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1691 Words
Un juego peligroso Perspectiva de Isabella El salón de música se encontraba perfumado por lilas frescas y el murmullo de las conversaciones elegantes flotaba como una bruma tenue sobre los acordes del piano. Isabella, sentada cerca de una de las ventanas abiertas, sostenía una copa apenas probada. La sonrisa que ofrecía a los invitados era cortés, educada… pero vacía. Rowan estaba en una conversación con dos políticos locales, su postura erguida y sus labios moviéndose con esa precisión mesurada que usaba cuando deseaba impresionar. No se había vuelto hacia ella una sola vez desde que llegaron al salón. - De todos los colores del jardín, usted eligió ser una flor de invierno, Lady Ashcombe. La voz surgió a su lado, suave y masculina, con un acento más cálido que el de Rowan. Isabella giró y encontró a un joven de rostro afilado, ojos entre el verde y el avellana y cabello claro ligeramente ondulado. Su sonrisa era un guiño disfrazado de cortesía. - No estoy segura de entender, mi lord. - respondió ella, manteniendo la compostura. - Las lilas anuncian el final de la primavera. Usted, en cambio, es como la nieve en abril… inesperada y absolutamente encantadora. - añadió, inclinándose en una reverencia exagerada, casi teatral. Isabella enarcó una ceja, aunque sus labios no pudieron evitar curvarse levemente. - ¿Y debo suponer que estas palabras son parte de su repertorio habitual? - Solo para las damas que realmente lo merecen. - respondió con descaro encantador - Soy Lord Henry Ashcombe. Primo de su esposo. Aunque eso debe saberlo ya, ¿no? - Rowan no ha mencionado tener un primo. - Eso no me sorprende. Él no menciona nada que no sirva para negocios o política. Yo, en cambio, me especializo en… momentos sin propósito. - dijo con una inclinación conspiradora - Arte, música, vino. Y conversación con bellas damas abandonadas en rincones sombríos. Isabella bajó la vista, incómoda con la verdad implícita. - No estoy abandonada. - Lo siento. Tienes razón. - corrigió, usando el tuteo de forma tan natural que parecía inofensivo - Solo… desatendida. Un silencio afilado se deslizó entre ambos. Isabella se preguntó si debía levantarse, si alguien observaba. Pero cuando volvió la mirada hacia Rowan, él seguía tan absorto como antes, sin un atisbo de interés por su paradero. - Deberías tener cuidado. - dijo Isabella suavemente - Este tipo de atenciones pueden malinterpretarse. - Oh, querida prima política. - dijo con una sonrisa que no alcanzaba a ser burla, pero tampoco respeto absoluto - No he hecho nada que no se haga en cada salón de Inglaterra bajo el disfraz del ingenio. - Pero lo piensas. Lord Henry inclinó la cabeza, divertido. Había inteligencia en sus ojos, una audacia que no llegaba a la insolencia… aún. - Tal vez. Tal vez pienso muchas cosas. Como que la dama más elegante de esta noche no ha recibido una sola flor de su esposo. Ni una mirada. Ni un gesto de posesión. Y eso, Lady Ashcombe, es una injusticia que no puedo tolerar en silencio. Isabella desvió la mirada hacia la ventana, con un suspiro controlado. No debía escucharlo. No debía dejarse tocar por sus palabras. Pero una parte de ella - la herida, la abandonada en la cama de un matrimonio de apariencias - sintió un estremecimiento. - Tiene lengua afilada, Lord Henry. - Y oídos atentos. He notado que los silencios también hablan, mi lady. Si alguna vez desea conversar con alguien que escuche… estaré en el ala este. Mis aposentos están siempre abiertos para el arte, el vino y la compañía honesta. Isabella lo observó levantarse, inclinarse con una reverencia elegante y desaparecer entre los invitados como si su paso no hubiera dejado huella. Pero sí la había dejado. Una semilla. Un riesgo. Una posibilidad. La advertencia tras la copa vacía Perspectiva de Rowan La sala principal de Ashcombe Hall había recobrado su silencio habitual. Los ecos de risas, copas y música se habían desvanecido. Solo quedaban las brasas ardiendo en la chimenea y el aroma tenue de vino y perfume flotando en el aire. Rowan no se había movido de su butaca, copa en mano, observando cómo Isabella se despedía con una leve inclinación de cabeza antes de subir las escaleras. Se había portado con gracia toda la noche, y sin embargo… había algo en la forma en que Henry la miraba que le revolvía el estómago. - Te casaste con una obra de arte, primo. - dijo la voz conocida detrás de él, justo cuando la última criada cerró la puerta del salón. - Tus comentarios son innecesarios. - dijo el conde en voz baja, helada - Sobre todo viniendo de alguien que, al parecer, disfruta demasiado de rondar a una mujer casada. Henry se encogió de hombros con una sonrisa burlona. - Si tú no la haces sentir deseada, ¿Qué culpa tengo yo? Rowan se incorporó con lentitud. Sus ojos azules destellaban una mezcla de rabia contenida y desprecio. Henry caminó a su lado, tomando con calma una copa servida por sus propias manos. Se sentó frente a él como si la noche no pesara sobre ellos, como si su presencia fuera natural y bienvenida. - ¿Celoso, Rowan? - preguntó con una sonrisa ladeada - ¿O simplemente preocupado de que alguien más note la g****a en tu fachada? Rowan lo miró por fin. La tensión en su mandíbula era visible incluso a la tenue luz del fuego. - No quiero que la incomodes. - ¿Incomodarla? - Henry rio, casi con lástima - No, no, querido primo. Solo hablo con la dama como lo haría cualquier caballero educado. Si sus ojos buscan algo más allá de tu sombra, ¿No será porque tu trato la empuja a ello? La copa de Rowan cayó sobre la mesa con un golpe seco. - Cuida tus palabras, Henry. - ¿Por qué? ¿Temes que se vuelvan ciertas? - el primo se acercó unos pasos, sin borrar su sonrisa irónica - Todos saben que este matrimonio fue precipitado. Y tú nunca fuiste un hombre sentimental. ¿Esperas que alguien crea que de pronto te enamoraste de una heredera sin linaje, sin conexiones nobles, solo por… afecto? La copa de Rowan chocó con fuerza contra la mesa. Se puso de pie, el porte erguido, el rostro frío y altivo. - ¡No me insultes! - exclamó, con una intensidad medida - Lo que insinúas es indecente y falso. Me casé con Isabella porque lo consideré apropiado. Porque representa lo que esta casa necesita: una dama digna, educada, capaz de llevar el nombre Ashcombe con honra. - Claro. - musitó Henry, arrastrando las palabras con sarcasmo - Y no tiene nada que ver con que la abuela solo desbloqueará el fideicomiso si estás “debidamente casado” antes de fin de año. ¿No es así? Los ojos de Rowan se entrecerraron. Su mandíbula marcaba una línea tensa, como una cuerda a punto de romperse. - ¿Y tú qué sabes del fideicomiso? - Lo suficiente - respondió Henry con ligereza - Lo suficiente para entender que si alguien llegara a dudar de la sinceridad de tu unión… ese dinero quedaría inaccesible. Y todos tus cuidadosos planes se derrumbarían. Rowan contuvo la respiración. Su orgullo lo impulsaba a negar, a gritarle que no tenía idea de lo que hablaba, pero su inteligencia le ordenó no ceder. No a Henry. No a nadie. - No tengo por qué justificarme contigo. - dijo al fin, recuperando la calma glacial - Mi matrimonio es legal. Isabella es mi esposa y será la madre de mi heredero. Eso es todo lo que la ley y mi abuela necesitan saber. - ¿Y lo que ella necesita saber? - inquirió Henry con una ceja alzada - ¿También lo dejarás en manos de la apariencia? - Ella no debe cargar con asuntos que no le conciernen. Para eso me tiene a mi. Soy su esposo. - respondió Rowan, más duro de lo que pretendía - Mientras cumpla con su papel, estará protegida. Respetada. Henry se inclinó hacia él con una sonrisa venenosa. - ¿Y si un día empieza a sospechar? ¿Y si se lo cuenta a alguien sin intención? ¿Y si llora por las noches y la escucha una criada fiel a la tía Ema? Rowan tragó saliva. Un tic se le marcó en la sien. - Entonces me encargaré de que no tenga motivos para dudar. - Ah… - Henry sonrió, satisfecho - Así que, a partir de ahora, la amarás como si realmente la amararas. Incluso cuando estés solo con ella. ¿Vas a mirarla con ternura al amanecer? ¿A besarle la frente? ¿A tocarla como si no fuera solo una solución? Porque te advierto, primo: si no lo haces, no solo lo perderás todo… puede que ella también lo descubra. Y eso, en tu posición, sería letal. El silencio cayó como una losa. Henry terminó su copa y se alejó hacia la puerta. - No te preocupes. - añadió, lanzando una última estocada - Yo no quiero tu lugar. Me basta con mirar cómo lo pierdes por orgullo. Y con una última sonrisa, desapareció en la oscuridad del pasillo. Rowan se quedó solo. La espalda recta, los puños cerrados. El sonido de la madera crujiendo bajo sus botas resonó como una sentencia. Sabía que Henry tenía razón. Su abuela tenía ojos en todos los rincones. Su matrimonio debía parecer perfecto… incluso en privado. Incluso cuando Isabella lo mirara sin comprender sus cambios. Incluso cuando él mismo tuviera que convencerse de su propia mentira. El conde no respondió. Henry se giró con su porte relajado y se marchó silbando una tonada despreocupada. Como si no acabara de dictarle la sentencia. Rowan se quedó solo. Por primera vez en mucho tiempo, no era solo la ambición lo que lo empujaba, sino una extraña punzada de urgencia. Una necesidad de proteger lo que, irónicamente, no había valorado hasta ese momento. Miró hacia la escalera. No podía fallar ahora. Y si para ganar, debía convertirse en el esposo ideal… …entonces que así fuera.
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