—¿Cómo está ella? —pregunté mientras lágrimas corrían por mis mejillas. Llegué a ver a la chica una sola vez cuando estaba en la cocina con Maria, la cocinera de la casa era muy querida por mi padre y por mí. Ni siquiera sabía cómo iba a mirarla a los ojos después de que le hicieron daño a su nieta por mi culpa.
Había dejado mi auto guardado cuando las amenazas comenzaron, para que los guardaespaldas pudieran llevarme en una de las camionetas blindadas de papá. A veces la nieta de María lo tomaba prestado para hacer algunas diligencias, ya que la pobre no contaba con uno propio y como no lo usaba, no vimos problemas. Tampoco se nos cruzó por la cabeza que corría peligro, puesto que las amenazas iban dirigidas hacia mi padre y hacia mí, nunca nos dimos cuenta del parecido de nuestros cabellos y de que eso podía matarla.
—La chica recibió muchos disparos ya que tu auto no era blindado y murió. Estos tipos van en serio mi niña y no quiero que te pase nada. No dejaré que nada malo te pase, lo siento por esa chica, pero no dejo de agradecerle a Dios que no fuiste tú.
—¿Qué podemos hacer papá? Esa chica murió por tu culpa o por la mía, pero si no me explicas por qué están detrás de nosotros me volveré loca.
—Nena de verdad lo siento, pero corres más peligro si te lo digo. Por ahora quiero que te vayas a un lugar seguro, hasta que todo esto haya pasado.
—Pero no puedo dejar el instituto así —dije y de inmediato me sentí ridícula, una chica inocente había muerto porque trataron de asesinarme y yo pensaba en el instituto.
— Ya hablé con el director, todo está bien.
—¿A dónde me llevaras? —pregunté, entendiendo la gravedad del asunto y sabiendo que tenia que hacer caso.
—Primero iremos a la casa a buscar tus cosas y luego te llevaran a un lugar un poco lejos de aquí, pero estarás muy segura.
Le fruncí el ceño.
—¿Me llevaran? Pensé que me acompañarías.
—No puedo, seria arriesgado, pero no te preocupes ellos te cuidaran muy bien.
—¿Quiénes son ellos? —pregunté de nuevo.
—Eran amigos de tu madre y míos, una vez fuimos a pasar un fin de semana y el lugar es muy bonito y grande. El muchacho que se va a encargar de cuidarte es el hijo del hombre que fue mi mejor amigo hace unos años.
—¿Por qué ya no lo es?
—Murió en un enfrentamiento con unos mafiosos. Ellos se encargan de brindar protección a personas inocentes, son como un equipo de seguridad, una vez que estás bajo su cuidado eres responsabilidad de ellos y darán hasta su vida para cuidarte.
Vaya eso sí que me hizo sentir mejor
Cuando llegamos a mi casa Maria gracias a Dios no estaba, le diría a mi padre que ayudaran económicamente en todo lo que hiciera falta a su familia, no le devolvería a su nieta, pero al menos sería una carga menos. Subí a mi habitación y me duché, luego me vestí con unos jeans ajustados, una camiseta roja y unas botas de cuero n***o. Me dejé mi cabello castaño liso y suelto, cayendo en ondas suaves por mi espalda. No tenía cabeza ni siquiera para preocuparme por si estaba despeinada o no.
Empaqué ropa como para pasar dos semanas, sabía que era mucha pero no tenía ni idea de cuánto tiempo iba a pasar fuer. También metí mis cosas de uso personal y mi iPad, la metí en el fondo y cerré.
Ya le diría a Katy que no iba a estar un tiempo en casa. Tomé un poco de dinero que tenía debajo de mi cama, y lo metí en mi bota. No podía confiar en nadie, de eso estaba segura, los amenazadores podían sobornar, así que tenía que estar preparada por si debía huir en cualquier momento.
—¡Anna baja ya! —gritó mi padre desde las escaleras, estaba irritado, lo sabía por su tono de voz.
Cuando bajé el me llevo en silencio al auto (también blindado) con dos guardaespaldas nuevos, mi padre los había contratado después de que los otros murieran. Me senté en la parte de atrás del auto mientras uno de los guardaespaldas metía la maleta en el baúl del auto, mi padre se acercó y me beso en la mejilla. Quería abrazarlo, pero me quedé mirándolo, esperando sus indicaciones. Estaba asustada y no entendía nada, pero quería confiar en él, en que todo iba a estar bien.
—Vas a estar a salvo —dijo con una pequeña sonrisa de tristeza. — Compórtate y no hagas nada estúpido, cuando llegue el momento te iré a buscar.
—Está bien, te quiero papá.
—Yo también mi niña.
El auto avanzó y en poco tiempo ya estábamos en la carretera, me relajé contra el asiento, manteniendo la esperanza de que la policía encontrara a los que nos estaban amenazando y todo terminara, con suerte, sin ninguna muerte más. Estaba preocupada por mi padre, era terco, pero también sabía cuidarse. Necesitaba creer eso para no perder la cabeza, a pesar de que mi relación con mi madre había sido mucho más fuerte, quería a mi padre con el alma y moriría si algo le pasaba, no podía perderlo también a él.
Después de un rato noté que comenzábamos a alejarnos de la ciudad y nos acercábamos más hacia las afueras, había menos autos y alrededor había arboles altos y muy verdes, el paisaje era hermoso, justo como a mi madre le hubiese gustado, a ella le encantaba la naturaleza. Recuerdo cuando íbamos acampar cuando yo apenas tenía nueve años, era maravilloso como se perdía entre la maleza, siempre dispuesta a inspeccionar y…
—Ya estamos cerca del lugar acordado —dijo la voz del guardaespaldas que manejaba, sacándome de mis pensamientos—. La chica está tranquila, pero es mejor que se apuren.
Mi pulso se aceleró y mi corazón comenzó a latir más rápido, de pronto, el guardaespaldas copiloto sacó un arma. No tenía ni idea de cual era, ya que la única que conocía era la revolver y eso porque mi padre guardaba una en casa, pero esta era diferente, más grande y sofisticada, terrorífica. El guardaespaldas me echó una mirada de advertencia y dejó el arma en su muslo, como una señal no dicha de que me quedara quieta y no hiciera nada estúpido.
Y entonces todo hizo clic, estos tipos no iban a protegerme, iban a secuestrarme.
Mientras los miraba con temor me di cuenta de que ellos no eran de verdad guardaespaldas.
Mi padre y yo habíamos caído en una trampa.