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Rompiendo tus reglas

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Solo tres simples reglas para volver a ser millonario:

Sin sexo.

Sin mujeres.

Sin amor.

Después de que Travis Tucker, el único hijo legítimo del magnate empresarial Samuel Tucker, perdiera su fortuna en apuestas, viajes y mujeres, decide firmar un contrato matrimonial con Trinity Edevane, una empresaria posicionada a la que solo le interesaban tres cosas: ganarse el respeto, atención y amor de Travis. Sin darle demasiada importancia y con el deseo de volver a ser el millonario de antes, Travis firma su sentencia con Trinity, el mismo día que Raven Lovecraft aparece con un pantaloncillo y un camión de mudanza al otro lado de la carretera. Travis solo quería conocerla, pero cuando descubrió que Raven era más que un rostro bonito, su vida entró en dilema y las tres reglas de Trinity se quebraron, haciendo a Travis elegir entre seguir las reglas que lo regresarían al hombre que era, o seguir su corazón con Raven.

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1 | El día que nos conocimos
—Solo necesito una firma, y será esposo de la señorita Trinity Edevane —dijo Devan cuando estiró su mano para tenderle el bolígrafo—. Aunque si no lo quiere, puedo deshacerme de él. La vida de Travis fue sencilla durante muchos años, sin embargo, por esa terrible administración, terminó sucumbiendo ante el deseo de Trinity Edevane y ser su adorado esposo nuevo. Travis sujetó el bolígrafo y estampó su firma, seguida de un graznido similar a cuando una aceituna se atasca en la garganta. Devan sujetó el bolígrafo que Travis dejó sobre el documento y lo guardó en su saco oscuro, así como también guardó el acta matrimonial. —Felicidades, señor —dijo Devan—. Se acaba de casar. Travis volvió a graznar y se colocó de pie. Devan sonrió ladeado. Llevaba siete años conociendo a Travis, y sabía que no era la clase de hombre que se enojaba por simplezas, ni que pensaba demasiado. Lo que Travis hizo, fue recuperar su dinero, sin importar las consecuencias, aun cuando los graznidos por firmar el acta de matrimonio no dejaron de romper sus labios. —A su esposa le encantará ese sonido despectivo —dijo Devan. Travis no lo miró, así como tampoco miró su sentencia de muerte cuando firmó su condena al casarse con ella. Travis era el único hijo de un millonario que adquirió su fortuna robándosela a alguien más. Travis nunca aprendió a administrarla, así como tampoco aprendió a elegir por sí mismo. Siempre estuvo atado a las cuerdas de su familia, de su posición y de las empresas que debía proteger. No lo hizo y tuvo que pagar el precio con Trinity. Travis respiró profundo y se acercó a uno de los ventanales que le daban acceso a la carretera principal. Estuvo en ese rancho por más de un mes, subsistiendo con el dinero de las propiedades que vendió. La vista era verduzca, clara por el sol, con el aroma a pasto recién cortado y limonada que la sirvienta llevó para él. Los días eran aburridos, solo sepultado en ese lugar, sin tener a donde ir, sin poder hacer una fiesta, ni reunirse con sus amigos. Trinity no lo dejaría tener una vida social estable mientras fuese su esposo, pero Travis, cuando Trinity le inyectara capital a su empresa, volvería al ruedo, aun más mujeriego y seductor que antes. —Enviaré los documentos por correo esta misma tarde —dijo Devan, su mano derecha, al ingresar la documentación en el sobre que le enviaría a Trinity a su despacho—. ¿Necesita algo más? Travis solo necesitaba una cosa: recuperar su libertad. Travis se sostuvo de la ventana con un brazo sobre su cabeza y miró el viejo rancho al otro lado de la carretera. Desde que llegó, el lugar estaba deshabitado. Ese rancho se caía a pedazos, completamente diferente al suyo, que en ese momento volvía a ser productor de una de las mejores carnes de esa región de Tennessee, así como productores de leche de primera calidad, y uno de los linajes de caballos pura sangre más costosos de todo el estado. Samuel, el padre de Travis, era un hombre que quiso invertir un poco en cada área, y al ser nativo de Tennessee, quiso que una parte de él estuviese allí siempre, con ese rancho y con su único hijo legítimo. Travis miró el deplorable estado en el que se encontraba el rancho de lejos. En sus primeras caminatas para estirar las piernas, quiso conocerlo un poco mejor, pero aun tenía un poco de sentido común y prefirió no hacerlo. La chica de servicio, Sissi, llevó una nueva jarra de limonada para los señores y sirvió el vaso de Travis. Se lo extendió, cuando Travis miró un camión de mudanza de color blanco encender las luces de retroceso al lado izquierdo del rancho, y a una mujer joven de pantaloncillo corto y cabello azabache, bajar del camión con una franela de los Dodgers. —¿Quién es? —preguntó Travis. Devan, quien tomaba su limonada con el meñique alzado, miró a través de la ventana la mujer con las llaves en la mano. —Debe ser la nueva propietaria del rancho Lovecraft —le dijo—. En el pueblo me enteré que el anterior dueño murió, así que supongo que es un familiar sucesor, o un nuevo propietario. Travis apretó la limonada. Podía quedarse mirando, pero quería intervenir, así que dejando la limonada, arregló su camisa de cuadros y peinó su cabello hacia atrás, para presentarse. —Me presentaré con la nueva propietaria. —Señor, se acaba de casar —le dijo Devan deteniéndolo. Travis apretó los labios en una línea, regresó y colocó las manos en los hombros de Devan. Era su más fiel aliado en esos momentos de crisis, y confiaba en él, pero Travis era su jefe y él debía obedecer. Devan era un hombre canoso de sesenta años, que primero fue fiel a su padre, y posteriormente a él. —Me casé por un contrato multimillonario y así no morir de hambre —dijo Travis—. No la amo, Devan, así que cierra la boca. Devan asintió con la cabeza. —Señor, usted es una celebridad. La señorita debe conocerlo. Travis sonrió, ladeó la cabeza y palmeó la mejilla de Devan. —Aún mejor. A Travis no le importó que su actual esposa, la que le inyectaría capital a sus empresas y solventaría sus deudas con el banco para liberar sus propiedades, le colocó tres reglas para poder regresar al grandioso Travis Tucker al ruedo. Las reglas eran simples: nada de sexo, mujeres, ni amor. Travis era conocido por ser mujeriego, y eso fue lo que lo llevó a la ruina, así como sus extravagancias. Trinity le ofreció ese trato si dejaba Chicago y se mudaba a la única propiedad que continuaba libre de deudas. Trinity no quería que Travis se volviera un mujeriego aun más grande, y si quería conservarlo solo para ella, debía controlarlo, y en ese lugar abandonado por Dios, sin lujos, sería un vaquero más. Trinity no suponía que alguien se interesara en él, pero Travis sí se interesó en alguien cuando la franela de los Dodgers apareció ante él. Travis cruzó la carretera que casi nadie recorría y escuchó sus propios pasos sobre las piedras de la entrada. La mujer parecía estar sola, cargando las cajas. Ella estaba concentrada escuchando su música, cuando Travis apareció como el vecino educado que saludaba y enviaba un pie envuelto en una manta tejida para recibir a los nuevos vecinos. Travis contempló a la mujer. Era más joven que él, hermosa, con la larga cabellera negra y muslos regordetes. Era su tipo, pero él no era el de ella. —Hola —saludó Travis con un ademán cuando ella salió del rancho—. Soy tu vecino de enfrente, Travis Tucker. La chica se asustó cuando lo encontró cercano a la puerta. Ella lo vio mover los labios y señalar la carretera. —Disculpa. No te escuchaba —dijo ella quitándose los audífonos y guardándolos en el bolsillo de su pantalón—. Hola. Ella le sonrió y sus ojos brillaron. Sus ojos eran claros, pero no lo suficiente como para ver reflejos en ellos. Sus dientes eran grandes, parejos. Tenía mejillas abultadas y pómulos levemente alzados. Sus cejas eran pobladas, del mismo color de su cabello. Su nariz era grande y sus labios inflados. Era hermosa con el tenue rubor en sus mejillas y los aros en su oreja cuando se colocó el cabello detrás. A Travis, más que sorprenderle su belleza, le impactó que ella no supiese quien era. Él no era una celebridad como Devan dijo, pero sí era conocido, o al menos lo pensó hasta ese momento, cuando ella lo miró como si fuese un nuevo vecino. —Wow —soltó Travis con las manos en sus bolsillos—, hace mucho que nadie me miraba como si no me conociera. La mujer rodó los ojos a los lados. —¿Debería conocerte? —replicó ella. Travis frunció el ceño y arrugó sus labios. —No ves mucha televisión, ¿cierto? —preguntó Travis. Ella no supo cómo responder, así que Travis sonrió. No empezaron bien. Era la peor forma de entablar una conversación. —Soy Travis —dijo él extendiendo la mano—. Travis Tucker. Ella le sonrió, con las cejas unidas y apretó su mano. —Raven Lovecraft —se presentó. Travis no conocía a nadie de apellido Lovecraft. —¿De dónde vienes? —indagó Travis. —California. Era bastante lejos. —¿Por qué te mudas a Tennessee? —preguntó. Raven era una persona de poco hablar con desconocidos. Ella no sabía si era algo sureño, aun cuando el hombre no tenía el acento, y de no ser por la camisa nueva de cuadros que llevaba abierta con una franela blanca abajo, no tendría el estereotipo del campo. —Mi padre murió hace un par de meses y la propiedad estaba sola. A mis hermanos no les importa el campo, así que vi la oportunidad cuando me botaron de mi empleo y perdí el apartamento en una apuesta con mi amiga —dijo Raven tranquila. Travis hizo una mueca y rascó la parte trasera de su cabeza. —Lo siento. —Descuida. —Raven hizo un ademán—. Odiaba mi trabajo, la ciudad y mi antigua vida, así que no pierdo demasiado mudándome a un lugar que huele igual que ambientador de auto. Travis le sonrió y movió la cabeza. —Pues bienvenida al rancho. Ambos miraron el rancho. Necesitaba trabajo, y mucho dinero. —No esta bonito, no como ese —dijo señalando el rancho de Travis al otro lado de la carretera—. Seguro es de algún millonario estirado que no encuentra en qué gastar su dinero, así que compra propiedades alrededor del país y las visita cuando esta estresado de la ciudad, tiene un problema de alcoholismo o encontró a su esposa cogiendo con su entrenador del gimnasio. Travis tragó grueso. —Ya sabes. Uno de esos elitistas que no ven más allá de su ropa elegante y sus relojes costosos —agregó Raven, quien notó que él no le siguió el juego y se quedó en completo silencio, analizando lo que Raven dijo—. Oh por Dios. ¿Eres el dueño? Travis agrandó los ojos, separó los labios y negó enfáticamente. —¿Yo? —preguntó Travis tocándose el pecho—. No. Soy uno de los trabajadores. Me encargo de las… vacas. Raven miró el rancho y luego a él. No tenía la apariencia de un hombre del campo, ni que le gustasen las vacas. —¿Eres veterinario? —indagó Raven. Travis movió los labios, miró arriba y carraspeó la garganta. —Algo así —mintió. Raven soltó un oh, seguido de un movimiento al interior. —Tengo un gato —le dijo—. Quizá te lo lleve cuando enferme. —Soy alérgico a los gatos —respondió Travis de inmediato. —Y aun así eres veterinario. —Raven lamió su labio inferior—. ¿Demasiado amor a los animales, masoquismo o ansias de morir? Travis se tocó las muelas con la lengua. —Un poco de todo. Raven lo miró de reojo y fue por otra caja. Travis nunca hizo nada por él mismo, ni para ayudar a los demás, pero el angelito sobre su hombro le susurró que debía ayudar a la chica con la mudanza. Travis dio un paso hacia ella cuando Raven arrastró una de las cajas y la acercó al borde del camión. —Déjame ayudarte —dijo Travis sujetando la caja por los costados y elevándola en peso—. ¡Jesús! ¿Qué llevas en esta caja? Raven hizo una mueca cuando Travis dobló las rodillas por el peso. Para ser un hombre, era bastante débil. —Platos —dijo ella—. ¿Hace cuánto no levantas una caja? Travis la dejó en el suelo. Sí pesaba. Sus manos dolieron. —Honestamente, no lo recuerdo —le dijo respirando agitado. —Eso explica mucho. Travis no era un hombre que se rindiera tan fácil, así que con esfuerzo volvió a levantar la caja. La tierra suelta se adhirió a sus manos y sintió un hilo de sudor en su columna por el esfuerzo. —Igual te ayudaré —le dijo. Raven miró a su chofer, quien estaba pegado al teléfono. —Al parecer la conversación de w******p de mi chofer es mejor que cumplir con bajar mis cajas —le dijo a Travis. Travis le preguntó si podía entrar para dejar la caja y ella le dijo que sí. La madera del piso sonaba cuando lo pisaban. El techo estaba cubierto de telarañas, había hojas secas por todo el piso y muchos muebles cubiertos con sábanas que alguna vez fueron blancas. Travis se preguntó cuánto tiempo estuvo deshabitado el rancho, y pensó en lo mucho que necesitaba para ser habitable. —Wow —soltó Travis. Raven colocó las manos en su cintura. —La verdad, esperaba algo peor. —¿Peor que esto? —replicó Travis, antes de callaste y apretar la pesada caja un poco más a su pecho—. Lo siento. Raven pasó junto a él y le quitó las telarañas al arco que dividía el primer recibidor con la cocina y conectaba con la alacena. —El rancho estuvo deshabitado mucho tiempo, así que sí esperaba algo peor que esto —le dijo al pasar la mano por la encimera—. Puedes dejar la caja en la encimera de la cocina. Travis pasó junto a ella y soltó la caja que sonó como vidrios rotos. Travis sacudió sus manos y tocó las palmas. Estaban rojas. —Solo necesita amor —dijo Travis. Raven miró el recibidor. —Necesita dinero. —Completamente de acuerdo con eso —respondió Travis rápidamente—. Necesita dinero para no ser casa de Halloween. Raven sonrió y se colocó el cabello tras la oreja. —Arreglaré lo que pueda sola —le dijo. Travis la miró. —¿Te quedarás sola? —indagó. Quedarse sola nunca fue la idea, pero fue lo que sucedió. —Dicen que Dios nos mira, así que no estaré sola —dijo sonriendo antes de responder la pregunta como adulta—. Me quedaré sola un tiempo, o hasta que me case con un millonario. Esa vez fue Travis quien sonrió. El rancho necesitaba mucho, y de solo quedarse dentro más de cinco minutos, comenzó a estornudar. Raven le dijo que salieran, que debía ser alérgico al polvo. Travis sorbió su nariz y se limpió las manos en la parte trasera del pantalón. Si quería ayudarla a bajar las cajas, tendrían que apresurarse antes de que anocheciera. Travis le dijo que se quedase arriba y que le fuese arrastrando las cajas. Fue un arduo trabajo que terminó con un Travis que sudó por primera vez por hacer un trabajo, y no por ejercicio o el sexo. Ayudarla a bajar las cajas y dejarlas en el recibidor y la cocina, fue suficiente trabajo como para descansar una semana, con alguien masajeando sus pies. Lo malo era que de su boca brotó algo aún peor. —Puedo ayudarte con el rancho —soltó Travis. Ella continuaba arriba del camión. —¿No trabajas con las vacas? Travis movió los hombros. —Tengo tiempo libre. Puedo venir a ayudarte, si quieres. —Se ofreció a hacer algo que jamás en su vida hizo, solo porque la chica estaba sola en otro estado—. Soy excelente con las manos. Raven agrandó los ojos y miró a otro lado. Travis se mordió la lengua y se rascó la palma de la mano derecha. —Eso no sonó bien. —Ni un poco —dijo ella sonriendo. Travis decidió corregirlo de inmediato. —Digo que puedo ayudarte a reconstruir. Raven sí necesitaba dos manos extras, pero no tenía para pagar. —¿Me cobrarás? —le preguntó. A Travis nunca se le pasó por la cabeza cobrar por eso. —¿Sabes hacer limonada? —preguntó Travis. Raven metió las manos en los bolsillos traseros. —Un poco. —Entonces tenemos un trato —dijo Travis sonriéndole. Travis, además de ser un hombre bastante guapo con el cabello oscuro, una barba poblada, una sonrisa coqueta y ojos hermosos, era bastante extraño, pero Raven también se lo achacó a que debían ser costumbres diferentes a las suyas en California. —Eres muy raro —dijo ella desde arriba. Travis abrió los brazos. —No eres la primera que lo dices —le respondió. El dueño del camión, al recibir un mensaje contundente, se bajó para decirle que se apresuran a bajar las cosas, que debía regresar. —Seguro, porque le pagué para hacerlo y esta enviando mensajes —replicó Raven con los brazos cruzados. El hombre alzó el teléfono con el w******p abierto. —Oiga, mi novia quiere que le dé más dinero y trabaje menos. Mi noviazgo se cae a pedazos, así que no tengo tiempo para bajar sus cajas —les dijo silenciándolos—. Apresúrese. Tengo que ir a tener sexo con ella para decepcionarla una vez más. Raven soltó un suspiro y Travis la ayudó a terminar de bajar las cosas. No quedaba demasiado, solo lo más pesado, en lo que sí tuvo que ayudar el chofer. Y cuando terminaron, agradeció irse. —Gracias, Travis —le dijo Raven cuando se quedaron solos. —No fue problema. —A Travis le dolía el cuerpo, pero fingía estar bien—. Vendré mañana para ayudar en lo que necesites. Raven asintió. —Te lo agradezco —dijo encaminándose a la puerta—. Adiós. Travis la miró a los ojos. —Adiós, Raven. Travis no esperaba que su estadía en Tennessee fuese agradable, y Raven jamás imaginó que conocería el amor en tierras lejanas. Nota de autora: ¿Qué les pareció el primer vistazo a esta nueva historia?

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