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Lecciones de Una Condesa Primera lección privada con la abuela La mañana era fría, densa de niebla, y el silencio del ala este de la mansión Ashcombe se sentía más solemne que de costumbre. Isabella avanzaba por el corredor alfombrado, guiada por la doncella de confianza de Lady Ashcombe, quien la había convocado sin mayor explicación. - No temas, milady. - le había dicho la doncella con voz baja - Su señoría tiene un modo muy… particular de enseñar, pero si la ha llamado, es porque ve algo en usted. Isabella apretó las manos enguantadas sobre su regazo mientras se sentaba en el diván del salón privado. La estancia estaba decorada con paneles oscuros, retratos de antiguos Ashcombe y una chimenea encendida que crepitaba con autoridad. Lady Honoria Ashcombe, con su peinado impecable y su mirada aguda, no la recibió con sonrisas. - ¿Sabes cómo sostener una copa de vino en una cena de embajadores sin parecer nerviosa, Lady Ashcombe? Isabella, aún insegura con su nuevo título, parpadeó. - Imagino que… se toma por el tallo, con firmeza, pero… - Imaginar no basta. - La anciana se levantó con gesto imperioso y le acercó una copa vacía que había sobre la consola. Su anillo con el blasón familiar relucía con el reflejo del fuego - Enséñame cómo. Isabella obedeció, aunque sus dedos temblaron ligeramente. Lady Ashcombe la observó en silencio, como un halcón entrenado. Entonces, se sentó frente a ella y asintió, apenas. - Eres joven. Pero no ignorante. Eso puede corregirse. Durante la siguiente hora, Isabella escuchó lecciones que no estaban en ningún manual de etiqueta: cómo intervenir en una conversación política sin levantar sospechas, cómo leer el lenguaje corporal de una dama celosa o un duque hipócrita, qué colores usar en un funeral de Estado o cómo sonreír sin mostrar dientes para no parecer vulgar. - La corte te observará con lupa. Serás escudriñada, imitada, juzgada. - La abuela caminaba lentamente frente a ella - Y si vas a ser una Ashcombe, más te vale estar lista. Isabella asintió con humildad, absorbiendo cada palabra. - Y si deseas mantener el respeto de tu esposo. - añadió la anciana, girando de pronto hacia ella - haz que otros lo respeten por ti. Que teman desearte, que hablen de ti… sin atreverse a tocarte. Un silencio denso cayó entre ambas. - ¿Usted cree que puedo… llegar a ser una verdadera condesa? La anciana la miró largamente, como si pesara su alma. - No. Aún no. Pero puedo convertirte en una. Si no me haces perder el tiempo. Y con eso, Lady Ashcombe le ofreció una caja de terciopelo azul oscuro. Dentro, un broche antiguo con el sello de los Ashcombe en oro y zafiros. - Llévalo solo cuando sientas que lo has merecido. Hasta entonces… estudia. Observa. Y, sobre todo, escucha. Isabella lo tomó como un juramento. Por primera vez desde su llegada, no se sintió una impostora. Sintió que había sido elegida. Piezas en movimiento Rowan descubre que Isabella ha sido “adoptada” por su abuela Rowan se quitó los guantes con un gesto mecánico apenas entró en el vestíbulo. Había pasado toda la tarde en la Cámara de los Lores, negociando con políticos cuya memoria parecía durar menos que el té de la mañana. Pero nada lo había preparado para la escena que encontró al cruzar el umbral del salón azul. Isabella reía. Su voz, dulce y contenida, flotaba en el aire como una melodía bien afinada. Estaba sentada en uno de los sillones principales y junto a ella - con una taza de porcelana fina entre los dedos nudosos - se encontraba Lady Honoria Ashcombe. Su abuela. La anciana lo vio primero y sin cambiar el tono ni el gesto, alzó una ceja como una advertencia silenciosa. Isabella giró la cabeza y, al verlo, se puso de pie con entusiasmo inusual. - Rowan. Tu abuela me ha enseñado cosas maravillosas esta tarde ¿Sabías que el color de un abanico puede cambiar el rumbo de una conversación? El conde forzó una sonrisa, sintiendo que algo se encogía dentro de su pecho. - ¿De veras? - se acercó, besando con cortesía la mano de su esposa. Su mirada se detuvo en la de Lady Honoria, que lo perforó con una frialdad habitual - Me alegra que hayan pasado tiempo juntas. Me hubieses dicho que venías, abuela. - No fue tiempo perdido. - acotó la anciana, dejando la taza en su platillo - La joven tiene potencial. Mucho más del que aparenta. Con la guía adecuada, será una anfitriona como no ha tenido esta casa en décadas. Rowan mantuvo el tono amable, pero por dentro una alarma rugía como un incendio. Su abuela no elogiaba a nadie. Jamás. Si se estaba involucrando con Isabella, era porque sospechaba algo… o porque se preparaba para algo mayor. - Y pensar que creí que le caerías mal. - bromeó Isabella, dándole un leve empujón juguetón al pasar por su lado para llamar a la doncella. Rowan no se movió. Solo esperó a que la puerta se cerrara tras ellas para volverse hacia la anciana. - ¿Qué estás haciendo? - preguntó en voz baja, sin mirarla aún. Lady Honoria tomó su bastón con elegancia y se levantó. - Lo que debería haber hecho desde el principio: asegurar que esta familia no se desmorone por los caprichos de un nieto torpe. - No es asunto tuyo entrenarla como si fuera un peón. - ¿No lo es? - La mirada de su abuela fue cortante - Eres tú quien la trajo aquí con promesas vacías. ¿Esperabas que se sentara a bordar mientras tú te hundes en intrigas y lujuria? No, querido. Si vas a sostener esta fachada, necesitarás más que una sonrisa fingida en los bailes. Rowan apretó la mandíbula. - Ella no debe saber nada. - Y no lo sabrá. - dijo Honoria, girándose hacia la chimenea - Pero te lo advierto: si tu esposa se quiebra, no será solo tu fideicomiso lo que perderás. Será tu lugar en esta familia. El conde salió del salón sin responder. Pero esa noche, por primera vez, miró a Isabella desde el umbral de su habitación con una mezcla de temor y respeto. La muchacha que creyó poder usar como adorno ahora era una amenaza… o quizás, la única pieza que lo salvaría. - ¿Te divertiste con mi abuela? - le preguntó acercándose y tomando el cepillo con el que se arreglaba el cabello. - Oh, si... - le dijo mirándolo a través del reflejo del espejo - Sabe muchas cosas. - Es una mujer estricta... - le advirtió. Isabella soltó una risita. - No tanto como mi madre...- le dijo bajo, pero el joven la escuchó - Quiero esforzarme para que estés orgulloso de mi. - Veo tu esfuerzo, cariño. No necesitas demostrarme nada... - Pero quiero hacerlo. Para que puedas trabajar sin preocuparte de lo que pase en casa. - Quiero que te diviertas, que te relajes. Que disfrutes de tu posición. - le dijo acariciando su cuello a medida que cepillaba - No todo debe ser trabajo o ¿Si? - No, pero sé que tu título y posición son importantes para ti. Por eso quiero hacerlo bien. Soy tu esposa. - Estaré muy orgullosa de mi esposa. - le dijo inclinándose para besar su coronilla - Debes decirme si mi abuela te hace las cosas difíciles. - Lo haré...- le dijo levantándose del taburete del tocador. - Fue un día pesado...- le dijo besándola en los labios - Necesito dormir... - Ve a la cama. Yo leeré un poco las notas que me dio la abuela y te acompañaré. Rowan se puso tenso, pero no dijo nada. Caminó hacia la cama y se desvistió para luego meterse entre las cobijas. Con cuidado mantuvo los ojos entrecerrados para ver los movimientos de la joven al sentarse en un sillón cerca de la chimenea leyendo con atención las anotaciones de un cuaderno. Tendría que esforzarse más si su abuela venía a la mansión. Su fachada no debía tener fisuras.
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