CAPITULO 9

1939 Words
KAILANI . . —¡Vete a la mierda mamá! —escupí, terminando de levantarme de la silla para irme. —¡Alto ahí! —Paro en seco, esperando que, no sé, ¿se disculpara?—. Las llaves. —Extiende la mano—. Yo no te regalé la moto para que me estés dejando en vergüenza por ahí. —Que ilusa yo, esperando una disculpa. —Marcela, si fue un regalo ya… —¡Que te calles! Esta ingrata no merece nada. —Me alcanza y me sobra para salir de la puta oficina en busca de la maldita llave. Abro la puerta violentamente, encontrando a mis amigas y algunos de los chicos. Obviamente no mido cuando estoy cabreada. —¿Qué mierda? ¿No tienen nada más que hacer que andar de chismosos escuchando las burradas de su jefa? ¿Por qué no están haciendo algunas de sus ridículas poses? ¿Por qué no se van a la mierda? —¡Oye cálmate! Estamos acá por otra cosa, nosotros también salimos en esa revi… —¡Me importa un carajo si salieron o no! —Le respondo a Judit. Tomo mi bolso, lo abro de mala gana y, encontrando la llave, volví a la puerta de la oficina y desde la abertura se la tiré. —¡Métetela donde te quepa! ¡Y renuncio! —¡HIJA! —Me llama mi padre, pero paso de todo el drama. Tomo mis cosas y me largo. Nadie intenta detenerme y lo agradezco, no necesito —ni quiero— que lo hagan. No soy de esas niñas que, porque sus padres son de buen pasar, permiten cualquier cosa solo por seguir siendo mantenidas. Ahora vamos a ver si soy buena en todo como estoy acostumbrada a escuchar. . . . Desbloqueo el auto y abro la puerta tirando mi bolso al asiento de copiloto, me trepo y arranco. Al salir por la barrera de seguridad, diviso a Iankook que me hace una seña y freno. —Dime. —Lo mire seria. —¿Estás bien? —Sí, gracias. —¿Quieres que te acompañe? —Estoy de malas y puede llegar a salir cualquier cosa de mi boca —le advierto y sonríe. —Ok… déjame manejar. —Me niego, es mi auto—. Anda, déjame conducir, solo dame el gusto de probar este lindo bebé. —Blanqueo mis ojos y me corro al asiento del copiloto. —Pisa con suavidad el acelerador o nos daremos contra el muro de en frente. —Vuelvo a advertir mientras se coloca el cinturón. —Entendido. —Obedece y salimos con tranquilidad a la calle—. Tu padre quiso salir detrás de ti. Se lo notaba preocupado. —¡Ajá! Supongo que no lo hizo porque ya me conoce. —En realidad se dio la vuelta y cerró la puerta para hablar con tu madre. — Está bien. —Pobre mi papá. —¿Renunciaste de verdad? —Por supuesto. No soy de las que lo hacen para hacerse rogar un rato y poner ridículas condiciones para volver. —Me parece perfecto. ¿Te puedo hacer una pregunta más… íntima? —Hazla, veré si puedo, o no, contestar. —Tu papá le gritó a Marcela que está loca y que si llegaba a pasarte algo la mataría, que si volvías a intentarlo no se lo perdonaría. —Suspiro con tristeza, mi padre siempre tiene miedo que intente quitarme la vida con cada problema que se me presenta—. ¿A qué se refiere? —Ni idea... —miento mientras doy vuelta mi rostro hacia la ventanilla. —No te conozco demasiado, pero me atrevo a asegurar que estás mintiendo. —Mira, no quiero ser grosera, pero hoy en la mañana dijiste algo muy cierto. Solo cogemos, ni tú eres mi saco de box, ni yo tengo por qué contarte mis problemas. —Bueno, eso lo dije porque recién me despertaba y, más allá de la química que tenemos en la cama, podemos ser amigos. —¿A dónde vamos? —No lo sé ¿Algún lugar donde podamos distraernos? —Eleva los hombros. —Podemos ir al Cristo Redentor, es un lindo paseo. Te lo pondré en el GPS. —Mientras pongo a dónde queremos ir, respondo lo anterior—. Lo de ser amigos, puede ser. —Bien, empezamos bien. Cuéntame porqué dijo eso tu padre. —Aún no, es algo muy privado. —Bueno, para entrar en confianza te contare algo mío. —Piensa—. Antes corría con motos. —¿Ahora no? —No, ya no me siento seguro haciéndolo. Les tengo respeto a las máquinas luego de un accidente. —Aprovecha el semáforo y corre su cabello para mostrarme algo detrás de su oreja—. ¿Ves ésta cicatriz? Cirugía craneal. —Me sorprende, no lo vi temeroso en la moto el otro día—. El choque fue contra un auto. Iba con mi primo jugando picadas en una calle normal. Un auto se nos atravesó y no pudimos evitarlo. —¡Wow! Debió ser fuerte. —Sí, salí disparado y mi cabeza fue a parar a un poste de señalización, me gané un gran hematoma en el cerebro y un corte en el rostro. No sé si notaste que tengo una pequeña cicatriz cerca del pómulo. Bueno, tuve suerte, mucha de hecho. El que se llevó la peor parte fue mi primo, que salió disparado hacia el otro carril y un vehículo lo golpeó, dejándolo sin vida instantáneamente. —Lo lamento… —Está bien, ya pasó mucho tiempo. Me costó mucho dejar el miedo a las ruedas, estuve depresivo durante un buen tiempo sintiéndome culpable, y en parte lo fui por acceder a semejante estupidez. Corríamos carreras en pistas, esa fue la primera y única vez que lo hicimos en la vía pública. —Yo corro autos, por eso Bren el otro día me regañó. En realidad, fue mi debut en moto. —Lo hiciste muy bien para ser tu primera vez. —Mi padre tiene miedo. Al principio estuve haciéndolo en pistas legales, casi me hago corredora profesional, pero un día vimos un accidente horrible y ya no me lo permitió. No me quedaba de otra, él pagaba todo, los autos, el personal, todo. Ahí comencé con las ilegales hasta que me descubrió, me gritó, “entiende que no quiero despegar el cerebro de mi hija de un parabrisas”, y así fue como mi auto llego a Brasil. —¿A eso se refería tu padre? —Vuelvo a suspirar y mirando el piso de mi auto mientras me armo de valor. —No, hace años intente suicidarme, estupidez de pendeja. Pero a él le quedo ese miedo. —Puedo saber el motivo, es algo grave como para que digas que fue "estupidez de pendeja". —El motivo fue que el imbécil del cual creí estar enamorada me dejó en el altar plantada. Por eso digo que fue estúpido. El suicidio no es un tema para tomarse a la ligera, lo sé. Hay quienes lo hacen por motivos dolorosos, aunque creo que ningún caso es más importante que la vida. Lo entendí luego del tercer intento. Entendí que mi vida vale mucho más que cualquier problema que se me presente y que por más que te veas en el fondo del pozo, hay una salida sin ser la muerte. —Qué bueno que lo hayas entendido. —Sí, y no va por estatus social ni por todas esas mierdas. Alguien me dijo… "Kali, lo tienes todo, ¿por qué lo haces?" ¡No lo tengo todo! Estaba sola, no había amigos, no había hermanos, no había ni siquiera padres. Soy hija única, mis amistades las había perdido y mis padres trabajan “24/7” desde que tengo memoria. ¿El dinero? No es mío, es de ellos, aunque lo disfruto, pero el dinero no te da felicidad, amor, comprensión, ni atención. Los billetes y monedas no te abrazan o te dicen que todo va a estar bien, no te dicen que tu vida vale oro, entre otras muchas cosas que podría nombrar. Así que, ¿en conclusión? No tenía nada y entendí que no tener nada ni a nadie, no era una excusa suficiente para dejar de vivir. —Tienes toda la razón del mundo. —Nunca fui la típica niña rica de mamá y papá. Si quisiera, sería modelo, es más si quisiera no haría nada, solo gastar e ir de fiesta en fiesta para terminar siendo la golfa drogadicta que hay en muchas familias adineradas. Créeme que lo pensé, pero sería otra manera de autoeliminarme. Desde ahí cuido mi vida, con mal genio o sin él, pero la valoro muchísimo. —Me sorprende tener esta charla. —¿Por qué? —Porque como todo el mundo, uno prejuzga. Te veía como la típica caprichosa y berrinchuda que, sin tener ningún tipo de problema, ve todo mal. —¡Ya ves! Te equivocaste. —Llegamos al lugar—. Estaciónate, debemos utilizar el servicio de turista desde aquí, no te permiten pasar de acá con tu propio vehículo. . . . . IANKOOK . . —Pongámonos cubrebocas… Kali asiente y caminamos hacia las Vans que realizan el tour. No sé por qué motivo tomo su mano, no las entrelazamos, es más bien como tomándonos de la punta de nuestros dedos. Es algo raro, sí, pero es más un… ¡Estoy aquí! Supongo que es por las confesiones dadas por ambas partes. El tour lo hacemos prácticamente sin hablar, solo nos decimos cosas como; “tomemos una foto aquí” o “qué hermosa vista”. Lindo lugar, no lo había visitado jamás. La ida y vuelta la tienes que hacer si o si en las Vans de turista porque el camino es estrecho y en forma de espiral. Se aprecian a ambos lados el follaje y varios tipos de monos que te miran raro. Según nos informan, son animales salvajes que podrían llegar a atacar. Al llegar a cierto lugar, subimos por un ascensor y desde allí nos topamos con unas escaleras mecánicas hasta llegar a la gran estatua de Cristo. El mismo está sobre un pedestal y el lugar es como si fuera un enorme mirador. En este punto ves toda la ciudad prácticamente, las playas, estadio, los cientos de edificaciones que hay por ahí. Tres horas de un maravilloso el espectáculo. . . . Al volver al auto recuerdo que las llaves aún las tengo en mi bolsillo, ella me mira, pero me hago el distraído. —Que no se te haga costumbre. —Es lindo de conducir. —Le guiño un ojo y ella sonríe negando. —¿Almorzamos? Muero de hambre. —Mira su reloj de muñeca—. Con razón, ya son las dos de la tarde. —Vamos al hotel y almorzamos ahí —sugiero y asiente—. Ya sabes, ahora estamos bajo las cámaras que nos acechan. —Está bien. Espera, voy a tomar una sudadera que tengo atrás, no vaya a ser que me vean los tatuajes y ya nos estén maridando. Baja y toma la mochila que descansa en la cajuela, regresa, no sé porqué me detengo a observar lo que hace. Aún estoy intentando procesar mis acciones, no es que me pase nada con ella, pero no me entiendo. Lo mío es simple, ¡buena follada y adiós! Tenemos buena cama, es todo, aún así, podría surgir una amistad entre nosotros, al menos eso creo…
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