Heller contempla el templo de Olaya, ella, eterna vigía de sus días, duerme. Las multitudes le elevan sus plegarias a cambio de un favor que rara vez escucha.
Suspira pesadamente mientras como un torrencial de dagas sus recuerdos vuelven a remover el pasado…
Los años han pasado, de aquel niño pelirrojo ya no quedaba nada. A cambio un Eniyan fascinante altamente calificado es admirado por todos. Pero los juegos del destino no siempre son los que uno espera...
Ahora con la mirada perdida en algún punto del ventanal, en batalla contra el hastío de sus recuerdos, bebe el último trago, y vuelve a la pantalla. No ve nada nuevo.
—¿Dónde te has metido?
Ese día tampoco conseguía rastrear a Kublai.
La señal del Gps hace días que ha muerto, y ahora no tiene otra forma de seguirle los pasos. Para él es una forma de distraerse de la monotonía, pero Kublai, es misterioso, a diferencia de todos con los que ha jugado en el pasado, no cuenta con Id, eso, lejos de apartarlo como le ocurriría a cualquiera, atrae su atención, le parece más incitador y más desatinado que cualquiera de los caprichos que ha tenido.
Su extenuada mirada pasa de Venos, su secretario a la ventana que tiene al frente, Heller lo hace una y otra vez, sumergido en hondos pensamientos sin prestar verdadera atención a nada.
Esas incesantes e innecesarias reuniones no hacen más que ahondar ese hueco que necesita achicar a toda costa.
—Continuemos mañana. —da por finalizada la reunión.
El anciano Venos desencaja la cara ante tal gesto.
—Pero mañana... será muy tarde, maestro.
—No lo creo. Sabes muy bien lo que hay que hacer... hazlo.
Heller no espera respuesta y se marcha.
Los ojos le siguen a donde va. Es natural. Todo el mundo sabe que es el Eniyan con mayor prestigio. Pero ahí, Heller siente que se asfixia, aunque trate de controlarlo esa sensación regresa, le corroe por dentro.
Toma su Demonic ban y sale como flecha.
Desde el momento en el que deja atrás Aljanna Rai hasta la entrada a Délamir, lleva siempre encima un casco n***o, de manera que nadie le reconoce por esos lados.
Va alejándose de la protegida Aljanna Rai, ahí reside la nata y crema de la sociedad, donde se dice que no cae un alfiler al suelo sin que los rigurosos controles se enteren primero.
Esa noche, como siempre, llevado por esa necesidad, acelera. Incluso esa rutina ya no le satisface como lo hacía a un principio. Aquellas veces la adrenalina que corría por sus venas con tan solo pensar que se burla de Aljanna Rai y de Olaya, le eran suficientes. Su naturaleza fadeí, es como un monstruo que habita en su interior, al que nada satisfacía, y exige más y más alimento. Entre sus hermanos Eniyans, es un secreto a voces su verdadera procedencia. Y algunos le envidian.
En estos últimos años, mientras Olaya yace en su templo, bajo ese aspecto, Heller ha recorrido hasta el último rincón de Délamir, Delare, Aljanna Rai, Kanavil, Drakhtrit, Genetis. Se conoce de memoria los mercados negros de cada ciudad, en la que es poco habitual que un Eniyan pise suelo.
De día, la decadente Délamir no es más que un mercado proveedor de todo tipo de artilugios y alimento, hasta que se impone la noche, entonces el sexo y los placeres cobran vida. Con toda su decadencia encima la encuentra atractiva, seductora, quizás porque se ve reflejado en ella.
Pisa una vez más el acelerador hasta el fondo.
El contraste con Aljanna Rai es enorme, dista mucho una de otra, al grado de que siente que son dos mundos diferentes.
Y cuando llega la hora, Heller se dirige al norte, hacia el lugar que encierra el misterio más profundo de Daltos. La amurallada Gardh, la rigurosamente sellada por los antiguos, ahí nadie, ni siquiera él, el favorito de Olaya puede pasar.
La recorre en toda la extensión, y en todo ese tiempo siente que algo le llama desde adentro mismo; hasta donde sabe, al otro lado, una ciudad hierve privada de su libertad. Quizás por eso le puso el ojo a Gardh.
Con el pasar del tiempo su obsesión no mermaba, quería ver con sus propios ojos lo que se guardaba del otro lado.
Jennel le escuchaba alarmado.
—No pienses mucho en Gardh, allí son salvajes, no conocen reglas no dudarán en eliminarte.
Pero Heller sin importarle nada más, soñaba con ese día.
—Algún día lo haré, ya lo verás. Algún día entraré a Gardh.
Jennel fruncía el entrecejo.
—Espero que no.
Pero Jennel le ayudó en eso también.
Heller era experto en seguridad, por lo tanto, no le sería difícil hallar la forma de entrar. En la práctica, se topaba con más fallas de seguridad en Délamir, en Daroa, e incluso en la gran Aljanna Rai, pero en Gardh no había forma. Allí no existía ningún hueco en su perfecto hermetismo. Eso no hizo más que agudizar su interés.
Heller consideraba a Gardh una tentadora caja de sorpresas, sorpresas que quería descubrir para él mismo.
A pesar de que aquella vez se vio forzado a olvidarse de Gardh, no renunciaría jamás. No obstante, la idea se quedó plantada y dormida en su cabeza. Y ahora que tiene a Kublai en la mira, todo aquello resurge con mayor fuerza.