Capítulo 2, parte 1

2794 Words
―Yo quiero que ella sea mi mamá ―gimotea Lucas apenas sube al vehículo indicando a Nicole que permanece sentada en el banco, mientras su papá le abrocha el cinturón. ―Hijo, las mamás no se consiguen así, no puedes pedirle a cualquier mujer que conoces en una plaza que sea tu mamá ―contesta el padre del niño, molesto y triste por la falta que siente su hijo. ―Pero yo quiero que lo sea ―protesta nuevamente. ―Luquitas, mi amor ―interviene la abuela―, esa niña tal vez hasta tiene sus hijos y su propia familia. ―No, no tiene, ¿puedo invitarla a la casa mañana? ―Las cosas no se hacen así, además, lo más probable es que ni siquiera la vuelvas a ver ―exterioriza el papá cada vez más molesto. ―Dijo que mañana vendría y yo también quiero venir ―afirma con un puchero.  ―Sabes que venimos a diario, Luquitas ―le indica su abuela con ternura, a pesar de no entender la actitud de su nieto, comprende la falta que le hace una figura materna, porque ella, a pesar de ser mujer, es su abuela, no su madre. ―No te hagas ilusiones, si no viene… ―el hombre no sabe qué decir a su hijo, no quiere que el niño sufra una desilusión por alguien a quien apenas conoce y que ni siquiera sabe con qué intenciones se acercó a Lucas. ―Vendrá, lo prometió, dijo que mañana a esta misma hora va a venir. Madre e hijo se miran, el niño está entusiasmado con su nueva amiga, algo inusual en él que es poco dado a hacer amistades. Esperan que el niño no sufra mucho si ella no aparece como había prometido. Esteban mira hacia donde poco antes estaba la mujer, pero ya no está, a lo lejos, la ve cruzando la calle opuesta a toda velocidad y le recuerda a otra mujer. En la cual prefiere no pensar. Ya bastante distraído estuvo en la reunión con su nuevo socio como para seguir pensando en ella. El niño se va en silencio, no quiere hablar. Madre e hijo se miran con preocupación. Lucas jamás había actuado así, mucho menos había manifestado la falta de su madre. Desde la última vez que había vuelto Perla, hacía más de dos años, él niño no había dicho ni una sola palabra de ella, nunca la quiso, no le gustaba que lo tomara, que lo hablara ni nada, era menos que una desconocida para él y ahora, con esta chica, es todo lo contrario, fue como si al verla, se hubiera enamorado, como si ella fuese su verdadera madre, la que debió llevarlo en su vientre, la que lo debió amamantar, la que lo hubiese amado más que a nadie en el mundo. Al llegar a la casa, la niñera tiene listo el baño del niño y mientras lo hace, los dos adultos se van a la sala. ―¿Nunca habías visto a esa mujer?  ―pregunta Esteban a su madre una vez solos―. ¿O va frecuentemente a la plaza? ―No, jamás la había visto y Lucas tampoco, pero se enamoró de ella de inmediato. ―No logré verla bien, ¿es joven? ―Sí, unos 25 años y muy bonita por lo demás. ―agrega la mujer con una sonrisa. ―No pregunté eso ―replica molesto. ―Es solo un comentario. ―Mamá, por favor, sabes perfectamente que no estoy en busca de una mujer, no la quiero ni la necesito. ―Bueno, que no necesitas de una mujer… Déjame dudar de eso. ―No la necesito. ―¿Y todas tus “amiguitas”? ―No es lo mismo, son encuentros casuales, nada más. No necesito una esposa ―aclara. ―Al parecer no es lo mismo que piensa tu hijo. ―Él puede pensar muchas cosas, pero no me puedo dejar llevar por los caprichos de un niño de seis años. ―Sabes perfectamente que es un niño muy inteligente y no se da con cualquier persona, si esa joven le gustó, por algo será. ―Espero que su desilusión no sea muy grande cuando mañana no llegue ―disiente. ―Yo espero que aparezca ―acota la mujer. Esteban mira a su madre, al parecer ella está tan deseosa como su hijo de buscarle una mamá para Lucas y, de paso, una esposa para él. Pero él no quiere ni una cosa ni la otra. Ya bastante daño había causado Perla, la madre del niño, como para pensar en tener una pareja estable de nuevo. Además, con su madre y con Evelyn, la niñera, es suficiente, su madre lo ama y lo cuida y Evelyn es una joven excepcional que adora a Lucas como si fuera propio. ―Papi, ya estoy listo. ―El niño llega corriendo a la sala y se lanza a los brazos de su progenitor, siendo levantado por él. Huele como un bebé todavía, algo que a Esteban le encanta sentir, al igual que sus pequeños bracitos abrazándolo. Le da un beso en el cuello, haciéndole cosquillas, el niño ríe con ganas, intentando liberarse, pero en realidad, le encanta jugar así con su papá. ―Vamos a cenar, entonces ―dice el padre―, ¡comeremos cuellito de niño! ―Ríe el hombre, mientras su hijo se retuerce en sus brazos e intenta soltarse para terminar con esa agradable tortura. Lleva al niño en brazos hasta el comedor y se sientan en silencio a comer. Cosa que a Esteban le llama la atención. Su hijo parece pensativo. Solo al término de esta, el pequeño mira a su padre con emoción. ―Papi… ¿puedo invitar a Nicole mañana? ―No creo que quiera venir ―contesta el padre con seriedad, no esperaba que volviera con el tema. ―¿Y otro día? ―Ya lo veremos, hijo. ―Pero tú la dejarás venir, ¿cierto? ―Por supuesto que sí ―acepta a desgano. ―¡Bien! ―grita el niño entusiasmado. ―Pero no te hagas ilusiones, Lucas, si no vuelve… ―¡Va a volver! ―objeta el niño con una seguridad abismante―. Ella lo prometió. ―Está bien, si vuelve, le dirás que venga a casa el próximo fin de semana ―accede el hombre de mala gana. ―¿Por qué no este? ―Porque yo no voy a estar el sábado, tengo que ir al sur y el domingo llegaré a mediodía y quiero pasarlo contigo. ―Pero lo podemos pasar con ella, será como pasarlo en familia ―indica el niño entusiasmado. ―No, Lucas ―ordena el padre con firmeza―, si vuelve mañana u otro día, le dirás que venga a casa el próximo sábado, ¿de acuerdo? El niño hace un gesto y se queda en silencio evitando unos pucheros. La abuela mira a su hijo, él da todo por el niño y le concede casi todos sus caprichos, sin embargo, esta vez está reacio a cumplir el deseo de su hijo y todo por tratarse de una mujer. Desde que Perla lo dejó no había querido volver a enamorarse de ninguna otra mujer, los encuentros casuales le servían para olvidar en parte el daño que esa mujer le hizo. Eloísa no quiere más que ver a su hijo feliz con una mujer que valga la pena, él es joven todavía, está segura que cualquier mujer se sentiría orgullosa de estar a su lado, pero él se siente poca cosa, incapaz de ser amado, siente, incluso, que si no fuera por el dinero que ostenta, ni las compañías casuales estarían con él. Pues eso, piensa la madre, no es cierto, su hijo es bastante atractivo y no porque lo diga ella, sino porque ve la mirada de las chicas al verlo pasar. Su porte alto e imponente no pasa desapercibido para ninguna. O casi ninguna.   Ya en su cama, el niño casi no escucha el cuento que cada noche le lee su padre, piensa en Nicole, le gustó de inmediato, la primera vez la pelota llegó a ella por casualidad, pero la segunda vez, no. Ella era bonita, agradable y tenía una linda sonrisa. Así se imaginó siempre a su mamá. Además, cuando ella lo miró, fue como si su pequeño corazón hubiese dado un giro, como si ella hubiese sido siempre su mamá. ―Hijo, duerme, mañana no te querrás levantar para ir al colegio ―dice su padre besándolo en la frente y saliendo del cuarto sacando su teléfono celular del bolsillo que empezaba a sonar en ese momento. ―No quiero ir al colegio ―reclama el niño con un puchero a su abuela que queda en el cuarto. ―Tienes que ir para que después vamos a la plaza a jugar ―le susurra cómplice. La abuela también besa al niño con devoción, ese niño es la luz de sus ojos. ―Mamita Eloísa, ¿crees que ella vuelva? ―pregunta el niño en voz baja esperando que su papá no escuche a pesar que no está en el cuarto. ―Sí, mi niño, si ella dijo que volvería, entonces volverá. Se ve una buena chica. ―¿Y crees que quiera ser mi mamá? ―Bueno, Luquitas, eso es otra cosa, para eso debe enamorarse de tu papá y él de ella para casarse. ―Nicole es bonita, mi papá se enamorará fácil. La abuela sonríe, quien más que ella desea que su hijo se enamore y sea feliz. Si uno pudiera mandar en el corazón… ―¿Se durmió? ―Esteban vuelve al cuarto con una nueva sonrisa. ―Aún no ―contesta su madre. ―Te quiero, papi. ―Yo también, mi pequeño. ―El hombre abraza a su hijo y se queda así unos minutos, disfrutando de la cercanía del niño, de su aroma, su suavidad. Cuando deja al niño, ya está dormido, lo acomoda en la cama y después de darle un beso, sale del cuarto seguido de su madre. Costó que se durmiera ―comentó Esteban. ―Insiste en que esa joven sea su madre ―informa Eloísa con un dejo de tristeza. ―Tal vez y como mucho, podría ser su niñera ―corta con sequedad. ―No digas eso, no parece niñera, más bien parece oficinista. ―Un traje puede engañar. Perla usaba las ropas más caras y era la mujer más barata que he conocido ―replica con brusquedad. ―Al niño le gustó. ―Que sean amigos. Yo no me opondré. ―¿De verdad quieres que venga el próximo fin de semana? ―No quiero ―aclara―. Admitiré que venga, que no es lo mismo, mamá. ―¿Por qué eres tan duro con ella? Ni siquiera la conoces. ―Y no me interesa conocerla. ―Entonces podría venir este sábado, como no vas a estar, no tendrás que soportar su presencia en esta casa. Esteban mira a su madre, se gira sobre sus talones y se va al bar. Se sirve un whisky. ―¿Te sirvo algo? ―ofrece como si diera por terminada la conversación. ―Amaretto, por favor. El hombre sirve el vaso de su madre, se lo entrega y se sienta a su lado en el sofá. ―¿Y qué dices? ―insiste la mujer―. Si va mañana a la plaza ¿le puedo decir que venga el sábado? ―Preferiría que la vieran un par de veces más en la plaza antes de meterla a la casa. ―Ah, ¿es solo por eso? ¿Quieres que la conozca un poco? ―Sí, mamá, no quiero que traigan a una extraña a la casa y que termine siendo una ladrona. ―Está bien ―concuerda la mujer―, aunque no creo que lo sea. ―Ni siquiera la conoces, no hablaste con ella. ―Lucas sí. ―Lucas es un niño, mamá, y sus ansias de tener una madre como todos sus compañeros le hacen buscar en cualquier desconocida la imagen materna que tanto necesita. ―No es así, ha habido muchas mujeres en la plaza y con ninguna ha sido así, solo con Nicole. ―Nicole. ―Sonríe con un dejo de ironía―. Ahora la querrás de nuera también. ―No te burles, hijo, por favor. ―Mamá, abre los ojos, por favor, ella es una extraña, estoy seguro que ni siquiera aparecerá mañana. ―Bueno, hijo, no te enojes, ¿sí? Mejor, dime, ¿cómo te fue en la reunión que tenías hoy por la división de la empresa de Medero? ―Bien, andaba bastante alterado, enojado, no sé, supongo que no quiere perder el control de su empresa, tú sabes lo controlador que es. Y mucho menos quiere perder conmigo, sabes que siempre ha querido todo lo mío y no acepta que sea yo quien le quite ahora parte de lo suyo. ―Sí, me imagino ―acepta de mal humor la mujer. ―Pero lo quiera o no debe entregar el 70% de las acciones, no hay nada que él pueda hacer, ya apeló a todas las instancias posibles y todas han dictaminado lo mismo. ―¿Y cómo lo vas a hacer? ¿Pedirás el dinero? ―No, me haré cargo de la empresa personalmente ―afirma decidido. ―Pero tus propios negocios… ―Ya lo tengo arreglado, quiero darle a ese hombre una lección que no olvidará en su vida. ―Se levanta del sofá y se para a unos pasos de su madre, dándole la espalda, él no es un hombre perverso, pero Cristóbal Medero le había hecho demasiado daño, no sólo a él, sino que a toda su familia y eso lo iba a pagar con  creces. ―Hijo, tú sabes que la venganza nunca es buena... ―intenta suavizarlo la mujer. ―Lo sé mamá, pero él no se saldrá con la suya esta vez ―replica volteándose para mirarla. ―Bueno, tú sabes lo que haces ―murmura Eloísa. ―El lunes me haré cargo de todo, mañana va a ir Bernardo a ver cómo funcionan las cosas, a poner en orden todo y así tomar el puesto de nuevo dueño del imperio que pretendió crear Cristóbal y que ahora se le está desmoronando bajo sus propias narices y en mis manos. Eso es lo que más debe dolerle ―ironiza con una amarga mueca―, que sea yo quien derribe su vida. ―Espero que no te salga todo al revés de como esperas. ―No tendría por qué salir mal, mamá, lo tengo todo planeado. ―¿Mandarás a esa empresa a la quiebra? Piensa que los empleados de ese lugar no tienen la culpa. ―Si trabajan para un ser tan despreciable como él, ellos no deben ser mejores. ―Si trabajan es porque necesitan hacerlo, uno no anda hurgando en la vida de los jefes cuando entra a trabajar, simplemente cumple con la labor asignada y espera el pago a fin de mes ―lo recrimina su madre ahora tan molesta como él. Esteban mira a su madre que se levanta y camina hacia él, le pone una mano en el hombro, su mirada es tierna a la vez que firme. ―Mamá, no te preocupes por esa gente, no voy a cerrar la empresa, simplemente quiero darle una lección a ese hombre. Nadie más pagará las culpas de él. ―Espero que no te conviertas en un monstruo, hijo, sé todo lo que has sufrido, pero eso no le da derecho a uno de andar por la vida haciéndole daño a los demás, sobre todo a quienes no tienen la culpa. ―Nadie pensó en mí cuando estaba en el fondo del fango. ―No puedes decir eso, siempre estuve a tu lado, y mucha gente estuvo cerca, aun así, no puedes vengarte en la gente que ni siquiera te conocía antes, además, si sufriste, también tienes que aceptar la parte de tu responsabilidad, esa mujer no era buena, si me hubieses hecho caso y no te hubieras dejado enceguecer por una cara bonita y un cuerpo escultural podrías haber visto más allá y podrías haberte dado cuenta antes lo cruel que podía llegar a ser ella. Y Cristóbal... ―Con Cristóbal, nada, él debe pagar por todo lo que me ha hecho. La mujer mira a su hijo con lástima, él ha sufrido tanto y teme que su corazón se endurezca. No quiere eso, su hijo es una buena persona, pero nota que cada día que pasa su amargura crece cada vez más.  
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