—Hola amor, buenos días —Me saluda Augusto al verme entrar en la recepción del despacho.
—Hola, buen día —le respondo sin ánimos, solo quiero encerrarme por un rato en mi oficina.
—¿Te sucede algo? —Me pregunta Augusto—, ¿te sientes bien?, te noto pálida.
—Tengo dolor de cabeza —le respondo volteando a ver a la secretaria—, por favor llévame un café a mi ofician, ¿tengo alguna llamada?
—No Licenciada —responde la chica poniéndose de pie.
—¿Cómo te fue en la firma? —Me inquiere Augusto ignorante del malestar tan grande que siento y mi deseo de no hablar, por lo menos, no ahora.
—Bien, todo salió bien, solo falta entregar los documentos financieros y otros que el propietario anterior dejó en la sede de la empresa, y por supuesto, también las llaves de la sede —Le informo caminando haci
