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1356 Words
Los días pasaron con demasiada prisa desde que Makena había sacado su pasaje aéreo para regresar a Buenos Aires. Había terminado de embalar sus cosas para dejarlas listas para su regreso. John le había insistido en que se mudara con él y ya no encontraba excusas para negarse. Estaba prácticamente graduada, Diana dejaba aquel apartamento y sola ya no podía costearlo. John era un chico amable, que compartía su gusto por la literatura y a quien gustaba planear sus pasos tanto como a ella. Se conocieron en la universidad pocas semanas después de comenzar su cursada, pero no había sido hasta unos pocos meses atrás que habían dado el paso. Ambos deseaban terminar con sus estudios sin distracciones. Se hacían compañía, se respetaban, disfrutaban de los mismos gustos culinarios y la misma falta de afición por los deportes. Tenían sexo casi en la misma posicion cada martes y sabado, paseaban por los mueeos y bibliotecas de la ciudad y sus afueras cada domingo y se hacian bonitos regalos de vez en cuando. John era caballero, callado y la miraba con cariño y Makena terminó de convencerse de que aquello era el amor. Lo que narraban en sus libros pertenecía a la ficción, a un mundo imaginario que sólo ocurría en sueños, a relaciones ilusorias que sonaban bonitas en la películas pero no le ocurrían a las personas normales, menos a alguien tan normal como ella. Por eso se conformaba con aquel amor más fraterno que pasional, donde los altibajos y las discusiones eran nulas y era justamente por ello que ese martes como tantos otros pasados lo esperaba con la cena lista y la cama perfectamente estirada. -Amor. ¿Ya empacaste todo?- le preguntó John mientras preparaba unos tragos en la cocina del departamento de su novia. -Casi.- respondió ella desde la mesa con su ancho buzo de capucha y sus jeans negros gastados. Sólo intentaba arreglarse cuando salían y como eso llevaba tiempo sin suceder prefería sentirse cómoda junto a él. -Lamento no poder acompañarte, pero debo comenzar mi pasantía cuanto antes. Si quiero ser editor en 5 años debía haber comenzado ayer.- le dijo con una escueta sonrisa mientras tomaba asiento a su lado. -No hay problema, sólo serán unas semanas y estoy segura de que vas a ser editor mucho antes de eso.- le respondió Makena sirviendo una porción de la pizza que habían comprado minutos antes en sus platos. -En serio, me hubiese gustado conocer a tu familia, tu país. Siempre contas cosas muy lindas de tu vida allí.- le dijo John con sinceridad colocando una servilleta sobre su regazo. Llevaba un pantalón pinzando a tono con su camisa entallada que seguramente no quería arruinar. -Mi país es hermoso, creo que te gustaría mucho, pero vamos a tener tiempo de conocerlo como corresponde. Me voy a hacer la investigación para mi tesis, no tendría el tiempo suficiente para pasear, las distancias son grandes allí también. Y en cuanto a mi familia…- le respondió su joven novia poniendo los ojos en blanco. Makena era la menor de cinco hermanas, su casa siempre había sido ruidosa y concurrida. Su padre había sido su único refugio en medio de tanta tempestad y desde su inesperada muerte hacía ya 6 años, el haberse alejado había sido su mejor opción. Amaba a sus hermanas, hablaba con ellas a diario, aunque era la que menos participaba del grupo de w******p que tenían, y le contaba a su madre con frecuencia sus progresos y paseos, pero la soledad siempre había sido su mejor compañía. Se sentía a gusto en silencio y sobre todo amaba la oportunidad de abstraerse que le ofrecían los libros. Estaba segura de que las mujeres de su familia amarían a John de conocerlo, pero en fondo, sentía que aún no era el momento de aquello. -¿Qué pasa con tu familia? - le preguntó John intrigado. -Nada, nada. Mi familia es tan encantadora como bulliciosa.- le aclaró con una sonrisa. -Un poco de ruido no está mal.- le dijo él imitando sus labios. - Un poco no, pero te aseguro que nunca se queda allí. En fin, ya las conocerás. Ahora concéntrate en tu trabajo. No puedo creer que te dieran el puesto que el mismísimo Phil “Nunca desapruebo un examen” había solicitado. - le dijo haciendo un gesto de suficiencia para burlarse de aquel compañero engreído que disfrutaba alardeando de sus logros. -Es que soy el mejor, amor. Los convencí con mi encanto.- le respondió él con un falso orgullo. -Dale Príncipe Azul, terminemos de comer y vamos a la cama que estoy muerta.- le respondió ella introduciendo un gran trozo de pizza en su boca. John sonrió e hizo lo que le pedía. Terminaron de cenar y luego de ordenar la mesa se fueron a la habitación. Diana pasaba los martes y sábados en casa de su novio por lo que sabían que esos días estaban solos. Makena se sacó la ropa en el baño y luego de lavarse los dientes y ponerse su pijama se metió en la cama. John se desvistió en la habitación y solamente con su ropa interior se acomodó a su lado. Con la luz apagada comenzó a acariciar su suave piel y ella le correspondió dándole unos dulces besos en el cuello. Pocos minutos después se acomodó sobre ella y guiando su m*****o con su mano la penetró con suavidad. Makena cerró sus ojos y recordó aquella líneas que había leído unos días antes … su cuerpo se estremecía de los pies a la cabeza, sus pezones erectos suplicaban porque aquellos labios los poseyeran, y su lengua, vigorosa e inescrupulosa buscaba aquella boca carnosa para saborearla hasta succionar todo el deseo que brotaba de sus ojos… ¿Por qué no sentía algo así? Su mente coqueteaba con el deseo, las embestidas de John la acercaban a aquel calor que tantas veces había escuchado, pero rápidamente la respiración acelerada y aquel sonido gutural que él solía hacer le indicaba que todo había acabado. Se sentía dañada, como si fuera su responsabilidad no terminar de sentir lo que suponía que debía sentir y por eso prefería no darle vueltas al asunto. John la quería, se lo había dicho. Era amable y se preocupaba por ella, era su novio, su mejor amigo, no tenía derecho a quejarse. Como en los últimos meses, le dio un corto beso en la frente y se apresuró a higienizarse para luego recostarse acurrucada sobre su pecho. Aunque aquella noche no lograba dormirse, su pronta partida a Buenos Aires, la finalización de la cursada y la nueva convivencia a su regreso comenzaron a ponerla algo inquieta. Era lo que había planeado, pensó en un trunco intento de acallar sus pensamientos. Entonces ¿por qué ahora parecía insuficiente? -Dale amor, dejá de moverte que no puedo dormir.- se quejó John sin abrir los ojos. Entonces decidió levantarse, sin hacer ruido se dirigió hasta el living y tomó el libro de Ana María Cabrera. De allí había sacado la idea para su tesis, la historia de Felicitas Guerrero, aquella hermosa y rica joven cuyo fatídico final se había convertido en leyenda era tan atrapante como perturbadora. La mayoría de sus compañeros preferían duques francés o nobles ingleses, pero ella no. Había algo en su corazón que le decía que debía volver a la Argentina. Releyó uno de los capítulos y un nombre volvió a hacer ruido en sus pensamientos. Alina Cáceres. ¿Qué había sido de su vida? Había sido la mejor amiga de Felicitas, pero no sabía nada de lo ocurrido luego de su muerte. Makena siempre se había sentido un personaje secundario, alguien que ve la vida de los protagonistas, alguien que es bueno para acompañar. ¿Acaso Alina, se habría sentido igual? Cerró el libro con cuidado y lo guardó en su mochila. Con los pies descalzos y los ojos brillantes volvió a la cama. Una nueva idea para su tesis se había alojado en sus futuros planes: quería demostrar que los personajes secundarios también pueden ser protagonistas. Debía hacerlo, no sólo para su graduación. Fundamentalmente debía hacerlo por ella misma.
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