Capítulo 2

4994 Words
“¿Podría gustar de mí?” pensó Anna mientras lo veía fijamente. —A que no eres capaz de follártelo —dijo de repente Leo con una sonrisa torcida, respingó una ceja—. ¿Ves? Le tienes miedo. Anna dejó salir un suspiro mientras se acomodaba en la silla y comenzaba a mirar a Víctor con un aire de sensualidad. Su falda corta al acomodarse dejó a relucir los muslos de sus piernas y por un momento el joven discretamente bajó su mirada hasta ellos. Anna sabía que Víctor la estaba comenzando a ver con otros ojos, se notó cuando bajó su mirada hasta su falda. —Me tengo que ir —informó Víctor. —¿Ya? —inquirió ella. —Sí, por hoy acabamos —respondió el joven—, has los ejercicios para mañana, sé que los harás bien y tendrás buena nota —se levantó de su puesto y recogió sus libros. Anna se levantó de la silla y con una mano peinó su largo cabello castaño oscuro, después humedeció sus labios y desplegó una sonrisa algo torcida. —Bueno, gracias —soltó—, mañana ganaré una buena nota gracias a ti. Víctor se detuvo a mirarla por unos cortos segundos, después volvió a recoger sus libros y los guardó en su bolso. —No es por mí, eres quien está aprendiendo, además, si repasas con los trabajos que los profesores dejan, podrás aprender más y ganar los exámenes —acomodó su bolso en su espalda—. Nos vemos mañana, repasa mucho. Anna se acercó a él y le dio un suave beso en su mejilla derecha, después, lo observó fijamente por unos segundos mientras sonreía. —Nos vemos mañana —susurró. Víctor quedó pensante por un momento, después volvió a sonreír, pero esta vez se veía un poco incómodo. —Bien —fue lo único que pudo decir. Salió de la biblioteca, y al caminar por el pasillo, rodó su mirada a los grandes ventanales donde se podía ver el interior de la biblioteca, ahí estaba Anna, sonriéndole con su aire de sensualidad. Víctor llevó una mano a su cabello n***o y después dejó salir un suspiro mientras volvía su mirada al frente. —Ella no tiene solución —musitó. . . —¿Por qué sales tan tarde del colegio? —preguntó Ower mientras revolvía parte de su plato de comida—, estás llegando bastante tarde, mira esas ojeras que tienes, pareces un panda. —Le estoy dando clases extracurriculares a tu hermana —respondió Víctor sin dar mucha importancia. Un gran silencio se apoderó de la mesa del restaurante, algunos amigos del joven comenzaron a mirarse las caras. Ower terminó de mascar un bocado de comida mientras procesaba lo que acababa de escuchar, después tragó y plantó su mirada en Víctor. —¿Cómo así?, ¿le estás dando refuerzos a mi hermana?, ¿a Anna? —Inquirió algo perplejo—, ¿estás loco? —¿Hay algo de malo en que lo haga? —Víctor alzó la mirada de su plato de comida para poder verlo fijamente. —Anna no es una buena influencia —explicó Ower—, no te juntes con ella. —¿Cómo puedes hablar así de tu hermana? —Lo hago porque la conozco y también porque eres mi amigo, prefiero protegerte a ti —Ower volvió a mirar su plato y recogió una cucharada de comida. —La profesora Margarita me pidió que le diera clases, es un favor —explicó Víctor—, además, Anna está poniendo de su parte. No me quedaría más de dos horas en la biblioteca si fuera tiempo perdido. —Algo está tramando —soltó Ower—, ten cuidado. —Tal vez gusta de ti —opinó uno de sus amigos—. Ten cuidado. —Sí, puede ser eso —aceptó Ower con mucha convicción. . . Anna observó la letra que estaba escrita con buen pulso en su libreta cuadriculada, pasó los dedos de su mano por el papel y dejó salir un suspiro. El celular comenzó a vibrar sobre la mesa, lo tomó con rapidez y observó que era una de sus amigas. Al salir del colegio, se dio cuenta que ya estaba anocheciendo. Caminó sin mucha prisa por la larga calle que era abarcada por las grandes casas enrejadas por los portones que las custodiaban como gigantes. Para una joven que no se sentía cómoda en ningún lugar, el tiempo que demorara en la larga caminata, no era ningún problema. Llegó a un parque a una cuadra de su casa: árboles frondosos, bancas metálicas y frías, canchas de fútbol y baloncesto donde jóvenes corrían de un lado a otro; después estaba un grupo de cinco; los maleantes, con cigarros en mano y chicos mostrando sus abdómenes marcados; los que acaparaban las miradas de los peatones: los que odiaba la madre de Anna. La joven se acercó a ellos con paso arrastrado. —Buenas —saludó. Una joven rubia de cabello rizado y que fumaba un cigarro comenzó a reír. —¡Miren quien apareció! —soltó. —¿Por qué sales a esta hora del colegio? —inquirió Leo, se veía sudado y como los otros, estaba descamisado. —Me castigaron —mintió—, la vieja de mate me pilló copiándome en el examen. —Qué boba, ni para eso eres buena —soltó Leo—. Te perdiste el partido, me dijiste que ibas a venir. —¿Para qué me llamaron? —Preguntó con tono aburrido, ignorando el reclamo de su novio—, tengo hambre, quiero ir a comer. —Ay, deja de ser tan aburrida —gruñó la joven rubia—. Ya no te apareces por aquí, por eso te llamé. —En el colegio estamos… —El colegio, el colegio —la joven puso los ojos en blanco—, ¿es en serio?, no sé ni para qué vas, si ya tienes el año perdido. —Es verdad —se burló Leo—, el Víctor se la tiene montada y la muy idiota se deja. —¿Otra vez el Víctor? —inquirió la chica. —Tatiana, no comiences —pidió Anna. —Pero, Anna… —replicó la joven—, yo por ti, le daría un susto para que se quede quieto, también a la vieja de mate. ¿O ya se te olvidó cómo lo hacías cuando estudiabas con nosotros? Anna desplegó una corta sonrisa. En su anterior instituto debía cursar con Tatiana y cada vez que un estudiante o profesor intentaban montársela, ellas los amenazaban por medio de mensajes en papel y si no hacían mucho caso, le pedían a Leo o a otros chicos de su grupo que les dieran un “sustito” con alguna navaja. Leo era más contundente, él tenía un arma y no se andaba con rodeos, por eso ninguno en su antigua escuela era capaz de acercarse a él para “formar problema”. Leo se había cambiado de escuela cuando a Anna, su madre la inscribió en el San José, en un intento desesperado por controlarla. La joven trataba de creer que Leo de verdad sí la amaba, claro, a su manera, pero lo hacía y eso era lo importante. Sin embargo, le incomodaba cuando el joven iba a clases, porque no era de los que deseaba estudiar y solo asistía cuando deseaba molestar a Anna. Pero desde que Anna comenzó a estudiar en el San José, sintió que algo cambió, ya no tenía la misma seguridad en sí misma como cuando podía estar con sus amigos, sobre todo con Tatiana, que era la líder de las mujeres. —Mira esas ojeras —dijo Tatiana—, ¿acaso andas de estudiosa? —soltó una carcajada. —Deja de joder —gruñó Anna mientras se alejaba de ellos. —¡Oye! —llamó Leo. Pero Anna no obedeció y siguió caminando. Después de estudiar por dos horas, lo único en que podía pensar era en darse una larga ducha, cenar y acostarse a dormir. No, no podía dormir, debía hacer el taller para castellano. “Mierda… Debo repasar para biología, mañana hay examen oral” pensó. Anna llegó a su casa, entró a su habitación, aventó el bolso sobre la cama, ¡uniforme fuera! Una estirada de cuerpo y a la ducha. Una hora después: Anna se sentó en la silla del computador de mesa que había en su habitación, observó con un rostro aburrido las muchas preguntas del cuestionario que debía desarrollar. Encendió el computador para así entrar a Google y hacerlo. Hora y media después: Anna terminó de ordenar su bolso con las libretas que debía llevar al día siguiente. Por dentro se sentía un poco bien, era la primera vez que llevaba las tareas desarrolladas y entendía prácticamente todo lo que estaban dando en clase. Era como estar nivelada y en el mismo lugar donde todos sus compañeros se encontraban. Su celular se encendió y vio que había llegado una notificación de mensaje de w******p. Anna llevó a la boca una cucharada de leche con cereal, comenzó a mascar mientras revisaba, ¡era Víctor! La joven casi se ahoga al ver que Chico Perfecto le estaba escribiendo. “No olvides llevar el cuestionario de castellano desarrollado, en el descanso repasaremos para biología”. Ella sabía que Víctor le iba a preguntar por las tareas, por eso las había hecho, no quería que la regañara en clase, sabía que él era capaz de hacerlo. Además, así podría tenerlo contento y seguir viéndose en la biblioteca: esa sería su arma para poder conquistarlo. “Ya lo hice” envió. “Qué bien, nos vemos mañana” escribió Víctor. ¿Cómo había hecho para conseguir su número? ¿En serio le escribió para decirle eso o era una excusa para hablar con ella? Anna deseaba pensar que era la segunda opción. Dejó salir una carcajada de emoción y decidió usar esto como arma para tener más comunicación con él. . . Víctor sintió su celular vibrar, lo tomó de la mesa y leyó el mensaje. “¿Cómo conseguiste mi número?” Envió Anna. Víctor alzó la mirada al frente y observó a Ower comer una copa de helado en la cafetería donde se encontraban. “Tu hermano me dio tu número” escribió. “Claro, mi hermano es bastante amigo tuyo, ¿por qué nunca has llegado a casa?” “Yo he ido, pero nunca estás.” . . Anna soltó un gruñido, estaban teniendo una conversación muy casual, debía aumentar el nivel. “¿Y te gustaría llegar un día que yo esté? Podríamos repasar en mi casa en vez de la biblioteca.” Envió. —Eso fue muy lanzado —musitó—. Bueno, ya qué, ya lo envié y… ya lo leyó. “Me parece que está bien la biblioteca, ¿te incomoda que repasemos allí?” envió Víctor. —No es ningún tonto, me está rechazando —soltó Anna. La joven mordió su labio y el silencio la atrapó, después, soltó un grito y lanzó el celular a la cama. Un año atrás: La tarde era fresca en el centro de la ciudad y Anna caminaba por la tranquila calle que daba a la plaza. Estaba afanada ya que su madre esperaba en el banco hace aproximadamente una hora, tenía dos registros de llamadas en su celular, y estaba sonando la tercera y peligrosa llamada de su madre. —Estoy llegando, ¡ay, mamá sabes que demoro una hora en el baño y dos en cambiarme! ¿Cómo iba a saber que me estabas esperando? En la madrugada dijiste que no fuera porque no te habían pagado —volteó para ver la carretera y percatarse que no hubiera algún carro cerca— yo llegué del colegio y como tenía sueño me acosté a dormir... —soltó la carcajada—, sí, ya estoy a dos cuadras, es que ese bus iba más lento, oye mami, si vieras el descaro de ese conductor, además que iba lento se le dio por detenerse y quedarse viendo un letrero de ese centro comercial que están construyendo cerca a la casa, ¿sabes cuál es? Sí, ese, y yo con ese afán, tenía unas ganas de gritarle —cruzó en una esquina—, bueno, sí... Ya estoy llegando, bueno —Anna guardó el celular en su bolso marrón de cuero que llevaba a medio lado y después quitó un mechón de cabello que se le atravesó en la boca— ah... Pedazo de cabello ese... —refunfuñó mientras caminaba a grandes zancadas. Su día no iba muy bien que digamos; a la salida de clases su zapato se había ensuciado de excremento, y el señor del bus no la dejó montar porque incomodaría a los pasajeros y tuvo que caminar hasta su casa. Al llegar se le habían quedado las llaves en su cuarto y tuvo que esperar a que su hermano mayor llegara de la universidad. Después su madre interrumpió su siesta gritándole que fuera ya al banco. Estaba teniendo un día de perro callejero. —Buenas tardes, amiga mía —escuchó una voz bastante serena y amable. Ella se detuvo de un solo tope y miró a su derecha, era lo último que le faltaba. Anna mostró una sonrisa forzada al joven que llevaba en sus manos una biblia abierta y a su lado había una mujer vestida de manera elegante. El muchacho mostró una dulce sonrisa y después de mojar sus labios empezó a hablar—, sólo te pediré un minuto de tu tiempo, en el día de hoy te explicaré sobre... "Ay no... Esto era lo único que me faltaba... Tener que escuchar a un aleluya... Y lo peor es que cuando empiezan a hablar no hay poder humano que los detenga, ¿y ahora? No... Mi mamá me va a matar si le llego tarde..." pensó Anna. —¿Por qué muchas personas no le encuentran sentido a su vida? Bueno, simplemente...  —Disculpa —interrumpió Anna, el joven inclinó un poco su cabeza a la izquierda y la señora hizo un gesto de confusión—, no puedo seguir escuchando porque tengo una creencia muy diferente a la que tienen ustedes, yo pertenezco a una secta satánica y... Creo que no hay que explicar mucho, ¿verdad? —la mujer abrió sus ojos como platos y dio un paso hacia atrás mientras tragaba en seco. El joven recorrió de pies a cabeza a Anna. —Claro, ahora en día hay tantas creencias —dijo el joven. —Sí... Bueno, disculpa por haberte interrumpido —la señora mostró una sonrisa llena de miedo y tomó al joven por un brazo. —Bien, vayan con cuidado, que satanás me los cuide —Anna alzó un brazo y siguió su camino. —Hay poder en la sangre de Jesucristo —reprendió la señora en susurro. Anna se iba burlando por el rostro de los cristianos, al llegar junto con su madre contó lo sucedido y las dos mujeres (que tendían a ser muy burlonas) soltaron la carcajada, y otra cosa es que no eran muy religiosas. —Ponerme a escucharlos hablar —Anna soltó la carcajada— y cuando le dije que satanás me los cuide la mujer creo que reprendió. La joven empezó a manejar el cajero mientras seguía soltando la pequeña risa burlona y su mamá le hacía preguntas sobre lo sucedido: —Aunque el muchacho estaba lindo, lástima que sea aleluya, ya sabes, son muy atontados, pero tiene unos labios hermosos y los ojos son lindos, son de un color como miel revuelto con un tono verdoso, es hermoso. Pero con ese "buenas tardes, amiga mía" pareció tan gay y todo se dañó —la madre de Anna soltó una gran carcajada. —¿Entonces, cómo te gustan los hombres? —su madre se cruzó de brazos y Anna volteó a mirarla con un semblante bastante serio. —Que sea un hombre serio, no con esa pendejada de "buenas tardes, amiga mía" —ella hizo un gesto de desagrado y volvió su mirada al cajero. —Bueno, si tú lo dices, aunque con ese noviecito que tenías no creo que tu hombre perfecto concuerde con él —la señora volvió a soltar la carcajada. Anna estaba seria y le incomodaba hablar sobre el tema ya que su ex ahora era homosexual. —Bueno, ya... Él decidió serlo, no veo nada de malo con tener preferencias sexuales algo diferentes con las nuestras. Aunque es un buen amigo y fue un buen novio; eso es lo importante, y sobre todo lo primordial, es un ser humano —hubo un momento de silencio. —Ese cristiano también es humano —expresó su madre con bastante seriedad. —Pero mi tiempo no espera a nadie —ella enmarcó una sonrisa y tomó el dinero entre sus dedos y se los pasó a su madre. —Y mis deudas tampoco esperan —la madre de Anna empezó a contar el dinero con bastante emoción—, lo prometido es deuda, ve a comprar tus zapatos, yo iré a hacer la compra —y le pasó algo de dinero a su hija. Anna jamás imaginó que ese mismo joven sería el nuevo presidente estudiantil del nuevo instituto al cual iba a asistir y que meses después intentaría seducirlo mientras estudiaban en la biblioteca. Actualidad: —Oye, Anna, —el joven entró a la habitación de su hermana— vienen unos amigos a la casa, recoge tu desorden de la sala. —¿Qué? Llévalos a tu cuarto —fanfarroneó Anna sin dejar de ver la pantalla del celular. —¡Rápido! Recoge tu desorden. —¡Que dejes de joder! —gruñó Anna. —¡Recoge tus cosas, maldita asquerosa! —Gritó Ower con tono fuerte— ¡rápido! —¡Uy...! —Gritó Anna con bastante furia— ¡no puedo ni estar cómoda en mi maldita casa! ¡Intenso! —¡También es mi casa! —¡Te odio! —¡Cara de perro! —Gritó Ower— ¡Eres adoptada! —¡Tú eres el maldito adoptado! —¡Ya…! ¡Ven a recoger tu mugre de la sala! ¡Mira este cuarto, está imposible sobrevivir en él! —¡¿Qué pasa?! ¡Es mi maldito cuarto!  —Espero que al volver esté esta sala ordenada, puerca —la tomó del cabello con su mano derecha y con la otra le jaló una oreja—, ¿entendiste? —¡AH…! ¡SI!, ¡SI, SI! Anna salió de su habitación y se dirigió a la sala donde había regado sobres de papas fritas, vasos de gaseosa y otras cosas más. La joven recogió todo y después de llevarlo a la cocina, se encerró en su habitación, como ya iba a dormir, se quitó el camisón que tenía puesto para así dormir libre. A los quince minutos, Anna escuchó que en la sala estaba su hermano con sus amigos, como estaba enojada con él, decidió incomodarlo. No se llevaban bien, por lo mismo él odiaba cuando ella estaba en casa, ya que siempre le hacía pasar momentos incómodos frente a sus amigos. Anna se puso el camisón que era bastante trasparente y bajó a la cocina, tenía que pasar por la sala y era allí donde estaban los amigos de su hermano. Eran cuatro jóvenes, sin contar el hermano de Anna, hablaban sobre un campamento, algo de lo que Anna no prestó atención. Todos hicieron silencio cuando vieron aparecer a la joven con su vestimenta atrevida. El hermano de Anna se quería morir al ver a su hermana vestida de esa manera. Ella pasó a la cocina y después salió con un vaso de vidrio donde tenía un jugo de fresa. Recorrió la sala y vio que allí estaba su compañero de salón, Víctor, con una mirada bastante seria. —Hola, Víctor —saludó como si nada, se sentía con un punto a su favor. —Am… Hola —su rostro estaba bastante serio, el verla así, parecía, aparentemente, no producir ninguna impresión en él. Fue algo que enfureció a la joven que creía haber hecho aquel espectáculo para nada. —¿Se conocen? —escuchó al fondo. Anna volteó a ver atrás y encontró a su madre, no la sintió llegar a casa, ¿desde cuándo estaba ahí? —Somos compañeros de clase —respondió Anna. Ella miró fijamente a Víctor con ojos coquetos y después le dio un sorbo a su vaso. Todos estaban concentrados en ella, la chica mostró una sonrisa a todos los allí presentes que la comían con los ojos. —Anna, ve a tu cuarto —gruñó su madre entre dientes, después llevó la mirada a Víctor y le sonrió—. Qué grata sorpresa, ¿cómo se comporta Anna en clase? —Bien —respondió Víctor mientras desplegaba una sonrisa. Anna volvió a mirar a Víctor mientras se dirigía a su habitación, antes de entrar le guiñó un ojo. Sabía que, aunque él quería aparentar que ella no causaba ningún efecto en él, por dentro gustaba de ella.  Ower pudo observar que algo sucedía entre su hermana y aquel mejor amigo que tenía; pobre joven, no sabía que estaba caminando en tierras desiertas y llenas de huecos donde iba a caer y nunca más saldría de allí, al menos, no vivo. Ower conocía tan bien las tácticas de su hermana; una chica que le encantaba jugar con los sentimientos de los hombres, por lo regular se juntaba con personas de su misma calaña. La había visto jugar con tantos hombres, que prefería avisarles con tiempo a los pobres jóvenes, advertirles para que no se volvieran soldados caídos. Sin embargo, Anna adquiría gran fuerza de palabra y cuando tenía a una víctima en la mira, difícilmente se les escapaba. Pobre Víctor, ahí estaba, observándose fijamente con Anna. Pobre joven, tan amoroso, ingenuo y aplicado; se le ve un gran futuro por delante; si Anna lo alcanza a atrapar en sus garras, no quedará rastro alguno de lo que es ahora. —Víctor, en serio, aléjate de mi hermana —dijo Ower al momento de despedirse de él—. Deja de ayudarla, a ella no le importa nada de eso. ¿Realmente crees que le interesa si pierde o gana el año? Anna es una floja de primera, nada de eso le interesa. Hasta mi mamá perdió la fe en ella. —Por favor, deja de hablar tan mal de tu propia hermana —pidió Víctor—, no es tan mala. Anna… —dejó salir un suspiro— lo que necesita es un apoyo, alguien que crea en ella. Ower, no es tan mala persona, me he dado cuenta en el poco tiempo que llevo hablando con ella. Está desesperada por mejorar, y créeme —acercó un poco su rostro a su amigo— es muy inteligente, tiene un gran talento para los números, aprende muy rápido. Creo que, si se inscribe a contaduría o alguna ingienería, no sé… podría irle muy bien. Ower hizo mala cara mientras observaba fijamente a su amigo, sumergió las manos en sus bolsillos y dejó salir un suspiro. —Yo creía en ella, —confesó Ower— claro, cuando era pequeña. Ya no recuerdo cuando fue la última vez que creí que Anna podría ser una buena chica. Pero recuerdo que hubo un tiempo que ella era obediente, amable, aplicada, ¡si hubieras visto sus notas, todas excelentes! Siempre izaba la bandera, ¡la mejor de su clase! —Dejó salir un suspiro e hizo silencio—. Yo la veía y… pensaba que quería ser como ella, tan pequeña, pero se le veía un buen futuro. —Pero… ¿qué le pasó? —Los amigos, Víctor. La mala juntilla —gruñó Ower—. Mi madre al principio la iba a buscar a ese parque donde siempre se sienta con esos vagos, pero ese Leo, ¡uy, el tipo ese! —Rechinó los dientes—. Yo también iba a buscarla, ¿recuerdas? —Ah… Sí, una vez te vi pelearte con él, ¿fue por tu hermana? —Sí, esa vez fue por ella. Vi al tarado ese agarrarle el trasero y se me subió la sangre a al cabeza —respondió Ower, se veía algo enojado—. Después… mi madre y yo nos dimos por vencidos. Ella… no tiene solución. No creas que soy un mal hermano, realmente me gustaría ver a Anna siendo una chica de bien, que estudie y se realice en la vida. Me encantaría verla andando con chicos buenos, pero… ella… No sé… —No pierdas la fe, por favor —pidió Víctor—, Anna… se ve que quiere cambiar, en serio. —Si para tener nuevamente a mi hermana en buen camino, tú debes sacrificarte —dijo Ower—, prefiero que siga perdida, no la quiero. —Deja de ser tan extremista —Víctor sonrió y dejó salir una pequeña risita—, Anna no es tan mala. Además… yo sé muy bien qué es lo que quiero, estoy demasiado cómodo con mi vida como para dejarme arrastrar a una vida que no deseo. ¿Crees que no he visto con el tipo de personas con las que Anna se junta? Por eso también la quiero ayudar. —¿Tan seguro estás que puedes cambiar a Anna? —Puedo hacer que entre a estudiar en la universidad. —Ay, por favor —Ower soltó unas cuantas carcajadas burlonas—, tampoco estoy pidiendo un milagro —volvió a carcajear—. Deja de decir mentiras. —Estoy hablando muy en serio. Ower borró por completo su sonrisa y se cruzó de brazos, chasqueó su lengua y volvió a sonreír, pero esta vez con algo de picardía. —Eso quiero verlo —retó—, si te sientes tan seguro de ti mismo, quiero que me lo muestres. —Acepto el reto —dijo Víctor.   Seis de la mañana: Anna llegó a clases con un rostro de pocos amigos, no pudo dormir bien por una tonta pesadilla que la atormentó, quitándole su preciado sueño. —Buenos días —escuchó frente a ella. La joven alzó la mirada mientras acomodaba su bolso encima de la mesa, era Víctor. —¿Qué tienen de buenos? —preguntó. —Bueno… tenemos vida —respondió el joven bastante sonriente. —Pues… si esto es vida, prefiero morir —refunfuñó Anna. —Ay, por favor —Víctor se acodó en la mesa—, deja de ser tan gruñona. Dime, Anna, ¿qué es lo que más te gusta hacer? —Dormir —respondió con una sonrisa fingida. —¿Aparte de dormir? Anna quedó bastante pensativa: cocinar. Amaba cocinar, era feliz preparando galletas, pasteles y todo tipo de postres. —¿Y para qué quieres saber? —inquirió con sequedad. —Primero necesito saber para así poder responderte —explicó Víctor—. Anda, respóndeme —pidió amablemente. —Cocinar —respondió Anna mientras sentía sus mejillas ruborizarse—. Ya, búrlate —puso los ojos en blanco. —¿Por qué me burlaría? —Indagó Víctor sonriente— es un muy bonito pasatiempo. ¿Qué tipo de comidas te gusta preparar? —Mas que comida, prefiero hacer postres —respondió aun sintiéndose un poco desconfiada. —Qué rico —expresó Víctor—. ¿Sabes? Yo siempre he querido aprender a hacer pasteles, pero no tengo tiempo. —Pues dependiendo el tipo de pastel, se sabe su complejidad —respondió Anna. —Entiendo —aceptó Víctor bastante concentrado en la pequeña lección culinaria que acababa de escuchar—. Bueno, investigaré el pastel que quiero hacer y cuando lo haga, te pregunto cómo se prepara, ¿me enseñarías? Anna respingó una ceja, ¿qué le sucedía a Víctor esa mañana? ¿Por qué le pedía que le enseñara a preparar pasteles?, ¿era algún tipo de broma? No, Víctor no era de los que se divertía burlándose de las personas. Claro, seguramente estaba buscando una excusa para acercarse a ella. La joven se cruzó de piernas y le mostró una ligera sonrisa. —Está bien —aceptó—, pero… ¿qué recibiré a cambio? —retorció su sonrisa. Faltaba poco. Un poco más y tendría a Víctor en sus manos. —Clases gratuitas —respondió Víctor. La sonrisa de Anna se fue borrando mientras volteaba su mirada hacia la derecha. Ay… ¿cómo pudo pensar que Víctor le propondría algo interesante? Ese chico realmente necesitaba un poco de malicia en su vida, ¡cómo le encantaría inyectarle un poco de la suya! —Con ese rostro, cómo se nota que no te gusta para nada que yo te de clases —comentó Víctor, dejó salir una pequeña risita—. Dime, Anna, ¿qué te gustaría que yo te diera? “Tu virginidad” pensó Anna. Sonrió y después apretó un poco sus labios. —Quiero que demos las clases en mi casa —pidió Anna. —¿Tanto te molesta la biblioteca? —No es eso, es que… —¿qué mentira le podía decir? —Entiendo, no te preocupes —interrumpió Víctor con tono amable—, no te sientes cómoda allí. —Exacto. Víctor pensó bastante la propuesta, ¿tanto le asustaba estar a solas con Anna? “Te voy a violar, llegó tu hora” pensó Anna. Estuvo a punto de reírse, tuvo que retorcer sus intestinos para que eso no sucediera. —Bien, trato hecho —aceptó Víctor—, pero con una condición. —¿Cuál, señor perfección? —inquirió Anna.          
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