Capítulo 1, parte 2

3367 Words
  Dos días después de ese odioso incidente, con el asunto de los bonos arreglados y los empleados trabajando como correspondía de nuevo, Cristóbal llama nuevamente a Nicole a su oficina. ¿Insistiría en su deseo de hacerla su “sumisa”? Nicole entra a la enorme oficina y se sienta a esperar, Cristóbal no aparece por ninguna parte. Después de quince minutos de espera comienza a impacientarse, no es que esté ansiosa de verlo, pero tampoco quiere perder el tiempo, tiene bastante trabajo atrasado por dedicarse a arreglar el problema de Contabilidad y no es momento para estar de ociosa. Recorre con la vista la inmensa oficina y, sin querer, detiene su mirada en el lugar donde había quedado atrapada hacía dos días. Vuelven los nervios a su corazón. Aunque ella tiene suficiente carácter como para ser la sometida de nadie, está segura de que si él quisiera abusarla, no le costaría nada. Esa oficina es a prueba de sonidos y nadie entra allí si no es llamado, ni siquiera su secretaria. Eso la asusta, aunque intenta convencerse que si él quisiera hacer eso, ya lo hubiese hecho, nada le costaría. Además, puede ser un acosador, pero ¿un violador? Lo duda y espera no equivocarse. Nicole se levanta al tiempo que la puerta se abre amenazadoramente lenta, como si su jefe disfrutara en ponerla tensa. Cristóbal se para en el vano de la puerta mirándola con intensidad y una odiosa sonrisa en los labios. Se burla de ella, eso está claro. ―¿Me esperaste mucho tiempo? ―pregunta haciéndose el desentendido. ―Veinte minutos ―contesta con sequedad. Él camina rápidamente hacia la mujer sin dejar de mirarla y se para frente a ella, imponiendo su porte. ―¿Me extrañaste? ―Hay bastante trabajo allá abajo como para perderlo aquí. ―Estás conmigo, eso no es perder el tiempo ―contesta él tomándola de los hombros. «Ya empezamos», piensa Nicole enojada. ―¿Qué quiere? ―pregunta con desagrado, sacudiéndose para liberarse de las manos en su cuerpo. ―Quiero saber cómo van las cosas, ¿se solucionó el asunto de los bonos? ―Todos cancelados, como corresponde. ―¿Tuviste algún problema? ―No, ninguno. ―Hiciste bien tu trabajo. ―Sonríe satisfecho. Nicole no contesta. ―Mereces un premio ―insiste. ―Un premio… ―repite Nicole por inercia, asustada por lo que sus palabras quieren decir. ―Así es. ―¿Ya? ―Nicole sabe que tiene que desconfiar. ―Podrás tenerme sin tener que castigarte. Nicole cierra los ojos con desagrado mientras toma aire para calmarse, cuando los abre, Cristóbal está frente a ella, muy cerca de su rostro, mirándola con deseo. ―Sigue equivocándose conmigo. Él sonríe confiado y se echa hacia atrás varios pasos. Ella camina hacia la puerta, él le intercepta el camino, tomando sus brazos. Ella lucha contra él, pero él la atrae a su cuerpo con suave firmeza, sin forzarla, simplemente conteniéndola. ―Tranquila, no te voy a lastimar. ―Por favor, no, de nuevo no  ―ruega ella fijando su mirada en él, sus pestañas están húmedas. ―Te deseo, Nicole ―le dice así, sin más, intentando besarla. ―¡No! ―grita ella corriendo la cara desesperada. ―Vamos, Nicole, deja de resistirte, ya tienes mi atención y mi deseo. ―No quiero nada de usted. ―Claro que sí, lo noto en tu mirada, me quieres a mí y ya me tienes, puedo ver la lucha en tus ojos, no te resistas, linda. Nicole intenta apartarse de él, pero no lo consigue. ―Bésame ―suplica él con ojos de cordero. El olor a perfume caro marea a la joven, que sigue intentando apartarse de él. ―¡No! ―Vuelve a gritar―. ¡Quiero salir de aquí! ―Te quedarás aquí hasta que yo te lo ordene. ―Impone con potente voz. ― ¡Usted no es mi dueño! ―Aún no, pero muy pronto Nicole Zúñiga, serás enteramente mía. ―Suena a verdadera amenaza. ―¡Jamás! ―Más tarde o más temprano serás mía y te dominaré a mi antojo. Pedirás ser mi esclava, rogarás ser dominada por mí. ―Nunca ―murmura ella cansada de luchar. ―Y te castigaré por esta lucha inútil, por todo esto que me haces pasar. ―La toma de la cintura y la pega a él, haciéndole sentir la dureza de su cuerpo. ―Déjeme salir ―suplica por fin, atreviéndose a mirarlo a los ojos sin intentar retener las lágrimas que no quería derramar. ―Me descolocas, Nicole ―confiesa soltándola, dando dos pasos hacia atrás. Nicole se queda petrificada mirándolo a él y a la puerta que está detrás de él. No sabe si esto es una autorización para irse o no, quiere escapar, pero si él quisiera detenerla, nada le costaría hacerlo, ella debe pasar por su lado para huir. ―¿No te irás? ―pregunta con molesta ironía. ―Quiero salir ―responde asustada. La respiración de Nicole es acelerada, agitada, su frente está llena de gotas de sudor, sus ojos se niegan a llorar, pero a punto están y su cuerpo tiembla como una hoja. Nicole puede sentir su propio corazón latiendo a mil, parece que se le va escapar por la garganta en cualquier momento. Está completamente paralizada. Sin embargo, Cristóbal parece tan sereno que cualquiera diría que esto no está pasando. ―Cálmate, Nicole, si quieres irte, sabes dónde está la salida. ―¿Qué? ―Si quieres irte, solo debes decirlo. ―Se acerca a ella lentamente, como no queriendo asustarla―. También sabes que estoy aquí para ti. ―No... ―ruega Nicole incapaz de cualquier movimiento. ―Nicole, Nicole, querida… ―La abraza a su pecho, casi protectoramente―. Conmigo estás segura. Puedes confiar en mí. Ella sabe que no es así, está aterrada, pero no logra pensar claro. ―No temas, belleza, todo está bien, todo estará bien, ya verás. ―No…, por favor… Cristóbal la aparta un poco y la mira, rodeando su rostro con sus manos. ―¿Quieres irte? ―pregunta con ternura. Ella asiente con la cabeza, casi imperceptiblemente. ―Puedes hacerlo, eres libre… La suelta y Nicole camina hacia la puerta, los quince pasos hasta allí se le hacen eternos. ―¿Me dejarás así, Nicole? ―pregunta Cristóbal justo cuando ella va a cruzar la puerta. Nicole, incapaz de dar un paso más, se queda quieta, esperando. Su corazón late desbocado, le teme, su temor la hace vulnerable y no sabe qué hacer. Quisiera tener la valentía para gritarle, golpearlo, defenderse. Pero no es capaz. ―Nicole ―susurra en su oído, tomándola de los hombros, abrazándola a él por la espalda. ―No ―gime derrotada. ―No te resistas, prometo ser bueno contigo. ―No… ―Serás mía, Nicole, más tarde o más temprano, yo sé que lo quieres, esperaré el tiempo que sea necesario hasta que estés lista para mí y seas mía como lo deseo. ―La voltea pegándola a su cuerpo, y la mira a los ojos. Intenta besarla una vez más. Es entonces que ella logra reaccionar y la adrenalina hace lo suyo. ―¡Suélteme! ―chilla histérica dejando correr las lágrimas que no puede seguir reteniendo―. ¡Jamás! ¡Nunca! ¿¡Lo entiende!? ¡Nunca me tendrá! ―No te resistas más, Nicole ―susurra tranquilo. ―¡Renuncio! ―replica ella con toda la valentía de la que es capaz―. Me cansó este jueguito estúpido, no voy a esperar a ser abusada por usted, no soy una muñeca inflable, ni su esclava s****l, ni su sumisa, ni nada que se le parezca. Soy una mujer con derechos y el primero es que se respete mi derecho a decir “no”. ¡Hasta nunca! ―No puedes renunciar ―contesta Cristóbal acercándola más a sí mismo, sin perder el control. Intenta besarla una vez más por la fuerza. Ella le da un puntapié y sale corriendo de la oficina dispuesta a renunciar, ya no soporta un día más en ese lugar. Está aterrada, enojada. Definitivamente, no puede seguir trabajando allí, aunque se muera de hambre y tenga que vivir bajo el puente. No sería la primera vez...     Nada más llegar a su oficina, toma su cartera, la fotografía de su padre que tiene en el escritorio y sale a Administración, área donde trabaja su amiga y compañera de departamento, Claudia Marín. ―Renuncio, Claudia, mañana traigo la carta de renuncia ―informa apresurada―. ¿Te puedes llevar mi auto? No soy capaz de manejar. ―¿Qué te pasó, amiga? ―pregunta preocupada. Nicole mira a su alrededor, hay dos mujeres más trabajando allí y no quiere que se enteren de la humillación a la que la acaba de someterla su jefe. ―Don Cristóbal intentó…él… quiso abusarme, Claudia ―habla en voz baja, pero las otras están muy al pendientes de lo que ella dice y sonríen para sus adentros, no creen lo que oyen. ―Nicole, por favor, no te creo. O sea, ese hombre no necesita abusar de nadie, puede tener a la mujer que quiera sin ninguna dificultad. ―replica con sarcasmo, para Claudia, su amiga siempre ha sido una mosquita muerta que se hace la puritana, pero que por dentro debe ser la peor de todas. ―Pues sí es verdad, vengo de su oficina, estoy muy alterada todavía. ―¿No sería al revés, amiga? A lo mejor fuiste tú quien quiso y él no te hizo caso. Nicole mira a Claudia. Claro, es difícil para ella creerlo, si está enamorada hasta el tuétano del jefe, como todas allí. Se vuelve y ve que las otras tienen una risita idiota en sus caras. ―¿Puedes llevarte mi auto? ―pregunta con evidente molestia. ―Claro, amiga, sabes que sí. ¿Dónde vas tú ahora? Supongo que no vas a hacer algo estúpido como ir a denunciarlo. ―¿Y qué sacaría? ―ironiza sabiendo la respuesta. ―Nada, amiga, aquí ninguna tiene esa queja. Ojalá. ―Ríe como una niña mala mirando a las otras y las demás la siguen. Ya quisiera Nicole verlas acosadas por ese hombre y ofreciéndoles lo que él realmente es. ―Me voy ―corta la conversación, saliendo de allí de peor humor que antes.   Está tan enojada que no es capaz casi de sostenerse, mira el ascensor, los más de veinte pisos los iba a bajar por la escalera, pero siente sus piernas demasiado débiles para hacerlo y se decide por el ascensor, aunque no le guste. Mientras baja en el ascensor, piensa en lo que su amiga le acaba de decir y su rabia crece más en su interior. Recuerda a Cristóbal… Ahora su respiración está agitada no de miedo, sino que de ira. Piensa en los cientos de formas de haber evitado lo sucedido, de contestar, de defenderse. Está tan enojada consigo misma, con los hombres, con las mujeres que aceptan todo por una cara atractiva y un cuerpo perfecto. Siente nudos en el estómago con todas las sensaciones mezcladas. Cuando sale del ascensor ve a un hombre que está llegando a él, la mira interrogante, algo ve en su cara, seguro, tiene pintado en la cara lo que acaba de ocurrir y eso la enoja más, si es posible, y cuando pasa por su lado lo empuja con su cuerpo, sin advertir que, al ser el hombre más alto y fuerte que ella, la que saldría perdiendo sería ella misma y cae al suelo estrepitosamente. El hombre la mira sorprendido e intenta ayudarla, pero ella se niega rotundamente. ―¡No me toque! ―ordena exaltada. El hombre hace un gesto de rendición, verla ahí en el suelo no le gusta, pero si ella no quiere aceptar su ayuda... Nicole se levanta y lo mira desafiante, ya no siente miedo. No volvería a sentirlo jamás, es lo que se promete a sí misma en ese momento, ya es suficiente que los hombres la traten como un objeto, una basura, y ella no es ni lo uno ni lo otro.  ―Lo siento ―comienza a decir él, sin saber por qué, sabe que él no es su culpa lo que acaba de ocurrir, pero aun así se siente culpable de la caída de esa mujer. Nicole, con aire engreído, lo mira de cabeza a pies y de vuelta hasta su cara despectivamente. Se gira y sale del edificio, ocultando el dolor que le produjo la caída. El hombre se queda mirándola, sin entender qué había ocurrido.   ● ● ●   La calidez del sol no ayuda a Nicole a calmar su  furia ni a mitigar su exaltado ánimo. Al contrario, se siente impotente, enojada, más que eso, furiosa y también un poco culpable por lo del hombre, él no tenía la culpa de nada y se descargó con él, algo inusual en ella, por lo general calmada. Camina sin rumbo fijo, no quiere llegar a su departamento. No sabe qué hará de aquí en adelante. Necesita encontrar un trabajo lo más rápido posible, está segura que no logrará obtener una buena carta de recomendación de Cristóbal y tampoco puede contar con su finiquito muy pronto, seguro él se querrá vengar de ella de esa manera y sin ese documento será casi imposible encontrar trabajo. No debió renunciar. No debió contestarle así a Cristóbal. No obstante, sabe que no puede quedarse trabajando en ese lugar. De hacerlo, en cualquier momento él abusaría de ella y la golpearía, como era su deseo. Ya había vivido eso y no volvería a pasar por algo así. Suficiente con uno de esos en su vida. Después de mucho caminar, llega a una plaza donde hay varios niños jugando. Los niños están aprovechando los últimos días de sol y calor antes que llegue el crudo invierno. Se sienta en uno de los bancos mirando a los pequeños, deleitándose con sus risas y juegos. Necesita calmarse, respirar y pensar en lo que hará de ahora en adelante. Los niños se ven relajados y felices, ya quisiera ella sentirse así también. Pero no puede, al contrario, recién ahora se da cuenta de lo tensa que está. Sus puños siguen apretados y sus uñas comienzan a lastimar sus palmas, las tiene enterradas en sus manos. Las suelta y las coloca sobre sus rodillas, masajeándolas suavemente. Aprovecha y mueve también la mandíbula que también está apretada y su cuello lo gira para quitarle la tensión. Intenta sonreír mirando a los niños jugar. Cuando una pelota llega a su lado, la toma, buscando a su dueño, se acerca un hermoso niño de unos cinco o seis años de edad que la mira expectante y que hace latir su corazón de un modo diferente. Ella le lanza la pelota suavemente y el niño la recibe con pericia a pesar de su corta edad, la mira unos segundos casi interminables y vuelve a su juego con una mujer mayor que está con él. Nicole siente aún el latido diferente, algo se movió en su corazón al ver a ese pequeño niño que la miró confundido. Tal vez su alegría, su inocente mirada, su relajada actitud o simplemente su hermosa niñez le hacen sentir un enorme deseo de protegerlo, de cuidarlo. Por alguna extraña razón, como es la mente humana, salta de un pensamiento a otro hasta llegar al hombre que empujó fuera del ascensor. No lo merecía, pero ella iba demasiado enojada como para detenerse a pensar y actuar de manera civilizada. La pelota vuelve a sus pies sin que Nicole se dé cuenta, solo cuando el niño llega a su lado, se percata. Toma la pelota y se la entrega en las manos, sonriendo. ―¿Estás triste?  ―pregunta el niño con dulzura ―No ―contesta intentando no llorar, definitivamente ese niño es especial. ―Mi papá dice que las mujeres no deberían llorar. ―Tu papá tiene razón. ―¿Es por tu novio? ―¿Qué? ―Nicole no entiende que ese niño le pregunte algo así. ―¿Estás triste por tu novio? ―No. ―Nicole sonríe con ternura―. No tengo novio y no estoy triste ―contesta dulcemente. ―¿Enojada? Ella sonríe, claro que lo está, aunque con él ahí, mirándola realmente preocupado, se le olvida todo el enfado. ―¿Estás enojada conmigo? ―Sus pequeños ojitos se ponen tristes. ―No ―contesta con celeridad―. ¿Por qué estaría enojada contigo? ―Porque te he tirado dos veces la pelota. ―No, mi niño, no estoy enojada contigo. ¿Cómo te llamas? ―Lucas, ¿y tú? ―Lucas, qué lindo nombre, yo me llamo Nicole. ¿Con quién andas? ―Con mi mamita Eloísa, pero mi papá pasará a buscarme en un rato más. ―¡Qué bien! ¿Siempre te pasa a buscar aquí? ―Sí, venimos con mi mamita Eloísa después del cole, jugamos un rato y cuando él llega en el auto, nos vamos a la casa, siempre me trae algo rico para comer. ¿Quieres venir con nosotros hoy? Nicole ríe suavemente. ―No, no te preocupes, no creo que a tu mamá le guste que llegue una extraña con tu papá y contigo. ―No tengo mamá, ella se fue cuando yo nací. “¿Se fue?”, piensa Nicole para sus adentros, “debe ser su manera de decir que murió”. ―Lo lamento ―dice con sinceridad. El niño se encoge de hombros. ―No importa, apenas la conocí y cuando volvió, igual no me quería. Nicole se queda boquiabierta ante aquella confesión. ¿Cómo una mamá podía no querer a su hijo? Sobre todo a uno como Lucas que era hermoso. ―¿Tú tienes hijos? ―vuelve a preguntar el niño. ―No, no tengo hijos, ni siquiera tengo novio ―contesta ella un poco avergonzada. ―¿Quieres ser mi mamá? Nicole sonríe más abiertamente, tanto por la inocencia del niño como por sus ocurrencias, pero eso no significa que no se sienta en su corazón el deseo de ser madre, un sueño truncado en su vida. ―No creo que a tu papá le guste mucho que busques a cualquier mujer para que sea tu mamá. ―Intenta poner cordura a sus pensamientos. ―No es a cualquier mujer, es a ti. Eres linda y simpática y tienes cara de ser mi mamá. Nicole se derrite ante este niño de mirada vivaz y agudos pensamientos. ―Gracias, tú eres muy lindo también. ―¡Lucas! ―La mujer que está con el niño lo llama con dulzura desde una esquina―. Llegó tu papá. ―¿Quieres venir a mi casa? ―ofrece el niño. ―No, ahora no creo que sea buena idea ―contesta Nicole un poco frustrada. ―¿Vendrás mañana? ―Está bien, estaré aquí a esta misma hora, ¿te parece? ―Adiós. ―El niño le da un beso en la mejilla antes de correr  con su abuela. Nicole lo ve alejarse, pone su mano en la mejilla donde el niño le depositó el beso, es un niño exquisito, ya quisiera ser ella su madre… si no estuviera el padre de por medio. Lucas y su abuela se suben a un lujoso todoterreno que los espera al otro lado de la plaza y se quedan un par de minutos allí, seguramente arreglando la sillita de Lucas. Nicole se levanta del banco, quiere ir con ellos, da dos pasos y se arrepiente. Gira sobre sus talones y se va por el costado de la plaza a toda prisa. Camino a su casa piensa en lo  que significa ser madre y en lo que se debe sentir, aunque ella duda mucho que alguna vez pudiera sentir la sensación. Recuerda su último día de matrimonio hacía tres años ya, donde todos sus sueños y sentimientos murieron junto con su hijo no nacido…  
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