A unos pocos metros de la avenida, la policía está por interceptarlo. Con el corazón al galope, Kublai dobla la esquina. Ahí no hay salida. Lo sabe. Los techos están demasiado altos como para trepar.
—¡Mierda, estoy perdido!
Avanza un poco más. Mira hacia la calle contraria y encuentra una fila de coches estacionados. Uno tiene la puerta entre abierta.
Le brillaban los ojos.
Es como si le invitase a entrar.
Tiene una oportunidad de zafarse.
Entra.
Kublai, todo exaltado, trata de fijarse por la ahumada ventanilla, es en eso que advierte que no está solo en ese coche.
Con la adrenalina de por medio ante la sorpresa se queda momentáneamente paralizado.
Un hombre rubio, de ojos celestes y de extrema belleza le miraba. Es Heller Roth.
—Un Eniyan…
Kublai, todavía con la mano en el bot
