Kublai ignora que Shan le mira desde que ha cruzado la puerta del cuarto. Y ahora, haciendo mucho esfuerzo se siente en la cucha que le sirve de cama, su cuerpo le arde de pies a cabeza, su vista está borrosa, todo lo que ha vivido le parece parte de una pesadilla.
Pero, al recostarse, siente que algo duro se le clavaba en las costillas. Se fija en los bolsillos, y se da cuenta que todavía conserva el fino reloj que se ha encontrado la noche anterior. Se lo pone en la mano. Lo mira detenidamente como queriendo olvidarlo todo.
Shan le dice algo, pero no tiene ganas de hablar, solo lo ignora. Si tan solo pudiera sacarse de encima la baba y todo lo que le ha dejado Godo encima, lo haría.
Siente asco y rabia.
—¿Te peleaste?
Y ahí estaba de vuelta Shan, insistiendo.
Pero él está envuelto en sus propios infiernos, está sumamente molesto… ¿cómo había llegado a creer que un fadeí le iba a dar una oportunidad? Se siente humillado. No sólo eso, está molesto consigo mismo, ese tipo no sólo le ha violado de todas las formas, también se ha quedado con su dinero, el sueldo entero de un mes de duro trabajo.
Godo le ha estafado. Ese es un golpe fuerte. Ahí en Gardh nunca se hubiera dejado humillar. Se ha equivocado al pensar que si actuaba bien, nada malo podría pasarle.
—¿Te pasa algo?
—¡No me pasa nada!
El grito se lo lleva injustamente Shan, solo porque está ahí, pero en realidad ese grito va dirigido hacia él mismo, a modo de negación, a modo de autodefensa.
—Maldita sea —ahoga en su garganta.
…
Un mes después.
—¿Sabes algo de Onan?
Es la pregunta habitual que lleva haciendo Kublai los últimos días, entre sus amigos pero nadie sabe nada de Onan.
Los chicos del barrio no recuerdan la última vez que le vieron, no es que Onan sea muy popular como lo es él, pero sus sospechas de que nunca volvió desde aquella vez que le ha llevado a ver al hijo de puta de Godo lo atormentan.
—Después de todo es mi culpa ¿no?
Cada vez que lo recuerda siente ganas de vomitar y la rabia se apoderaba de su cuerpo. Ese fadeí le ha dicho que le pagaría muy bien si traía a chicos como él para el mismo trabajo, en aquel momento Kublai pensaba que actuaba bien y le hacía el favor a su amigo, aunque desde un principio Onan se mostraba desinteresado, le había insistido hasta el cansancio.
"Te va a pagar bien"
"Vas a conocer lo que es la otra vida"
"¿No quieres salir de este hoyo?"
Con todo eso le ha lavado la cabeza y ahora por su culpa está desaparecido.
—¡Hijo de puta! —Exclama al pensar en el maldito Godo—. Maldita sea, seguro le ha pasado lo mismo que a mí…
Aquella mala noche, luego de que Godo le rompa la cara y lo viole, por un golpe de suerte había conseguido escapar, gracias a que alguien llamó a la puerta y Godo, entre maldiciones, tuvo que ir a fijarse. Aprovechando esa oportunidad, agarró sus ropas y huyó desnudo, pero herido y sin fuerzas no llegó muy lejos.
En la calle, la gente se hacía a un paso al verlo. Unos le gritaban atrocidades, insultos, golpes, ninguno le tendía la mano, claro, al ser lo que es, estaba muy por debajo de todos ellos. Las sirenas de la policía no tardaron en llegar. Alguien había dado parte a la policía.
—¡Maldita sea!
Por más que busque no hay dónde esconderse. Las calles en Délamir son a prueba de escondite. Nada puede escaparse de las cámaras de seguridad y a pesar de todo aquello, Kublai se salva de los pelos.
Una patrulla gira en U al verle.
—Mierda.
Está perdido.
Un montón de patrullas se agrupan en torno a esa.
—¡No trates de dar un solo paso! ¡Basura de alcantarilla!
Kublai siente el peso de un Tgn14 tocándole la espalda.
—Estoy perdido.
En ese momento un carro elegante, uno diferente a todos lo que ha visto hasta ese día, se detiene cerca. Kublai no llega a ver al hombre alto de porte elegante que baja al ver que ocurre algo. Pero los policías lo reconocen claramente como Heller Roth y se giran en torno a él.
Al notar el revuelo, Kublai se da la vuelta pero sólo puede ver a Jennel Liesse dentro del coche. Este parece que lo mira con atención, lo hace con expresión de asco y hace a un lado el rostro. En ese momento Kublai ve la oportunidad y sale huyendo a toda prisa. Ya sea por la adrenalina o por el miedo de ir preso, el cuerpo le responde.
—¡Malditos! Si aquí es así… prefiero morir en Gardh, que aquí como un perro…
La ira hacia el mundo de afuera, hacia los fadeís, hacia los Eniyans, se enraíza lentamente en su alma, ya sea por todo lo que tuvo que soportar o por sus falsas esperanzas de tener un futuro mejor puestas equivocadamente en Délamir.
Quizás está destinado a morir en Gardh, pero mejor eso a vivir bajo la constante humillación. En ese momento piensa no volver nunca más, siempre será un extraño, esté donde esté, vaya a donde vaya, esa es la lección que ha aprendido trabajando con Godo.
Sin embargo, en los días posteriores, aún precavido y olvidándose de sus palabras se queda merodeando en las afueras de Délamir, lo hace solo para pasar el rato, con las heridas abiertas y el resentimiento a flor de piel, no se atreve a regresar. Pero una de esas veces, cuando anochece y la fatiga le hace maldecir, siente que alguien le mira, que le sigue.
—¡Qué va! —es demasiado tonto pensarlo, sin embargo no va a correr riesgos. Da media vuelta con la intención de regresar a Gardh.
No muy lejos de ahí, bajo la oscura y asfixiante noche, los dos hijos de Olaya se internaban por esas viejas calles. Estos dos Eniyans siguen la señal débil del Gps.
—Demasiada curiosidad debería ser letal para cualquiera— piensa Jennel Liesse, mientras sigue los pasos a su amigo.
Pero ellos no son cualquiera.
Ambos están provistos de vastos conocimientos y extrema belleza que los distingue del resto de los ciudadanos. Al ser Eniyans, están destinados a seguir e imponer la ley y la orden en donde estén.
Dejando esto a un lado, Jennel Liesse está ahí por la insistencia de su amigo. Entre los escombros buscan el punto que señala el Ggps.
Heller, con el dorado y alborotado pelo, llevando una máscara de serenidad autoimpuesta, avanza con elegancia y paso firme. Mientras Jennel, con una expresión de asco observa la mugre al rededor.
—El día que le salvaste de la policía, pude verle de cerca. Es del tipo corriente, no aprecié nada relevante en él.
—Pero lo tiene. Es diferente a los de su clase.
Jennel cambia de tema, puesto que Heller no va a cambiar de opinión.
—No recuerdo haber escuchado nada acerca este lugar —tiene un tono de voz suave que inspiraba temor para el que escuche pero cuando se trata de Heller ese tono siempre se vuelve cálido.
—Yo sí —contesta Heller. En su tono se puede percibir admiración, que Jennel ciertamente reprocha.
—Talvez ha desaparecido de la misma forma en que llegó.
—Espero te equivoques.
—Ha pasado un mes, no sería nada extraño ¿no? —Jennel señala con una sonrisa irónica cargada de sospechas.
Conforme avanzan ven los vestigios de escombros apilados, casas en completo abandono, basura orgánica que no imaginan cómo ha llegado a parar hasta ahí. Siguiendo las señales llegan hasta los márgenes, a esa altura del recorrido a Jennel le parece una absurda pérdida de tiempo continuar con aquello. Está apunto de sugerir que regresaran, pero en ese momento siente detrás de él, un halo frío.
—Acabo de sentir algo... —se detiene.
La mirada incrédula de Heller lo pone en duda pero segundos después también llega a sentirlo. Mira hacia todos lados, busca la causa. En cierto momento cree distinguir oculto entre las sombras un par de ojos negros. Sí. Estaba seguro. Retrocede pero ese algo ya no está más. Intrigado por aquello agudiza sus sentidos, mira por todos lados.
De hecho, Jennel ya lo recuerda, que hace poco corría la voz entre los recolectores de objetos perdidos, que uno de ellos habría visto deambular a gardianenses, que parecían salidos del mismo inframundo o entre líneas, de Gardh, dichos rumores volaron a una velocidad imposible por el terror ante la idea, claramente absurda para él.
Aunque él en particular, duda de la veracidad de esos rumores, existen personas con poder que los aprecian y que llegado el caso defenderían su existencia a toda costa, pero que prefieren verlos agonizar de hambre a exterminarlos y eso Jennel no lo puede comprenderlo, sobre todo porque para él esos gardianenses, no son más que mano de obra barata, y mano de obra barata es lo que hay de sobra en Daltos. Para su pesar, una de esas personas que simpatizan con ellos se encuentra a unos pasos adelante.
—Volvamos, hoy no vamos a encontrarle —Heller se escucha decepcionado como si acabara de leerle la mente. Pero lo que no sabe ninguno de los dos, es que si se adentran tan sólo un poco más, llegarían hasta el túnel por el que minutos antes Kublai ha desaparecido.