A ese grupo de larianes, Kublai los conoció un día en que Tager su cabecilla, un moreno macizo, de tamaño descomunal que trae el pelo blanco como algodón, está a nada de ser pillado por un policía que anda rondando por la calle Merce. Tager se ha robado el parabrisas de un carro lujoso. Kublai está de pasada cuando ve la escena. —Pst, un poli —le pasa la voz. Varias noches después, Tager lo reconoce en un bar de mala muerte, se le acerca y le propone tener sexo. Kublai acepta, y desde ese día se hacen conocidos. Desde ese momento Tager le tiene estima, y le invita a su departamento. —¿Por qué traes a un sucio gardiano a nuestro territorio? —Trash le miraba de pies a cabeza, midiéndole. Era insignificante. A Tager no le gusta nada su tono. —Muéstrale respeto, que, si no fuera por él,

