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Malek Al Naimi.
Ojos acuosos apañan los míos, metálicos. No son de un azul usual, son profundos, como si hubiesen salido del prohibido mar más letal y mortífero. No son de un tono que haya visto antes, sospecho, que tampoco volveré a observar unas esferas de tal profundidad.
Ojos que me bañan con una deseo inigualable, correspondiendo a la perversión que emana de mí hacia a ella, quiero hacerla mía en todas las posiciones. Tengo que verla abierta, deseosa, expectante.
Mis dedos se deslizan sobre su espina dorsal de piel tersa y suave como la seda, aunque la yema de los dedos me pique por adentrarse a su mojado coño que añora el alivio que puedo brindarle.
Termino de explorar su espina dorsal hasta aferrarme a esas anchas caderas con severidad casi como si el dulce castigo lascivo fuera, en cambio, un premio. Ella gime pidiendo, rogando, que entre en su interior y mitigue el calor de mis entrañas.
—Por favor —ruega. Sus abultados labios hinchados sonrosados se abren en un imploro, dentro de mí florece una sonrisa de lado al ver a la preciosa pelinegra resollar desesperada, añorando a que entre en su interior.
Soy implacable explotando en éxtasis con la facilidad de un chasquido, tengo el pene templado, es doloroso.
—¿Por favor, qué? —rujo salvaje. Necesito que me lo pida con desespero. Son esos abultados labios entreabiertos con las mejillas enrojecidas calurosamente, esa mirada salvaje acompañados del largo cabello ne.gro que yo mismo he despeinado, el cuerpo tallado por los mismos dioses, que me llevan al borde del abismo. Aunque mi glande se apriete en un palpito doloroso exigiendo a que entre en la perdición, tengo que verla añorarme.
—Por favor, méteme…
La estruendosa alarma suena causando un sobresalto que bien puede terminar en un preinfarto. Me llevo la mano al pecho jadeando enfurecido, con las gotas de sudor en mi frente resbalándose. Sudando, a pesar de que la temperatura esté baja y el aire acondicionado no permite que sienta calor alguno.
Mi calor tiene nombre y apellido.
Un nombre y apellido que todavía, no conozco.
Una ninfa se ha colado en mis sueños para hacerlos suyos sin piedad ni reservas.
Una ninfa que se coló en mi oficina y logró salirse de ella sin dejar rastro ni migaja. Inhalo hondo en un vago intento por normalizarme.
Ninfa que, me ha estado atormentando con su fantasma día, noche y madrugada.
Levanto mi brazo alzando el teléfono sin importar lo temprano que sea, me había negado a buscarla, porque yo, Malek Al Naimi nunca había buscado a ninguna mujer antes y me había negado con orgullo a hacerlo ahora, menos, por una desconocida.
—Encuentra a la mujer que entró a mi oficina el sábado en la noche —ordeno, para cortar la llamada. No tengo que decir más.
Te encontraré, ninfa.
Melody Werner.
Apago la alarma antes de que suene, he estado despierta por horas.
Giro mi cara a la derecha viendo las dos pruebas de embarazo. Tomo la hoja como hago varias veces al día, como si al verlas tantas veces, en alguna de ellas, cambiará el resultado de repente.
POSITIVO
Eso es lo que dice la prueba de embarazo sanguínea, en mayúscula y resaltando, para que no quede ni la más mínima duda al respecto.
Dos rallas.
Resoplo tirando la hoja afirmando que, luego de la ocasión número mil, no ha cambiado el resultado. Ahueco mi barriga sin tamaño todavía no queriendo que mi frijol se sienta rechazado, no es que no quiera tenerlo, no.
En realidad, no consideré la idea de no tenerlo.
Al principio, en medio de la bruma, no era mi mayor deseo traer al mundo a un pequeño que fue procreado en medio de una noche loca.
¡¿Qué le iba a decir?!
¿Cómo se lo contaría en un futuro?
No, claro que no. Me avergonzaba conmigo misma, mi hijo merecía algo mejor, merecía nacer dentro de una familia.
¿Cómo se tomaría el gigante magnate Malek Al Naimi al saber que había embarazado a una completa desconocida?
Una desconocida que entró a su oficina a la cual confundió con una scort.
Me incorporo de la cama somnolienta, puesto a que mis horas de sueños han sido acortadas desde que supe sobre mi embarazo.
Sea cual sea su respuesta, Malek Al Naimi debe de saber que estamos esperando a un hijo.
Y ese día, ese día es hoy.
Realizo mi rutina habitual matutina, tomo una ducha, me pongo un traje representable y apenas converso con mi familia a la hora del desayuno viviendo en mi mundo personal, enfocada en mis pensamientos.
Imagino los peores escenarios posibles, sea cual sea la respuesta de Malek Al Naimi, respetaré su decisión.
Si no quiere ser parte de la vida de nuestro hijo, lo sabré aceptar.
Resoplo hasta ver la punta del hotel en el que se está alojando el hombre. Encontrarlo no fue tarea exhaustiva, hice conexión en secreto con el jefe de seguridad de mi padre que hizo el favor de averiguarme su ubicación.
Entro al Lobby casi como si fuera la primera vez que ingreso a un hotel, me escabullo entre la gente como si estuviese haciendo algo muy malo, hasta presionar el último piso en el ascensor. Muerdo mi labio interior zapateando con nervio. Me detengo al ver cómo me echan un vistazo de reojo. ¿Es que nunca han visto a una pobre mujer morir de nervios?
Podré ser valiente, de ello, a aparecerte en la habitación de hotel de un desconocido para darle la noticia de que será el padre de tu hijo, es una locura que no preví para mi destino. Cualquiera en mi posición se estuviese muriendo viva.
Las puertas metálicas se abren en el último piso, no es hasta que me empujan cuando caigo en cuenta de que no me he movido y las puertas están a punto de cerrarse de vuelta. Dar mi primer paso más allá se siente como un acto puro de coraje.
Me poso en el número de su habitación de hotel como si fuera la obra más magistral de un artista reconocido en lugar de un simple número pegado a la puerta. Trago mi saliva digiriendo las palabras que he estado practicando los últimos dos días.
Mi mano se alza para tocar, deteniéndose en seco. Vuelvo a tragar saliva. Requiero agua con carácter de urgencia. Cualquier líquido que pueda mitigar la resequedad en mi garganta.
—¿Cómo lo digo? —Me pregunto a mí misma, en voz alta—. Buenos días, sé que no me conoces, debido a tu borrachera puede que ni siquiera te acuerdes de mí. ¿Me dejarías entrar? Tenemos un asunto de suma importancia que atender —expreso, hasta que me doy cuenta de lo trillado que eso suena. Hago una mueca perturbada—, pensará que soy una psicópata. No. ¿Cómo lo hago, qué le digo? Hola, para ti seré una absoluta desconocida, para mí también lo eres, pero soy la madre de tu hijo. ¿Qué es eso, Melody, cómo se te ocurre? —Me doy una palmada en la frente decepcionada de mí misma—. Peleo en la corte como una bestia ¿Y no puedo decirle a este hombre que estoy embarazada? Iré directo al grano sin tantos rodeos. Malek Al Naimi, estoy esperando un hijo y tú, indudable, indiscutiblemente, eres el padre.
—¿Qué es lo que acaba de decir? —Preguntan detrás de mí. Abro los ojos como platos, desmesurados, fuera de sus órbitas, me he quedado helada y tiesa—. Repita lo que ha dicho en éste instante.
Me doy la media vuelta preguntándome porqué le importa tanto mi declaración para hallar a una mujer de mediana edad que me observa con un desdén riguroso, abre más la puerta de su suite con tal expresión como la de quien toma veneno por agua. Su cabello claro cae largo en rizos bien definidos, con sus oscuros ojos incrédulos.
—Disculpe, señora, no quise molestarle —me excuso abochornada con educación, tomando esto como una señal del universo para saber que hoy no ha sido el día correcto para darle la noticia a Malek. Ya se me ocurrirá algo.
Quiero encaminarme al ascensor de vuelta, su brazo atrapa mi antebrazo con una dureza impresionante que me hace rechistar del dolor. Suelto un quejido alejándome del fuerte agarre de la que ahora me ve como si sus ojos me clavaran dagas.
—Repite lo que has dicho ya mismo —no es una petición, es una orden inmediata a la que me somete. A pesar de que mi lengua pesa y pica por darle la respuesta que se merece trato de mantener la calma por varios motivos.
El primero, es que estoy en la etapa más delicada del embarazo y no me veré afectada por una neurótica que al parecer, está al pendiente de las vidas ajenas, sino, ¿Cómo es que hubiese escuchado lo que dije? El segundo, es que, ¿Qué le podría importar?
—Disculpe si soy grosera con mi respuesta, no es mi intención faltarle el respeto. Me temo, a que lo que dije anteriormente no son asuntos externos. Con permiso. —Mantengo la calma cuando la señora no me da el permiso que amablemente le he pedido, su hastío aumenta. ¿Por qué parece odiarme tanto está señora? ¿Tendrá alguna condición?
—Tu asunto exterior resulta importarme, insolente. Yo soy la madre de Malek Al Naimi y quiero que me expliques en éste momento cómo es que mi hijo, es el supuesto padre de tu hijo.
¡¿Qué ella es… Quién?!