NARRA FABIEN —Ven, siéntate —le pedí, cuando la vi entrar a la habitación. Palmeé sobre el colchón, a un lado mío, y ella se sentó. La confusión y la intriga la invadieron; quizá se debía a mi expresión seria y a mi mirada fría, o simplemente a la ceremoniosidad de mi actuar. No lo sabía muy bien. —¿Por qué me mentiste? —pregunté con voz llana, viéndola fijamente a los ojos. Las largas y bonitas pestañas que enmarcaban sus preciosos y cautivantes ojos azules, revolotearon como las alas de una mariposa que sobrevuela sobre un jardín lleno de flores. Se removió sobre el colchón y sus labios se despegaron para hablar. —¿M-Mentirte? —titubeó y la preocupación apareció en sus ojos—. ¿En qué te he mentido? —Dijiste que eras una princesa —dije calmo. Sus ojos se hundieron debajo de sus ce

