Estaba tan nerviosa que me dolía el estómago. —Pablo… —susurré con timidez mientras caminábamos—. En serio, solo quiero saber que todo esto es porque me lo gané… no quiero sentir que estoy aquí por otra cosa. Se detuvo. Se giró lentamente hacia mí, con esa expresión traviesa que solía derretirme… y ahora solo me encendía las alarmas internas. —Triana —dijo acercándose un poco más—, estás aquí porque eres buena en lo que haces. Y porque con esa falda sastre… Un escalofrío me recorrió la espalda. Lo fulminé con la mirada, roja como un tomate a punto de hervir. —Pablo… —advertí. Él alzó las manos como si fuera inocente de toda malicia. —¡Es broma! Broma profesional, ya sabes, para romper el hielo —dijo guiñándome un ojo. Suspiré, cruzándome de brazos. Primer día de trabajo y ya quie

