientes.
Esa noche, ella lo presenció todo.
Soy consciente de que la lastimé.
Me apreciaba, y muchas veces intentó alejarme de todo eso que me perjudicaba, pero… yo no la escuché.
—¡No vayas con ellos, Edgar! —suplicaba a gritos esa noche aferrando sus manos a la manga de mi camisa.
—No pasará nada, Nat. No es nada malo, en serio —aseguré tratando de convencerla.
Estaba desesperado por sentir el éxtasis que me provocaba meterme una línea de coca. Tenía dos días sin meterme nada y ya lo necesitaba, por lo que estaba dispuesto a conseguir lo que quería a como diera lugar. Solamente que, no lograba hacer que ella me dejara tranquilo.
Sus ojos estaban rojos y cristalizados a punto de llorar. Pero se aguantaba haciéndose fuerte, y aun así se reflejaba la preocupación en su rostro.
—¡No!, Edgar. Entiende que, si te vas con ellos podrías terminar hasta muerto. No hagas eso ―suplicó―. No lo necesitas. Yo te ayudo, pero no lo hagas.
—Está bien, está bien —repetí con el pulso acelerado por la ansiedad.
—¿De verdad? —preguntó con un aire de esperanza y asentí evitando mirarla.
Verla así, me estrujaba el corazón. Mi inmadurez no me permitía en ese momento dar un paso atrás.
—Edgar, no jodas ―dijo Abel molesto y decepcionado en cuanto llegó―. ¿Otra vez, cabrón?
—Carajo, Abel. No empieces tú también —protesté mirando a mi alrededor con desesperación.
—¡No, Edgar! —exclamó—. Ella se preocupa por ti. Todos nos preocupamos por ti, y te importa un carajo, cabrón.
—¡Yo no les he dicho que lo hagan! ¡¿O sí?! —espeté molesto harto de que todos me dijeran lo mismo—. ¡No necesito nada de ustedes!
Ella me soltó dando un respingo.
No había forma de retractarme a eso, ya estaba dicho.
Me fui corriendo de ahí dejándolos solos por primera vez.
Para ser sincero, soñaba una vida entera con ella. Deseaba ser más que su amigo, pero una simple pregunta me hacía volver a la realidad: ¿Qué podía ofrecerle un bueno para nada como yo?
En cambio, Abel lo tenía todo; era dedicado a sus estudios, no conocía de carencias o pasar hambre. Su familia siempre fue perfecta. Duré años peguntándome: ¿cómo es que alguien de su nivel, estaba metido en un barrio como este, marginado por la sociedad?
Corrí hasta la parte trasera de la iglesia donde estaban aquellos a quienes consideraba mis amigos. Según yo, me entendían. Pero fueron esas malas amistades las que me alejaron de mi familia, mis verdaderos amigos, y de ella. Las paredes estaban pintadas en grafiti con letras que marcaban el territorio “Campos 13”, y algunos apodos de los que ahí se juntaban. Era un callejón angosto donde ni siquiera las personas de la zona se atrevían a transitar.
Podía meterme cualquier otra cosa que me mantuviera fuera de sí; conseguirlo era fácil, y hasta gratis. Pero no, la cocaína se sentía mucho mejor, y para conseguirla necesitaba dinero que no tenía. No trabajaba ni estudiaba, así que lo más fácil para conseguirla era robar.
El plan consistía en meternos a la casa de un viejito que vivía solo al otro lado de las vías. Era un riesgo porque pasaríamos los límites de un territorio que lideraba otra banda de cabrones.
Todo salió mal, pero no fue precisamente por esos tipos. Nosotros íbamos armados. Oscar consiguió las armas, y hasta hoy no tengo idea de dónde; aunque puedo imaginarlo. Ese tipo tenía muchos contactos, pues conocía gente que se dedicaba a mover esos negocios. Tenía ubicados los puntos de venta, dónde empezaban y terminaban las plazas. Sabía moverse porque era un puto halcón que trabajaba para un cartel que en ese tiempo se hizo notar mucho.
Logramos pasar las vías y entrar sin problemas a la casa del anciano, pero alguien nos vio y llamó a la policía.
No teníamos ni media hora buscando entre las pertenencias del anciano, cuando vimos el rojo azul de las torretas colándose por las ventanas, sumándose a la poca luz que nos daban las luminarias de la calle.
—Esto no está bien, no está bien —repetía Lucas, uno de mis acompañantes bajo la influencia de la marihuana.
Estaba perdido, desesperado, y no estaba consciente de sí mismo.
—¡Puta madre! ¿Y ahora cómo vamos a salir librados de aquí? —inquirió susurrando Oscar, mientras corríamos a escondernos en la cocina.
—Nos van a matar, nos van a matar, nos van a matar —murmuraba Lucas.
—¡Salgan de ahí! ¡Ya los vimos! —ordenó uno de los policías tras haber entrado al domicilio.
Eso alteró a Lucas provocando que se levantara una y otra vez, asomando su cabeza por la barra desayunadora que dividía la cocina.
—No pienso regresar a la cárcel, hermano —susurró nuevamente Oscar.
Él ya había estado encerrado antes, pero se escapó. Si lo agarraban, tendría aún más cargos en su contra.
—¡Puta madre! — exclamé en un susurro, asustado—, cállate cabrón. Piensa mejor cómo vamos a salir de este puto problema.
—¡Sabemos que están armados! ¡Salgan con las manos donde pueda verlas!
—Nos van a llevar si no hacemos nada, Oscar. Dijiste que sabías lo que hacías, y mira el puto problema en el que estamos ―reclamé como si yo no tuviera culpa de nada.
—Nos van a llevar un carajo, cabrón. Te metiste solo ¿o no? Nadie te obligó.
—Al carajo contigo, Oscar ―Me dispuse a levantarme, pero el imbécil me estiró del brazo regresándome a mi posición.
—No, hermano. Ni se te ocurra. Yo ahí, no regreso —negó desesperado—. Este problema ya valió v***a.
Se levantó y comenzó a disparar a los policías sin ver hacia donde dirigía los tiros. Lucas le secundó poniéndose completamente loco y descontrolado.
Yo estaba casi cagándome en los pantalones del miedo, solamente atiné a cubrir mis oídos con ambas manos hasta que las balas se les terminaron.
No le dieron a ninguno de los polis, pero pude ver casi en cámara lenta el cuerpo de Oscar desplomándose al lado mío, con borbotones de sangre derramándose por su cuello. Me miraba ahogándose con su propia sangre, y con los ojos totalmente desorbitados; se estaban dilatando. Tras unos minutos, Lucas se levantó intentando correr, pero uno de los policías logró someterlo y desarmarlo.
Aunque hubiese intentado huir, no lo habría logrado. Estaba acorralado, y el miedo que me provocaba el sonido gutural que salía de Oscar, me tenía aterrorizado pensando que podría haber sido yo quien hubiera estado en su lugar.
Aventé el arma al tiempo que me incorporé. Salí con las manos separadas a la altura de mi cara y las palmas abiertas. Los policías estaban alertas sin dejar de apuntarme. Caminé despacio hacia ellos. Uno se apresuró a agarrarme las manos para posicionarlas en mi espalda, y posteriormente esposarlas. Su compañero me registraba, y otro se dio a la tarea de verificar que no hubiera más intrusos.
Nos sacaron de la casa colocando una mano sobre nuestra cabeza haciéndonos mirar hacia el piso, y la otra sobre las esposas.
Mucha gente estaba reunida viendo el arresto, incluyendo a Natalia y Abel.
Cuando nos subieron a una de las patrullas, pude ver a un poli acordonando entre dos coches una cinta amarilla.
Otros tres, impedían el paso tratando de alejar a un grupo de chismosos que intentaban ver por encima de ellos.
Nuestra estupidez nos superó. Una bala perdida se había cobrado la vida de un niño; la mujer que abrazaba el cuerpo, lloraba desconsolada negándose a soltarlo.
Oscar estaba muerto. No supe a dónde se llevaron a Lucas, y ella… ella me miraba decepcionada mientras Abel la abrazaba.
Alcancé a ver lágrimas en sus ojos, y lo único que hice fue agachar la cabeza como un puto cobarde.
Esa noche, lo perdí todo.
En ese entonces era menor de edad, así que me enviaron a una correccional para menores. El abogado que el gobierno me proporcionó era de oficio, y no resolvió nada de mi situación.
Mi mamá no faltaba a un solo día de visita; era en realidad la única que iba a verme. Mi papá nunca se paró, y a mi hermano lo vi únicamente el primer año, pero fueron contadas las veces.
Con los años, el aspecto de mi mamá se fue deteriorando. Su cabello encaneció, se abultaron ojeras bajo sus ojos, lucía cansada, enferma, pero nunca se quejó ni me reprochó nada.
Cuando cumplí los dieciocho años, me trasladaron al CERESO (Centro de Reformación Social); la cárcel para mayores. Duré dos años esperando sentencia ya que, en este país y con este puto sistema de mierda, no avanzan los casos si no eres influyente.
Finalmente, mi hermano quién se había negado a verme por cuatro años, decidió perdonar la pendejada más grande que había hecho en toda mi vida.
Javier estudia Derecho especializado en lo Penal, y utilizó su influencia para sacarme de ese maldito agujero. Logró conseguirme una fianza justa; más de lo que merecía en realidad.
Mi mamá no sabe que he salido, y Javier quiere darle la sorpresa.
Me da nostalgia el color melón que cubre las paredes de la casa; algo agrietadas y descoloridas por el tiempo.
Me detengo en la entrada para cerrar el barandal, y de pronto siento ese impulso de voltear a donde vive ella, albergando la esperanza de verla; si es que aún vive aquí… pero no aparece. Entro a la casa, y mi mamá me recibe hecha un mar de lágrimas sorprendida, sin poder creer lo que tiene frente a sus ojos. La abrazo sin ver señales de mi papá.
—Mi muchachito… ¿cómo pasó esto?, ¿en qué momento…? —se interrumpe limpiándose las lágrimas con el delantal que lleva puesto. Javi se sienta en uno de los sillones que hay en la pequeña sala—. Esperé por cinco años este momento hijo.
—Cinco años que, espero te hayan servido de escarmiento cabrón. No tienes ni puta idea de lo que tuve que pasar para sacarte de ese puto problema en el que te metiste —Permanezco en silencio. Él tiene razón—. Desperdiciaste cinco años de tu vida, Edgar.
—Javier… —interrumpe mi mamá en un tono cansado, pretendiendo que no siga.
—Fuiste un puto egoísta. No pensaste en los demás —continúa haciendo caso omiso—. Te enganchaste con las drogas, te metiste a robar a una casa armado, y un niño murió por las pendejadas que hicieron tus amiguitos y tú. ¿En qué carajo estabas pensando, cabrón?
—En nada, hermano. No pensaba en nada. No justifico nada de lo que hice, porque sé que tengo toda la culpa. Y tuve mucho tiempo para reflexionar en el resultado de mis acciones.
—Espero que estés hablando en serio, cabrón. Porque si vuelves a meterte en esos putos problemas, a ver quién te saca de eso, eh. Si eso pasa, conmigo ya no cuentas.
Se levanta y camina en dirección al cuarto. Yo me quedo con mi mamá y su mirada nostálgica, haciendo justicia a los cinco años que no estuve con ella.
—Estoy segura de que ahí no comías bien, ¿verdad, mi amor? —pregunta observándome de pies a cabeza.
—No se preocupe por eso mamá —Trato de sonar sereno para que no se altere llorando más.
—Es que te ves tan delgado. Pero ven y siéntate, mi amor. Debes estar hambriento —añade abriendo la silla en la mesa de cuatro.
Se acerca a la alacena para sacar platos y vasos, y yo la sigo para ayudarle a poner en la mesa lo que va sirviendo.
—¡Javier! ¡Vamos a comer! —grita contenta.
—¡Ya voy mamá! —contesta mi hermano desde el cuarto.
Segundos después, sale y se acerca a la mesa. Me siento, y observo que teclea mucho en su celular. Tras apagarlo, lo guarda en el bolsillo de su pantalón para tomar asiento. Mi mamá saca del refrigerador una jarra con agua, la pone sobre la mesa y comenzamos a comer unas milanesas de pollo empanizadas, acompañadas con arroz rojo.
—Tienes que estudiar —comenta Javi vertiendo agua dentro del vaso.
—Lo sé, es solo que…
—Nada —interrumpe—, trabajas. Estudias. O las dos cosas, cabrón. No vas a andar otra vez por ahí de vago para caer en lo mismo. Aprende de tus putos errores, hermano. Madura, y evita terminar muerto en la calle.
Asiento apretando los labios en una línea quedándome en silencio, mirando uno de los vasos vacíos.
—Come hijo, se te enfría —pide mi mamá sin objetar nada de lo que dice Javi.
No la culpo en realidad. Mi hermano lleva las riendas de la casa. Es diez años mayor que yo y desde que recuerdo, siempre ayudó con el sustento de la casa; ya fuese vendiendo chicles, limpiando zapatos, o haciendo mandados a los vecinos.
Asiento, y permanezco en silencio hasta terminar.
Es incómodo que nadie diga nada. Solamente se escucha el barbullo de la gente en la calle, y el golpe de los cubiertos contra la cerámica de los platos.
Doy un pequeño respingo tras el sonido del barandal siendo golpeado por un balón. Se logra ver desde donde estamos, a tres niños que corren entre risas. Mi mamá alza un poco el mentón para ver a través de la ventana sin levantarse. Cuando se van, regresa a lo suyo sin desperdiciar cada oportunidad para verme, y dedicarme una sonrisa. Javi se limita a observar nada más.
Tras terminar, él se levanta para irse al cuarto otra vez. Mi mamá se acerca al fregadero y yo le acerco los platos sucios de la mesa. Aprovecho para asomarme por la ventana esperando tener la suerte de ver a Natalia.
—Voy a salir, mamá —anuncia Javi encaminándose a donde estamos, y me incorporo girándome hacía él—. Voy con Abi.
—¿Vas a regresar? —inquiere curiosa.
—Sí. En la noche —Se acerca a ella depositando un beso en su mejilla—. Te veo más tarde hermano.
Me da una ligera palmada en la espalda, y termina de colgarse su mochila sobre los hombros.
—Mamá, ¿quién es Abi? —pregunto con curiosidad en cuanto Javi sale de la casa.
—La novia de tu hermano. Es una muchacha muy simpática, te va a caer bien cuando la conozcas.
—Si es que él quiere —murmuro, pero sí me escucha.
—Claro que va a querer hijo. Se conocieron en la facultad, pero ella estudia contabilidad.
—Ya. ¿Quiere que le ayude en algo más, mamá?
—No mi amor, tranquilo. Mejor ve y descansa, debes estar cansado. Duerme un rato, voy a la tienda por unas cosas y regreso —asiento.
La nostalgia golpea a mi rostro al entrar. Los postes de grupos que eran el hit del momento, siguen pegados en la pared.
[…]
Una regla primordial dentro de la cárcel, era dormir casi con un ojo abierto. Si uno tiene el sueño pesado, ahí adentro aprendes a hacerlo ligero; si es que quieres seguir vivo.
—No quería despertarte —Se apresura a decir mi mamá.
No sé en qué momento me quedé dormido, pero en cuanto sentí la cama hundirse con su peso, abrí los ojos.
—Está bien, no pasa nada. ¿Qué hora es?
—Son casi las seis —Me incorporo sentándome con su mirada sobre mí—. No te quedes encerrado, busca a tus amigos.
—¿Cuáles amigos, mamá? —inquiero cabizbajo.
—¿Cómo que cuáles, mi amor? Ricardo, Abel —Sigo con la mirada fija en el piso. Hasta que la nombra a ella, levanto la vista—. Natalia.
La nombra con un tono suave, acompañado de una cómplice sonrisa. Y es que, para mi mamá nunca fue un secreto lo de Nat. De niño, le preguntaba sobre qué cosas le gustaban a las niñas, y la verdad no me avergonzaba que ella lo supiera.
—¿Todavía vive aquí? —Asiente.
—Ve, búscala. Estoy segura de que se va a poner muy contenta de verte.
Tras pensarlo unos segundos, me levanto. Camino al baño, me echo agua en la cara con las manos para despertar bien, y me dirijo a la puerta.
—Vengo en un rato mamá.
La veo asentir, y salgo de la casa.
No creí correr con tanta suerte, hasta que la veo salir de su casa.
Camina concentrada en su celular al tiempo que se acomoda la mochila sobre el hombro. No es la adolescente que recuerdo.
Se ha dejado crecer el cabello. Se mueve con gracia meneando ligeramente sus caderas. Trae unos jeans que le ajustan marcando a la perfección cada una de sus curvas, y una blusita sencilla color azul ceñida a su cuerpo que le marca un busto bastante desarrollado, perfecto, precioso. Me quedo paralizado, y con los nervios enloquecidos. No pensé que volver a verla me provocaría todo un mar de sensaciones y emociones.
Sonrío fascinado por esa niña que me robó una vez el corazón, y que ahora está hecha una mujer que me ha dejado sin aliento.
Guarda el aparato en el bolsillo trasero de su pantalón, y voltea en mi dirección. Me mira como si fuera una aparición.
Mientras me detengo pensando si acercarme o no, es ella quien camina apresurada hacia mí. Eso me anima a dar un paso y retomar mi andar, pero ella lo detiene lanzándose hacia mi con un inesperado abrazo.
—¡Edgar! —exclama contenta.
Francamente, no esperaba esta reacción de ella después de lo que hice. Supuse que no me hablaría más.
Correspondo su abrazo deslizando mis manos por su esbelta cintura, provocando que se me erice la piel. Pego su cuerpo al mío, sintiendo su voluptuoso pecho contra mi torso, y me embriago de su aroma; chocolate. Su cabello huele a chocolate.
La extrañé mucho.
Se incorpora acomodando nuevamente su mochila, y me mira sonriendo mientras limpia algunas lágrimas que resbalan por sus mejillas.
—¿Estás bien?, ¿cuándo saliste? —cuestiona con la voz quebrada.
No puedo evitar perderme en su mirada, y es que tiene unos ojos tan hermosos de un color avellana claro.
—Hoy —respondo, pero me cuesta mantener la calma.
¡Me pone nervioso!
—¿En qué momento?, ¿a qué hora?
—Llegué en la mañana ―digo sin dejar de mirarla―, casi a medio día.
—¿Y estás bien? —Vuelve a preguntar.
—Sí —musito.
Me atrevo a acariciar su mejilla con mi pulgar. Su piel sigue siendo suave, pero bronceada lo cual es algo nuevo para mí. Se muerde el labio inferior al roce de mi tacto tratando de contener una sonrisa.
¡Cómo deseaba volver a tocarla!
—¿Y tú? —inquiero mirando directamente a su boquita.
—Y-yo… —titubea y puedo ver que sus mejillas se ponen un poco coloradas.
—Estás muy guapa —Me atrevo a decir interrumpiéndola, para hacer a un lado la tentación de besar sus labios.
Esos labios que más de una vez desee tocar con los míos.
Esos labios que lucen tan ricos y quiero probar con más ganas.
De pronto se escucha el sonido de su celular, pero no lo atiende, solamente deja escapar un suspiro acompañado de su bella sonrisa.
—Tengo que irme ―anuncia con pesar―. ¿Te puedo ver al rato?
Asiento. Me toma por sorpresa con un beso en la mejilla, y se va volteando sobre su hombro un par de veces.
Me quedo como pendejo mirándola mientras se va. Tiene un cuerpo que uff… imposible no prestarle atención, es bellísima, atractiva… hermosa.
Ella es consciente de que la observo caminar, y contonea las caderas con gracia.
Esbozo una sonrisa negando con la cabeza tratando de despejar mi yo perverso, y me encamino hacia la casa de Ricardo.
Me encuentro con las miradas juiciosas de las vecinas. Me hacen sentir incómodo, pero ni modo, no me queda más que aguantar.
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Historia en proceso de edición y corrección.
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Primer borrador: 29/10/2018.