Capítulo 4, parte 2

3922 Words
Por la tarde y guiada por su GPS, Nicole llega puntual a la casa de Lucas, es una casa en lo más alto de Santiago, es una casa enorme, preciosa, la fachada de la casa presenta dos columnas de granito con un hermoso pórtico, parece un gran castillo, Nicole se siente empequeñecida ante aquella mole. Antes de bajarse y llamar por el portero electrónico y dar aviso de quien es, la puerta se abre y aparece un hombre alto y fornido, se acerca a su ventanilla, le pregunta su nombre completo y le pide ver su cédula de identidad, Nicole se siente como si fuera una delincuente, pero no dice nada, el hombre le devuelve su documento después de mirarlo unos segundos y la hace entrar indicándole un acceso hacia un costado de la casa. Recién entonces se da cuenta que lo que parecía una enorme pared al lado derecho de la casa es, en realidad, una entrada para los carros. Al hacerlo, contempla un jardín de ensueño, lo mismo que la casa, una casa de un piso, con muchos ventanales decorados y miles de metros cuadrados. Sonríe para sus adentros, es imposible que sean miles de metros, pero eso parece. Un camino se abre a su paso, rodeado de plantas y árboles muy bien cuidados. Detiene su auto donde la espera otro hombre igual de corpulento que el primero, que le indica dónde estacionar su auto -que por lo demás lo siente bastante fuera de lugar- le pide las llaves para llevarlo al estacionamiento y otro hombre la conduce al interior de la casa siendo recibida por otro hombre más grande que los anteriores y más serio que los demás, «se parecen a los Hombres de Negro», piensa sin poder evitar una sonrisa. ―Buenas tardes, señorita Zúñiga ―la saluda con amabilidad, tal como los otros dos―, mi nombre es Tomás Fuentes, la llevaré con la señora Eloísa y el pequeño Lucas. ―Gracias ―atina apenas a contestar Nicole, se siente incómoda con tanta parsimonia y elegancia. ―¡Nicole! ―grita el niño lanzándose a los brazos de su nueva amiga, quien lo recibe tomándolo y abrazándolo a su pecho como si no lo hubiese visto en años, es que ella lo necesita más que a nada en el mundo, en unos pocos días, él se ha convertido en parte importante de su vida, es el sol después de la tormenta y la certeza de que todo irá mejor. ―Ya, Luquitas, que estás muy grande y pesado para estar en brazos ―lo regaña dulcemente la abuela que viene llegando detrás de él. El niño se separa de Nicole y ésta lo deja con suavidad en el suelo. El hombre de n***o había desaparecido. ―Buenas tardes, señora Eloísa. ―A pesar de ser una mujer muy cariñosa, la joven la ve tan elegante que le cuesta un poco acercarse. ―Hola, Nicole ―la mujer la abraza como a una hija―, me alegra que hayas venido. ―¿No tuvo problemas con su hijo? ―No, ninguno, ya te dije que es un cascarrabias al que no hay que hacerle caso, ladra pero no muerde. ―No hable así de su hijo ―le suplica la joven. ―Lo es, yo lo amo, pero a veces es tan sobreprotector que ahoga y en muchas ocasiones cae en la exageración. También lo entiendo, su vida no ha sido fácil y las cosas por las que ha tenido que pasar lo han convertido en lo que es hoy. ―Las cosas que se viven dejan huellas muy marcadas… ―acota sin pensar. ―Sí, eso es lo que le ocurre a mi hijo ―contesta con tristeza la mujer. ―Ven a conocer mi pieza ―la invita el niño saltando a su lado. Nicole mira a la abuela pidiendo autorización sin decir una palabra. ―Vamos ―contesta la mujer sonriendo de nuevo―, ojalá tengas tu dormitorio ordenado… ―Sí, yo mismo lo volví a ordenar para que todo esté muy bonito para ti ―dice el niño orgulloso de sí mismo. ―Entonces debe estar muy lindo ―responde Nicole sonriéndole maternal. El cuarto del niño está dividido en dos. En uno está el dormitorio con una cama en forma de auto y un cobertor de dibujos animados acordes al auto, su mesita de noche con una lámpara de robot y las paredes tapizadas con posters de dibujos animados de moda. La otra habitación es una sala de juegos, donde se puede apreciar un video juego de última generación, un baúl lleno de juguetes y una repisa con montones de autos de colección. El niño corre al baúl para mostrarle todos y cada uno de sus juguetes, autitos, robots y figuras de los dibujos animados más famosos. A un costado tiene un escritorio de auto de carrera con sus cuadernos de colegio muy bien ordenados en una repisa, muchos lápices en unos cubos hermosamente decorados. Este es un cuarto de ensueño para cualquier niño, aunque también denota la soledad en la que se encuentra, todo aquello parece ser la compensación por la carencia de madre, porque, aunque como figura materna tiene a su abuela, eso no basta para un niño tan pequeño como Lucas y su padre, que debe estar consciente de eso, le da todo en sentido material, para resarcir su culpa. Lucas saca a Nicole de sus pensamientos tomándola de la mano y la lleva a un rincón donde hay una pista de trenes enorme, que pasa por una ciudad muy bonita, también tiene una pista de carreras de esas que lanzan los autos por una rampla y otra que es con autos a control remoto. El niño le pide hacer una carrera, ella accede, pero como no tiene ninguna experiencia en eso, su auto se descarrila a cada rato fuera de la pista, lo que provoca en él una risa contagiosa. Ríen ambos y eso provoca que Nicole domine menos su vehículo. ―¡Ah, ya! Así no se vale ―reclama Nicole infantil, riendo junto con el niño―. Este auto está malo. ―La mala eres tú ―se burla el niño sin dejar de reír. En un nuevo intento, el auto no alcanza a avanzar cuando vuelve a caer de la pista. ―¡Juguemos a las carreras en la tele! ―exclama el niño, está deseoso de enseñarle cada cosa que posee. ―¿Videojuego? Nunca he jugado. El niño va hasta un televisor de plasma y lo enciende quedando de inmediato conectado con la consola. ―Déjala, Lucas, Nicole no sabe jugar ―le indica la abuela viendo con emoción el modo en que se llevan, Nicole tendría que ser todavía más hipócrita que su exnuera para fingir el amor que se nota siente por su nieto. ―No, juguemos, ahora sí te gano ―declara la joven con convicción. Nicole no sabe jugar y, por supuesto, no tiene ninguna chance de ganar y, aunque tuviera suerte de principiante, se dejaría ganar. El niño pone uno de sus tantos juegos, según él, el más fácil, pero la chica no es mejor que con los autos, no logra hacer nada, se da vueltas en círculos. El juego de carreras no es lo suyo. Y si lo piensa bien, tampoco es que en la vida real sea mejor conductora. ―¿Qué pasó? ―pregunta Nicole cuando a mitad de su carrera la pantalla muestra a los ganadores ―Te demoraste mucho y no te esperaron para llegar a la meta ―se burla el niño. ―Pero es que me caigo a cada rato, ni siquiera logro ver el camino. ―Se ríe Nicole, nunca había disfrutado tanto, todos sus problemas quedan en el olvido. Rato después de hacer el ridículo perdiendo con un niño de seis años, una muchacha entra y le avisa a Eloísa que el té está listo, que pasen al comedor. El niño tiene permiso para no cenar y comer las cosas ricas que había preparado la cocinera. Nicole y la abuela toman café, en la mesa hay muchas cosas, más de las que podría comer Nicole en una semana, ella come lo justo y necesario, no es buena para comer y Eloísa no insiste, pero nota que apenas sí come, al igual que el niño. ―¿No te gustó, Nicole? ―le pregunta Lucas en tanto se echa un trozo de queque a la boca. ―Está muy rico, pero ya no puedo seguir comiendo, es mucho ―responde Nicole con una sonrisa. Pasada la comida, Eloísa los lleva a otra sala, donde el niño toma un cuaderno y se sienta al lado de Nicole. Con el niño dibujando a su lado y mostrándole cada dibujo, llega la hora de partir. Nicole no lo toma con agrado, no quiere separarse del niño, pero Lucas se lo toma peor: se pone a llorar desesperado con la despedida. ―Tienes que dormirte, Lucas, y Nicole también debe ir a descansar ―censura la abuela avergonzada por la reacción de su nieto. ―Quiero que se quede un rato más ―replica el niño frotándose los ojos por el sueño. Nicole mira la hora, pasan de las diez de la noche, es tarde para un niño de su edad, tiene sueño y por eso se comporta así. ―Discúlpalo, Nicole, por favor, él está acostumbrado a dormir a las nueve y ahora está con sueño, por eso se pone así. Nicole sonríe comprensiva, ella tampoco quiere apartarse de él y no es sueño. ―¿Te hago dormir antes de que me vaya? ―le ofrece sin pensar. ―¡Sí! ―grita el niño emocionado―. Será como si mi mamá me hiciera dormir, aunque mi mamá de verdad no me quiere ―termina entristecido. ―No digas eso, mi niño. ―Nicole se agacha a su lado y lo abraza, transmitiéndole todo su amor. ―Ella misma me lo dijo, cuando se fue... Nicole mira a Eloísa sorprendida y la mujer le devuelve un gesto de dolor. ―Yo te quiero mucho, mi pequeño,  si yo fuera tu mamá, te querría mucho siempre. ―¿Siempre de siempre? ―Siempre de toda la vida y más, mi pequeño ―le asegura con amor. ―Yo también te quiero ―dice el niño apoyando su cabeza en su hombro. Nicole y Eloísa intercambian sendas miradas de dolor, un niño tan pequeño no debiera sufrir, no es justo.   Se dirigen al cuarto y entran al baño que está dentro de la habitación y después de lavarle las manos, la cara y los dientes, Nicole lo lleva a la cama. El niño la deja hacer a pesar de que él hace todo eso solo; la niñera se ocupa de revisar que lo haga bien, nada más. Evelyn mira a Lucas y a la joven con una sombra de tristeza en sus ojos. Mira a Lucas con tanto cariño, como si fuera mucho más que una empleada más. Se ha encariñado mucho con el niño y ahora, con Nicole allí, teme que su presencia sea innecesaria ya en esa casa. Nicole, ajena a lo que piensa la otra chica que está en el cuarto, saca un libro de cuentos de una repisa cercana y comienza a leerle. Evelyn le indica que ese no es el que le gusta, pero el niño le pide que se lo lea, quizás así le guste. Nicole le hace un gesto a Evelyn y esta tuerce el gesto. Nicole no quiere que ella se moleste, no quiere usurpar su puesto ni nada por el estilo, pero al parecer eso no lo entiende Evelyn que se va del cuarto sin decir una sola palabra. ―Ya, ¿me lo lees? ―le pide Lucas. ―Sí, mi niño ―contesta ella. Lee el cuento, recuerda cuando le leía a su sobrino, le encantaba hacerlo. Eran buenos y bonitos tiempos. Cuando termina de leer, acaricia la frente del pequeño. ―Ya, ahora debes dormir, mi niño ―le indica suavemente. Al niño se le cierran los ojos, él lucha por mantenerlos abiertos, pero no es capaz. ―Duérmete, mi pequeñito ―le ruega ella. ―Te quiero, mami ―dice el niño adormilado y Nicole lo besa en la frente con amor. ―Yo también te quiero mi bebé. Nicole espera sentada en la cama hasta que la respiración del niño cambia, anunciando que ya está dormido. Sale del cuarto, apagando la luz antes de juntar la puerta. Una vez fuera se encuentra con Eloísa en el pasillo. ―Gracias, Nicole ―agradece sinceramente la mujer. ―No es nada, señora Eloísa, Lucas es precioso, conquistó mi corazón con sus ojitos bellos y… ―Lo sé, para él te volviste alguien muy especial también y ahora lo entiendo. Las mejillas de la joven se tiñen de un suave rojo. ―Gracias ―articula Nicole con dificultad, no está acostumbrada a ser objeto de adulación. ―¿Quieres tomar algo antes de irte? Yo sé que es tarde, pero me gustaría charlar contigo a solas.   Con sendos cafés en las manos, Eloísa se dispone a hablar con Nicole acerca de su hijo y su nieto. Necesita aclarar ciertas cosas para que no haya malentendidos en el futuro. ―Nicole, yo sé que tú eres una buena muchacha y no tienes dobles intenciones... ―A Nicole le parece que le cuesta un poco hablar―, pero debo decirte que mi hijo no piensa igual de ti. ―Pero ¡yo no le he hecho nada! ―protesta la joven azorada sin detenerse a pensar. ―Sí, lo sé, mi hijo ni siquiera te conoce y ya te juzgó ―la calma la mujer―, el problema es que a él no le importa cambiar de opinión, simplemente porque no quiere. Nicole baja sus ojos decepcionada, si ese hombre le exigiera dejar de ver a Lucas… ―Pero no te preocupes, no es por ti el problema ―le asegura Eloísa poniendo su mano sobre la mano de la joven. ―¿Y si no quiere que vuelva a ver a Lucas? ―pregunta Nicole levantando la vista con los ojos aguados. ―No lo hará, yo no lo dejaría hacer eso, no te prohibirá verlo. ―¿Es por la mamá del niño? Eloísa la mira con ojos cargados de culpa. A ella no le gustan las mentiras, pero tampoco puede ocultar la antipatía que siente su hijo por esa muchacha que llegó a la vida de Lucas como si hubiese estado destinada a eso. Y menos le escondería las razones por las que su hijo reacciona así, está actuando en base a sus experiencias anteriores y no por Nicole, precisamente. La mujer toma aire para darse ánimos para hablar. ―La mamá de Luquitas lo abandonó cuando el niño tenía dos meses de nacido. Nicole la mira espantada, ¿cómo es posible que una madre abandone a su hijo recién nacido? ―Para mi hijo fue devastador, quedó muy mal y bueno… ―La mujer se retuerce las manos con el recuerdo―. Aunque mi nieto no conocía a su mamá todavía… no dejó de llorar los primeros quince días, costó mucho que aceptara el relleno. ―¿¡Ella lo amamantaba!? ―La muy maldita… ―Botó el aire que tenía retenido en los pulmones―. Ella amamantó al niño solo para dejarlo botado. ―Esto que me cuenta es terrible, Eloísa, entiendo a su hijo, ahora no debe confiar en ninguna mujer. ―No, para nada, en realidad, no quiere tener nada serio con ninguna, no juega, pero no se compromete. ―Me imagino que no quiere volver a sufrir. ―Perla era… El teléfono interrumpe a la mujer que mira su reloj un poco inquieta. ―Perdón ―se disculpa y se levanta a contestar. Nicole la sigue con la mirada y se incorpora para retirarse. ―Hijo ―saluda la mujer un poco nerviosa. ―No me has llamado. ―Fue el saludo del hombre. ―Porque aún no se va ―susurra, no quiere hacer sentir mal a su joven invitada. ―¿Qué? ¿Acaso piensa quedarse a alojar allí? ―Hijo, por favor, Luquitas lloró mucho y ella se quedó a hacerlo dormir, acaba de dormirse y ahora estamos conversando un ratito antes que se vaya. ¿Te molesta? ―Espero que se vaya pronto, una mujer decente no tiene por qué llegar tarde a su casa. ―No está haciendo nada malo, está conmigo ―corta molesta. ―Mamá… ―Lo sé, hijo, pero ella no es como las mujeres que has conocido. ―No me digas ―replica con ironía. ―Te lo digo y lo confirmo ―asegura con decisión. ―Bueno, si tú lo dices… No quiero discutir. ―Yo tampoco. Y estamos bien, todavía no nos asesina ―dice de buen humor. ―Llámame en cuanto se vaya. ―Está bien. Adiós. ―No te olvides ―acota antes de cortar. La mujer se vuelve y mira a Nicole con culpa en su mirada. Está parada al lado del sofá con su abrigo y su cartera en la mano, esa joven le parece muy desamparada. A pesar de su estampa de oficinista de alto nivel, le parece que está muy sola, tanto o más que su hijo. ―Me voy, señora Eloísa, muchas gracias por su hospitalidad ―agradece sincera, aunque no escuchó toda la conversación, sí pudo apreciar que discutían por ella. ―No tienes que irte... ―Es tarde y… ―La chica apunta el teléfono. La mujer suspira y asiente con la cabeza. ―Está bien y no te preocupes por mi hijo, tal vez algún día entiendas por qué reacciona así. ―Con lo que me acaba de contar, es suficiente para darse cuenta por qué no confía en las mujeres, no es fácil superar una situación así. ―Eloísa puede percibir que Nicole lo dice por su propia experiencia personal. Eloísa sale a la puerta a dejar a su invitada y ahí la espera su automóvil, ¿cómo supieron que ella iba a salir en ese momento? No lo sabe y tampoco es un tema relevante para ella. Se sube y el hombre que se suponía se había encargado de estacionar su auto, le entrega las llaves. Se da cuenta que el estanque está lleno de gasolina y mira a Tomás, el último que se le presentó por la tarde al llegar está al frente, un poco alejado de su auto, la observa con una dulce sonrisa. ¿Esos gorilas pueden ser dulces? Frunce el ceño, echa a andar su auto y sale por el lindo camino que conduce a los enormes portones de salida.   ● ● ●   ―Ya. Se fue. ¿Estás contento? ―Es el saludo de Eloísa a su hijo cuando lo llama de vuelta luego de despedir a Nicole. ―Ya estaba bueno ―responde el hombre sin emoción. ―Si tú lo dices… ―La mujer está molesta, se siente avergonzada por la reacción de su hijo. ―¿La tuviste que echar? ―No, no hizo falta que lo hiciera, tú lo hiciste bastante bien. ―¿Qué dices? ―se sorprendió el hombre. ―Digo que con tu llamado telefónico no hubo necesidad que dijera nada, cuando colgué ella estaba con su cartera y su abrigo en la mano dispuesta a irse. ―Dando lástima, querrás decir ―corrige. ―No, no es así, ella no quiere que tú y yo tengamos problemas por su culpa, inclusive hoy no quería venir, no quería pasarte a llevar al saber que tú habías dado la orden que viniera cuando tú pudieras estar presente. ―Mamá, ¿esperas que te crea eso? ―pregunta sarcástico, enfadado, piensa que su madre se burla de él. ―No me importa si me crees o no, es la verdad y punto, además ya no quiero hablar contigo. ―Vaya, cómo te conquistó esa mujer que ahora la prefieres a tu hijo y te pone en mi contra. ―¡No digas eso! ―exclama angustiada la mujer, esas palabras la hieren, siempre ella ha dado todo por su hijo. ―Lo siento, mamá ―se disculpa el hombre, sabe que lastima a su madre con su enfado. ―Está bien ―contesta ésta con tristeza.  ―Mamá, perdóname, por favor. ―El hombre sabe que la única que ha estado allí, siempre con él, ha sido ella y no merece que descargue su ira con ella. ―Sí, está bien, hijo, no te preocupes… Pero no quiero que pienses que yo voy a preferir a nadie antes que a ti, eres mi hijo. ―Lo sé, mamá, de verdad lo siento, pero esta mujer me tiene descompuesto, temo que no sea una buena persona y que estén en peligro. ―Sí, hijo, quién más que yo conoce tus miedos y temores. ―Te quiero, mamá ―susurra el hijo arrepentido. ―Yo también, mi niño, sabes que tú y Luquitas son todo para mí. ―Lo sé, mamá. Te llamo mañana antes de partir, quiero llegar a media tarde, ¿sí? ―Sí, hijo, que descanses. ―Tú también, mamá y perdóname ―suplica una vez más. ―No te preocupes, te mando un beso. ―Igual para ti, te quiero mucho. ―Yo también, mi niño. Eloísa se queda con el teléfono en la mano, tiene un sabor amargo en la boca, no entiende la actitud de su hijo, es cierto que había sufrido mucho y que ahora es un hombre desconfiado, pero nunca lo vio así. Tal vez sea que teme enamorarse y se está poniendo la coraza antes de tiempo, previendo lo que pueda ocurrir si Nicole lo conquista a él como conquistó a su hijo y a ella misma. Incluso Tomás estaba tranquilo con ella en casa. Por su parte, Esteban piensa en cómo será la mujer que conquistó el corazón de su pequeño hijo, tiene miedo, sí, de que, así como había conquistado a su hijo y a su madre, lo conquistara a él también, luego sacara las garras y… Sacará las garras. Recuerda a la chica del ascensor. Debió estar muy mal para reaccionar así y después de ver la discusión con la otra muchacha... Algo grave debe estar pasando en la empresa, el lunes se enteraría de todo, sí o sí, lo sabría y ahí esa insolente y maleducada mujer sabría quién es él y se arrepentirá de la forma en que lo había tratado. Ya quería ver su cara al saber que él era el nuevo dueño de las Empresas Medero. Podría burlarse de ella, hacerle pagar la forma de tratarlo... Sonríe para sus adentros. La recuerda pegada a la pared del ascensor, tan cerca los dos, que bien pudo besarla. No, a ella no. Ella no era de encuentros casuales, como las mujeres de su entorno, ella parecía una muchacha seria, no una desfachatada. Sacude la cabeza. Se vuelve a molestar, no quiere pensar en esas cosas. Cierra los ojos, no quiere ni necesita una mujer a su lado. Su vida está bien así, no la complicaría con una mujer que probablemente lo único que buscaría sería su dinero, no a él.  
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