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EMILIA, la otra mujer.

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Era un día soleado y perfecto, el vestido color blanco perla tenía bordados infinitos elaborados a mano, lleno de pequeñas perlas en el velo que cubría el hermoso rostro de Emilia, el maquillaje sutil le había permitido tomarse el atrevimiento de lucir unos labios rojos que nunca nadie había visto en su vida, pues siempre se mostraba sumisa, dulce y casi puritana. Entonces la puerta de la habitación de hotel resonó con un golpeteo desesperado, que anunciaba la tragedia que ella jamás se esperó, pues en su mente su amado Gabriel estaba dispuesto a quemar el mundo por ella si aquello fuese necesario, sin embargo su corazón quedó destrozado al enterarse que ya no había boda y que el novio estaba rumbo al aeropuerto huyendo de ella.

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1. ¿POR QUÉ A MI?
—Luces preciosa hija. —Gracias mamá, la señora Patricia fue la que eligió el vestido. —¿Y es de tu agrado? —¡Claro que si! ¡No podría pedir más, madre mía! —Emilia tomó las manos de su madre entre las suyas—. La señora Patricia logró que el mejor diseñador de este país hiciera el vestido para mi y solamente para mi, es más de lo que yo hubiese imaginado tener. —De acuerdo mi sol, si tu eres feliz, también lo soy yo. —Gracias mamá. El maquillista estaba limpiando los últimos rastros de la costosa mascarilla que había aplicado en el perfecto rostro de Emilia, tenía una tez tersa, sin poros abiertos, perfecta, casi parecía porcelana. El peinado era lo siguiente y ella se había inclinado por un recogido muy templado que dejara por completo toda la atención en ese fino y hermoso rostro, atrás caía una coleta perfectamente peinada de manera que su larga melena reposaba casi sobre su cintura y cubría el exótico y enorme escote de la espalda de su vestido. Sí, el vestido había sido diseñado por el mejor de todos los diseñadores, uno con fama mundial y con vestidos que en sus valores tenían más de 6 ceros, Emilia había decidido aceptar el regalo de su suegra y cuando el diseñador le preguntó por lo que ella quería, solamente necesito de unas pocas palabras. —Una espalda de impacto. Y así fue, el diseño era una pieza que más se asemejaba a una obra de arte que a un vestido de novia y Emilia estaba segura de que encabezaría las portadas de todas las revistas de su país e inclusive las del extranjero por la fama del diseñador. Sin embargo todo lo que ella quería era lucir preciosa para Gabriel. En medio de todos esos preparativos la mente de Emilia tenía un solo pensamiento, "lo lograste". Todo lo que siempre deseo de niña lo estaba logrando en ese momento, cerró los ojos mientras el tiempo pasaba y se dedicaban a peinarla, para al fin terminar con el maquillaje. Repaso cada paso que había dado en su vida y una leve sonrisa se pintó en sus hermoso labios. Era una sonrisa tan pura como las que ella siempre daba. —Estás lista —dijo la chica del peinado y cuando Emilia abrió los ojos estaba simplemente fascinada. El resultado era perfecto, Emilia tenía su rostro perfectamente visible, solo faltaba el maquillaje y estaría lista para ponerse el vestido y dar marcha hacía su destino. Uno que esperaba abrazar con ansias. Segundo a segundo la ansiedad iba en aumento, sus manos se pusieron un poco sudorosas, sus piernas se movían de manera descontrolada y tenía ganas de morder un poco sus uñas que tenían una manicura perfecta. Estaban terminando su maquillaje cuando la puerta se abrió y pudo ver a las dos mujeres que dentro de poco serían como su hermana y su mamá. Aunque para la señora Patricia, ella ya era su hija. —Mi querida Emilia, luces como toda una princesa —saludo en un tono animoso, feliz y jovial. Los ojos de Patricia, la madre de Gabriel, estaban llenos de verdadero amor. —¿Cómo sigue todo con Jacinta? —¿De verdad te preocupa? —la voz de Samantha sonó con firmeza, pues era la manera de hablar que ella tenía, sin embargo la pregunta había sido un tanto extraña, pero la mirada dulce de Samantha despejo toda inquietud de Emilia—. Me refiero a que tengas esa preocupación en un día como hoy. —¡Claro que sí! La pobre cayó desmayada en mis brazos, por supuesto que quiero saber como se encuentra —los ojos de Samantha se clavaron en el velo del vestido de Emilia, apretó un poco y sintió como las perlas tallaban en las palmas de sus manos. De alguna manera ella hubiese querido un velo tan elaborado como aquel. —Ella esta mejor, sus hijos están ahora haciéndose cargo de su salud. Se que te preocupas por todos Emilia, pero hoy es tu día y debes pensar en ti. —Como siempre lo haces Emilia —Samantha sonrío a través del espejo y miro a Emilia entregando el velo a los estilistas que la ayudaban a vestirse—. Siempre te preocupas por todos, menos por ti y hoy es tu día, piensa en eso y en nada más —Samantha se acercó a Emilia y le tendió la mano para que pudiera ponerse de pie luego de aquel toque final que fueron sus zapatos—. Luces hermosa. —¿Lo crees así, Samantha? —preguntó con un inocente tono. —No me caben dudas. —Falta el labial —dijo el chico del maquillaje que lo estaba alistando. —Rojo —pidió Emilia, había firmeza en su voz—. Quiero el rojo más seductor que tengas —era una petición realmente extraña, pues Emilia nunca usaba maquillaje o prácticamente nada. En ese justo momento el teléfono de Samantha sonó en lo que parecía una llamada importante porque a pesar de que haberla rechazada dos veces, quien quería comunicarse con ella seguía insistiendo. —Permiso, debo contestar. —¿Quién llama a una mujer casada en un día como este? —La voz de Patricia podía cambiar en tan solo un segundo. Estaba hablando dulcemente a Emilia y ahora su tono era el de una verdadera acusación a Samantha. —Es importante, es de trabajo. Patricia solo soltó un bufido y Samantha se marchó de allí. —Señora Patricia, tiene que dejar de... —Patricia, querida, recuerda que desde hoy seremos familia así que debes decirme Patricia. Todo allí era felicidad, faltaba poco menos de media hora y el velo caía sobre la espalda de Emilia, se veía como un verdadero ángel. Afuera todo era de una belleza descomunal, ni Patricia ni gabrial habían escatimado en gastos, era la boda de su hijo y sobre todo era la boda con el amor de su vida, ¿por qué se negaría en algun capricho que tuviese la linda Emilia? Más de 200 invitados, más de diez mil flores, estaciones de dulces, cocteles, músicos por todo el lugar, un salón dispuesto solo para la cena y otro para una exótica fiesta, además del vestido que se diseñó para la ceremonia, tenían dos vestidos más, uno para la cena y otro para la fiesta. Todo afuera era un caos para algunos, pero para Emilia era solamente cuestión de esperar a su momento, a su tan anhelado momento en el que uniría su vida al amor de su vida. Su único amor, Gabriel. —Patricia —la voz de Emmanuel tan firme y un poco arrogante como siempre interrumpió fríamente la alegría y felicidad que había en la habitación. —Emmanuel, ¿qué haces aquí? —Tenemos que hablar, es... Urgente. —Si, pero... —Es sobre Gabriel —fue contundente con sus palabras y entonces se ganó la atención de todos en el lugar. —¿Está bien? —Emilia fue la primera en preguntar— ¿Le sucedió algo? —Había una preocupación visible en su voz. Así era Emilia, siempre preocupándose por todos primero antes que ella. Antes de que Emmanuel pudiera responder a esa pregunta entro Samantha con sus ojos llorosos y una mejilla un poco más roja que la otra. —¿Qué te sucede a ti? —preguntó Patricia en un tono despectivo. —Patricia, eso ahora no es importante —Emmanuel como siempre ignoraba todo lo que tenía que ver con la esposa de su hijo mayor. —Voy a ver a Gabriel —Emilia se dispuso a caminar hacía la puerta, pero Patricia la detuvo —¡No, el no debe verte! —¿Pero si algo le sucedió y... Tengo que ayudarlo. —Gabriel no está, acaba de cancelar la boda. Nadie pudo decir absolutamente nada, era un silencio frío, extraño, más bien increíble. —¿Qué? —Emilia pregunto sorprendida, Samatha se acercó a ella y le tomo la mano, el rostro de ambas mujeres era indescifrable. —¿Qué clase de bora de mal gusto es esta? —Patricia casi estaba gritándole a su esposo. Emmanuel había sido el encargado de dar la mala noticia luego de encontrar la habitación donde su hijo se estaba arreglando vacía y con una nota. Una nota que solo él conservaba. —¿Por qué? —Emilia tenía la voz vacía y desesperada. La pobre chica intentaba por todos los medios no llorar, sentía que el techo le caería sobre su cabeza. Y sabía que todos la estaban mirando con ojos lastimeros, ella odiaba que la miraran de ese modo. "No llores" "No llores" "No llores" Se repitió una y otra vez de manera incesante aunque estaba completamente quebrada por dentro. Pensaba y pensaba, esta volviendo en el tiempo, estaba caminando cada paso que había dado junto a Gabriel, intentando adivinar donde estuvo el error, la equivocación, el daño, el paso en falso y no había nada que ella pudiese ver. Sí, así era Emilia, ella era a la que estaban dejando plantada en el altar con más de 200 invitados esperando y ella con su dulce y noble corazón solo podía pensar... "¿Qué hice mal?" —Fue mi culpa, tengo que pedirle perdón, tengo que hablar con él. Las palabras de la chica fueron como un estallido en la habitación que se había quedado en silencio, pero aún en ese silencio había caos. —¿Qué dices? —Patricia no podía creer lo que la chica estaba diciendo. —Tengo que verlo, Emmanuel, por favor déjame ir, Dile que yo... —Emilia, Gabriel no... —¿No me quiere ver? tal vez si me escucha, si me deja hablar, tal vez yo podría... —¿En dónde está? —La voz de Patricia cambió por completo, era oscura, profunda, molesta. —Patricia, nuestro hijo... —¿En dónde está? —Esta vez la pregunta fue contundente igual que su tono. La asistente de Patricia tan perspicaz e inteligente como era, ya estaba redactando un comunicado de prensa y pidiéndole a los organizadores de la boda total discreción para sacar a cada invitado del lugar. —Se fue. El sonido del golpe seco hizo que todos giraran y prestaran atención por completo a Emilia que había caído de rodillas. "¿Por qué a mi?" —Se preguntó con certero dolor en su pecho. Sus manos fueron a su rostro y lo cubrió para que nadie viera su lamentable tristeza. Sin embargo todos allí podían no solo escuchar, también sentir su llanto ahogado y doloroso. —Emilia, querida, estoy segura de que mi hijo tiene una explicación perfectamente racional para esta... situación —Patricia que nunca se había arrodillado a consolar a nadie, estaba ahora al nivel de Emilia. Samantha se había alejado de la escena y miraba con los ojos abiertos de par en par, medio perpleja, medio asustada. Al levantar el rostro, Emilia dejó ver su maquillaje destruido, corrido y deshecho. —Tengo que alcanzarlo —fueron sus palabras. Se puso de pie y corrió hacía la puerta, era un vestido pesado, pero en ese momento parecía que corría desnuda, Atravesó el pasillo hasta llegar frente a la puerta que le correspondía a gabriel para arreglarse. No golpeo, ni espero a nada, solamente abrió la puerta y entró buscando desesperadamente a su amado Gabriel. Pero no había nadie allí, nadie, nada, era un espacio vacío con el olor de las costosas flores que ella había elegido. No había una nota, nada, Emilia guardaba la esperanza de que allí estuviese un Gabriel tal vez confundido o asustado, pero no. Entro y busco en el baño, bajo la cama, tiró todo y lo rompió, destruyó el lugar, grito, volvió a romper bajo la mirada atónita de sus suegros, cuñada y madre. Nunca había sido rencorosa, pero en ese momento odiaba y quería ver todo tan destruido como ella estaba. Extrañamente, el vestido ya no se veía tan lujoso como antes, su maquillaje le daba un aspecto tétrico, el pelo era un caos, y la perfecta coleta alta ya caía sobre sus hombros. Aún más triste eran sus seductores y sensuales labios rojos, el pintalabios estaba ahora por casi todo su rostro. Dejó de ser dueña de sí misma cuando sintió las manos de Patricia acariciar su rostro. Cayó profundamente desmayada y luego fue medicada, su vida ya no era suya porque Gabriel se había llevado toda esperanza y felicidad con él. * * * UNA HORA ANTES * * * —¿Por qué estás aquí? —Gabriel miraba sorprendido a la imponente presencia de la mujer que tomó forma en su habitación. —Me lo sigo preguntando. —¿Esta todo bien? —Gabriel parecía conocerla muy bien, cada vez que ella estaba triste o dolida o lastimada él podía notarlo con solo verla a los ojos. Afino su mirada en dirección a la castaña y por primera vez la encontró indescifrable. —Para mi si. —¿Qué significa eso? —Qué para ti no. Para ti no están bien las cosas Gabriel. —¿De qué hablas? —Toma. * * * —Jefe... —lo llamo el chico haciéndolo volver a la realidad. —No —Gabriel solo pudo responder un monosílabo a lo que fuese, no le interesaba nada. Miraba por la ventana de su lujoso auto que ya estaba llegando al lugar que ocupaba su avión privado y entonces allí dejó caer una lágrima que le quemó la piel por completo, una lagrima dolorosa y repugnante. Debió quedarse, enfrentar la situación como unhombre, pero todo lo que tenía entre mano lo superaban.

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