Renata. Llegué a casa antes que todos. Todo estaba en un silencio poco común cuando llegué del colegio. Sin las risas estridentes de las niñas, sin el televisor encendido con dibujos animados, sin Sebastián tarareando canciones desafinadas mientras revisaba su teléfono. Solo el tic-tac del reloj de la cocina y el leve zumbido del refrigerador. El sol de la tarde entraba por las cortinas del salón, pintando rayas doradas sobre el suelo. Era el tipo de silencio que no duraba mucho, porque en menos de un par de horas llegarían mis tres terremotos con sus mochilas a medio cerrar y miles de historias escolares para contar. Colgué mi bolso en el perchero y respiré hondo. Mi primer día había sido un éxito rotundo. Me quité los zapatos y caminé a la cocina, me puse mi delantal floreado favori

