Capítulo 4: Bienvenida al infierno

1958 Words
Solange se quedó sola en la enorme habitación temblando de rabia. Luka no regresó en toda la noche, por lo que la mujer pudo llorar en paz. Por primera vez desde que fue separada de Cristian pudo soltar al aire todo aquel dolor que le había estado mutilando el pecho. Su esposo había logrado quebrarla. Por fortuna él no lo vio. Lo odiaba. Al día siguiente se levantó con el cuerpo adolorido. Le dolía la cabeza y los ojos estaban hinchados de tanto llorar. Al salir de tomar un baño, se paró frente al espejo notando la marca del golpe del anillo en su frente. Tal parecía que le había querido tatuar su desprecio, y no tenía idea del porqué la odiaba tanto. Los guardias le informaron que su siguiente destino sería Venecia, por lo que alistaron las maletas para tomar el próximo vuelo en el avión privado de Luka. El hombre se encontraba en su asiento con una copa de brandy cuando Solange se llegó al avión. — Hasta para llegar a tiempo eres una inútil —dijo Luka vaciando de un solo trago el licor. — Hasta para dejarme un mensaje se muestra tu ineptitud —dijo Solange enfadada. Se había acomodado en un asiento lejos de él. Luka se levantó sin siquiera pensarlo. Cada paso amenazante que daba hacia ella hacía retumbar su furia. Solange se limitó a ver hacia la ventana, sin mirar al hombre que tenía al lado. Le estaba prácticamente resoplando su furia en su oreja. — Vuelve a decir algo y juro por mi vida que te dejaré aquí y regresarás por tus propios medios —dijo el hombre entre dientes. Solange sintió como un cóctel de jugos gástricos estaba comenzando a hacer estragos en su estómago. Volteó a verlo con furia a los ojos. Sus miradas cruzaron y ella sintió cómo un revoloteo recorrió todo su cuerpo. La mirada profunda del hombre había despertado en ella algo más que furia y acidez estomacal. Luka vio la marca del golpe del anillo que traía en la frente. Apretó los puños con tanta fuerza que escuchó crujir unos de sus huesos. No sabía porque de pronto su furia había aumentado. Se merecía eso y más ¿o no? — ¿Quieres que me baje y regrese por mis propios medios? —se levantó Solange sin cortar la mirada— lo haré encantada. Imbécil —murmuró. Empujó a su esposo para abrirse paso. Luka no podía creer que prefería quedarse varada en Francia a simplemente quedarse callada. En un impulso inconsciente la siguió cuando estaba tomando ella misma su equipaje, que consistía en una maleta de mano, y se disponía a bajar las escaleras. — Si bajas en éste mismo instante olvida que vaya a darte un solo centavo para regresar a Miami —dijo entre dientes con la esperanza de que se diera media vuelta. — He estado en peores condiciones, como cuando tuve que dormir en el baño mientras cogías con otra. Mil veces prefiero pedir limosna en la calle que estar un segundo más contigo. — Mi vida privada no te tiene que importar. — Tampoco te tiene porqué importar la mía —se dio media vuelta y bajó por las escaleras portátiles— considera mi estancia en París como parte de mi privacidad. Solange caminó hacia dentro del aeropuerto con la finalidad de salir. Vio que en el filtro de seguridad Lilian que se encontraba ingresando. Le dio una punzada de indignación en el pecho y apresuró su paso para perderse. Solange no tenía un solo centavo y no sabía cómo le haría para regresar a Miami. Irónicamente había sido desterrada de su propia luna de miel y ahora estaba varada en pleno París por la tarde. Tomó su teléfono para consultar los saldos de sus tarjetas, pero su padre había cumplido con su palabra, no tenía absolutamente nada. Suspirando, abrió su equipaje y se cambió de zapatos a unos tenis cómodos. Contó lo último que tenía de efectivo en la cartera. Definitivamente estaba lejos de poder comprar un pasaje a Miami, por lo que tomó un taxi que la dejó cerca de la torre Eiffel. Había pasado horas caminando sin rumbo fijo alrededor. Los pies le dolían por lo que decidió tomar un descanso. Había agradecido haber puesto atención a sus clases de francés al ver frente a ella un pequeño restaurante que solicitaban lavaplatos. Algo era algo. La experiencia que tuvo cuando escapó con Cristian le había quitado el miedo a buscar opciones. Y esa era una de ellas. Las primeras tres noches Solange la pasó durmiendo en las calles, en la banca del parque hasta que la dueña se dio cuenta de las condiciones de la muchacha, invitándola a quedarse a dormir en el restaurante en lo que conseguía dónde vivir. Así pasaron seis meses en los que nadie preguntó por ella. Había pasado de lavaplatos a tallar pisos en los museos, hasta hacer servicio de limpieza en las habitaciones de los hoteles. Quería pasar desapercibida y haber trabajado de esa manera le había ayudado a descargar la furia que sentía muy en el interior. No pudo evitar sentir una pesadez en su pecho al saber que ni su familia, ni el supuesto esposo que tenía se habían tomado la molestia de buscarla. Se sentía más sola y olvidada que nunca. Quería quedarse ahí para siempre y hacer una nueva vida, pero si su padre se enteraba que había huido, Cristian sufriría las consecuencias. Era irónico que siendo hija de uno de los empresarios más importantes del mundo y esposa de un heredero de un imperio de agencias de eventos, ella tuviera que vivir y trabajar en esas condiciones. Al menos en su trabajo la gente era cálida y no la señalaban con regularidad. Eran las once y media de la noche cuando salió de trabajar del hotel. Siempre caminaba rumbo al hostal donde estaba viviendo. No era un lujo, pero al menos el techo donde estaba viviendo le había hecho tener amigos de todas partes del mundo y tener ciertas experiencias agradables. — Solange —dijo una voz masculina a sus espaldas, justo antes de meterse al hostal. La mujer giró su cabeza para toparse de lleno con la furia de su marido. Después de seis meses se le había ocurrido aparecer. — Ya casi tengo el dinero para volver —dijo tratando de disimular la temblorina de sus manos al querer abrir la puerta y perderse dentro. — Ven en éste mismo instante y déjate de dramas infantiles —Luka se acercó a ella a paso determinante. — ¿Dramas infantiles? ¡Me dijiste que regresara por mis propios medios a Miami! —gritó enfurecida— ¡¿Podrías por lo menos dejarme hacer ésto en paz?! — ¿Por qué no me dijiste que no tenías dinero? —preguntó jaloneandola, para evitar que entrara en el hostal. — Porque es parte de mi vida privada —contestó entre dientes la mujer. Le dedicó una mirada cargada de odio a su esposo. — No tienes por qué ser tan obediente en todo —dijo entre dientes Luka— ¿alguna vez podrías tragarte tu orgullo y simplemente aguantarte? — ¿Lo harías tú? —dio un paso hacia el frente— te lo dije, prefiero pedir limosna a haber pasado mi luna de miel con una desconocida y contigo tratándome tal cual sirvienta. Luka se jaló los pelos en la desesperación de no lograr domar a su mujer. — O subes al carro o le informaré a nuestros padres que has huido y el contrato se ha roto. Solange no pudo evitar sentir impotencia ante la situación. Si su padre se enteraba de lo que había pasado los resultados serían catastróficos. No pudo evitar sentir como dos lágrimas se resbalaban por sus mejillas. — Me iré en el primer vuelo a Miami mañana —dijo con la voz temblorosa. Bajó la cabeza, no quería verlo, solo deseaba que se fuera. — Vienes conmigo —afirmó apretando los dientes. — ¿Podrías dejar que mi trabajo aquí no sea en vano? —Lo volteó a ver una última vez. Él permaneció tenso. Permaneció en silencio mientras escuchaba cómo Solange luchaba porque no se le quebrara la voz.— Bien, compraré mi boleto y te daré los detalles de mi vuelo. Dicho ésto, Solange se apresuró a abrir la puerta del hostal para perderse dentro. *** Al llegar a Miami un guardaespaldas la estaban esperando por órdenes de Luka. — Señorita Fermoncel, buenas noches. No sé si me reconoce soy Armando el guardaespaldas que estaba en París —se presentó el guardaespaldas. — Hola Armando —saludó Solange— ¿Tu jefe te ha dicho que soy señorita Fermoncel? — Una disculpa señorita, pero el jefe nos ha prohibido llamarla señora Lacrox —respondió de inmediato Armando con el rostro colorado. — Es mejor así Armando. Vamos a donde me tengas que llevar. Subió al auto en la parte de atrás. Armando la condujo hasta una mansión en la zona más exclusiva de todo Miami. Lo que se supone que debía llamar hogar. Al bajar y entrar a la estancia, se encontró con el lugar más frío y solitario de todo el mundo. Había preferido vivir mil años en el hostal en París a haber regresado a Miami. — Bienvenida señorita Fermoncel, mi nombre es María y soy la ama de llaves —saludó una señora de cabello corto. Tenía una edad avanzada— ¿gusta cenar antes de que le muestre su habitación? El viaje había sido largo, no había comido casi nada en casi un día entero de viaje. El dinero que había ganado era limitado. Su hambre era tanta que no pudo resistirse a la oferta. — Me gustaría primero cenar, María. Pueden llamarme Sol —sonrió la muchacha al guardaespaldas que estaba saliendo de la casa y a la ama de llaves. — No creo que a nuestro patrón le agrade —dijo María de pronto. — No lo veo por aquí —volvió a sonreír complacida la mujer. Minutos más tarde Solange se encontraba cenando sola en la enorme mesa de roble. Estaba a mitad de su plato cuando Luka llegó a casa. La mujer sintió como la incomodidad la invadía al escucharlo entrar. Sin embargo; siguió comiendo con más prisa. — ¿Qué haces aquí? —preguntó Luka al llegar al comedor y ver la presencia de Solange. — Cenando —dijo la mujer bajando la cabeza. — ¿Acaso eres tan tonta como para que te repita las cosas? —se acercó hacia ella— te he dicho que si yo llego a la casa tú deberás estar encerrada en tu cuarto. No tienes derecho a pisar ésta casa más que cuando no estoy. Solange apretó las manos debajo de la mesa. Dejó el tenedor a un lado. Estaba demasiado cansada como para discutir en ese momento. Se levantó de la mesa. — Una disculpa por no haber seguido sus órdenes señor —dijo con sarcasmo, avanzando hacia la puerta con toda la intención de irse. — ¡Si quieres ganarte un lugar en este techo tienes que obedecer cada una de mis reglas! —gritó Luka frustrado. — ¡Te recuerdo que me he estado ganando la vida durante estos seis meses! —gritó Solange. — ¡No puedes trabajar más y dejarme en ridículo! ¡Tú deber como esposa es estar en esta casa y hacer lo que yo diga! Solange apretó los puños en un intento de controlar su llanto. — ¡Te odio! —le gritó antes de salir corriendo en dirección a María, quien le mostraría su habitación, que era más como una cárcel.
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