ELLA

3252 Words
NARRA EVANGELINE —Dime, muñequita, ¿por qué no te quisiste casar con ese duque? —me preguntó esa chica llamada Noemie, mientras me entregaba en las manos un vaso con aguardiente. Fruncí el ceño y la observé, sintiéndome un poco desconcertada. —¿Sabes quién soy? —le pregunté. —Claro que sí —admitió hundiendo los hombros—. En todos lados no hacían más que hablar de ti y de esa gran boda. Lo último, lo dijo como si sintiera un poco de fastidio y podía suponer el por qué. Desde que mi padre anunció mi compromiso con Sebastién, por todos los medios no hacían más que hablar de eso y de cada detalle de la boda: Quienes serían los invitados, el costo de las flores, el costo del anillo, el costo del pastel... En fin, cualquiera se hubiese sentido hastiado de algo que realmente no tenía tanta importancia a nivel mundial, pero que hablaban de ello como si realmente lo hubiese tenido. La observé en silencio durante unos segundos, preguntándome si debía contarle mis problemas a esa completa desconocida y llegué a la conclusión de que, por alguna extraña razón, ella me resultaba de confianza. Además, de que no creía que nos fuéramos a convertir en las mejores amigas y, probablemente, hasta podríamos perdernos de vista y no vernos nunca más en la vida, al llegar a nuestro destino, ese que hasta el momento ignoraba cuál era. —Porque quería una vida de libertad, poder tomar mis propias decisiones y no estar atada a un hombre que no me ama en absoluto y que solo me ve como un objeto —declaré. Me llevé el vaso a la boca, bebí un trago creyendo que me ayudaría a no ponerme a llorar como una tonta, pero realmente fue una mala idea. En mi vida había tomado alcohol, más que vino o champaña, que era lo que me estaba permitido. Todo mi rostro se frunció cuando aquel líquido tan fuerte y amargo me quemó la garganta. —¡Esto es horrible! —chillé. Sin embargo, la chica no le prestó mucha atención a mi queja. Vi algo extraño en su semblante, como si mis palabras la hubiesen tocado y por un instante pareció mortificada. Pero, luego sonrió, ofreciéndome una linda sonrisa que le resplandecía el rostro. —Me alegro por ti. Has tomado la mejor decisión para tu vida —dijo y luego bebió un trago de su vaso, sin hacer ni una leve mueca. Parecía que ella era de mundo y hacía con su vida lo que le placiera en gana. Me causó envidia y quise ser como ella. Luego me di un golpecito mental en la cabeza, pues tenía que estar más que clara en que probablemente al llegar a nuestro destino, ella no iba a querer cargar con una mujer tan tonta como yo. Miré hacia atrás, donde apenas se miraba la costa, separada de mí por una enorme masa de agua. Era la primera vez que estaba tan lejos de casa, sola, y con el derecho a tomar mis propias decisiones. —¿Y piensas quedarte con ese vestido para siempre? —preguntó Noemie, llamando mi atención. Miré hacia abajo y observé el vestido que ya no lucía tan impecable como en el coche y de hecho algunos de los volantes estaban vueltos jirones. —Es lo único que tengo —respondí sin verla. —Pues, si te interesa, hay algo de ropa en la cabina —comentó con simpleza, hundiendo los hombros—. No es algo digno de una princesa, pero te servirá. —Mientras menos digno de una princesa sea, mejor será —dije. —Entonces ve a quitarte eso, muñequita. Desde ahora, ya no serás más una princesita y puedes hacer lo que te plazca..., andar como Dios te trajo al mundo, si quieres. Me ruboricé solamente con escuchar aquellas palabras. No me imaginaba andando por la vida como Dios me había traído al mundo y que cualquiera pudiera verme. De hecho, ni siquiera me podía imaginar utilizando ropa corta o muy reveladora. Luego, me di dos fuertes cachetadas mentales, recordándome que yo ya no era Evangeline Justine Colette Chevillard Guillaume, Princesa de Mónaco. Ahora era otra y tenía que dejar atrás todo lo que me habían metido en la cabeza. Empezando por mi forma de vestir: reservada, clásica, lujosa y de diseñadores. —Voy a vestirme, entonces —anuncié. Ella sonrió y yo me metí a la cubierta. Tal y como Noemie lo dijo, sobre la cama había una muda de ropa. Unos shorts de mezclilla bastante cortos y un top sencillo con el que se me marcaba el busto y se me veía el ombligo. —Oh, por Dios —musité frente al espejo, al ver cómo me veía con aquella ropa. Jamás en mi vida había imaginado verme así. Si Alistair hubiera podido verme, hubiese puesto el grito en el cielo. Me reí con diversión, pero de igual forma traté de bajarme los shorts y el top, sin obtener ningún resultado. Esas partes de mi cuerpo continuaban desnudas. Me mordí el labio inferior y resoplé, antes de reunir el valor para salir a la cubierta. Salí sintiéndome tan avergonzada, porque ese tal Luc no dejaba de ver mi cuerpo. Creo que Noemie lo notó, porque le lanzó una mirada de reprimenda y llamó su atención. —Oye, tú... ¡Continúa haciendo tu trabajo! —le ordenó. Luc refunfuñó por lo bajo, pero acató la orden de ella. —Estos tipos que trabajan con mi hermano son bien... No terminó la frase. Únicamente resopló y negó. —Esta ropa es bastante reveladora —dije, acercándome a ella—. Jamás había usado algo así y dudo que lo hubiese hecho, de no ser porque es lo único que hay. —¿Por qué no pueden vestirse así las princesas? —curioseó, acomodándose en un amplio sofá que había empotrado en el yate. Dio varias palmaditas sobre el sofá, a su lado, pidiendo que me sentara y así lo hice. —Hum, por el protocolo que tenemos estipulado —dije. Hizo rodar sus ojos y luego hizo un ademán con su mano, como si le restara importancia a lo que yo decía. —Esas son boberías inventadas por hombres machistas, misóginos y con pensamientos arcaicos —dijo—. Estamos en pleno siglo 21 y todos deberían de ser libres de elegir cómo quieren ser o cómo quieren vestirse. —Fue por eso que decidí escapar —manifesté. Bajé la mirada y miré el anillo de compromiso que aún llevaba en mi anular y suspiré—. ¿Sabes? Yo estaba muy enamorada de Sebastién. —¿Sebastién es ese tipo petulante con el que ibas a casarte? Su nariz se arrugó de un modo gracioso, indicando que Sebastién no era más que un tipo presuntuoso que no le agradaba. —Sí, él —respondí. —Creo que hiciste bien en no casarte con él —acotó—. Algo me dice que la tiene chiquita. —¿Chiquita? ¿El qué? —cuestioné con bastante inocencia, pues realmente ignoraba de qué hablaba—. ¿La nariz? Noemie no pudo evitar reír, llena de diversión y yo me sentí muy desconcertada, pues no sabía que había dicho de divertido. —Ay, lo siento —se disculpó, aún riendo—. Pero, ¿es que en serio no sabes de qué hablo? —No —admití, agitando la cabeza mientras negaba—. ¿De qué hablas? —¡De su pene! —exclamó tan suelta, como si hablase de peras. Mis mejillas ardieron y estoy segura de que una nube carmesí las tiñó de color. No entendía cómo podía hablar de esas cosas con tanta soltura, mientras que yo solo lo pensaba y me moría de vergüenza. —¿Aún eres vírgen, Evan? —preguntó con mucha curiosidad—. ¿Puedo decirte Evan, verdad? Es que Evangeline es muy largo. —Sí, claro —musité, más avergonzada por lo que me estaba preguntando. —Tú puedes llamarme Noe, si gustas —dijo, con una sonrisa amable en su boca. Asentí, sin poder pronunciar alguna palabra. —Entonces, ¿puedo saber lo que te he preguntado? —Bueno..., yo..., eh, nunca he estado con ningún hombre —admití. —¿De verdad? —exclamó, como si no pudiera creer lo que le había dicho. Llevé mi vista hasta el área de mando, donde ese tal Luc maniobraba el timón, esperando que no pudiera escuchar nuestra conversación, pero él estaba ensimismado en lo suyo. —Lo más cerca que he estado de un hombre, fue hace poco —declaré, revelándole mis secretos, como si fuéramos amigas de toda la vida y no hubiera aprendido la lección con Claudine. —Cuéntame, cuéntame —me animó, subiendo una de sus piernas al sofá y doblándola bajo su trasero—. ¿Qué cosas sucias hicieron? ¿Quién era ese hombre tan afortunado? ¿Algún príncipe? ¿Algún lord? Moví la cabeza y negué. Una sonrisa boba se escapó de mi boca y me mordí el labio. —¡Ajá! —exclamó—. ¡Sí hiciste cosas sucias con él! —Fue un hombre con el que choqué en la calle —le conté—. No supe quién era, pero era muy guapo, a pesar de que parecía un mafioso. —Mmm... Eso me excita —ronroneó, haciendo una mueca de malicia—. Un chico malo. Son los mejores, Evan. Esos te llevan al cielo y luego te bajan al mismísimo infierno para que te quemes en él. No tenía idea de qué hablaba. Lo del cielo me parecía muy bonito, pero lo del infierno... en absoluto me causaba alguna tentación. De hecho, ni siquiera podía imaginarme deseando que me bajasen hasta él, sabiendo que ese era un lugar de sufrimiento. Cerré los ojos y moví la cabeza, para despejar mi mente. —Entonces dime, ¿qué te hizo ese hombre? —Pues..., metió su lengua en mi boca... —¡Delicioso! —Sus manos tocaron mi vientre... Sentía que mis mejillas se estaban quemando con mucha intensidad. —¿Qué más? ¿Qué más? —Nada, solamente eso. Después desapareció de mi vida. —Qué intrépida, Evan, dejarte besuquear y manosear por un completo desconocido. Me sentí apenada, porque yo sabía que no era así y que eso no era digno de una mujer con principios, como yo lo era. —Me gusta... Me gusta mucho esa actitud. —¿Tú crees que eso estuvo bien? Ella colocó sus manos en mis hombros y me observó, con una sonrisa amable en su boca y ojos que centellaban malicia. —¿Quieres ser una mujer libre, no? —asentí—. Bueno, entonces debes dejar de pensar como princesa y comenzar a pensar como una mujer libre de todas esas tonterías de protocolos y no sé qué más. Sonreí y volví a asentir. Noemie tenía toda la razón. Sí realmente quería dejar de ser una princesa, debía comenzar por dejar de actuar y pensar como una. Ya no estaba en el palacio, mi padre, ni nadie más, ya no tenían ninguna autoridad sobre mí. Era libre de hacer lo que yo quisiera, tal y como lo había deseado. «Vamos, Evangeline, comienza a comportarte como una mujer libre» —¿Qué tal si para celebrar mi libertad, me sirves más de ese aguardiente? —le pregunté. ........... NARRA FABIEN —Entonces, ¿me vas a dar un poco, Fabien? —ronroneó, moviendo sus caderas con una sensualidad que me calentaba de un modo insano, mientras se acercaba a la silla en la que me encontraba sentado. —Ya sabes lo que tienes que hacer para conseguirlo —dije. Me saqué el cinturón, abrí las piernas y alcé la pelvis de un modo bastante sugerente, en tanto pasaba la punta de mi lengua por mis labios y pasaba mi mirada descarada por todo su cuerpo. No era muy voluptuosa. Sus tetas eran bastante pequeñas y sus caderas estrechas. No era el tipo de mujer que a mí me gustaba, pero, lo que me hacía... Joder. Su disposición para el sexo rudo y salvaje que a mí me gustaba era muy parecido al mío. Por eso era mi favorita, a pesar de que no éramos nada. Lo teníamos más que claro: yo conseguía de ella lo que quería y ella conseguía de mí lo que necesitaba. Sus dedos, con uñas largas barnizadas con esmalte n***o, se enrollaron en el orillo de su vestido n***o y se lo sacó del cuerpo en silencio, modelándome el conjunto de encaje verde esmeralda, su menuda figura y todo ese lienzo marcado por grandes tatuajes. Le hice una señal con el dedo, señalando dónde quería que se colocara: Entre mis piernas. Se puso de rodillas y gateó, pareciendo una sensual gatita, hasta detenerse justo en donde había señalado. Llevó sus dedos hasta la bragueta de mi pantalón y lo desabotonó. Luego, se inclinó hacia el frente, hasta acercar su bocota de labios gruesos, hinchados y barnizados con brillo rosa, hasta mi cremallera. Cogió el cierre con los dientes y lo bajó. Metió sus manos en el tiro de mi pantalón y lo bajó hasta la mitad de mis muslos, llevándose mis bóxers consigo. Mi polla gruesa saltó hacia afuera. Ya estaba semi erecta y dispuesta para lo que ella iba a hacerle. Sus dedos se enrollaron en mi tronco y lo acarició, moviéndolos hacia arriba para estimularme y ponérmela dura. Sus labios se despegaron y sacó su lengua para pasarla por mi punta. Gruñí, mostrándole mis dientes y llevé mis manos hasta su nuca, enredando mis dedos en sus hebras de cabello rosa. —Chúpame la v***a, gatita —siseé, empujando su cabeza contra mi entrepierna. Su boca se abrió y mi c*****o se metió en ella. Lo chupó como si de un bombón se tratase y todo mi m*****o se esponjó, alcanzando toda su largura máxima. Ansiaba más, así que sin tenerle ni una pizca de consideración, aplasté su cabeza hacia abajo, provocando que toda mi polla se introdujera en su boca. Enrollé su cabello haciendo una coleta para inmovilizarla y comencé a alzar y bajar mi pelvis, follándole la bocota sin miramientos. Estaba completamente enardecido y no quería perder tiempo con pendejadas. Solo quería derramarme en su boca y ver cómo se tragaba toda mi leche, hasta la última gota. Sin embargo, alguien llegó a tocar la puerta de la oficina. La primera vez no respondí, pues no quería que nadie interrumpiera aquel momento. No me gustaba que me dejaran con las ganas y sin poder acabar. Pero quien tocaba fue tan insistente, que a la séptima vez me vi obligado a responder. —¿Quién putas es y qué mierdas quieres? —rugí. La mirada azul grisácea de Chloe se cristalizó y las lágrimas se acumularon en sus lagrimales. Su rostro se puso rojo y las venas de su frente y garganta se resaltaron. No había dejado de embestir su boca y de someterla a mi maldita voluntad, manteniendo su cabeza metida en mi entrepierna, pues estaba buscando mi jodido placer y satisfacer ese insano fetiche de verla tragándose mis fluidos. —¡Luc y Noemie ya llegaron con el cargamento! —anunció Antoine, uno de mis hombres de más confianza. —¡Mierda! —exclamé, apretando los dientes. Estaba a punto de lograr mi objetivo, pero el trabajo era más importante que mi jodido placer. El cargamento era mi prioridad y había mucho que hacer por delante. Jalé el cabello de Chloe, alejándola de mi polla y la aventé lejos. —Luego seguiremos, gatita —le dije. —¿Y lo que me ibas a dar? Eso era lo único que a ella le importaba... La maldita coca. —No cumpliste con tu parte —dije y me levanté de la silla para arreglarme los bóxer y los pantalones. —Tú me has detenido —replicó, aferrándose a mi pierna y tratando de volver a sacar mi polla. La agarré del cuello con furia y la detuve. Sí había algo que me encojonaba, era que no obedecieran mis mandatos. —He dicho que otro día, maldita adicta —rugí, aaventándola al suelo. Su labio inferior tembló y ví sus ojos llenarse de rabia por la humillación. Sin embargo, a mí me importó una mierda. Ella sabía muy bien cuáles eran mis reglas y solamente tenía que obedecerlas sin rechistar. Había terminado de arreglar mi ropa y pasé por encima de ella para salir de la oficina y dirigirme a la parte de atrás del bar. Ahí había una bodega con un muelle anexado a él, en donde Noemie y Luc me estaban esperando, junto a mis hombres, quienes se encargarían de bajar la mercancía. Al verlos, fruncí el ceño y enfilé la mirada para reparar en lo que mi hermana y Luc estaban haciendo. Entre ambos, cargaban a una chica que venía como desmayada. No tenía ni puta idea de quién era y qué estaba haciendo aquí. —¿Quién demonios es? —gruñí enfadado, señalando a la rubia, cuyo rostro estaba ladeado y tapado por su cabellera dorada. Que estuviera molesto, no quería decir que mi lado morboso no saliera a flote y no me fijara en el sexi y delicioso cuerpo de aquella mujer. Era una cosita divina y solo con verla, estimulaba a mi polla. O quizá sólamente era el efecto de no haber consumado mi momento de placer con la puta de Chloe. —Oh, hermano. Ella es Evangeline y la hemos rescatado en Mónaco —dijo Noemie. En su rostro había una sonrisa de diversión y satisfacción, como si lo que hubiera dicho fuera algo divertido y a la vez loable. —¿Y se puede saber por qué putas la has traído aquí? —rugí—. ¿Acaso eres la Mujer Maravilla y esta es una casa de beneficencia, como para que andemos rescatando mujeres de la calle? —Oh, por favor —murmuró Noemie, restándole importancia a mis objeciones—. No va a pasar nada, Fabien. Ella necesitaba un poco de ayuda. Iba a decir algo más, cuando la rubia emitió una risilla, se soltó de ellos y trató de avanzar, pero tropezó y terminó cayendo en mis brazos. Estaba borracha. Iba a lanzarla al suelo, pero ella alzó el rostro y sus ojos azules se fijaron en los míos. La reconocí de inmediato. Era ella... La chica que me había besado durante mi última visita a Mónaco. —Oh, eres tú, sensual hombre misterioso —siseó y un suave suspiro se escapó de sus labios. Su aliento tibio e impregnado de aguardiente chocó contra mi boca, quemándome la piel—. No he podido olvidar ese beso que me diste, ni cómo tus manos me tocaban y me he tocado en la ducha, de una manera muy sucia, mientras imaginaba que eras tú quien lo hacía. «Joder». Si antes, solo con ver su sensual cuerpo me había sentido excitado, con su comentario sin filtrar y que mostraba lo alcoholizada que estaba, me estaba comenzando a enajenar, como lo estaba allá adentro, en la oficina, hace unos instantes. Sonreí como un pendejo, sintiéndome una gran mierda, pero toda la emoción se dispersó al instante, cuando la rubia se dobló por culpa de una arcada y expulsó todo lo que había en su estómago en mi abdomen.
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