NARRA EVANGELINE
Batí mis pestañas para despojarme del desconcierto.
—¿Eres hermano de Noemie? —pregunté, confundida.
Las cejas de él se alzaron, cuando en su rostro se dibujó una expresión de fastidio.
—¿Y quién más crees que soy? ¿Superman?
—Dudo mucho que Superman sea un cretino y ande todo lleno de... —Observé su cuerpo, reparando en cada una de las marcas que habían en sus brazos musculosos, en su cuello y en la parte de su pecho que sobresalía por su camisa— ...Tatuajes.
Pude notar como su cuerpo se puso tenso por la rabia. Cuadró la mandíbula y sus labios se volvieron una línea fina.
—Fácilmente puedo echarte a la calle, rubita, así que deberías de estar agradecida porque te estoy ayudando y no calentándome la cabeza.
—¿Y por qué no me echas a la calle? —bufé, cogiendo valor de solo Dios sabe dónde, para enfrentarme a aquel siniestro hombre—. Yo estaba dispuesta a irme, y has sido tú quien me ha detenido y me lo ha impedido.
Echó la cabeza hacia atrás y rio con sorna, haciéndome sentir estúpida.
—¿En serio pensabas que ibas a salir de aquí?
—Tú has dicho que no me tienes secuestrada —espeté.
—Y así es, niñita tonta. Pero, ¿has visto lo que hay ahí afuera? —Señaló hacia el lugar del que acabábamos de venir—. Eso no es nada, comparado a lo que hay afuera de este bar.
Mi expresión cambió a incertidumbre y un poco de miedo.
—Ya no estás en tu lindo palacio, en donde todo era de color rosa y brillaba con polvo de hadas...
—No era así —murmuré—. No sabes nada.
—Y tú sabes menos, cómo es la vida ahí afuera, tontita —gruñó, mostrándome los dientes—. ¿Viste a ese hombre queriendo tomarte a la fuerza?
—Era un animal, igual que...
Tragué saliva y me tragué el resto de la oración con ella, pero el captó lo que iba a decir en el aire.
—¿Que..., yo?
Emitió otra de esas risadas siniestras que me erizaban la piel.
—Yo soy un ángel, comparado con el tipo de hombres que puedes encontrar allá afuera.
—Claro. Muchos ángeles fueron arrojados del cielo al infierno, por malvados.
Su expresión cambió y sus ojos verde olivo se fijaron en los míos. Aquella mirada era intensa e intimidante, tanto, que tuve que tragar saliva; pero también era analítica.
Me estaba analizando o estaba analizando algo en mí.
No me agradaba, pero había algo en él que llamaba mi atención y me producía cierto interés. Quizá era el hecho de que nunca había conocido a un hombre como él; con esa aura perversa y diabólica que lo rodeaba. También estaba el hecho de que no me trataba como a una princesa.
Estaba acostumbrada al trato respetable y caballeroso, a que no se me acercaran más de lo debido y que pensaran que era como un cristal frágil al que debían tratar con sumo cuidado para que no se rompiera.
Pero él no era así. Me había tratado como el animal que era, desde el primer segundo en que nuestras vidas se cruzaron, y, aunque pareciera algo masoquista, me cautivaba. Probablemente, porque se trataba de algo nuevo para mí y porque, aunque lo neguemos, por más que nos atemorice lo desconocido, también nos causa curiosidad y estamos listos a lanzarnos de cabeza hacia ese precipicio, para conocerlo.
—Escúchame bien, rubita —dijo, poniéndose en pie—. Sé que, así como yo, tú tampoco quieres estar aquí... No nos agradamos. Pero, tú necesitas esconderte y yo le prometí a mi hermana que te ayudaría.
—¿Puedo saber por qué razón Noemie me dejó aquí y no me llevó con ella?
—Porque está resolviendo sus problemas y no podía tenerte en su casa —dijo, sin más explicaciones y tampoco las pedí.
No consideraba que Noemie fuera una mala persona y me iba a dejar en un lugar en el que me pudiera suceder algo malo. Si me había dejado a cargo de su hermano, tenía que ser por una buena razón.
Asentí.
—Solamente será un par de días, y lo mejor será que tratemos de llevarnos bien, para que la convivencia sea amena.
—Me parece bien —respondí, después de analizar mi situación.
No tenía otro sitio donde ir y no conocía a nadie. Tampoco estaba dispuesta a volver al palacio y era más que seguro que me iban a estar buscando hasta por debajo de las piedras.
¿Cómo podrían imaginarse que iba a estar escondida en aquel bar de mala muerte? Era un buen escondite.
O eso era lo que yo pensaba, porque un lugar como aquel, en el que las perversiones imperaban y su dueño era el más perverso de todos, alguien tan inocente como yo, era muy fácil de corromper.