Él intentó sonreír, pero incluso ese gesto parecía costarle. —Solo estoy un poco cansado, princesa. Las quimioterapias han sido más fuertes esta vez. Un nudo se formó en mi garganta. Odiaba verlo así, tan frágil y débil. —Voy a prepararte un té —dije levantándome sin darle oportunidad de rechazar mi ayuda. Fui a la cocina y puse agua a calentar, buscando las hierbas que solía usar mi madrastra para calmar sus malestares. Mientras el agua hervía, me apoyé en la encimera y respiré con dolor. Cuando el té estuvo listo, volví a la sala y se lo entregué. —Gracias, hija —dijo con una sonrisa cansada. Me senté junto a él y tomé su mano entre las mías. —Voy a quedarme aquí contigo todo el día. —No tienes que hacerlo, Leila. —Quiero hacerlo —le aseguré con una combinación de dolor y amo

