CAPITULO VIII; LA PRIMERA DUDA

1110 Words
Katrina y Chloé se sentaron en una cafetería a merendar. El aire, normalmente ligero entre ellas, se sentía espeso. Aunque el mostrador ofrecía smoothies vibrantes, una sombra de angustia se había instalado en el rostro de Chloé. La niña, habitualmente desenvuelta, miraba nerviosamente el vaso, evitando el contacto visual. —Madrina, ¿tú conoces a mis papás desde que eran adolescentes, verdad? —preguntó Chloé, su voz baja, casi temblorosa, mientras jugaba con su trenza. Katrina notó la ansiedad, la inusual cautela. —Claro que sí, mi vida. Yo tenía 15 años cuando conocí a Sergi, y él y Jandey tenían 18. En ese momento ya eran novios, pareja estable, muy enamorados. Dime, ¿por qué la pregunta? ¿Qué te trae esta inquietud? —Es que... el Vicedirector Magnus, él dijo que si era normal que mis papás fueran dos hombres. ¿Siempre fue así? La sonrisa de Katrina desapareció. —Escúchame, Chloé. Cuando los conocí, Sergi y Jandey ya se amaban con una fuerza inquebrantable. Su amor ha sido una roca, nunca ha necesitado la aprobación de nadie. ¿Y "normal"? Amar es la cosa más normal y valiente que existe. Nunca ha habido nada de anormal en la forma en que construyeron su vida. Quien te siembre esa duda, es un cobarde que teme lo que no puede entender. Chloé asintió lentamente, pero la duda persistía. Quiso ir al origen del dolor. —Y sobre la adopción... ¿tú sabes en qué orfanato me dejaron? ¿Sabes quién me dejó allí? Katrina sintió la gravedad. Esto no era una pregunta inocente; era la herida que Magnus había abierto. —Mi amor, no sé los detalles de tu orfanato, solo sé que te dejaron y que tus papás te eligieron entre millones. Fue un acto de amor inmenso. Pero, ¿por qué esta obsesión repentina? Tienes diez años, Chloé —preguntó Katrina, su tono de alarma disimulado. Chloé se encogió de hombros. —¿Alguna vez te sentiste incómoda por tener amigos gays, o una amiga trans como Brunella? ¿Crees que mis papás están equivocados? —¡Nunca! —Katrina la abrazó con una fuerza reconfortante—. Brunella es mi hermana del alma desde que éramos jóvenes. Y tus papás son mi familia más cercana. Si alguien te avergüenza por el amor que recibes, ese error es de ellos, es su prejuicio, no tu realidad. Jamás lo olvides. Cerca de las seis de la tarde, Katrina dejó a Chloé en el departamento. Sergi y Jandey la esperaban, tensos, listos para enfrentar la toxicidad de Magnus. —¡Mi artista favorita! —saludó Jandey, forzando la calidez—. ¿Cómo te fue en el centro comercial? ¿Qué fashionista hiciste hoy? —Bien, Papá Jandey. Compramos un smoothie y me hicieron estas trenzas. Sergi se acercó, serio. —Esas trenzas te quedaron hermosas, mi vida. Te ves súper elegante. —Gracias, Papá Sergi. Sergi abordó el tema sin rodeos. —Mira, Chloé. Sabemos que Magnus te atacó verbalmente hoy. Nos llamó por tu "insolencia". Cuéntanos, ¿qué fue lo más hiriente que te dijo sobre... Patrick? Chloé agachó la cabeza. Su voz era un susurro roto. —Me dijo que no es normal tomarse de la mano con Patrick, que estábamos enamorados muy pronto y que eso era promiscuo. Y que a lo mejor tenía razón, que no era normal tener dos papás... y que si a mí me gustaría tener una mamá. La rabia se congeló en el rostro de Sergi y Jandey. Se miraron, la tristeza afilada por el dolor que sentía su hija. El prejuicio había golpeado el núcleo de su familia. En la hacienda El Edén, Katrina, mientras le daba de mamar a Génesis, le confió todo a Arthur. —Arthur, Chloé está destrozada. Preguntó si es normal que sus padres sean dos hombres, y luego, por su orfanato. Magnus ha dado justo en el blanco más vulnerable para desestabilizarla. Arthur frunció el ceño. —Sí, ha sido brutal. Chloé ha levantado una barrera de desconfianza. Lo sé por Patrick. —¿A qué te refieres? —preguntó Katrina, alarmada. —Magnus les sermoneó sobre la promiscuidad. Patrick me contó que cuando intentó tomarle la mano a Chloé en la escalera, ella la apartó de golpe. Dijo que dudaba si ese afecto era apropiado a su edad. Ella puso distancia, Katrina. El daño está hecho. Katrina suspiró. —Está destruyendo la inocencia de esos niños. En el departamento de los Matamba, Chloé, incapaz de ignorar la herida, se dirigió a sus padres. —Papá Sergi, Papá Jandey... no quiero que se enojen, pero la verdad es que... quiero saber más sobre mi origen. Necesito saber dónde estaba antes de que me encontraran. Jandey la abrazó de inmediato, con voz firme y suave. —Mi amor, no estamos enojados. Nunca. Tu historia es tuya y tienes todo el derecho a saberla. Lo hablaremos con calma y amor. Luego de la cena, Katrina hizo su ronda nocturna, pasando por la habitación de su hijo. Encontró a Patrick aún vestido, acostado sobre la ropa de cama. —Mamá... —susurró Patrick, la voz ahogada por la angustia. Katrina, su madre, se sentó al borde. —Hola, Patrick. ¿Qué haces aquí aún vestido, mi vida? ¿No puedes dormir? Patrick se giró, los ojos húmedos. —Chloé me rechazó, Mamá. Me quitó la mano. Magnus dijo que somos promiscuos por tocarnos. —Escúchame bien, mi vida —dijo Katrina, su voz clara y firme. —Tú y Chloé no son promiscuos. Eres un niño noble. Magnus es un hombre vacío. Su vida es tan pequeña que la luz de tu amistad le molesta. Su opinión no vale nada. Sigan siendo los mejores amigos. No dejes que ese hombre te dicte cómo amas. Ella le dio un beso en la frente. Mientras, Sergi ya había modificado el currículum de Ritmo Libre, borrando cualquier rastro de su activismo pasado. Ahora su prioridad era dar la clase sin que Magnus pudiera usarla en su contra. Jandey finalizaba el boceto del nuevo uniforme, enviando el dibujo a Arthur para su fabricación. Jandey y Sergi, ya en la cama, discutían el inevitable conflicto con una intensidad febril. —Sergi, creo que primero debemos ayudarla con su origen. La duda de la adopción es la herida que la consume. No podemos posponerlo más —dijo Jandey, la voz sombría. —Tienes razón, pero no podemos ignorar a Magnus. Si mostramos debilidad, nos pisoteará. Mañana mismo hablaré con Arthur. Necesitamos una estrategia de ataque inmediata que lo frene, pero que proteja a Chloé del fuego cruzado. No podemos permitir que siga envenenándola.
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