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Lucifer; Oscuros Deseos.

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Blurb

—Soy Lucifer, mucho gusto —declaró seguro de sí, destapando la capucha roja con lentitud, mientras que el brillo de la luna reflejaba su sonrisa burlona y macabra, intensificando el rojo sangre de sus iris. Podía notar la energía que emanaba de su cuerpo, donde solo notaba el odio y la ferocidad que gritaba su interior. La oscuridad lo rodeaba, como una señal, decía por si misma de lo que vivía y estaba hecho; un profundo abismo, lleno de fuego, deseos peligrosos y tentaciones. El peligroso mundo tras él, excitante y macabro a la vez. No era un hombre como lo describían las leyendas y mitos, no tenía cachos, ni cola, mucho menos era rojo, lo único que tenía era ese color profundo en sus ojos, que cada vez se volvían mas intensos. Bajo su traje n***o marcaba la fisonomía que se perdía entre la tela fina, deseando cada centímetro de la costura estallar por completo y dejar a la luz lo que nadie podría aguantar, lo que él disfrutaba provocar; placeres peligrosos. Él Diablo, el hombre perfecto, el abismo detrás de la mirada, el fuego de un interior deseoso, la pérdida de todo sentido. Por supuesto, no podía faltar el hecho de que sus facciones corporales estaban bien perfeccionadas, para no decir más, la mandíbula se mostraba como si fuese solamente un dibujo perfeccionista, la sonrisa con la dentadura blanca, acompañados de carnosos labios, pintados de un carmesí perfecto. No podía asegurar si así era realmente, o si así había sido de Ángel, antes de tocar el fuego, pero era el hombre perfecto, pero no en todo el sentido de la palabra. Lamentablemente estaba lleno de ira, y todo lo que se consideraba malo, peligroso y prohibido. Solo pude soltar un jadeo de sorpresa, luego de imaginar de todo, al sentirlo tan cerca, que podría rozar nuestras narices. Sentía las piernas débiles, el pulso frágil y la respiración entre cortada. Podía sentir su aliento hacer un recorrido hacía el costado izquierdo de mi rostro, causando explosiones extrañas en mi interior. Muy en el fondo sentía miedo, tenía el temor de punta a punta, mientras que por los poros de la piel salía sensaciones desconocidas. Rozó sus labios por el lóbulo de mi oreja, llevando consigo una corriente de electricidad, después de haberlos visto bañados en sangre, por las personas asesinadas a su llegada. Solo bastaron dos palabras para hacer que miles de mariposas explotarán en calor—. Serás mía.

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BESTERY WELL Un pueblo ubicado en las montañas altas de una ciudad que corría por unos cientos de kilómetros. No les afectaba el estar tan lejos de ellos, casi ni que eran recordados. Nadie le preocupaba tan acto, sólo les gustaba vivir en su pueblo, y cuando a sus jóvenes les tocaba salir de allí a la universidad, era una despedida más para conocer el mundo fuera de ese extraño pueblo. En una cabaña un poco alejada de las demás, un caluroso y agradable ambiente, convivían dos personas; una madre y su hija, Liseth. —¡Mamá! —llamó insistente la pequeña castaña a su madre. —¿Si cariño? —respondió tiernamente, mientras sacaba algunos elementos para hacerle las típicas trenzas a Liseth antes de dormir. —¿Me leerías un libro antes de dormir? —preguntó con sus manos juntas, como una súplica. Los ojos le brillaban a través del fuego de la chimenea. —Por supuesto, ve a escoger alguno. —¡Si! —llegó a saltos enfrente de la librería, donde cada título llamaba su atención. No había tenido la oportunidad de leer alguno—. Ya se cuál —pronunció, e iba a tomar un libro celeste que tenía un nombre peculiar, como cuento de hadas, pero a centímetros de tenerlo en su manos, otro cayó golpeando su brazo. Miró a su madre, como si ella pudiera darle una respuesta, pero estaba concentrada en otra cosa. Se agachó poco cautelosa, y lo tomó en sus manos. El nombre no era tan llamativo, pero eran pocas las páginas y el color rojo de su pasta estaba gastado, un parte quemada. Le hacía parecer interesante, además de que no lo había visto en la librería. —¿Encontraste algo Liseth? —Si, si —se adelantó a ella, se sentó frente a ella dándole la espalda, no sin antes entregarle el libro. La madre estaba en un sofá individual, y la pequeña sentada en el piso, para que luego la peinara. —Que libro tan extraño has escogido, Liseth. No sabría decirte si la quemada es por decoración, o se formó por qué alcanzó a cogerlo el fuego —lo miró de adelante hacia atrás. —Pensé que sería interesante. —Ya veremos —pronunció, mientras colocaba el libro en algún lugar de la mesa a su lado, mientras al mismo tiempo podía peinar a Liseth—. Lucifer —agregó la madre en un tono algo tenebroso, que sorprendió a la niña. Sonrió por lo que había echo, pero luego está se borró al oír pasos extraños en el techo, y casi inaudibles rasguños en las paredes. A los segundos de parar, algo pareció caer de la chimenea, y apagó el fuego. La pequeña Liseth grito más que asustada, pero su madre la intentó tranquilizar—. Ya, ya. Quizás algún gato dejó caer algo en la chimenea que se apagó —se paró de su puesto en busca de un cerillo para prender de nuevo la luz, dejando a la castaña sola en el suelo de la sala. Con el corazón a mil, una luz azul comenzó a brillar bajo las maderas quemadas de la chimenea. Algo en eso le atrajo. Fue a investigar, mientras veía de reojo como su madre había encendido una lámpara, pero seguía buscando más cerillos y un poco de leña. Quitó los pedazos restantes, y la luz parecía como un pequeño fuego azul. El cual subió a su mano derecha. Este mismo se prendió más, como cuando le echas más leña al fuego, e iluminó la chimenea. Entonces arriba de él, apareció una sombra con ojos rojos como la sangre. Se asustó, y desapareció tanto la sombra, como la pequeña luz. Minutos más tarde, después de haber terminado de peinar a Liseth, continuaron con la lectura, ya que supuestamente para la madre eso había sido sólo un gato, pero la pequeña no estaba segura de eso. Ella no vió a un gato, y tampoco explicaba el hecho de que una especie de luz haya aparecido. La mano le había quedado dolida después de que la luz se desapareciera. —Lucifer era un Ángel en el reino de Dios, hijo legítimo, pero entonces, creció la avaricia en él. Su deseo de poder como el de su padre lo cegó, y fue desterrado como una deshonra, sus alas se quemaron. Se volvieron negras, llenas de fuego. Se volvió el enemigo más poderoso del cielo, por qué su destierro estaba en la oscuridad, bajo los cimientos de miles de personas, en un mundo llamado el infierno, o inframundo. Una existencia donde las ciudades eran destruidas día a día, almas caían y eran castigadas de la misma forma que el legítimo rey, Lucifer, mejor llamado como el Diablo. Su figura era irreconocible, su figura media más de 3 metros, y su gobierno se convirtió en lo único que le quedaba. Su deber era destruir el mundo. Mundo que había creado el que lo desterró, y haría lo mismo con las almas de los humanos. «Un Culto Oscuro Poderoso, en cientos de siglos atrás, trajeron en un pacto de muerte al Diablo a la tierra, convertido en un empresario reconocido. El Culto desapareció luego del sacrificio, dónde la tierra y el cielo tiemblan de terror, y el tiempo se detiene por unos segundos. Entonces una misteriosa monja del Vaticano, supuestamente delegada como la más santa, descubrió al empresario que engañaba a los humanos haciendo milagros sobrenaturales, y siendo cómplice de la destrucción de otros países, controlando mentes. Con ritos desconocidos, invocó algo inexplicable que cayó en Lucifer, pero cometió algún error en sus lecturas, que no lo desapareció, si no que lo separó, causando así algo peligroso. Murió ella sin saber cómo resolverlo. El poder cada día crecía, y se mantenían aun separados, y si completaban el rito de los 100 siglos, destruirían totalmente el mundo humano conocido. Lucifer, y su otra mitad, Jack, divagan por el mundo. Uno huyendo, y otro cazando a su otra mitad -terminó el primer capítulo la madre. Se sorprendió por lo que había leído. —Es un hombre que quería algo. Puede que la gente lo haya juzgado mal, además fue desterrado por su propio padre —argumentó Liseth. —Es un hombre peligroso, ni siquiera es humano, es de otro mundo, donde todo es maldad. —Pero nadie puede saber a ciencia cierta algo así. —Liseth, es una persona malvada, no tiene perdón lo que hizo, además de condenar a los humanos a su mismo. —Pero mamá... —Nada Liseth, es malo y ya. —Si mamá —bajó la cabeza rendida. —Ven, mejor vamos a dormir. Mañana es un nuevo día —la tomó de la mano para llevarla a su habitación. Liseth no había quedado contenta con lo que dijo su mamá. Ella tenía un don especial de ver siempre lo bueno en las personas, por muy malas que sean. Lo notaba en cada ser que existiera. En su escuela no la trataban bien. La tomaban por un fenómeno, o algo que despreciaban, sólo por qué ella no era igual que ellos de malos. Estaba en su último año de primaria, y habían sido tormentosos sus años de escuela, pero siempre estaba de humor y feliz por ir, y más con su único y mejor amigo de toda la escuela. Ella y él eran despreciados, por ser diferentes, pero Liseth siempre supo darle su lugar a cada quien. Tomás era un niño tímido, de cabello y ojos oscuros. Tímido, pero carismático con sus cercanos. Entre ellos eran los únicos amigos que necesitaban. —¡Liseth, es hora de ir a la escuela! —gritó la madre de la niña desde el piso inferior. Ella ya estaba lista con su mochila en la espalda, y con una gran sonrisa. Vestía su uniforme como debía; una jardinera roja a cuadros, polo blanco, medias hasta las rodillas y sus típicos zapatos negros. Su castaño cabello, brillante y largo, estaba amarrado en dos coletas que casi llegaban a sus muslos. Era una niña muy hermosa, de largas pestañas y rosadas mejillas—. Tom te espera afuera. Ve con Dios, hija -se despidió de un beso en la frente. —Hola Tom. —Hola Liz. —¿Listo para el segundo día de clase? —preguntó ella, montando camino a la escuela. —Algo, ¿y tú? —¡Estoy muy emocionada, igual que ayer! El próximo verano pasaremos a la secundaria —dijo alegre. Su amigo no podía explicarse por qué tanta la emoción, si casi no los querían en su escuela, pero así era ella, y nada la haría cambiar—. Sabes, mi madre me contó una historia. Y pasó algo muy raro anoche -susurró lo último como si le fuese a escuchar alguien. —Si te asustaste por algo, no te preocupes, yo siempre me asusto en la noche —se estremeció como si recordara algo malo. Su amiga se rió. —No tonto. Era una historia de Lucifer, y luego de nombrarlo, se escucharon cosas raras y luego apareció una luz extraña de color azul, y vi algo tenebroso al final de mi chimenea. —Oh, que miedo. El perro de mi vecina se llama Lucifer, no sabía que había una historia sobre él. Yo también escucho cosas raras de ese perro luego de nombrarlo. Se rió ella por lo asustadizo que era su amigo—. No es un perro. Era un Ángel, que su padre desterró del cielo y cayó a la tierra siendo un Diablo. —Ya me decía yo que ese perro no era de por aquí -hizo una mueca pensativa. —Mi madre dice que es muy malo, pero yo no lo veo así. —Tu madre tiene razón. Vi como le quitó la mano a un niño una vez —miró a un punto ciego, como si contara una historia de terror-. Es broma, pero si le lastimó la cara. Pobre, casi se queda sin ojo. —¡Deja de hablar de ese perro!, pobrecito. Estoy hablando de una persona, no de... —Liseth —interrumpió su amigo un poco intimidado. —¿Que sucede? —T-Tus ojos, e-estan azules —le temblaba la voz, pero ella misma se dio cuenta de ello por el reflejo de los ojos negros de su amigo. Se sorprendió mucho, y vino a su mente la luz de anoche. Brillaba con la misma intensidad. —L-Liseth. —¿Que? —E-Eh... —señaló con temblor hacía un árbol lejos de la escuela, dónde se encontraba una mujer observandolos fijamente, con el mismo brillo de ojos que ella. Su cabello era rosado, e intimidaba al pobre chico que acompañaba a Liseth. Sonó el timbre de la escuela, anunciando que las clases debían comenzar, y la mujer desapareció en la oscuridad de la arbolada. —T-Tus ojos ya no están así. ¿Que fue eso? —Yo no lo sé. —Tomas, Liseth. A clases, ya timbraron -los sorprendió la directora, y tuvieron que obedecer, pero a Liseth le rondaba por la cabeza aquella escena que pasó. Sus ojos podían cambiar de color. Entraron en su salón, y se ubicaron en sus puestos respectivos. Ambos compartiendo una mesa, para charlar sobre lo que sucedió, sobre lo del primer día, la clase y la lonchera que llevaban para el descanso.

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