NARRA EVANGELINE
Me sentía muy furiosa cuando regresé a la habitación, tanto, que casi armo un berrinche rompiendo todo lo que encontraba en mi paso, pero preferí echarme en la cama y patalear como si fuera una tonta adolescente.
Creo que pasaron muchas horas, entre que pataleaba, gruñía y echaba Mil maldiciones sobre Fabien y esa estúpida cosa que tenía —que no sabía qué era—, que me hacía caer en ese tipo de vicio que él representaba para mí, en el que siempre terminaba cayendo.
Pensé en quedarme en la habitación para no verle, pero luego reflexioné y me dije que yo no quería estar ahí como si fuera una prisionera; encerrada, solamente porque ese imbécil se andaba pavoneando por todos los rincones, como si fuera el último y más deseado hombre sobre la tierra.
Yo no lo deseaba. Por s
