La brisa nocturna traía consigo el olor salado del mar mezclado con el perfume caro de las flores que adornaban la terraza. Mis manos descansaban sobre la mesa, aunque mis nervios estaban en alerta máxima. ¿Qué trama este hombre? ¿Cuál será su próxima jugada? pensé, mientras mantenía mi expresión serena.
El ascensor al fondo de la terraza se abrió y lo vi. Osvaldo Lombardi caminaba hacia mí, vestido con un pantalón de lino color crema y una camisa blanca abierta en el pecho. El reflejo de las luces del hotel se deslizaba sobre su piel bronceada. Había algo en él que imponía incluso sin pronunciar palabra.
Me enderecé en la silla. Jugar bajo mis reglas, me recordé.
—Buenas noches, Kendra. —Su voz profunda cortó el murmullo de la noche. Se sentó frente a mí con la calma de un hombre que e
