Sara
Estaba sentada en mi camioneta rumbo a la oficina y mi sonrisa no se borra solo de recordar su rostro. Justo eso quería ver: miedo, terror, que sepa que he vuelto y que todo lo que hizo en contra de su propio hijo y de mí lo va a pagar muy caro. Se arrepentirá toda la vida, y no solo él, sino también la mujer por la que hizo todo esto. Ella también es culpable de toda mi desgracia.
**Flashback**
Miro a mi hijo con una sonrisa en su rostro. Es su cumpleaños número tres. Él está tan feliz, pues le hice un pastel, su preferido, de chocolate. Me da tanta tristeza verlo tan feliz, esperando a su padre, que sé perfectamente que no vendrá, pues habíamos tenido justo la noche anterior una discusión porque pasa más tiempo en la empresa que en casa. Mi hijo, cada tanto, mira la puerta esperando que su padre, de un momento a otro, pase por ella, pero yo sé perfectamente que eso no pasará. Suspiro resignada y me acerco a mi hijo. Creo que es momento de que hable con Arturo; las cosas tienen que cambiar, pero tengo miedo de hacerlo aquí, pues la última vez que lo intenté, fueron dos días que no pude salir de mi recámara. Era imposible poderme poner de pie, así que creo que ir a su trabajo será la mejor decisión, pues estoy segura de que justo ahí no me podrá hacer nada. Me pongo a la altura de mi hijo y él me ve con esos ojitos llenos de ilusión.
— Amor, papi está muy ocupado. ¿Qué te parece si le llevamos una rebanada de pastel y le damos una gran sorpresa?
Él asiente, se pone de pie y corre a tomar su mochila. Yo tomo todas mis cosas y salimos de casa, pero después de atravesar la puerta, siento un dolor en mi pecho, un mal presentimiento que se extiende en mi pecho. Suspiro para quitar esas ideas de mi cabeza. Cuando llego al enorme edificio, entro con mi pequeño tomado de mi mano. La recepcionista nos ve, pero ni siquiera se molesta en saludar. Yo la ignoro de igual manera y paso directo al elevador. No voy a mentir: mis manos sudan, mi corazón está acelerado y todavía no entiendo por qué. Cuando la gran caja metálica se abre, mi hijo y yo salimos hacia la oficina de Arturo. Cuando su secretaria me ve, le sonrío, pero ella abre los ojos como platos y suspira. Ahí me di cuenta de que había cometido un error, y la verdad, uno muy grande. Me acerco a ella y ni siquiera me deja hablar.
— Señora Villaseñor, buenas tardes. El señor Arturo se encuentra ocupado.
Yo suspiro y le digo:
— Ingrid, buenas tardes. No será mucho tiempo; mi pequeño ángel cumple años y quiere ver a su padre.
Ella está a punto de hablar cuando se escuchan unos gemidos. Yo la miro con la boca abierta y ella niega. Sabía que algo pasaría, pero jamás me esperé algo así. Me pongo a la altura de mi pequeño ángel y beso su frente.
— Amor, espera un minuto aquí. Ingrid te cuidará, ¿vale? Mamá no tardará.
Él se ve triste.
— ¿Y papi?
Yo sonrío con todas las ganas de matar a su papi.
— Él está en una junta, pero mami tiene que hacer algo muy importante. ¿Serás un niño bueno, cierto?
Él asiente y yo me pongo de pie. Me acerco a Ingrid y ella niega.
— Señora, por favor, no lo haga. Me pueden despedir.
Yo ignoro su súplica y le pregunto:
— ¿Desde cuándo?
Ella suspira, pero no contesta. Yo estoy furiosa; había llegado a mi límite. Recibía golpes y no decía nada por mi bebé, humillaciones porque sabía que Arturo ya no me amaba, pero decidí aguantar todo por mi bebé. Pero esto, esto ya era demasiado.
— Ingrid, ¿desde cuándo? —pregunté.
Ella suspira y me ve a los ojos.
— Cuando el pequeño ángel nació.
Y ahí entendí todo: las humillaciones y los golpes justo empezaron después de que mi bebé naciera. Yo asiento.
— ¿Te podrías quedar con Ángel, por favor? Solo será un momento.
Ella no dice nada y se dirige hacia mi bebé. Toma su pequeña mano y lo guía hacia una mesa. Yo me doy la vuelta y los gemidos no paran, así que abro la puerta sin previo aviso. Cuando la mujer se da cuenta de mi presencia, empuja a Arturo, que está con sus pantalones abajo, en medio de sus piernas. Él la mira sorprendido y sigue su mirada. Cuando me ve, abre los ojos como platos, pero cambia su mirada a una de burla. En serio, no le importa que lo encuentre cogiéndose a su socia. Sube sus pantalones y la mujer se baja del escritorio. Yo lo fulmino con la mirada, pero a él le importa muy poco.
— ¿Qué se supone que haces, Arturo? ¿Desde cuándo sucede esto?
Él se queda pensando y sonríe.
— En realidad, no te interesa desde cuándo. Lo que sí te puedo decir es que es un alivio que lo sepas; ya me tenías harto.
— ¿Por qué, Arturo? ¿Por qué engañarme así?
Él se encoge de hombros, restándole importancia.
— Porque no te amo, no me gustas, no siento nada por ti. Por eso, pero como dije, qué bueno que ya lo sabes. Así me ahorras tus malditas lágrimas que no soporto.
— Eres un maldito cobarde. Sabes que allá afuera está tu hijo. ¿Sabes si quiera qué día es hoy? No supongo que no lo sabes.
— Y no me interesa, Sara. Y respecto a ese mocoso, quédate con él. Quiero que te vayas de mi casa.
Yo empiezo a negar y sonrío. Este se ha vuelto loco. Esa casa me la regalaron mis padres cuando cumplí dieciocho años; fue una herencia de la abuela. Jamás la dejaría en sus manos.
— Sabes que esa casa me pertenece y no te la dejaré para que te revuelques con tu zorra.
La mujer no ha dicho nada; parece muy afectada por haber sido descubierta, pero eso a mí ya no me importa.
— Sara, la casa está a mi nombre. ¿O olvidas que me firmaste los papeles?
Yo abro los ojos, sorprendida. Qué idiota fui.
— Pero...
Él ni siquiera me deja terminar. Me toma del brazo y me saca de la oficina. Mi hijo viene corriendo y empieza a pegarle con sus pequeños puños a su padre, pero él ni se inmuta. Nos sube al elevador y, cuando llegamos a recepción, me avienta fuera de la empresa. Caigo de espaldas al suelo y parece que el cielo conoce mi dolor, pues empieza a llover a cántaros. Mi hijo se aferra a mí. Yo miro los ojos de Arturo, que están llenos de odio. Él sonríe.
— Te quiero fuera de mi vida. Cuando llegue a casa, no quiero que estés ahí, porque te irá muy mal.
Mi hijo se levanta y vuelve a pegar a su padre. Él lo empuja y cae al suelo junto a mí.
— Y llévate a tu mocoso. ¿Me entendiste, Sara?
Yo no digo nada. Estamos empapados y el frío empieza a calar. Tomo a mi hijo en mis brazos y camino en busca de un taxi, pero parece que el destino me tenía algo preparado, pues esa noche conocí lo que era el verdadero infierno.
**Fin de flashback**
Jason me saca de mi recuerdo y yo solo vuelvo los ojos con fastidio.
— Sara, Sara, Dios, mujer, deberías dejar de estar pensando siempre en todo lo que pasó.
Yo sonrío con malicia y niego.
— Por supuesto que no. Si no recuerdo cada cosa que pasó, no tendría un motivo para mi venganza, así que deja de decir tonterías.
Él no dice nada más y abre la puerta de la camioneta. Me da la mano para que baje. Yo le sonrío y él solo bufa. Empiezo a caminar dentro del enorme edificio. La recepcionista me recibe con una sonrisa, sonrisa que yo no correspondo. Si para ellos soy la diabla, o al menos así me conocen, pero no me importa que sepan que conmigo nadie puede. Cuando mi madre me encontró tirada encima de la tumba de mi hijo, acepté aprender a manejar cada una de sus empresas. Así que ahora soy la responsable de toda la fortuna de los Betancourt, pues me adoptó como su hija legítima y eso se lo tengo que agradecer eternamente. Cuando llego a mi oficina, mi secretaria ya me espera con una taza de café en sus manos. Eso quiere decir que voy a permanecer aquí prácticamente todo el día. Yo tomo el café e ingreso a mi oficina. Melissa viene tras de mí sin decir nada; sabe que odio que parlotee detrás de mí. Cuando ya estoy sentada tras de mi escritorio, suspiro.
— Dime, Melissa.
— Buenas tardes, señora. Tiene una junta con el abogado de la señora Betancourt. Recuerde que la está buscando desde que estaba en Italia. El señor Mendoza quiere una reunión con usted. Dice que si ha llegado a la ciudad, pueden cerrar el contrato que está pendiente, pues quiere arrancar lo más pronto posible con sus nuevos diseños...
Yo la interrumpo antes de que siga hablando.
— Melissa, Melissa, espera un poco. ¿Algo más importante que tenga que atender que no sean contratos y al estúpido y egocéntrico de él abogado de mi madre?
Ella se queda pensando un momento y niega.
— No, señora. Todos son contratos y respecto al abogado...
Yo bufó y volteo los ojos. Me dirijo hacia Jason.
— ¿Te podrías encargar, por favor, del idiota?
Él sonríe y asiente.
— Pero sabes que eso no será por mucho tiempo. Tarde que temprano lo tendrás que ver.
Yo suspiro porque sé que es verdad, pero prefiero que sea tarde, pues ni siquiera lo conozco y ya lo aborrezco.
— Jason, solo haz lo que te digo. Ah, por cierto, quiero toda la información de la amante de Arturo, todo, Jason, hasta cuántas veces va al maldito baño.
Él se voltea y niega.
— Exageras.
Melissa sale de tras de él y me recargo en mi silla. Por supuesto que no exagero. Quiero darles donde más les duele. No me importará de qué se trate: sus empresas, su familia, cualquier cosa que ellos amén. Yo lo destruiré y no me tocaré el corazón para hacerlo.