El calor que emana del concreto sintético del suelo le queman las plantas de los pies, haciendo difícil el deambular sin que alguien se detuviera, espantado al verlo. La tierra, caprichosa, adherida a sus ropas, es un triste espectáculo para el que lo ve. Shan habría deseado verse mejor, pero hace rato que ha desistido en su intento por sacársela de encima. Aun así, y en ese estado lamentable las pocas personas con las que se topa prefieren desviar notoriamente su camino. Algunos le lanzan miradas de pena, pero nadie le dirige una palabra. Está en los márgenes de Délamir. Allí el panorama es mil veces mejor que en Gardh. Las casas, todas pintadas de tonos pálidos, parecen recientemente construidas. Oye a niños jugando, gira para verlos. Son tres, dos varones y una niña, se ven bien

