Sebastián. El día anterior había sido una bofetada, pero el de hoy… iba a ser otra cosa. Me levanté temprano, preparé el desayuno, les preparé loncheras a la niña y a Renata, llevé mis pequeñas al colegio y regresé a la casa, me puse camisa y pantalón formal. Porque estaba listo para enfrentar al hombre que me estaba saboteando. Me miré al espejo. Firme, decidido, rabioso, pero sereno. Me fui directo a mi antigua empresa, pero al llegar le impidieron la entrada. —Lo siento, señor Marín, no puede ingresar sin autorización del director general —dijo uno de los guardias de seguridad, parándose frente a mí para impedirme la entrada. —Llamé a la recepcionista y dígale que estoy aquí. No me iré hasta que hable conmigo. —Lo siento, señor, pero tenemos órdenes estrictas de no dejarlo pasa

