# P.O.V. de Gabriela
—E... espera, Max... —mis palabras salen entrecortadas, revelando lo nerviosa que estoy.
—L-lo siento... ¿te duele? —se detiene, mirándome con preocupación. Es tan considerado al pensar en mí... realmente me encanta este chico. Es jodidamente mi tipo ideal.
No puedo creer que estemos en esta situación tan complicada y que aun así, su prioridad sea saber si estoy bien. Claro que me duele, *Mr. Músculos*... es mi primera vez. Sonreí sin querer, divertida por mis pensamientos en un momento tan crítico.
—N-no, estoy bien... —sacudí la cabeza en negación.
*Mentira, Gaby. Claro que te duele como el demonio.*
—Voy a seguir... si dices que pare, lo haré. —asentí varias veces, temblorosa. ¿Está loco? ¿Cómo voy a decirle que pare si también lo deseo con todo mi ser?
—S-sí... —murmuré, perdida en sus ojos color miel, que me sonrieron con una ternura desarmante.
*Gabriela, estás loca. Esa cosa no va a entrar. Primero te parte en dos antes de acomodarse dentro de ti.*
Su rostro en ese momento era digno de admirar: sus venas sobresalían por la fuerza que hacía para contenerse. Todo su cuerpo tensionado, luchando por no perder el control. Él quería hacerlo lento, considerado, como si temiera romperme.
Quizá fue una mala idea quedarme a solas con él. Yo quería ir despacio, conocernos, construir algo sólido antes de dar este paso... pero ahora estamos aquí, en mi habitación, en mi cama, con su cuerpo imponente encima del mío, intentando entrar en mí con una paciencia que me derrite el corazón.
—Ahhh... —me quejé, cerrando los ojos con fuerza. Entró casi por completo y sentí un dolor agudo, desgarrador. Lágrimas traicioneras se deslizaron por mis mejillas.
—Mierda... eres tan apretada... —escuché su voz ronca, mientras sus ojos, enormes y asombrados, me miraban fijamente. Se dio cuenta de que soy virgen.
El dolor volvió a intensificarse cuando su m*****o se endureció aún más dentro de mí. Quise reírme por lo irónico del momento, pero el dolor no me lo permitió.
—Y-yo... —intenté hablar, pero un gemido me interrumpió cuando él empezó a salir, para volver a entrar lentamente. Lo abracé con las piernas, no quería que se fuera.
—L-lo siento, yo... —balbuceó.
*¡Ya cállate y hazlo, carajo! Aguanto este dolor infernal porque quiero estar contigo.*
—P-por favor... hazlo —supliqué con voz temblorosa. No podía soportar que se detuviera ahora. No después de haber llegado hasta aquí.
Él tragó saliva, pasó las manos por su rostro, nervioso. No sabía si eso era una buena señal, pero decidí confiar en él.
—¿Sí...? —preguntó, dudoso. Yo asentí.
Me sobresalté cuando tomó mis caderas con firmeza y volvió a hundirse dentro de mí. Sentí cómo su avance se detenía cuando alcanzó la famosa "tela". Mi cuerpo entero se tensó. Cuando la rompiera, sería el adiós definitivo a mi virginidad.
—Uffff... —suspiró con nerviosismo, como si fuera él quien estaba a punto de perder algo importante.
Apretó mis caderas y empujó con más fuerza. Sentí mi interior arder, expandirse, desgarrarse...
—¡Aaaahhh! —grité cerrando los ojos, incapaz de contener las lágrimas. Dolía, dolía como el infierno.
—Perdóname... no llores... voy a salir... —dijo apresurado.
*¿Salir? ¿Ahora? ¿Está loco?*
—¡No! Quiero que sigas... por favor... —murmuré, avergonzada por mi desesperación.
Max suspiró, y comenzó a moverse con una lentitud tortuosa. Entraba y salía de mí, tratando de ser cuidadoso. El dolor seguía allí, pero cada estocada parecía traer consigo una chispa diferente: ardor, calor, placer escondido.
Poco a poco, el dolor comenzó a mezclarse con una sensación completamente nueva, adictiva.
—Ahh~... m-más... más rápido, Max... —suplicaba entre gemidos, completamente rendida a las sensaciones que me estaba provocando.
Él frunció el ceño y aumentó el ritmo. Cada vez que entraba en mí, mi cuerpo reaccionaba arqueándose, buscando más de su contacto.
Sentí un nudo en el vientre, una corriente eléctrica recorriéndome entera. Mis piernas rodeaban su cintura, anclándolo a mí.
Mis gemidos se convirtieron en gritos ahogados de placer. Mi piel se erizó, y sin poder evitarlo, mi cuerpo entero tembló, apretándolo aún más contra mí.
Estábamos bañados en sudor, nuestros cuerpos resbalando uno contra el otro en una danza caótica y perfecta. No sabía dónde terminaba yo y empezaba él.
Cuando finalmente recobré un poco el sentido, Max tomó mis piernas y las colocó sobre su amplio pecho, empujando aún más profundo en mí.
—¿P-por qué...? —balbuceé, pero me callé cuando sentí sus labios en mis piernas. El gesto fue tan dulce y tan sensual que me hizo estremecer.
Todavía no había terminado. Aún no había llegado al clímax.
Dejé que me besara, que me llevara otra vez a ese límite delicioso.
—Dios... —susurró apretando su mandíbula, viéndose peligrosamente sexy.
Se inclinó, atrapó mis labios en un beso torpe, apasionado, que correspondí con todas las fuerzas que me quedaban.
Su respiración era errática sobre mi cuello mientras decía mi nombre en un susurro rasgado que me hizo perder la cabeza.
—Max... más fuerte... sí... —dije sin sentido, apenas consciente de mis propias palabras.
***
Bebía de mi cuello como si fuera su postre favorito. Me sentía borracha de placer, incapaz de creer que había pasado tantos años sin conocer esta locura.
No podía más.
Estaba en mi límite.
Y necesitaba que esto terminara de una vez. Aunque me hiciera ver como una pervertida desquiciada.
—Maxi... Maxi... Maximilian... —jadeé, apenas capaz de pronunciar su nombre.
Lo rodeé con los brazos, acercándolo más a mí, susurrando en su oído:
—Quiero que te vengas dentro de mí... lléname...
Me reí por dentro, recordando la frase cursi de un manhwa +18 que había leído, pero ahora sonaba terriblemente apropiada.
Besé su cuello, su mejilla, sus labios.
—Me vuelves loco... —escuché que murmuraba antes de gemir profundamente y, finalmente, hundirse en mí con fuerza.
Sentí su calor llenarme mientras su cuerpo temblaba sobre el mío. Jadeaba contra mi cuello, su respiración desbordándome de ternura.
—Ahh... —me quejé cuando se apartó suavemente, recostándose a mi lado. Sentí el líquido cálido derramarse entre mis piernas, una sensación extraña pero íntima.
—Lo siento... —dijo en voz baja, mirando hacia abajo, avergonzado.
Giré hacia él, acariciando su mejilla con ternura.
*¿Cómo alguien tan grande puede ser tan adorable?*
—Tranquilo... no pasa nada —sonreí, ocultando el inmenso cansancio que me embargaba—. Estoy bien... yo...
Tomé su gran mano entre las mías, sintiéndome segura, feliz, completa.
Y antes de poder decirle cualquier otra cosa, el sueño me venció, llevándome directo a los brazos de Morfeo.
---