Capitulo 5

874 Words
Tres semanas después… Ay, Dios… qué pereza. De verdad debería empezar a dormir más temprano. Estas trasnochadas ya me están pasando factura. Mis ojos arden, mi espalda cruje, y ni hablar de las ojeras... parecen del tamaño de América Latina. Me pongo de pie, arrastrando los pies hacia el baño. Hoy es el gran día. El día por el que he sudado, llorado, y reído como loca. El día en que todo ese esfuerzo, esas noches de desvelo y las manchas de helado en lugares impensables, finalmente darán fruto. ¡La gran inauguración de mi heladería! Han sido semanas intensas. Día y noche experimentando en el local del primer piso: probando combinaciones, derramando ingredientes, quemándome los dedos, y dejando todo hecho un desastre. Y aun así… lo disfruté como nunca. Cada segundo. Cada prueba fallida. Cada cucharada robada. Esos recuerdos ya están archivados en mi corazón como una película de esas que te hacen reír y llorar al mismo tiempo. Qué cursi, pero cierto. Hoy es el momento de abrir las puertas y dejar que el mundo pruebe mi locura convertida en postre. Al principio estaba un poco preocupada porque no tenía a nadie que me ayudara a repartir muestras o atender curiosos. Pero ahí entró Hellen, mi salvadora eterna, mi mejor amiga, mi cómplice de aventuras. Siempre aparece cuando más la necesito, incluso cuando no nos vemos por siglos. Tres días antes… —Hellen, creo que voy a morirme —me quejé acariciando mis pobres piernas adoloridas—. ¿Cuánto helado te queda por repartir? —A mí me queda menos de un cuarto. ¿Y a ti? —¡Nada! Mis muestras se fueron volando. Jamás pensé que el helado me traicionaría de esta forma... me está matando lentamente. —Jajaja, no puedo contigo. ¿No eras tú la que en el colegio caminaba kilómetros sin quejarse? —¡Eso era cuando mis rodillas eran jóvenes y felices! Ahora soy una anciana en cuerpo joven. Mira —dije encorvándome como una abuela ficticia, simulando bastón y todo—. “Ay, mi ciática, hija…” —¡Dios! Estás loca. Pero te amo, no cambies. —Así me quieres, belleza —le guiñé un ojo y lancé un beso al aire con dramatismo. Presente… —Hellen, ¿ya te pusiste el uniforme? —Sí… pero, ¿no crees que es un poco raro? Digo, esto parece sacado de una película de caricaturas. —Nah, te ves espectacular. Además, es lo que tenemos por ahora. Lo vas a usar y punto. ¡Disfrútalo! Después podremos invertir en algo más estético. Por ahora, actitud, mija. —Bueno, bueno… el uniforme se queda. Pero si alguien me pregunta, diré que fue idea tuya. —Perfecto. A mí me echan la culpa de todo igual —me reí mientras terminábamos de preparar todo. El local estaba listo. Sillas alineadas en el primer piso, mesas en el balcón del segundo, todo brillando y perfumado a dulce. Solo faltaba atraer a los curiosos. Así que me armé de valor, tomé el micrófono, y me convertí en la vocera oficial de mi propia heladería. —¡Señoras y señores, niños y niñas! ¡Bienvenidos al paraíso de sabores! Mientras hablaba, la gente se acercaba, atraída por la voz, la música y el aroma irresistible del helado recién hecho. Hellen, como toda una pro, respondía con seguridad y una sonrisa que podría vender hasta piedras. La había entrenado bien. Me sentí como una mamá orgullosa viendo a su hija graduarse. Los precios eran promocionales por ser el primer día, y eso atrajo aún más personas. Todo fluyó mejor de lo que imaginé. Más tarde… —Hellen, estoy… muriendo… mis piernas están hechas puré. —¡Y crees que yo no! —dijo tirada en una silla como si acabara de correr un maratón. —Eso solo puede significar una cosa: ¡fue un día productivo! Si terminas así es porque vendiste muchísimo… o porque te accidentaste en la cocina —dije sacando la lengua como una niña traviesa. —Qué graciosa, en serio… Pero sí, fue increíble. Creo que ya es hora de cerrar, no puedo con otra ronda. —Yo tampoco. Vamos a orar para tener fuerzas y limpiar este desastre —junté las manos en mímica de rezo. —Amén, hermana —dijo ella imitándome entre risas. Terminamos de limpiar como pudimos, arrastrando los pies y luchando contra el sueño. Cuando finalmente llegamos a casa, nos dejamos caer como bolsas de harina sobre cualquier superficie blanda. Al día siguiente… Me levanté como si me hubieran atropellado. Mi cuerpo no respondía. Las piernas eran de gelatina y los brazos de plomo. ¿Y adivinen qué? ¡Hoy hay que volver a abrir! —Dios, Hellen, creo que me estoy muriendo de verdad esta vez —dije escondiendo la cara entre las manos, en modo drama total. Pero por dentro… a pesar del agotamiento, del dolor en cada fibra de mi cuerpo… me sentía feliz. Tan feliz que hasta me dieron ganas de llorar. Este sueño, esta locura de abrir una heladería con recetas propias, con el apoyo de mi mejor amiga y la ilusión de compartir lo que amo, ¡estaba tomando forma! Y esto… esto recién empieza.
Free reading for new users
Scan code to download app
Facebookexpand_more
  • author-avatar
    Writer
  • chap_listContents
  • likeADD