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2782 Words
AMELIA La tarde del viernes llegó demasiado pronto. Recuerdo que me quedé un buen rato mirándome en el espejo dudando de si el vestido era mi mejor opción, no lo creí porque corría el riesgo de que Elliot se presentara con su moto, así que cambié por unos pantalones cortos y un top colorido. Tampoco es que fuera una cita con el chico de mis sueños, sólo era Elliot.  Bajé corriendo en cuanto el sonido del timbre resonó por toda la casa, apresurando el paso y deseando ser capaz de largarme antes de que mi padre abriera la puerta. —¿Vas a salir? —me preguntó, y me miró sobre el respaldo del sofá.  Siempre me acompañaba hasta la puerta, y a veces me encantaba porque sabía que lo hacía por protegerme y por ver que estaba segura cuando Erick venía o cuando salía con el coche, pero ese día quise que se quedara sentado.  —Papá... —casi supliqué—. Mamá, dile algo.  Mi madre era capaz de hacer cualquier cosa con él. Le tenía comiendo de la palma de su mano. Pero no ese día, no cuando escuchamos a Elliot resoplar casi como si se quejara por mi tardanza. ¿Qué posibilidad tenía de fingir un desmayo el resto del día? Ninguna porque antes de planearlo mi padre ya abrió la puerta. Elliot agitó la cabeza como un saludo y sonrió, y a mi me miró con una burla camuflada en la cara, casi como si viera mi intento de escaquearme.  —Hola —susurré. Pensé que si por lo menos hacía el intento de hacer todo más ameno, la salida empezaría bien a pesar de todo.  —¿Me estás jodiendo? —soltó mi padre, y mi madre intentó quitarlo de la puerta inútilmente—. ¿Tú lo sabías?  Mis padres nunca discutían, sólo cuando jugaban al futbolín de la sala y mi madre se ponía de morros porque mi padre era el mejor en ello. No quise que su primera discusión fuera por mi culpa y el estúpido de Elliot.  —Cariño, son críos —dijo mi madre con su tono más materno y pacífico—. Sólo van a cenar y estoy segura de que Elliot cuidará de Amelia, ¿a que sí? Reprimí una risa y torcí el gesto. Elliot a penas era responsable de sí mismo por aquel entonces.  —Claro que sí —dijo entonces—. La traeré de vuelta a las doce, lo prometo.  > Yo a esa hora solía quedarme dormida, sin embargo presentí que él nunca me hubiera llevado a casa antes de esa hora, pensé que, seguramente, si decidía volver antes a casa me haría coger un taxi o un par de autobuses.  Vi a mi padre intentando discutir, pero le pasé por debajo y quise patear a Elliot hasta el coche de su padre. Por suerte nunca apareció con su moto delante de casa porque a mi padre eso ya le habría dado un infarto. —A las diez —discutió, y abrí la boca.  —Es verano, papá... ¿puede ser a las once y media? —esa hora me pareció hasta razonable, aunque no para ser Elliot, pero me gustaba pensar que no era tan idiota como para dejarme sola a esas horas.  —Mejor a las once —dijo mi madre—. Y ya sabes de lo que hemos hablado —me pasó el pelo por detrás de los hombros y yo asentí. Una charla larga sobre no fumar, beber, o los peligros del sexo sin protección. Iba a salir con Elliot, no había problema alguno con que algo de lo que él hiciera me gustara porque nada lo hacía—. Id con cuidado y nos llamáis si pasa algo.  —Vale —dije, y con rapidez me despedí de ellos antes de otra charla—. Estaré bien, papá.  Elliot me apoyó la mano en la espalda y sentí cómo me tiró del pelo. Siempre habíamos hecho ese tipo de cosas desde pequeños. Yo le tiraba cosas y él me estiraba del pelo. Fue nuestra cosa. —Estará bien, tío —le aseguró Elliot, y por como lo dijo hasta yo le creí—. La cuidaré.  Quise reírme otra vez.  —Más te vale porque ya eres mayor de edad y legalmente puedo enzarzarme en una pelea contigo, enclenque.  Abrí la boca sorprendida, mi padre nunca, jamás, hablaba así. Era un padre cariñoso que nos amaba, y por muy divertido que hubiera sido ver la cara de Elliot, no quería más peleas de las que supuse que tendría esa noche con Elliot por su estúpido chantaje. Lo agarré por el brazo y por primera vez en mucho tiempo, fui consciente de que él ya no era ese niño con gafas ridículas que le hacían parecer Harry Potter; para aquel entonces, Elliot era un chico de dieciocho años bien formado. No es que estuviera súper musculado, pero se le notaban las venas de los brazos bajo los poco trabajados músculos que tenía, y aunque no estaba de lo más definido, era bastante atractivo, más de lo que jamás hubiera admitido antes.  —Parece que tu padre me odia —comentó cuando aceleró por la calle.  —Mi padre te quiere, pero no eres el tipo de chico que espera que me recoja en casa —confesé.  —Oh —se hizo el ofendido dramático y se llevó al mano al pecho—. Me rompes el corazón con tus palabras.  Puse los ojos en blanco en un acto reflejo por su burla, y me apoyé contra la ventanilla de su coche intentando ignorar el hecho de que su colonia olía de maravilla. El pub estaba a rebosar. Me di cuenta mucho antes de llegar porque nos pasaron por el lado un montón de motos a toda velocidad y tuvimos que esperar una fila de coches para poder entrar en el aparcamiento. Había mucha gente fuera del local con vasos de plástico y moviéndose al compás de la música punk rock estridente que salía del local. Parecía más una fiesta clandestina que un pub para tomar copas.  —Am —me llamó Elliot, y vi su mano extendida en mi dirección.  Elliot y yo solíamos cogernos de la mano cuando éramos más pequeños porque, aunque sólo nos sacaba un año, siempre fue el responsable de cuidarnos a Elliot y a mi cuando jugábamos en la calle y él estaba con nosotros, así que nos cogíamos de las manos para ir por la calle todos juntos.  —Gracias —le dije cuando atrapé su mano, y me escondí detrás de su espalda para poder atravesar motos y personas que se movían de un lado a otro a nuestro alrededor—. ¿Nos tenéis otro sitio para quedar? Este lugar apesta.  Elliot se carcajeó, pero a penas lo escuché porque la música me taladraba los oídos. Fue cuestión de acostumbrarme a los pocos segundos. Se me adaptaron los oídos a la música fuerte y la nariz a la mezcla de olores. Hasta los ojos se me acostumbraron al humo ambiental del pub. Sus amigos estaban sentados en una mesa del fondo del local, cerca de una salida de emergencias abarrotada de gente fumando con el cuerpo medio sacado a la calle. El sofá en forma de U abrazaba la mesa, y aunque intenté sentarme en el extremo pegada a Elliot, me hizo sentarme entre Mike y él. La noche empezó fatal.  —Amelia —me saludaron todos—. No te esperábamos aquí.  Yo me encogí de hombros sin saber todavía el propósito de mi aparición por allí.  —¿Qué tal estás? —me preguntó Mike, y su brazo rozó el mío cuando cogió su cerveza.  —Mmmm... bien, supongo. ¿Y tú?  —De maravilla.  Asentí con los labios apretados y sin saber muy bien qué hacer, empecé a jugar con el dobladillo de mi camiseta. Empecé a sopesar si hubiera preferido el castigo de mis padres o pasar allí el resto de mi noche. Nunca me castigaron, así que pensé que con un poco de suerte y por ser mi primer problema, tal vez no me caería una gorda.  —Se te va a quemar el teñido de tanto pensar —me picó Elliot, y su hombro me empujó con gracia—. Voy a por algo de beber, ¿quieres algo?  Negué con la cabeza. Elliot era lo único allí dentro que me hacía sentir segura, sin embargo mi orgullo independiente me hizo quedarme allí sentada mientras él se alejaba. En cuanto se perdió entre unos moteros, los ojos de sus amigos me cayeron encima.  —¿Cómo ha conseguido Parker que vengas aquí? —Connor era el más mayor, y tenía la peor reputación de la zona.  Lo del chantaje me pareció patético hasta a mí.  —Simplemente quería salir del vecindario —dije al final.  Él asintió y se pasó la mano por la cabeza rapada al estilo militar. Connor tuvo muchos problemas y no fue un secreto para nadie. Las drogas le volvieron violento y tenía actitudes algo aterradoras que más de una vez me hicieron temblar; podía estar tranquilo, como en aquel momento, pero se puso nervioso enseguida cuando no se encontró en los bolsillos una bolsita con m*******a y le dio un golpe seco a la mesa respirando con fuerza.  —¡j***r! —bramó, y pegué un bote en el asiento—. Me cago en la puta, j***r.  —Tío te la habrás dejado en el coche —Greg, por otro lado, me parecía el más amable de todos ellos, de vez en cuando nos parábamos a hablar por el vecindario cuando nos encontrábamos—. Venga, te acompaño a buscarla —le dijo, y pude respirar cuando se marcharon.  —Olvida eso —Ryan agitó la mano y se terminó la cerveza—. Es un puto gilipollas. No hablé mucho esa noche, parecía más una decoración a la que no dejaban de mirar como si fuera abstracta y nadie entendiera que pintaba yo allí. Ni siquiera yo lo entendía. Hubo un momento dónde todos salieron a fumar por la puerta de emergencia que teníamos cerca y aunque podía ver a Elliot no me dejó muy tranquila que me dejaran sola con Mike. Era un chico muy guapo y el que estéticamente menos encajaba con ellos, pero después de Connor, me parecía el por porque escondía quién era detrás de una sonrisa blanquecina y unos polos caros impolutos, como si fuera un buen chico.  —Me ha sorprendido que consiguiera traerte. Todo esto es por un poco de maría gratis, ¿sabes? A Connor le gusta apostar mierda.  Por fin supe el motivo y no me hizo animarme, de echo me hizo encogerme más en el sitio. Me convertí en una apuesta por droga, por algo que lo estaba consumiendo. Pese a nuestras continuas peleas, yo quería a Elliot y odiaba que cada vez sus adicciones fueran a más.  —Ah —me limité a decir, y aparté la mirada.  Él se inclinó con un brazo sobre la mesa hacia mí y previniendo sus acciones me deslicé fuera del sofá y me alisé la camiseta una vez de pie.  —¿A dónde vas? ¿A pillar bebida? —asentí, y él también se levantó cogiéndome por los hombros sin poder decir nada—. Venga, te pido una cerveza, aquí da igual la edad.  —No, no —me apresuré a decir a la chica de la barra que nos escuchó—. ¿Puedes ponerme un vaso con agua, por favor?  Esperé que ella estuviera muy bien pagada por servir allí, porque yo no llevaba ni una noche entera y ya lo odiaba. Todos eran unos babosos y se inclinaban sobre la barra para mirarla el culo, sin embargo ella parecía acostumbrada a aquellas cosas. Por suerte no tuve que aguantar mucho a Mike antes de que mi vaso llegara, y sus dos cervezas.  —De dos en dos —fardó de camino a la mesa y le pegó grandes tragos a las jarras—. ¿Sigues sin tener novio, Amelia?  Bufé en alto porque no podía escucharme y sacudí la cabeza de lado a lado dejando mi vaso sobre la mesa. Antes de poder sentarme, él soltó las jarras y me salpicaron un poco de cerveza, pero lo peor fue que me cogió de la cintura y me pegó a su cuerpo intentando llevarme a bailar. Tras un pequeño forcejeo pude alejarme, pero me agarró las manos y siguió tirando de mí.  —Mike, no —le repetí.  —¡Venga! ¡Eres la tía más buenorra de este puto sitio! ¡Sólo quiero que nos frotemos en la pista!  Sus palabras me golpearon duro, pero más lo hizo su aliento a cerveza y m*******a, y aprovechó eso para tirar de mis manos hasta que me rodeó la cintura con su brazo.  —Mike, para —fui más dura, pero no sirvió de nada—. Mike, voy enserio, aléjate.  —¿O qué? —me bramó, y fue la primera vez que alguien me tocó el culo haciéndome daño.  Me apretó con fuerza y me removí empujándole por el pecho, pensé que tuve fuerza cuando se alejó, pero cuando quise procesar todo, era Elliot el que estaba sobre él.  ELLIOT  Yo no pasé la vida entera protegiendo a una niñata para que cuando se convirtiera en mujer la tocara el primer gilipollas. Era el primero en darme cuenta de lo que Amelia causaba en los hombres y de la mala decisión que fue llevarla allí; me pregunté varias veces si no tenía otros vaqueros que se le ajustaran menos al culo, pero no era por los vaqueros.  Esa fue la primera noche en la que realmente me di cuenta de que Amelia ya no era una niñata, estaba hecha una mujer y todos lo sabían. Era una mujer más allá de sólo su cuerpo.  Me volví ciego de ira cuando Mike la tocó y ni siquiera sé porqué reaccioné tan mal cuando pude haberle dado un simple empujón y amenazarle. Creo que más tarde me di cuenta de que todo aquello se debía a algo que no estaba dispuesto a confesar, y era que Amelia siempre me había gustado un poco.  —¡Elliot! —me chilló.  La escuché, a ella y todo el jaleo que se montó a mi alrededor cuando levanté el puño y le golpeé la barbilla. Mike se fue atrás y se chocó con un grupo de moteros con muy mala pinta.  —¡Eh! —gritó uno de ellos—. ¿Qué coño pasa?  Mike me sonrió con una sonrisa drogada y le golpeé de nuevo, esa vez le tiró la cerveza a uno de los moteros y se formó el caos. Empezaron los empujones pero yo sólo veía la cara de Mike y juraría que empecé a ver en color rojo como una alarma furiosa que sólo enfocaba a Mike.  —¡Sí! —escuché sobre todo el jaleo gritar a Connor—. ¡Dale, hijo de puta!  Y lo hice, y esa vez tumbé a Mike en el suelo.  Volví a escuchar a Connor incitar otra pelea y cuando volví a la realidad reparé en que todo el mundo estaba metido en su propia pelea. Al echar la vista atrás encontré a Amelia arrinconada en el sofá de la mesa, de pie sobre él con Greg apoyándola y los dos se alejaban del escándalo. Intenté ir hacia ella para largarnos, y vi su intento de ir a por mi, pero no pude hacerlo porque se me cruzó un tío tres veces más grande que yo. Me dio un empujón y yo no me quedé atrás cuando levantó el puño y me dio en el estómago; quería terminar eso rápido y coger a Amelia para irnos. En el proceso alguien me dio un codazo en el piercing del labio y saboreé el sabor a la sangre en la boca, y lo que creí que era sudor que me resbalaba por la mejilla, resultó que también era sangre de otro golpe que el mastodonte ese me dio. No sé cuanto pasó antes de escuchar las alarmas de policía, todo el mundo se detuvo y yo corrí entre ellos hasta Amelia que en cuanto me vio acercarme saltó la mesa por encima y se aferró a mi mano. Salimos todos juntos pero me quedé sólo con ella cuando tuvimos que echar a correr y nunca solté su mano que se agarraba a mí con seguridad. 
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