—Cálmate Alejandro —Me dice Manuel por enésima vez mientras vamos en mi camioneta, estamos metidos en medio del tráfico de la ciudad en camino a mi apartamento. —¿No sé supone que ella había terminado con el monigote ese? —vuelvo a repetir la misma pregunta que ha pasado por mi mente desde que volteé a ver quien se expresaba con ella de esa manera, le doy golpes al volante en forma repetitiva desestabilizando la dirección del automóvil. —Vas a hacer que choquemos —me acusa Manuel preocupado. Lo entiendo pues desde que salí del despacho de Camelia lo que he hecho es maldecir y golpear el volante buscando descargar la rabia y la frustración de ver que esa condenada mujer perdono al hombrecito ese. No puedo creer que ante tamaño engaño, Camelia, que se dice ser correcta lo haya perdonado,

