Triana Navarro Apenas cerramos la puerta, Fernando me tomó de la cintura y me giró contra su pecho. Sus ojos se habían oscurecido, tenía las pupilas dilatadas, y cuando me miró con esa intensidad, sentí que hasta el aire temblaba entre nosotros. —Ahora sí —susurró con voz grave— puedo besarte como lo he estado imaginando toda la noche. Solo con esas palabras, mi cuerpo ya era un caos de electricidad. Mis mejillas ardían, y mis labios… bueno, mis labios ya se estaban preparando para una guerra. Fernando me tenía rendida antes de comenzar. Me encantaba sentirme deseada por él. Me encantaba ser su debilidad. Entonces, como si algo travieso se activara dentro de mí, alcé la vista hacia el refrigerador y vi una botella de tequila que había sobrevivido a una fiesta universitaria. Sonreí de

