Un mes después.
Kublai lleva trabajando de ayudante alrededor de un mes y una semana y ahora junto a Onan, se encuentran en la oficina de Godo, sentados en las mismas desgastadas sillas que la primera vez. Aguardan a que se desocupe.
Ese día, por mala suerte para ellos el ambiente está impregnado de un olor rancio y a verduras podridas, seguramente de las que quedan rezagadas y que el camión de basura ha dejado olvidado en la puerta.
—A sí que trajiste a tu amigo... ¡muy bien, muy bien! —Godo, se frotaba las manos. Esa mañana se le ve algo nervioso— ¿Le explicaste lo que tiene que hacer?
Kublai afirma.
—Bueno, que empiece mañana. Tú acompáñame.
Una vez que se queda a solas con Godo, Kublai no sabe muy bien cómo abarcar el asunto, busca la mejor forma de hacerle recuerdo que hace una semana le tocaba cobrar. No se lo ha mencionado antes por temor a que se sintiera ofendido y piense en echarlo. Eso sí que era lo último que desea. Pero Godo le nota intranquilo.
—Quería saber... cuándo recibiré mi sueldo, nada más.
—¡Ah! Es eso... ¡Claro! Mira, espérame al terminar el turno, ¿ok? Con todo lo que tengo en la cabeza se me olvidó... ¿ok?
Kublai ve que Godo se ha sentido culpable por el olvido y se lo cree.
Horas más tarde.
El Eniyan Heller Roth está apoyado sobre una caja en las sombras de uno de los tantos mercados de Delamir. Está medio oculto entre los coches destartalados de los comerciantes. Tiene los brazos cruzados sobre el pecho y la barbilla descansando en una mano, la suave y voluminosa capucha de su abrigo cubriéndole la cabeza y mientras la tarde transcurre, permanece inmóvil sereno, vigilando, aguardando.
Para los habituales transeúntes, resulta extraña su presencia, en cierto modo se está poniendo en peligro al exponerse de esa forma, en ese lugar y a esa hora.
Pero ¿por qué quiere hacer algo así? Después de todo, los Eniyans no son inmunes a las heridas físicas y por esos días, los ataques de pandillas son continúas.
Heller Roth, no solo es un experto en seguridad que puede desarmar a una pandilla completa en segundos, en realidad él siente un oscuro placer al desafiar al peligro. De modo que permanece sentado, mentón en mano esperando, vigilando.
—Ah —dice— ¡Ahí estás! — Se incorpora y abandona la laxitud de sus músculos mientras escudriña en el interior del mercado a través de las cajas.
Los vendedores están recogiendo pero algo más está sucediendo al rededor. El juego está en marcha.
En un oscuro callejón, a pasos de Heller, se encuentra Kublai que hace poco estuvo entregado el último paquete del día y ahora tiene que reunirse con Godo, como se lo ha pedido por la mañana. Pero está estudiando un reloj de pulsera que acaba de encontrarse justo al bajar del coche de entregas.
—Parece costoso —murmura. Pero lo que no sabe de su nueva adquisición es que su antiguo dueño lo ha plantado precisamente ahí para que él se viera tentado a juntarlo y ahora, aquel reloj que tiene entre las manos marcaría un profundo impacto en su vida como en la de Heller. Lo que Kublai desconoce es que el reloj que se ha encontrado es en realidad un Gps de alta tecnología. Ignorando ese hecho, se lo guarda en el bolsillo, creyendo que ese era su día de suerte.
Sale del callejón, mirando a la izquierda, a la derecha y se aleja del mercado caminando bajo la luz mortecina del crepúsculo.
Mientras avanza con los hombros encorvados y las manos en los bolsillos, mira por encima de su hombro para comprobar si alguien le sigue el paso. Satisfecho, continúa adelante y se adentra en la calle Mitral que da a la verdulería de Godo.
Las estrellas iluminan el suelo que pisa, con sus brillos multicolores. Ajeno a eso Kublai encuentra la verdulería con las puertas a medio cerrar y la oficina vacía, de igual forma entra y toma asiento, dispuesto a esperar a Godo. A esa hora está más que seguro que Onan ya se encuentra de regreso en Gardh.
—¿Le habrá ido bien? Seguro que sí —Kublai cree que Onan es mucho más listo que él.
Se siente agotado y cabecea. Trabaja hasta quince horas diariamente y en todo ese tiempo se ha tragado insultos, maltratos y una serie de humillaciones por parte de sus otros compañeros y de los clientes, pero él por mantenerse limpio nunca les devuelve un solo golpe, eso es algo que él, no suele hacer en Gardh, pero se ha propuesto aguantar y soportar, tragarse su orgullo en silencio si era necesario, para vivir ahí. En realidad, se ha esforzado al máximo para controlar todo ese tiempo su fuerte temperamento. Su sueldo, sea cual sea, es una demostración de lo real que es el paso que está dando.
Godo entra, parece enfadado.
—Sígueme —le dice.
Kublai va por detrás, pasando por el depósito donde guarda los carros. Entran a una pieza provista de una cama angosta. Ahí apesta a alcohol.
Kublai mira todo cuanto puede, todo es viejo, todo es nuevo para él.
En una radio suena una canción triste, en el suelo cientos de colillas de cigarro hacen de alfombra, sin embargo el estado de esa habitación es mil veces mejor de la que tiene con Shan en Gardh. Espera recibir su sueldo, pero Godo saca de un pequeño refrigerador una botella y se pone a buscar vasos, los encuentra en una caja debajo de la cama. Le sirve un vaso de alcohol. No puede negarse.
— ¡Brindemos por tu primer sueldo!
Kublai bebe de un solo golpe. Es un sabor seco, agrio, bastante fuerte, le quema como fuego al pasar por la garganta.
Godo, que se acomoda en un sillón, parlotea. Kublai trata de seguirle el tema de conversación hasta que se da cuenta que en realidad Godo no habla de nada, solo incoherencias como "te gusto" "quiero metértela" esas frases que no son nada en realidad, incluso, allá en Gardh, se dicen eso entre los de su pandilla, cuando andan caliente.
El alcohol en sus venas comienza a hacerle efecto, quiere salir, ir al baño. Se pone de pie, pero la gruesa mano de Godo lo detiene.
—Pensé que querías tu dinero...
Es lo único coherente que le escucha decir hasta ese momento. ¡Claro que quería su dinero! Está ahí para eso. Ha trabajado duro para ganárselo y cede ante la insinuación.
Godo parece molesto por algo, su turbia mirada parece lamer el cuerpo de Kublai. En una situación normal cualquiera tuerce el gesto ante tan desagradable mirada, pero Kublai tiene otras cosas en su cabeza.
—Solo dame mi dinero —quiere decirle pero eso arruinaría su relación con él y eso es algo que no piensa hacer.
La boca de Godo se acerca hacia él. Apestaba a alcohol. Kublai se queda inmóvil, y recibe el asqueroso beso. Pero ahí no acaba todo, las gruesas y pesadas manos del fadeí tocan su parte posterior. Kublai salta hacia adelante, para esquivarle.
¡Alto!
¡No!
¡Basta!
Esas palabras quieren salir de su boca. Sus manos forcejean pero es inútil, Godo no pretende soltarlo. Esto ya no le gusta nada y comienza a tirarle puñetazos.
—¡Te voy a romper el ano... como sigas forcejeando! ¡Basura! —Escupe Godo desde atrás— ¿Quieres tu dinero? ¿Pero creíste que te iba a dar un solo centavo? ¿No te viste en un espejo? Eres un mugroso gardiano... ¡vales menos que un centavo!
Kublai comienza a entenderlo rápidamente todo.
¡Pero si soy un imbécil! se dice a sí mismo.
—¡Dame mi dinero!
Godo le rompe la ropa.
—¡Lo que te voy a dar por el culo te va a durar más de los centavos que exiges!
No tiene ninguna posibilidad de salir de esta, ya de por sí el cuerpo pesado de Godo evita que pueda moverse.
—¿Crees que puedes andar coqueteando a un fadeí? Sigue resistiéndote y lo que voy a hacer es entregarte a la policía ¡ya verás! —con una mano le presiona la cabeza al suelo y con la otra sujeta fuertemente ambas muñecas de las manos, y comienza a vejarle con brutalidad.