NARRA EVANGELINE —Nada —dijo Pam, con una expresión de frustración y desánimo, mientras miraba la pantalla de su teléfono móvil—. No quiere responder. La observé con mirada contrita y solté un suspiro de decepción. Lo había arruinado. Simplemente, no había otra forma de llamarlo. Había arruinado todo y Fabien no quería saber más nada de mí. —¿Crees que sería bueno si voy a Sicilia a buscarlo? —pregunté dudosa. Pam alzó una ceja y guardó el móvil en el bolsillo trasero de sus pantalones tejanos. —No creo que sea una buena idea —dijo, acercándose a mí. Se sentó en una de las sillas al lado y colocó una de sus manos sobre la mía, la oprimió y sonrió tenuemente—. Alguien puede reconocerte y entregarte a tu padre. —Estamos lejos de Mónaco —repliqué, hundiendo mis hombros—. Aquí mi padr

