Necesito algunas respuestas

2120 Words
TYLER Que maldita pesadilla de relaciones públicas. Estoy en un evento benéfico en nombre de Klein & Johnson Enterprises. No se ha visto ni sabido de mi nueva casi esposa en dos días; mi mejor amigo, Julián, está en el baño follándose a una camarera; y yo estoy aquí de pie con una espátula en la mano, maldiciéndolos a todos a una muerte lenta en voz baja. Estamos en un evento benéfico en un comedor social. Supuestamente, estamos haciendo el bien a los jóvenes empobrecidos de nuestra comunidad, pero en realidad es solo una excusa para vaciar los bolsillos de la elite neoyorquina sirviéndoles un almuerzo muy caro. Y considerando que soy uno de los cocineros, dudo que sepa a algo. Disfruto cocinar; solo que rara vez lo hago. Tengo una, tal vez dos recetas que mi madre solía hacer que domino, y la ensalada de pollo al curry no es una de ellas. El olor por sí solo es nauseabundo. Aunque podría deberse a que no tengo apetito. Por centésima vez, desearía haber contratado a Margarita y haberle dado un cheque en blanco. Si lo hubiera hecho, hoy estarían comiendo como reyes. Pero la buena causa no es la única razón por la que estoy aquí. Demonios, ni siquiera es mi razón principal. Tan pronto como llegué al comedor social esta mañana, los buitres de la alta sociedad neoyorquina descendieron, me bombardearon con preguntas, ¿Cómo estuvo la boda? ¿Por qué estás solo? ¿Dónde está tu hermosa esposa? Incluso si tuviera idea de cómo responder, no era asunto suyo. El padre de Ximena, Fred Johnson, intervino y me salvó, diciéndoles a todos que la ceremonia fue íntima y hermosa, y que Ximena se disculpaba, pero no pudo asistir. Me ofrecí solo para tener solo unas horas de paz lejos de la mirada pública. O al menos esa era la idea. Me obligué a sonreírle al fotógrafo que invadió la cocina hace veinte minutos mientras su cámara disparaba. Si me pregunta una vez más donde esta Ximena, voy a meterle su cámara de mil dólares por el culo. –¿Cómo va? – pregunta el cocinero principal, mirando el enorme tazón de acero inoxidable con pollo picado bañado en curry ámbar. Listo. Deslizo el tazón hacia él justo cuando otro cocinero coloca una bandeja de croissants pre-cortados en la encimera de la cocina industrial. Me agradecen por venir hoy mientras me quito el delantal manchado y lo tiro al cesto de la ropa sucia al salir de la cocina. Unas cuantas manos más para estrechar, un par de sesiones de fotos, y luego me voy de aquí. Julián sigue sin aparecer por ningún lado, pero el muy imbécil puede encontrar su propio viaje a casa. No es que la ciudad de Nueva York no esté llena de taxis. Y de todos modos no estoy de humor para compañía. Cuando Ximena me dejó plantado en el altar, algo dentro de mí se rompió. Me había esforzado muchísimo para intentar demostrarle que realmente podíamos funcionar como pareja, y pensé que estábamos llegando a alguna parte. Compartiendo apartamento, durmiendo en la misma cama, nuestras dulces sesiones de besos que empezaban a convertirse en algo más. Y también estábamos congeniando en la oficina… cambiando lentamente la empresa, una decisión ejecutiva a la vez. Dejo escapar un suspiro de frustración. Nunca en mi vida me había esforzado tanto por conquistar a una mujer. Pero Ximena no es una mujer cualquiera. Crecí con ella, la puse en este pedestal intocable durante veinte años, y estuvo a punto de ser mía. Antes de que ese escapara. Y todavía no entiendo por qué. Aunque tengo una muy buena idea… La cláusula de heredero en nuestro contrato de herencia. Julián tenía razón. Supongo que no quería que le metiera un bollo en el horno después de todo. Pero nunca pensé que reaccionaria así. gritar, maldecir y cortarme las pelotas, sí. Desaparecer sin dejar rastro, no. En el salón de eventos, la gente se mezcla, se da la mano y come crudités. Veo a el padre de Ximena al otro extremo de la sala y me dirijo hacia él. Es un hombre bajo y rechoncho con cabello plateado, una barriga redonda y una sonrisa perpetua en su rostro. básicamente, es como el hermano de Santa. Es difícil no querer a ese tipo, incluso cuando no me dice lo que necesito saber y está siendo un verdadero dolor de cabeza. –¿Estás listo para decirme donde está? – pregunto inclinándome para que solo él pueda oírme. Se disculpa con el hombre con el que estaba hablando y se gira hacia mí. –Tyler– comienza, con un tono jovial, como si estuviéramos hablando de nuestro próximo fin de semana en yate por el Hudson. –Déjate de tonterías, viejo– Mantengo una sonrisa, amistosa por si alguien está mirando. –¿Dónde está? – Deja escapar un profundo suspiro y por primera vez, puedo ver que esto le pesa casi tanto como a mí. –Está en un lugar seguro, eso es todo lo que importa, y está reflexionando sobre las cosas. Volverá cuando esté lista. Estamos hablando de Ximena– Asiento totalmente. Es tan terca como el día es largo. Y tiene razón. Volverá cuando este bien preparada. Probablemente con un argumento férreo, lista para negociar los términos de su útero con entusiasmo. Sonrió con suficiencia al pensarlo. Al principio pensé que es estaba quedando con Emilia, pero después de saquear el apartamento de su mejor amiga, mi nueva suposición es uno de los hoteles de cinco estrellas de Manhattan. –Cuando vuelvas a hablar con ella, dile que me llame– le susurro. Fred y yo siempre hemos estado en buenos términos, después de todo, era el mejor amigo de mi padre, pero mi paciencia se ha agotado. Asiente. –Por supuesto que lo haré– Justo entonces, Julián se acerca con ese aspecto de recién follado. Ya sabes a cuál me refiero. Cabello revuelto, cuello arrugado, camisa por fuera del pantalón, sonrisa de suficiencia en su rostro como si acabara de correrse. El maldito bastardo. –Bueno, eso fue rápido– Miro mi reloj. –Si necesitas lecciones de resistencia, solo tienes que pedirlas– Un codazo en las costillas me mata la sonrisa. –Vete a la mierda, Tyler ambos sabemos por qué estás de mal humor, y no te culpo– Fred se disculpa mientras Julián y yo intercambiamos pullas. –Entonces, ¿fue divertido? – pregunto mientras caminamos hacia la salida. –Por supuesto– responde. Pero sus ojos están fijos en la puerta y no hay convicción en su voz. He pasado por eso. polvos rápidos e inolvidables con chicas cuyos nombres ni siquiera puedo recordar veinticuatro horas después. Lo cual es una razón por la que la desaparición de Ximena se siente como si me hubieran arrancado algo. Claro, tuvimos nuestros altibajos, pero extraño las bromas, extraño la forma en que podía irritarla con la más mínima provocación. Simplemente la extraño. No tengo ganas de volver a casa solo. El apartamento se siente rancio sin ella. Ni siquiera había estado allí mucho tiempo, y en lugar ya se siente vacío y vacío sin ella. Como si toda la calidez y el encanto hubieran sido succionados por una aspiradora. Solo su aroma perdura, y hace que la anhele aún más. Justo una mujer en casa, todo me lo arrebataron. Y esa maldita tetera que nos regaló por la inauguración de la casa está sin usar en la encimera de la cocina, burlándose de mí. ¿Por qué darme una prenda de paz si simplemente iba a abandonarme? Hundiéndome en el asiento trasero de vinilo de un taxi, dejo escapar un suspiro. He estado acosando a Fred sobre donde está, pero la verdad es que no me importa. Bueno, si me importa, cada vez que me doy la vuelta y veo que no está, su ausencia me duele de nuevo. Pero lo que realmente quiero es saber por qué me abandonó. Me dejó plantado en la playa como un maldito idiota, esperando a que comenzara nuestra ceremonia. Mi cabeza está llena de preguntas, de ira, confusión y perdida, y hay un dolor inexplicable en mi pecho. Es inquietantemente familiar. Casi como el latido implacable que sentí cuando murió mamá. El tipo de dolor que se desvanece una fracción con cada día que pasa, pero nunca desaparece por completo. –¿Estás bien, amigo? – pregunta el taxista, mirándome por el espejo retrovisor. Estoy bien. Lo siento. Mierda, me quedo en blanco. He estado sentado aquí en la parte trasera de su taxi. –¿Tienes algún lugar que necesites ir? – pregunta. –Si, a casa– Le doy la dirección, desconcertado por el hecho de que he empezado a pensar en nuestro pent-house compartido como mi hogar. Suena mi teléfono. Mi ritmo cardíaco se acelera por un segundo, me pregunto si es Ximena. Pero el nombre que aparece en mi pantalla por tercera vez hoy rápidamente me informa lo contrario –¿Hola? – murmuro, desanimado. –¿Cómo lo llevas? – pregunta Margarita. Ha estado llamando cada dos horas, pero esta es la primera vez que contesto. Algo sobre discutirlo en voz alta, y estar con otra persona, podría hacer que toda esta pesadilla sea demasiado real. Pero la sinceridad en su tono es genuina y honesta, y de repente me siento como un idiota por rechazar sus llamadas. –Estoy bien, supongo. Solo confundido– Suspira, y puedo imaginarla asintiendo con la cabeza, estando de acuerdo conmigo. –Cuando supe que te ibas a casar, no estaba segura de que pensar de todo este acuerdo, pero pensé que, si era lo que tu padre quería, era lo mejor. Era un buen hombre. Y los amaba a ti y a Ximena– –Si– digo, estando de acuerdo con ella. Pero en momentos como este, donde todo parece tan jodido, lo hace difícil entender que estaba pensando papá. Escucho una ráfaga de estática mientras Margarita respira hondo. –Pero cuanto más pensaba en ello, me di cuenta de que me gustaba la idea de que te casaras. Alguien que te prepara el desayuno por la mañana, alguien que se asegura de que estés bien. Una esposa que te vigilara para asegurarse de que tomes tus vitaminas. Me gustó la idea– Me río de ella. –Puedo cuidar de mí mismo, ¿sabes? – Margarita siempre ha sido una mamá gallina. –Lo sé, mijo– responde sin dudarlo. –Se que puedes. Pero me gusto que no tuvieras que hacerlo– –Sabes que me dejaron en el altar, ¿verdad? – Tan dulce como el sentimiento suena, el momento es horrible. Además, no es que Ximena se del tipo cariñosa y hogareña que me trae pantuflas y me sirve el desayuno en la cama. –Por supuesto que sí. Lo que digo es que, aunque tu ego esté herido, necesitas respirar hondo y averiguar por qué se fue. A ver si hay algo que puedes hacer para arreglar esto. Porque realmente creo que ustedes dos podrían funcionar– Me trago la piedra en la garganta. La única vez que Margarita realmente nos ha visto a Ximena y a mi juntos fue en la fiesta de cumpleaños de su hija Maribel. Una extraña sonrisa adorna mis labios al recordarlo. Fue un día divertido. Navegando por la entusiasta familia extendida de Margarita con mi tímido Copo de Nueve a mi lado. –Escucharé cada palabra que diga, te lo prometo– Cuando Ximena tenga tiempo de volver. Si es que vuelve. –De acuerdo. Pórtate bien. Te quiero– –Yo también te quiero. Mago– meto mi teléfono en el bolsillo y le doy un billete de veinte al taxista mientras se detiene frente a nuestro edificio. Arriba, tiro las llaves en el cuenco de madera junto a la puerta de nuestro ático y entro. Realmente no tengo ganas de dormir solo esta noche. Considero volver a salir, tal vez al bar de la calla para ahogar mis penas en un vaso de un buen whisky. Enciendo la luz y me quedo paralizado. Ximena está sentada en el sofá. Tiene las manos cruzadas sobre el regazo y parece cansada. Sus ondas castañas estan despeinadas y ese brillo en sus mejillas ha desaparecido. –Necesito tu ayuda– dice. ¿Me ha estado esperando? ¿Cuánto tiempo? ¿Y eso es todo lo que tiene que decir? cuatro simples palabras…cuando cuatro mil no serían suficientes. ¿y está pidiendo un favor? Mi mandíbula se aprieta mientras la incredulidad se convierte en ira. –Primero, necesito algunas respuestas– exijo.
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