Capítulo 3

3718 Words
—Debes subir tu promedio —dijo Víctor—, no puedes perder ninguna materia, Anna Lucía. Anna chasqueó la lengua; tenía mucho tiempo que no escuchaba su segundo nombre. —Sabes que eso es imposible —respondió con tono serio—. Deja de burlarte de mí. —No, no me estoy burlando de ti —aclaró Víctor bastante convincente—, yo te voy a ayudar. Es un trato, ¿no? La joven lo observó fijamente. Era la primera vez que aquellos dos jovencitos se observaban tan fijamente, ¿qué era lo que buscaban sus ojos? ¿Qué respuesta? —Tranquila, Anna Lucía, puedes confiar en mí —Víctor estiró su mano derecha—, ¿aceptas? —Bien… —esbozó Anna. Había algo en Víctor que no le estaba gustando nada a Anna: seguridad. Le hablaba de manera tan segura que la hacía sentir muy vulnerable, además, parecía que podía adentrarse a ella y conocer sus miedos más profundos. —En el descanso vamos a repasar biología —informó Víctor. —Bien —aceptó ella, sintiendo en el fondo de su ser un cierto alivio. Las clases continuaron con normalidad, pero Anna pudo sentir algunas miradas en ella: sus compañeros ya sabían que ellos eran amigos. Sabía que dentro de poco iba a tener algunos problemas, pero no le interesaba, sabía que podría lidiar con ello; Anna no era alguien que temiera a las demás personas. Por un momento observó hacia la ventana que daba al patio del instituto, era un día despejado, caluroso. Dejó salir un suspiro. Tenía ya dos semanas que asistía a clases sin faltar, entraba a todas las horas y ahora estaba llevando los trabajos y tareas. Por un momento observó a Víctor, conversaba con un joven y sonreía, después bajó su mirada a una libreta que reposaba sobre la mesa, parecía que le explicaba algo. Ese era él, siempre amable y dispuesto a ayudar a los demás. ¿Será que para él ella era una chica más a quien ayudaba? Anna bajó la mirada a su libreta de castellano; odiaba esa materia. Acababa de recibir una mala nota por no haber escrito con sus propias palabras la tarea. “Esto es absurdo, ¿por qué lo hago?” pensó. El timbre sonó, era hora de descanso. “Cierto, debo repasar con Víctor para biología —pensó—, pero, ¿para qué hacerlo?”. Vio a Víctor observarla fijamente desde su puesto. “Vamos” pudo leer en los labios del joven. “Maldito desgraciado, ¿por qué se vio tan hermoso diciendo esa palabra?” pensó. Sin querer, una sonrisa se escapó de sus labios. “Ya qué, iré a pasar un rato con él, además, ganaré una buena nota gracias a él” pensó. Anna recogió sus libros y vio que Víctor también hizo lo mismo. —Dime que al menos investigaste un poco para biología —escuchó frente a ella. Anna acomodó el bolso en su espalda y alzó la mirada. —No, no lo hice —respondió. Víctor dejó salir un suspiro: —Bien, no importa —dijo y desplegó una sonrisa. Los dos jóvenes salieron del salón de clase, mientras, Víctor hablaba sobre las presuntas preguntas para el examen oral y bla, bla, bla… ¿Acaso él nunca se relajaba? Era tan rígido en todo lo que hacía… Y de pronto pasó, ahí venía Leo como un pollo entrando al gallinero. Él no caminaba, él flotaba sobre nubes, los estudiantes le abrían paso en el pasillo para que no se los llevara por delante. Anna inspiró profundo y trató de ocultar su rostro con su cabello, pero fue imposible, Leo ya la había visto e iba directo hacia ella. Sintió que rodearon su cintura y un aliento apestoso a cigarro la envolvió. —¿Qué haces con este idiota? —escuchó la voz de Leo. —Este idiota tiene nombre —gruñó Víctor. —¿Cómo es que te llamas? —preguntó Leo con una sonrisa retorcida, barrió a Víctor de pies a cabeza. —Víctor —respondió. Anna alzó la mirada y vio que Víctor tenía la mandíbula bien apretada, era la primera vez que lo veía tan serio. Pasó la mirada hasta Leo y lo vio mascando un chicle mientras observaba a Víctor de manera burlona. —Vámonos —dijo Leo mientras la arrastraba. —No, no puedo —informó—, tengo que… —piensa rápido, piensa rápido— hacer algo con él… Leo se detuvo en seco y dejó salir un pequeño jadeo de burla, después volvió a observar a Víctor. —¿Con quién?, ¿con él? —chilló al no retener la risa burlona—, ¿con este mariquita? Los dientes de Víctor rechinaron y Anna pudo verlo, además, sus manos estaban temblando mientras apretujaban con fuerza el libro de apuntes de biología. —Leo… —pidió Anna—, después hablamos, ¿sí? —lo observó fijamente—, por favor. —Hoy en mi casa, a las seis, ¿entendido? —dijo Leo mientras llevaba una mano detrás de su cuello y la apretaba con fuerza, se acercó a su oído derecho—, espero que el tiempo que estés con ese mariquita valga la pena, porque si no… ya sabes lo que te pasará —alejó su mano de su cuello y la observó de pies a cabeza mientras ladeaba una sonrisa. Leo se marchó, nuevamente con su caminado indestructible y fue la primera vez que Anna le tuvo miedo después de mucho tiempo. Sus ojos enrojecieron al no soportar el nudo en la garganta. —Anna, ¿estás bien? —preguntó Víctor mientras se acercaba a ella—, ¿te hizo daño? —No, —respondió con tono seco— estoy bien. Llegaron hasta las gradas de la cancha de fútbol y se sentaron en la última. —¿Por qué siempre te sientas aquí? —preguntó Víctor. —¿Y tú por qué siempre recoges la porquería que otros tiran? —respondió Anna con otra pregunta—, todos los días lo haces. —Es la misma razón por la que tú siempre te sientas aquí —respondió Víctor—. Algo me dice que lo haces para estar apartada de todos, es tu espacio para pensar. Yo también lo hago por esa misma razón. —El que tú utilices tu tiempo para recoger la porquería de los demás y así medites, no quiere decir que yo también lo hago por esa misma razón —gruñó Anna—. Solo me siento aquí porque… —su mirada se perdió en el paisaje triste de aquella cancha. —Porque es el único espacio en el colegio que está solo —dijo Víctor—, yo también vengo aquí por esa razón. Anna sintió que la observaban, volteó su mirada y notó que el semblante de Víctor era bastante serio. —No somos tan diferentes, Anna Lucía —esbozó Víctor. La joven, sintiendo sus mejillas enrojecerse, abrió el bolso que reposaba en sus piernas y sacó del interior una bolsa trasparente donde se podía ver claramente que traía unas galletas. —¿Las hiciste tú? —preguntó Víctor con tono animado. —Claro, ¿quién más? —contestó la joven con tono aburrido. —Dame, quiero probar. —¡Oye! —volteó a mirarlo—, al menos disimula tu hambre. —Tengo mi propia merienda, pero quiero de la tuya, —extendió una de sus manos— quiero probar tus galletas. Anna sacó una galleta y se la pasó, Víctor la llevó hasta su boca y le dio un mordisco. Fue tan evidente que le gustó el sabor, que Anna dejó salir una pequeña risita. —¿Quieres otra? —preguntó la joven mientras sacaba una galleta de la bolsa. —Claro —aceptó Víctor mientras le arrebataba la galleta de su mano—, me encantan. Vamos a comprar un jugo —se levantó de la banca, volteó a mirarla—. Vamos… Después de comprar los refrescos, Anna y Víctor volvieron a las gradas de la cancha de fútbol para seguir merendando mientras repasaban biología. Los minutos se fueron entre carcajadas y algunos gruñidos por parte de Anna. Después de acabado el descanso, volvieron al salón de clases mientras seguían repasando para el examen oral que se les avecinaba. Era la primera vez en mucho tiempo que Anna estaba en la misma sintonía que todos sus compañeros de clase. —Víctor, Víctor —llamó un joven cuando lo vio entrar al salón—, necesito que me prestes tu libreta de biología, por favor, por favor. —Pero estoy repasando con Anna —dijo Víctor—, no puedo, necesito mis apuntes. —Bueno, entonces, yo repaso con ustedes —insistió el joven—. Es que sabes que no vine la clase pasada de biología y no sé nada, estoy seguro que seré uno de los primeros en ser llamado. Víctor volteó a ver a Anna, quien ya estaba observando lo que sucedía. —Anna, ¿cuánto tiempo dura el ciclo celular? —preguntó Víctor. El joven observó a la chica con curiosidad. Anna dejó salir un suspiro y se cruzó de brazos. —La duración del ciclo celular varía entre las diferentes células. Una célula humana típica puede tardar unas veinticuatro horas para dividirse, pero las células mamíferas de ciclo rápido, como las que recubren el intestino, pueden terminar un ciclo cada nueve a diez horas horas cuando crecen en medios de cultivo —respondió Anna. El joven se sorprendió por la respuesta, de hecho, otros compañeros que estaban entrando observaron que ellos estaban repasando y se acercaron para escuchar las respuestas. Así pasaron unos minutos donde un grupo grande se hizo y repasaban entre ellos las posibles respuestas del examen. Algunos de sus compañeros le preguntaban a Anna y ella respondía y a veces los corregía en algunas respuestas que ellos daban. Cuando el profesor llegó al salón, todos fueron a sus puestos e hicieron silencio. El hombre dejó sus libros sobre el pupitre y después de dar una mirada rápida, empezó a llamar a algunos estudiantes para que pasaran al frente. Las manos de Anna estaban sudorosas y jugaban entre sí. Se había metido tanto en el asunto de repasar que ya respondía en la mente las preguntas que el profesor hacía. Cuando llegó su turno, le preguntaron por el ciclo celular y ella pudo responder con facilidad, algo que sorprendió al profesor, quien pensaba que ya debía anotar una mala calificación para ella. Al momento de ir a sentarse a su puesto, pasó una mirada rápida por Víctor, quien acentuó con su cabeza en señal de felicitación. Aquel día había variado tanto las emociones de Anna, llegó a sentirlo bastante rápido, pero le gustó mucho. Al finalizarse la jordana de clase, como ya se estaba haciendo habitual, se dirigió a la biblioteca con Víctor, se sentaron frente a la misma mesa, abrieron los bolsos, sacaron las libretas y Víctor fue a buscar algunos libros donde sabía que podría encontrar algunas respuestas para sus trabajos. Esta vez fue diferente, Anna no estuvo pensando en que debía seducir a Víctor, prefería terminar las tareas porque moría de hambre y quería llegar a su casa a descansar. Víctor también quería terminar con el día, se veía con muchas ojeras. —Mañana tenemos examen de castellano, también de religión y de inglés —dijo Víctor mientras revisaba el horario. —Puta semana de exámenes —soltó Anna—, lo peor es que la vieja de castellano me puso mala nota y debo hacerle un ensayo, sino volveré a tener otra mala nota. —A esa profesora no puedes hacerle el copie y pegue —explicó Víctor—, le gusta que los estudiantes argumenten con sus propias palabras. —Pero yo soy mala escribiendo —replicó Anna—, pésima. Además, me corrigió todos los errores ortográficos y me dijo “si vas a copiar algo del señor Google, al menos hazlo bien”, uy, cómo me hubiera gustado darle un puño en su cara. Víctor soltó una pequeña carcajada. —Tranquila, te ayudaré a hacer el ensayo —calmó Víctor—, podemos hacerlo mañana cuando terminemos de hacer las tareas. —Pero desde mañana debes ir a mi casa —recordó Anna—, estaré sola —se acodó en la mesa. —¿Podemos hornear un pastel cuando terminemos? —Víctor también se acodó en la mesa y sonrió alegremente mientras mordía su labio inferior. —Claro —aceptó Anna mientras acercaba un poco su rostro a él—, podemos hacer todo lo que quieras. Víctor se apartó un poco y parpadeó dos veces mientras poco a poco su sonrisa se iba esfumando. —Bien, terminemos de hacer estas tareas, me muero del hambre —bajó la mirada al libro frente a él—. La segunda guerra mundial se dio… Anna dejó salir un suspiro y volvió con pesadez a mirar los muchos libros desparramados en la mesa. Esa tarde estaba bastante larga y llena de mucho estrés, qué aburrido… Cuando el reloj marcó las cinco y media de la tarde, Anna terminó de recoger sus libros y Víctor terminaba de acomodar el bolso en su espalda. —Yo también le estoy sacando mucho provecho a estas clases extras —dijo el muchacho mientras comenzaban a salir de la biblioteca—, puedo llegar a mi casa tranquilo y no pensar en que debo trasnocharme haciendo tareas, al menos, no del colegio. —¿Qué haces cuando no estás en el colegio? —Voy a la iglesia —respondió Víctor—, también ayudo los fines de semana a un grupo de niños, les doy refuerzo de matemáticas y castellano —volteó a mirarla mientras sumergía sus manos en los bolsillos de su pantalón—, ¿y tú? —Bueno… —la joven dejó salir un suspiro— me gusta cocinar, solo cocino y a veces me veo con unos amigos en el parque. —¿El parque que está cerca de tu casa? —Sí, ese mismo. —¿Por qué no haces un curso de repostería?, en serio, eres bastante buena. Creo que, si te lo propones, puedes montar tu propio negocio. —Ay, deja de decir idioteces. —No, hablo en serio. Esas galletas te quedaron espectacular, si viviera contigo, me volvería gordo de tanto comer tus postres. Los dos jóvenes soltaron carcajadas mientras salían a la calle y comenzaban a caminar para dirigirse a sus casas. —Ahora que llegues a tu casa, ¿qué harás? —indagó Víctor. —¿Por qué quieres saber? —inquirió Anna. —¿Te verás con ese chico? —indagó Víctor con tono serio. —¿Te molesta que me vea con él? —preguntó Anna con tono risueño y algo coqueto. —Claro que sí —respondió Víctor—, te trata mal, ¿por qué te juntas con él? Anna tornó su rostro serio. —Eso no te incumbe —dijo Anna. —Claro que me incumbe, vi cómo te trata. Como tu amigo, no puedo dejar que eso vuelva a suceder. —Pero qué posesivo… —bufó Anna— Yo me junto con los que yo quiera, ¿entendiste? Además, ¿desde cuándo somos amigos? —Entonces, ¿qué somos? —Víctor se detuvo y la tomó de un brazo. “Espera, esto es un punto a mi favor, tiene celos” pensó Anna. —No lo sé —respondió mientras trataba de calmarse—. ¿Qué quieres que seamos? Víctor soltó una pequeña risita. —Vamos, quiero llegar a mi casa —empezó a caminar. “Vas a caer, ya verás” pensó Anna. Cinco y media de la mañana: Anna abrió un ojo y tambaleó mientras bajaba de la cama. El celular revuelto entre las sábanas sonaba y aturdía su mente. —Ay, maldita alarma —gruñó mientras lo buscaba. Ese día sería importante, sería decisivo para su plan, tal vez ese día podría tener sexo con Víctor, aunque lo creía muy apresurado, pero estaba segura que iba a dar un paso enorme. Así que arregló su cuarto antes de marcharse al colegio. Lo bueno era que ese día llevaba todas las tareas hechas e iba a poder ganar buenas notas, así que no tendría problemas en su casa. Víctor era la solución a muchos de sus problemas, así que lo iba a tener cerca por mucho tiempo.   Anna observaba sus uñas, trataba de quitarse el esmalte n***o con el carraspeo de una de ellas; raspa, raspa, ahí estaba su color natural. —¿Por qué no fuiste anoche a mi casa? —preguntó Leo. —¿Realmente creías que iba a ir después que me trataste así? —Te dije que fueras. —Vete a la mierda, Leo, no voy a dejar que me trates así. —Estás rara —dijo Leo a su lado— ¿Qué hacías hablando con el mariquita ese? —¿Víctor? —preguntó sin dejar de observar sus uñas. —¿Quién más? —Me dijiste que no era capaz de seducirlo, eso hago —respondió con tono aburrido. —Claro, le estás sacando las tareas y los trabajos, ¿no? —Leo soltó una pequeña risita— Sanguijuela, te estás aprovechando de él. —Claro, ¿qué más haría con ese idiota? —alzó la mirada y observó la cancha de fútbol, ahí estaba Víctor, recogiendo la basura y echándola en la bolsa negra de basura—, míralo, qué idiota. —Pero el reto consiste en que yo debo ver que realmente te acostaste con él —recalcó Leo. —¿Eres imbécil o qué?, ¿cómo vas a ver cuando yo me acueste con él? —Cómo se nota que no tienes nada de cerebro —soltó Leo—. Lo vas a grabar todo, eso es lo que harás, después me lo envías. Anna quedó pensativa, ¿realmente era capaz de grabar esa escena? —¿Qué?, ¿te da miedo? —Leo ladeó una sonrisa—, claro, te da miedo. —No me da miedo —gruñó mientras lo observaba fijamente—. Ya verás. —Claro —soltó Leo.   Anna sentía sus adentros revueltos, no sabía por qué, pero tenía claro que fue a causa de la conversación con Leo. —Anna —escuchó a su lado. La joven salió de sus pensamientos y volteó a ver, ahí estaba Víctor. —¿Qué quieres? —preguntó. —Hagamos equipo —respondió Víctor—, ¿no prestaste atención a lo que dijo el profesor? —No. —Anna… —soltó Víctor con tono aburrido. —Ay, ya… —gruñó ella. —¿Qué tienes? —preguntó. —Nada. Siéntate, deja el drama —dijo ella mientras sacaba sus apuntes para la clase. —Ya sé, fue Leo —Víctor se sentó a su lado—. Siempre te sientas con él en las gradas, ¿discutieron? —No… —soltó ella algo confundida. —¿Es tu novio? —preguntó Víctor—, ayer te enojó que hablara de él. —Me estabas diciendo con quien hablar y con quien no, ¿qué querías que hiciera?, ¿Qué me pusiera contenta? —No me gusta que hables con él. ¡Increíble!, ¡qué directo! —Pues deberá gustarte que hablemos —dijo Anna—, porque no dejaré de hablar con Leo. —Porque es tu novio. —No, no… —respondió mientras parpadeaba—, ¿de dónde ideas tan tontas? Deja de insistir con eso. —Los he visto besándose. —Bueno… —Anna tragó en seco— eso no nos compromete. Víctor la observó fijamente. —¿Por qué lo niegas? —preguntó. Anna sentía que iba a empezar a sudar, ¿por qué le hablaba tan directo? Se pasó una mano por el cabello y volvió a tragar en seco. —Sí, éramos novios —dijo Anna—, pero terminamos, ¿sí? Por favor, no me vuelvas a tocar el tema. —¿Por qué? —Porque no me gusta, Víctor, por favor —pidió—. Es mi vida privada, no te incumbe. —¿Por qué no? —Ay… ¿en serio? —le envió una mirada fulminante, pero notó que Víctor estaba riendo por lo bajo—, ¿de verdad te estás burlando de mí? —Eres demasiado gruñona, ya veo por qué Leo te terminó. —¿Qué? —jadeó Anna—, él no me terminó —reconvino—. ¡Yo fui quien le terminó!  La profesora los observó: —Silencio, por favor —pidió—. Anna, concéntrate en hacer los ejercicios. Anna puso los ojos en blanco, después, comenzó a escribir los ejercicios de matemáticas en la libreta. —No, lo estás haciendo mal —dijo Víctor. —Lo hago bien. —No, verifícalo, está mal —insistió el joven. Anna tomó la calculadora científica y verificó la operación que acababa de hacer. —Límite de… —ups, sí, estaba mal—…hum… —llevó la mirada hasta Víctor y puso los ojos en blanco. Víctor rodó un poco la silla a ella y empezó a explicarle el por qué se había equivocado. Aquellas últimas horas la profesora les llamó la atención en repetidas ocasiones por sus carcajadas, la verdad era que Víctor se veía de muy buen humor aquella tarde. Después de dar las últimas horas de clases, Anna y Víctor salieron del instituto y pasaron por el supermercado para comprar algunas cosas para esa tarde: harían el tan esperado pastel. Al llegar a casa, Víctor observó que era cierto, Anna estaba sola en casa. —¿Y tu mamá a qué hora llega? —preguntó Víctor mientras caminaba por la sala. —En la noche, por ahí como a las siete y media, a veces llega a las nueve —respondió Anna mientras caminaba a la cocina—, cuando va a visitar a mis tías. Siempre estoy sola en la casa, por eso me gusta visitar a mis amigas cuando puedo. —Bueno… —Víctor se acercó a la cocina— por eso sería buena idea que hagas un curso de repostería, te ayudaría a matar el tiempo cuando no estás en el colegio. —Ay, claro que no —Anna dejó las bolsas en el mesón—, no soy de las que me gusta estar metida en muchas cosas, prefiero estar en mi casa viendo alguna serie o película. —¿Y no te gusta leer libros? —No, no —replicó Anna—, no soy de esas. —A mí me gusta hacer obras de teatro —confesó Víctor—, en la iglesia tenemos un grupo de teatro. Anna no pudo soportar el arrugar el rostro mientras sacaba la compra de las bolsas. —Bueno —dijo Víctor que la había visto—, todos tenemos nuestros gustos. A mí me gusta siempre estar haciendo cosas, es bueno. —¿Bueno para qué? —inquirió Anna—, ¿para tener esas ojeras que cargas? —Oye —riñó Víctor—, a mí me gusta… —Bueno, ya —repuso Anna—, cada quien, con sus gustos, lo dijiste. Víctor se recostó al mesón y observó fijamente a Anna con una tierna sonrisa. Ahí estaba otra vez esa sonrisa que hacía desvivir a Anna. —Quédate así —pidió Anna—, por favor. —¿Qué? —inquirió Víctor. —Solo… quédate así —insistió ella mientras acercaba su rostro a él. —No, —replicó Víctor— por favor, no lo hagas. —¿Por qué? —preguntó en un hilo de voz. —Anna… —Víctor tragó en seco mientras observaba los labios de la joven— no es correcto. —¿Por qué? Si nos gustamos… Víctor respiró con dificultad mientras observaba los labios de Anna que se acercaban lentamente a los suyos. —Anna… no —intentó alejarse, pero sintió unas manos que atraparon sus mejillas. —Relájate, no lo pienses —dijo Anna—. Solo… —entrelazó sus labios. Eran suaves, algo húmedos, tiernos… Los labios de Víctor… cómo le estaban gustando… —Me gustas muchísimo —susurró Anna al oído de Víctor—, tanto como sé que te gustó este beso. Víctor observó fijamente a Anna mientras intentaba calmar su respiración. La joven le sonrió mientras rozaba su nariz con la de él. Y pasó, Víctor de un impulso volvió a besarla, pero esta vez con un poco más de movimiento, sus labios forcejeaban entre sí y hacían que una cosquilla deambulara por el pecho de Anna. Las manos del joven apretujaron las caderas de Anna y la atraían hacia ella. No se había equivocado, Víctor en realidad gustaba de ella, todo este tiempo estuvo conteniéndose y fingiendo que todo lo que aquella atrevida muchachita hacía no le causaba ningún efecto. —Anna… —soltó Víctor entre jadeos— no estoy haciendo bien… pero… —Sh… —llevó un dedo índice a sus labios— será nuestro secreto. 
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