La relación entre Isabella y el rey Vladimir II había comenzado con el pie izquierdo pues, cada vez era más notoria su falta de empatía del uno con el otro, sobre todo de él hacia Isabella, quien ya estaba cansada de la situación y de sus malos modos, él estaba tan acostumbrado a dar órdenes y ser siempre obedecido que no podía con la simple idea de que alguien intentara contradecirlo. Pero justo cuando ella se dispuso a enfrentarlo, él demostró su lado frío y oscuro.
— El tiempo de luto ya fue suficiente, — dijo el nuevo rey — pero me gusta el color, por favor quiero todas las ventanas con cortinas iguales, la intensidad de la luz disminuirá y cualquier erro, cualquiera por pequeño que éste sea tendrá su respectivo castigo
— Sí, señor — respondían Miguelina, Alaisa y Esperanza intimidadas por la expresión de su mirada
— ¡No escuché! — expresó exigente
— ¡Sí, su majestad! — respondieron nuevamente esperando otra orden
— Mi novia vendrá próximamente, por lo que debo dejar de salir de fiesta en fiesta para guardar las apariencias, así que una mujer deberá venir a mi alcoba cada noche — expresó el rey
— Pero... ¿y si no hay chicas disponibles en el burdel?— replicó Esperanza
— No me interesa lo que tengan que hacer y tampoco me importa si ustedes se tienen que turnar cada noche, mi orden debe cumplirse, ¿entendieron? — impuso
— Sí, señor, pero yo tengo novio — replicó Alaisa intentando explicar
— ¡Empezando por ti, Alaisa! A las nueve en punto te quiero lista y sin lloriqueos, no tolero las lágrimas.
Los ojos de Isabella se hicieron grandes, un gran temor la acechaba, aunque tenía la esperanza de que ella fuera salvada por los designios del rey Vladimir I.
Miguelina optó por defender a las muchachas, pero Esperanza no parecía inconforme y Alaisa temía más por su novio que por ella misma.
— Miguelina, no le diga nada, el rey es guapísimo y algo me dice que es un excelente amante o no tendría a tantas mujeres rendidas a su pies — dijo Esperanza
— Niña, deberían darse a respetar — sugirió Miguelina
— Ay, Miguelina, trabajamos todo el día y mi novio ni siquiera se ocupa de mí, ¿qué más da? Además es el rey, mi novio debería sentirse afortunado de que él nos haya elegido — expresó Alaisa ya echa a la idea
— Mejor sigamos trabajando — respondió Miguelina incomprendiendo a las jóvenes.
Mientras tanto, Isabella no podía prestar oídos a todas las barbaridades que ellas decían, ella sabía que una mujer debía ser respetada sin importar de quién se tratase, incluyendo a un rey caprichoso e irresponsable, pero como ellas estaban conformes y quería evitar disputas con el rey, prefería callar lo que realmente pensaba. Cada noche era lo mismo, llegada la hora, una de las dos subía a la habitación real y desde cierta distancia podían escucharse los ruidos que producían esos encuentros, afortunadamente, no llegaban hasta la habitación de Isabella, quien pasaba sus tardes soñando despierta y escribiendo en su diario su emociones más fuertes del día. La flor que su pretendiente le obsequiaba cada día la llenaba de esperanza y pronto ella decidió darle una oportunidad, sentía que era lo correcto al seguir las añoranzas del difunto rey, una forma de seguir honrando su memoria.
La casa reflejaba una enorme oscuridad, ya no lucía como antes y parecía un indicio de que el reino poco a poco comenzaría a apagarse. El rey continuaba haciendo de las suyas y nadie podía hacerlo cambiar para bien.
Isabella era aconsejada por Miguelina, pues al ser la mayor en el palacio, gustaba de ofrecer su sabiduría a los demás aunque el rey ni siquiera la escuchara, pero Isabella disfrutaba las palabras de esa mujer que a veces las regañaba y que a veces las consolaba, era vista como una segunda madre. Miguelina había visto al príncipe Vladimir llorar muchas veces por haber perdido a su madre y ahora, aunque se ocultaba, ella sabía que también lloraba por la reciente muerte de su padre y en un intento por cambiar la imagen tan temible que Isabella tenía de él, cometió la imprudencia de contarle los más grandes secretos del rey, sus sentimientos.
— ¿Cómo éstas tan segura de eso, Miguelina? — preguntaba Isabella
— No debí decirte ésto, pero yo estuve allí, y créeme, era un llanto desgarrador e inconsolable
— Debió ser muy doloroso para él — las lágrimas se asomaban por los ojos de la joven, pues comenzaba a tener un ligero recuerdo de cuando su padre parecía dormir y de cuando vio al rey en la misma circunstancia
— Por eso debemos intentar comprenderlo y no juzgarlo — sugirió Miguelina
— ¡Pero es tan difícil! — expresaba Isabella
— Sólo mira a través de él, no a él, sino a través, en su ojos, en su alma y te darás cuenta de la belleza que guarda su alma, escondida, muy escondida entre sus caprichos absurdos y gritos innecesarios
— Hablas tan bonito, Miguelina que me estás convenciendo
— No ha sido mi intención, pero me da gusto que puedas abrir un poco tu mente y darte cuenta de que no es malo como aparenta
— Bueno, ya fue mucho platicar, ahora dime ¿en qué puedo ayudarte? — preguntó Isabella al notar el cansancio de aquella mujer
— Hija, tú sabes que no deberías estar haciendo estas cosas, el rey Vladimir I, jamás me perdonaría si te viera ser tratada de esta manera
— El rey ahora está... — un repentino nudo apareció en la garganta de Isabella — muerto y yo me quedé sola otra vez, soy una huérfana, ese es mi destino
— Estoy segura de que el rey te educó de manera diferente para que pudieras tener un futuro diferente y mejor que el de todas las mujeres de este reino, así que no tires por borda todo lo que él hizo por ti, ándale, no seas desagradecida y honra su memoria
— ¿Pero qué debo hacer, Miguelina? Yo me lo pregunto cada día
— En eso si no puedo ayudarte, ya que yo no tengo las respuestas adecuadas, pero sé que muy en tu interior tú tienes la respuesta a tu pregunta
— A veces dices muchos acertijos, Miguelina, y eso no me ayuda en nada
— Sí, eso parece
Isabella preparaba la cena cuando el rey bajó hasta la cocina para inspeccionar un poco, pues estaba aburrido y no encontraba a quién fastidiar.
— Buenas noches, Isabella — él hablo tan de repente que la asustó ocasionando que tirara algunos trastes de manera torpe e inevitable
— Usted disculpe, su majestad, es que soy tan torpe a veces — dijo Isabella haciendo una reverencia y tratando de ordenar todo de vuelta
— Eres débil, niñita, no entiendo porqué mi padre te dejó a mi cargo, ¿Qué interés podría tener él en ti?
Isabella volvió su mirada hacia él sin emitir palabra alguna, pues intentaba ver a través de él como Miguelina le había sugerido, pero sólo lograba ver amargura y dolor, lo cual le causaba tristeza y compasión, al menos ahora no le temía.
— Su padre era muy noble, su majestad, Dios lo tenga en su santa gloria — respondió ella con voz tranquila
— Tengo curiosidad — expresó el rey mientras la miraba de pies a cabeza libidinosamente
— ¿Porqué? Digo, si es que puedo resolver sus dudas, señor — él se mordía los labios
— ¿Qué tan bueno era él en la cama, eh? — le preguntó
— ¡No sé de qué habla, señor! — respondió ella dándole la espalda, avergonzada por tremenda insinuación
— Así me gustan, discretitas y pecando de inocentes
Isabella se estaba dando cuenta de las intenciones del rey hacia ella y eso la ponía muy nerviosa, las piernas le temblaban y...