Ilein se maravilló con la modernidad del edificio Moretti, una estructura imponente que se alzaba como un faro de diseño en el corazón de Milán. Tras ser recibida por Joana y Camila, de unos 27 años quien era gemela de Marcelo; la llevaron a recorrer las instalaciones —un laberinto de pasillos donde el arte y la moda se entrelazaban en una sinfonía de colores y texturas. El aire vibraba con la energía creativa que emanaba de cada rincón. El zumbido constante de las máquinas de coser. Las risas y conversaciones en italiano que resonaban en el ambiente.
En el camino, se encontraron con Salvatore Moretti —un joven de 25 años, rubio de ojos verdes, cuyo calidez era tan palpable como el aroma a café recién hecho que inundaba el lugar. Salvatore, el tercer hijo de Joana, era el alma del elegante restaurante "La Famiglia", y su sonrisa iluminaba todo lo que tocaba desde el primer momento.
—Encantado de conocerte. Estoy seguro de que, además de bella, eres eficiente. Madre non si fissa con chiunque, deve aver visto qualcosa di speciale in te —dijo con esa sonrisa que transmitía sinceridad y alegría.
(Mi madre no se fija en cualquiera, debe haber visto algo especial en ti)
La reacción de Ilein fue inmediata: se relajó por completo. El nudo de nerviosismo en el pecho se deshizo, su respiración se volvió profunda y tranquila, y le salió una sonrisa natural y abierta en respuesta. Mientras hablaba con él, pensó en por qué había aceptado este trabajo: no solo por el talento que Joana había visto en ella, sino por escapar de la rutina de su barrio en el sur de Caracas, por hacer realidad el sueño de su abuela —que era costurera y le había enseñado a tejer con hilos de algodón crudo desde los 7 años. Quería crear diseños que hablaran de sus raíces venezolanas y españolas, que mezclaran el calor del trópico con la elegancia italiana.
Luego, se toparon con Marcelo Moretti, otro joven rubio, de 27 años, cuyo rostro era serio y su mirada, calculadora en cada movimiento. Marcelo, gemelo de camila primogenitos de Joana, era el encargado de toda la administración de los inmuebles de la familia y el atelier —su mundo era de números, reglas y control.
—Encantado de conocerle, signorina Valentino —dijo con una formalidad que cortaba el aire, sus ojos analizando cada gesto suyo, cada palabra que iba a decir—. Yo me encargo de la administración. Si necesita algo relacionado con el apartamento o la gestión, sono a sua disposizione.
(Estoy a su disposición)
Ilein se formalizó en un abrir y cerrar de ojos. Se enderezó la espalda hasta quedar tiesa, ajustó su jersey con precisión, y su voz se volvió clara, contenida y profesional. Pensó en lo diferente que era esto de su casa: en Caracas, todos hablaban a gritos, se abrazaban sin previo aviso, y la formalidad era algo raro. Aquí, cada gesto era calculado —un contraste cultural que le hacía sentir a la vez extraña y más decidida a integrarse.
Hasta ahora, todo parecía un cuento de hadas moderno, un sueño hecho realidad. Pero Ilein sabía que la vida real rara vez se ajusta a las expectativas, y que tras la fachada de glamour y éxito se ocultaban secretos oscuros y peligrosos.
El encuentro más inquietante fue con Máximo Moretti. Ilein se había detenido frente a una imponente escultura de bronce pulido que dominaba el vestíbulo —una pieza colosal, de casi tres metros de alto, con formas que parecían múltiples cuerpos entrelazados en un nudo inextricable. Sus siluetas eran ambiguas: algunas parecían buscar la luz, otras se hundían en sombras profundas que nunca llegaba a iluminar. La superficie estaba pulida hasta reflejar lo que la rodeaba, pero con rasgaduras finas que parecían cicatrices antiguas. Las luces tenues se filtraban a través de los ventanales, creando sombras danzantes que hacían parecer que la escultura se contorsionaba, gritaba en silencio. Ilein sintió una premonición que le heló la sangre: esta obra era un espejo de la familia Moretti —bella por fuera, pero con secretos retorcidos en su interior. El aire estaba cargado con el aroma metálico del bronce y el sutil perfume caro que parecía impregnar cada rincón del edificio.
De repente, escuchó pasos firmes y lentos detrás de ella —pasos que no transmitían alegría ni formalidad, sino poder. Una sombra se proyectó sobre la escultura y sobre ella, bloqueando la luz y sumiéndola en una oscuridad momentánea. Un escalofrío le recorrió la espina dorsal con tanta fuerza que se estremeció todo el cuerpo. Se giró lentamente, y su mirada se encontró con la de un hombre imponente como un monolito, con cabello n***o como la noche y una frialdad glacial que helaba el aire a su alrededor. Él era el CEO del grupo —y en el instante en que lo vio, Ilein recordó el rumor que había escuchado en el aeropuerto de Milán, susurrado entre dos pasajeros: "Los Moretti? Son poderosos... demasiado poderosos para ser solo diseñadores". Su presencia lo confirmaba: no necesitaba más palabras para entender que había algo oscuro detrás de su poder..._