4: El Valor de la Lealtad

1882 Words
Melanie. Recorro con la mirada a mis guardias. Están alineados, con la cabeza gacha y los brazos cruzados a la espalda. El miedo y la vergüenza son palpables. Saben que lo que les espera es mucho más que una simple reprimenda por su incompetencia. —Estoy profundamente decepcionada —Mi voz es baja, pero el eco en el hangar privado se siente como un trueno. Presiono el puente de mi nariz, la frustración es una brasa encendida—. ¿Cómo es posible que mi equipo, al que he entrenado personalmente en mis métodos, no haya podido interceptar o siquiera rastrear a dos ladrones de pacotilla que se atrevieron a saquear una de nuestras bóvedas? Se encogen aún más. Han fallado. —Saben perfectamente que he invertido todo en ustedes: su entrenamiento, el bienestar de sus familias, su futuro. ¿Y así me pagan? —Me acerco a ellos, cada paso es una declaración de poder. Mi tono se vuelve más frío—. Mi seguridad financiera es el pilar de su bienestar. Si yo no tengo los fondos para operar, ustedes no tienen paga. Sus familias pasan hambre. Sus futuros se desvanecen. ¿Es eso lo que desean? Niegan en un coro de murmullos. —¡Entonces hagan su maldito trabajo! ¡Tráiganme a esos miserables de inmediato! Quiero verlos arrodillados antes del amanecer. Mis hombres abandonan la oficina con una urgencia renovada. —Louis, llama a los gerentes de todos mis establecimientos. Quiero que estén en alerta máxima. Si esos desgraciados aparecen, no quiero informes. Quiero una notificación directa e inmediata. —Louis, mi mano derecha y jefe de seguridad, asiente en silencio. La reprimenda, aunque no verbalizada, también era para él. —Tranquila, Melanie. Los tendremos. —Mi amiga Emma se levanta del sofá para acercarse a mi lado. Ella es la gerente de mi restaurante en Roma. —No me pidas eso, Emma. Es una cantidad sustancial de dinero, una afrenta directa a mi autoridad —Me dejo caer en el sofá, mi cuerpo tenso. —Lo sé. Pero debes relajarte. Ellos no tardarán en caer a tus pies. Es una cuestión de cuándo, no de sí. —Lo sé. Y cuando caigan, mi tacón será lo primero que sentirán en el ojo. Emma sonríe, una expresión de lealtad absoluta. —Y lo harás, porque eres Melanie Bellerose, La Mujer Vampiro. La mujer que nos sacó del infierno y nos dio esta vida. No solo a mí, sino a todas las chicas que conforman nuestro clan, y por supuesto, a tus guardias y sus familias. —Ustedes son mi familia, mi pequeño clan, y eso nadie lo cambiará. —Y estamos agradecidas de tener una líder como tú. —Toma mis manos, transmitiéndome calma—. Ven. Es hora de almorzar en la suite privada. Tenemos mucho que ponernos al día. Ambas reímos. Salimos de la oficina y nos dirigimos a una de las suites más privadas del restaurante. —¿Y bien? ¿Cómo se sintió ver al Demonio Sangriento en persona? —pregunta Emma mientras la camarera sirve nuestros platos. —Uf, sublime. Es todo un hombre —Bebo de mi copa de vino tinto. Amandus Grimaldi es un ejemplar de intimidación pura. Su porte, su mirada fría, el control que ejercía sin siquiera intentarlo. —Siempre quisiste conocerlo. Menos mal que no resultó ser un viejo pervertido como muchos en ese ambiente. —Me mira expectante—. ¿Y solo se quedará en una presentación? ¿Lo dejarás ir así sin más? —Por supuesto que no. Me sentiré más poderosa cuando logre someter al líder de la mafia más formidable de Italia. —Una sonrisa de ambición tuerce mis labios—. Además, mi padre insiste en que me acerque a él para persuadirlo. Quiere convencerlo de que nosotros no estamos detrás de los robos que ha sufrido y que, de hecho, somos víctimas de la misma lacra. —¿Y tú plan? —Persuadiré, sí. Pero no solo eso. Haré que caiga a mis pies. Haré que coma de mi mano. —Emma me observa mientras pruebo la ensalada—. Escuché que nunca ha tenido una novia formal, solo amantes, y a su edad no tiene una debilidad clara. —¿Crees que un hombre que te lleva doce años de diferencia, y tan inexpugnable, se doblegue? —Sé que lo haré. Sabes que hasta el hombre más frío y dominante cae rendido ante la mujer correcta. Fui la pareja del asesino más grande de Europa, un hombre que se creía invisible. Un mafioso no es diferente, pero este mafioso es el que quiero doblegar. —¿Por qué lo dejaste? —Descubrimos que no era viable. Él quería mantenerme oculta, en la sombra; yo nací para ser el sol. —Bebo más vino—. No soy una mujer que se oculte por nadie, y mucho menos por un asesino que vive fuera de la sociedad. Yo quería ser la reina, no la sombra de una sombra. —Aun así, fue una de tus relaciones más serias. —Y la disfruté mientras duró. Pero herí su orgullo masculino al dar el primer paso para terminar. Se quedó con las ganas de domarme. Emma ríe. —¿Y crees que podrás domar al Demonio Sangriento? —La verdadera pregunta es: ¿Podrá el Demonio Sangriento domarme a mí? Si lo logra, entonces habré ganado yo también. Mi móvil suena. Es mi padre. —Hola, papá. —Hola, cariño. Lamento interrumpir tu almuerzo, pero necesito un favor. —Dime. —Esta noche habrá una reunión... un tanto explícita. Sigue la celebración de los Colombo. El problema es que tu madre se enteró de la naturaleza del evento, y bueno, me ha castigado. Sonrío. —Quieres que tome tu lugar. Sé perfectamente el tipo de cosas que veré. No tengo ningún problema en ir. —Excelente, hija. Te enviaré la dirección y la hora. —De acuerdo, papá. Adiós. Cuelgo el teléfono con un suspiro que se convierte en una sonrisa depredadora. Si mi padre me pide que vaya, es porque Amandus también estará ahí. El Demonio se llevará una gran sorpresa. °l||l°l||l°l||l°l||l°l||l°l||l°l||l°l||l°l||l° Me miro en el espejo de mi suite. Estoy lista. El vestido es corto, de un intenso color rojo escarlata, llegando justo por encima de la mitad de mis muslos. Las mangas caídas dejan mis hombros al descubierto, y el escote en corazón realza mi busto. Mis curvas son pronunciadas, y mi figura es una clara declaración de intención. El n***o es mi armadura; el rojo es para la seducción. Mi maquillaje es sencillo, pero mis ojos felinos están delineados para cautivar. —Es hora, jefa —Louis entra a la habitación, con su habitual inexpresividad. —Bien. Sin más preámbulos, nos dirigimos al estacionamiento. Louis conduce y yo reviso en mi móvil los estados de mis propiedades. —Llegamos —Dice Louis, saliendo del vehículo. Miro por la ventanilla. El lugar es discreto. Louis abre mi puerta y, con un movimiento teatral, coloca un abrigo de pelo sintético sobre mis hombros, cubriendo el atrevido vestido. Caminamos hasta la entrada. Entrego la invitación y el guardia nos guía a través de un pasillo laberíntico hasta la última habitación privada. Le doy una mirada a Louis. Él asiente, y entramos. Al vernos, todos en la sala se quedan estáticos. Es una escena de depravación elegante: hombres con trajes caros y mujeres semidesnudas sobre sus regazos, y otras en el escenario central, dándoles un espectáculo. —¿Melanie? —Luciano Colombo se levanta, intentando separarse torpemente de las dos mujeres a su lado. Sonrío con malicia. —Lamento ser yo quien asista. Mi padre tuvo... digamos que tuvo un problema de autoridad —digo, mientras Louis retira mi abrigo, revelando el escarlata puro del vestido. Las miradas se clavan en mí—. Por favor, continúen con lo suyo. Camino con gracia hacia una silla vacía, sintiendo el silencio forzado en la sala. —¿No te gustaría unirte? —Una de las chicas del escenario, que estaba tocando a sus compañeras, me habla. Mi vista va hacia ella, pero se desvía inmediatamente al Demonio Sangriento. Amandus está sentado, rodeado de mujeres, pero su postura se ha vuelto rígida. —Es una lástima. Me encantaría unirme, pero, desafortunadamente, a mí no me pagan por hacer espectáculos —Me siento, cruzando lentamente mis piernas. Mi mirada recorre las mujeres en el escenario—. Ya que no hay hombres lo suficientemente interesantes aquí, muéstrenme lo mejor que saben hacer. Mi tono es seductor, y consigo que varias de ellas se sonrojen. La incomodidad en la sala es palpable. La diversión y el relajo se han evaporado. Una camarera me sirve una copa de vino. Fijo mi atención en las bailarinas, pero en realidad, observo la reacción del hombre frente a mí. —Parece que has matado toda la diversión que tenían —me susurra Louis al oído. Me río entre dientes. —Lo sé. Sus rostros lo dicen todo. Es aburrido. Al menos, me gustaría que hubiese hombres que valieran la pena. —Puedo llamar a algunos. En este lugar hay tanto hombres como mujeres que ofrecen sus servicios —sugiere Louis. Lo miro, y una idea aún mejor cruza mi mente. El juego debe intensificarse. —No suena mal. Tráeme a dos. Ya sabes qué hacer. Louis sale sin dar explicaciones. Las miradas de los demás son de extrañeza, pero yo les sonrío, indicándoles que sigan con su espectáculo. Noto el rabillo del ojo de Luciano, viéndome, el cretino. Luego, vuelvo mi atención a Amandus. Sus mujeres lo siguen tocando, pero él solo me mira fijamente. Las venas en su frente están tensas. Después de unos minutos, Louis regresa con dos hombres apuestos. Son atléticos y atractivos. Esto definitivamente alejará el aburrimiento. Las miradas en la sala se vuelven a centrar en mí. Los hombres, incluido Amandus, lucen sorprendidos. Yo también tenía derecho a divertirme. Uno de ellos se sienta conmigo en sus piernas, y el otro se arrodilla frente a mí, tocando mis muslos. Sus manos me tocan con una profesionalidad ardiente. —Es usted tan hermosa, señorita —me susurra el que me tiene en sus piernas—. Nunca había visto a una mujer así. —De seguro le dicen eso a todas las mujeres que acompañan —respondo con burla. El que está arrodillado toma una de mis manos y la besa. —Lo decimos en serio. —Me mira a los ojos—. No es italiana, ¿cierto? —No lo soy. Solo soy una visitante de su hermoso país. —Llevo mi mirada a Amandus. Las venas de su cuello se marcan. Ira. Antes estaba relajado, ahora está completamente furioso. Cierro los ojos al sentir unos labios tibios en mi cuello. —Entonces tenemos que aprovecharlo, señorita. —Ellos comienzan a tocarme sin ninguna vergüenza, y yo los dejo. Los rostros de los hombres, y sobre todo el de Amandus, son un poema de indignación. Necesitan entender que no son los únicos con derecho a disfrutar y dominar en esta reunión. La Reina ha llegado para jugar.
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